Publicada en Este país el 1 de diciembre de 2009, en la siguiente entrevista, que tiene como excusa el centenario de Malcolm Lowry (foto), Olga García-Tabares conversa con el artífice de la más prestigiada traducción de Bajo el volcán al castellano.
Música bajo el volcán.
Conversación con Raúl Ortiz y Ortiz
Al fondo de la biblioteca del maestro Raúl Ortiz y Ortiz están la mesa y la máquina de escribir Olivetti con la que escribió la traducción de la novela Bajo el volcán, de Malcolm Lowry (1909-1957), escritor inglés agasajado este año por el centenario de su nacimiento. Los libros dispuestos en los largos y altos anaqueles —elegidos, privilegiados y queridos por él— abren de par en par un cielo de tiempos mejores, como la música, el universo que le ha dado sus mayores placeres al maestro. “El significado de ese arte está contenido en el poema ‘An Die Musik’ de Franz von Schober”:
Du holde Kunst, in wieviel grauen Stunden, Wo mich des Lebens wilder Kreis umstrickt, Hast du mein Herz zu warmer Lieb’ entzünden, Hast mich in eine beßre Welt entrückt!
Oft hat ein Seufzer, deiner Harf’ entflossen, Ein süßer, heiliger Akkord von dir, Den Himmel beßrer Zeiten mir erschlossen, Du holde Kunst, ich danke dir dafür! **
** ¡Oh Arte lleno de gracia, en cuántas horas grises,/Cuando la temible órbita de la vida me atrapa,/ Has calentado mi corazón hacia el amor,/ Transfigurándome hacia un mundo mejor!// ¡Cuán a menudo un suspiro ha escapado de tu arpa,/ Una dulce y sagrada armonía tuya,/Abriendo de par en par el cielo de tiempos mejores./ Oh Arte lleno de gracia, por esto yo te agradezco! Traducción de Mónica Garibay
“Aquí en mi estudio, en esta casa, en el escritorio y la máquina que están al final de la biblioteca fue donde trabajé. Me sentaba todos los días desde las cuatro de la tarde hasta las ocho de la noche ante la máquina de escribir, ante los espantos que me ofreció, entre otros, el primer capítulo de Bajo el volcán, que suele ser un escollo deliberadamente puesto por Malcolm Lowry para retirar de su obra al lector superficial”.
La propuesta de traducir la novela llegó en 1961 por parte de Ediciones Era. “Mi amor por las lenguas es el acatamiento de un destino; hubiera querido ser músico. La música es el universo que me ha dado mayores placeres, donde he podido transportarme a mundos y dimensiones que la razón no capta.
“Una de las grandes virtudes de Bajo el volcán es su extraordinaria musicalidad. La armonía campea a lo largo del libro. Traducirlo plantea, en ciertos casos, el problema de conservar toda la belleza con instrumentos que no fueron elaborados para expresarla: en inglés la resonancia de varias sílabas en una frase, oración o capítulo es un deleite, una armonía, pero al traducirla al español hay vocablos que producen cacofonías. Por eso necesitaba que la forma y el fondo aspiraran a ser como la música, sin más distorsión que la necesaria para precisar con exactitud dolor, tristeza, júbilo.”
Otros universos; la vanidad, una virtud
Fueron tiempos frenéticos. Ortiz y Ortiz tenía treinta años y repartía sus días entre su trabajo en la UNAM, en la actuación (participó en varias puestas en escena de obras de Eugene O’Neill, William Shakespeare y T.S. Eliot), y en su casa: en la calle Antonio Sola, de la colonia Condesa, dedicaba todos los días cuatro horas a la traducción de Bajo el volcán. “Tenía una fuerza interna que nunca he vuelto a tener”. Una actividad se sumaba a otra. En marzo de 1964 su primera interpretación simultánea fue escuchada en el país y a distancia; tuvo de fondo los vítores con los que se rendía homenaje al discurso de Charles de Gaulle, que él traducía, en la única visita que hiciera el general a México. Dos meses después, el 6 de mayo, salía de los talleres gráficos de la Librería Madero S.A. el primer tiraje —cuatro mil ejemplares— de la obra traducida por él. “Las situaciones extremas nos hacen ingresar en otros universos. A veces cuando vuelvo a abrir la novela y leo algunas páginas, digo:
‘¡Ay Chihuahua, cómo llegué aquí!’. No sé. Fue la disciplina más rígida que me he impuesto en la vida, debía cumplir con los compromisos que tenía. A veces la vanidad puede ser una gran virtud, no quería quedar mal; aunque a veces es tan grande que llegamos a convencernos de que somos excepcionales, y después te das cuenta de que eres superfluo. Como la hierba… En la mañana florece y crece; a la tarde es cortada y seca. He tenido la fortuna de no ser un hombre exitoso financieramente y todo eso es la reserva que ahora a los setenta y ocho años me permite seguir ganándome la vida como un saltimbanqui que va de pueblo en pueblo, de actividad en actividad, una conferencia aquí, una película allá…”.
