“Con más de un millón de libros retenidos por la Aduana , los editores son convocados a reuniones individuales. Allí, los instan a presentar un plan para trabajar con la industria gráfica nacional”, señala la periodista Patricia Kolesnicov, en una nota publicada el 29 de septiembre pasado en el suplemento I-Eco del diario Clarín.
Presionan a las editoriales
para que impriman en el país
Duró poco el alivio: gran parte de los libros que estaban parados en la Aduana la semana pasada, siguen ahí parados. Un millón seiscientos mil libros, dice un editor. Lo que sí, ahora las cosas están más claras: cuando, el pasado 20, se supo que la Aduana estaba poniendo trabas a la importación de libros, el sector pensó que era algo pasajero. El mismo día se anunció que los libros se liberarían desde el día siguiente. Una semana después, sólo algunas editoriales habían podido llevarse sus cajas. Pero las cosas ya estaban más claras: algunos editores habían sido llamados a reunirse con funcionarios de la Aduana que les recomendaron dejar de imprimir en el exterior. Y les pidieron que entregaran un plan de cómo lo irían haciendo. ¿Qué pasa con los libros que ya llegaron, mientras tanto? “Presenten el plan”, fue la respuesta.
Si la semana pasada no se sabía con quién discutir la medida, esto también se fue aclarando. Ayer, la Cámara Argentina de Publicaciones tuvo una reunión con Guillermo Moreno y Alejandra Blanco, jefa de Gabinete de la secretaría de Cultura de la Nación , cuyo titular, Jorge Coscia, les había suspendido una reunión. Allí, los editores explicaron los matices de la importación de libros y quedaron en seguir buscando un acuerdo.
Hay que hacer una aclaración: en esta nota no hay ni una fuente que haya aceptado dar el nombre. Los editores cuentan con detalle las reuniones, los planes, la proporción de libros que imprimen afuera, los motivos por los que lo hacen y hasta la inexistencia de números serios que midan qué parte de la producción editorial argentina se imprime en el exterior. Pero el nombre, no. Ni ninguna alusión que pueda identificarlos. Hace una semana lo explicaba una editora con años en estas lides: “Cuando esto les pasó a los de línea blanca –electrodomésticos–, a los que protestaron les cayó la AFIP ”, advertía. Eso, según dos editores, ya habría pasado con una editorial que alzó la voz.
El sector editorial ya había encendido las luces de alarma en mayo, cuando, en un acto con empresarios en la Federación Argentina de la Industria Gráfica y Afines (Faiga), la ministra de Industria, Débora Giorgi, dijo que la Argentina consume 76 millones de libros al año y que el 78 por ciento esos libros son de importación. Y frente a los imprenteros Giorgi dijo que existía un proyecto para impulsar la industria nacional del libro.
En realidad, cuando se habla de libros importados se habla de dos cosas distintas: por un lado, los libros que han hecho completamente en otro país, entre los que hay muchos académicos, de imágenes o parte de la producción de multinacionales. Por otro, los que se escriben, editan, componen, corrigen en el país y se mandan a imprimir afuera.
Principalmente a Uruguay, a Chile y a China. La presión parece dedicada principalmente a estos últimos, aunque hoy por hoy en la Aduana hay de todo. Según la Cámara Argentina de Publicaciones –que reúne sobre todo a grandes editoriales y multinacionales– la suma de libros traídos de afuera no supera la cuarta parte de la producción editorial nacional ¿Por qué se imprime afuera, con las dificultades que acarrea un trabajo larga distancia? Por precio, por supuesto. Hasta un 30 por ciento de diferencia, dice un editor de un gran grupo. Por capacidad de las imprentas (Ver Polémica...) y por intersecciones entre asuntos técnicos y asuntos económicos. En Chile, dice un editor, por el mismo precio tenés mayor calidad. En Uruguay, dice otro, se consigue mejor papel y más barato. Faltan talleres que te hagan 2.000 ejemplares a un precio razonable, agrega otro editor. Sólo hay dos espiraladoras en el país y los libros de los primeros tres grados de la primaria llevan espiral, aporta otra. Es por la inflación, suma un profesional. En los últimos cuatro años, los libros subieron mucho más que el dólar. Y eso, hacia afuera, da desventajas.
“Nos plantearon que quieren defender la industria nacional”, dijo a Clarín un editor. “Nos dijeron que era una decisión política”, explicó otra.
Las editoriales que tenían libros en la Aduana fueron convocadas, en estos días, a reuniones individuales. Los recibían tres funcionarios. Por lo menos en uno de los casos, dos de ellos eran Guillermo González, director de Investigaciones de la Subdirección General de Control Aduanero; Maximiliano Luengo, del Centro Unico de Monitoreo Aduanero.
En esas reuniones, los editores recibieron la recomendación de imprimir acá. En