Perderse Bajo el volcán, el reto
Fue en la escuela, en primaria, donde Ortiz y Ortiz empezó a estudiar inglés. Luego, su afición por el cine, por las películas, lo llevó a suponer que otros idiomas le permitirían conocer nuevas culturas y civilizaciones. Cautivo de este gusto leyó años después la novela Bajo el volcán en la versión francesa. “Los elementos, los mundos que plantea no los aprecié plenamente cuando traté de leerla por primera vez en una traducción hecha al francés por Clarisse Francillon. Ella captó la magnitud y la diversidad de valores de la obra aunque no conocía muy bien el entorno mexicano —sin embargo, no se trata de una novela sobre México: México adquiere en manos de Lowry la categoría de símbolo del paraíso terrenal del siglo XX. Creo que la fama literaria que ganó Lowry se le debe sobre todo a Francia, que supo reconocer en él a un gran innovador de las formas narrativas.” A los ocho meses de haber empezado su traducción apenas había terminado el primer borrador. El maestro solicitó a la editorial más tiempo; lo remitieron con la viuda del autor, Margerie Bonner Lowry, quien se mostró familiarizada con esta situación: todos los traductores le habían pedido más tiempo. Fue el inicio de la amistad que sostuvieron hasta la muerte de Margerie en 1988. Aquellos ocho primeros meses se alargaron a treinta.
“La concluí dos años y medio después de la primera prórroga; seguí hasta que me la quitaron de las manos: no quería entregar el manuscrito. Nunca sospeché que la traducción llegaría a ser tan famosa, lo digo con toda honradez. Procedí como soberbio, tiene que ser lo mejor… Fue lo mejor, pero —reitera sereno— no te lo debes a ti, Raúl Ortiz, algo pasó ahí; aunque son mías, absolutamente mías cada una de las letras, de los puntos y las comas de la traducción.
La coyuntura de los amigos que la leyeron, que dieron sus opiniones, que aportaron consejos, forma parte del pastel que se coció en 1963 y 1964.”
La tentación de perderse Bajo el volcán, en sus laboriosos, infernales y paradisiacos laberintos, al ritmo de su prosa, era la invitación, el desafío; y el haz de guías con quienes Ortiz y Ortiz consultaría sus dudas y certezas tendría que estar a la altura del reto. “Acepté las sugerencias de amigos a quienes respetaba y admiraba por su inteligencia, rectitud y criterio, las de Rosario Castellanos, Jaime García Terrés y Carlos Valdés… entre otros. Llegado el momento final se sugirió una revisión, me presentaron una terna de la que elegí a José Luis González, escritor puertorriqueño. Una vez que él hizo la revisión trabajamos tres días juntos, pero no hubo ningún aporte sustancial.”
Cómo superar un texto original
Dos fortalezas juntas: la obra inmortal y la traducción canónica de Ortiz y Ortiz; esta vez “la noria, la rueda de la fortuna, de la feria, del tiempo, de la luz, del eterno retorno” —símbolo trabajado en la novela, al que Lowry le dio estas posibles acepciones— socorrió a los lectores en lengua española. Hay quienes consideran que la traducción de Ortiz y Ortiz logró superar el original. ¿Cómo? “Creo que la entrega total a una obra genera un no sé qué, algo que está de manera latente, que surge como recompensa a los esfuerzos; uno se convierte en médium.
“Un traductor debe ser honesto y conocer hasta donde su inteligencia se lo permita el idioma en que está escrito el texto original. Una vez que maneje este recurso debe estar atento a su enemigo, la quinta columna, que es el conocimiento cabal y perfecto del idioma que posee, al que se está traduciendo, para evitar que la estructura de las frases se convierta en una mera traslación. Una traducción no es sólo el transporte de un punto a otro punto. Se nos confía la virginidad del texto y hay que defenderlo como eunuco para que no entren los sarracenos. “El trabajo creativo es muy ingrato, muy denso; requiere una entrega total a la soledad y sobre todo ser fiel al armazón de tu mundo espiritual. No creo que la obra genial sea fruto del intelecto sino fruto de las horas nalga.”
La erupción… del hombre
Escribir Bajo el volcán, una “novela endiabladamente seria” —calificada así por su autor—, demora diez años y tienta desde el comienzo a la sempiterna muerte: se abre el Día de Muertos de 1939. Los doce capítulos, las doce horas en las que transcurre el relato —atendiendo la importancia del número doce en la cábala judía— tienen como tema, en palabras de Lowry, “las fuerzas que moran en el interior del hombre y que le llevan a asustarse de sí mismo; también el de la caída del hombre, el de sus remordimientos, el de su incesante combate hacia la luz bajo el peso del pasado. La novela puede ser leída como una sinfonía, como una ópera o como una película de cowboys”.
Bajo el volcán transcurre en Cuaunáhuac —Cuernavaca. “Cuaunáhuac era el terreno que necesitaba Lowry para que saliera todo su complejo mundo, resultado de un conocimiento cultural y literario. Todas las influencias, los periodos, la evolución de la literatura y de la cultura inglesas están presentes allí. Su exquisita prosa es una combinación de sonidos. No puedo producir una frase de Mozart, pero en lo fundamental hice en la vida lo que consideraba que me daba placer, hice mis tareas lo mejor que pude aunque no sabía lo que hacía”, apostilla el maestro Ortiz. Luego, sale de su biblioteca como flotando entre sus libros, como si en él resollaran sus personajes más amados, con el infalible pañuelo enjaezando su cuello; abriendo con su presencia de par en par un cielo de tiempos mejores…
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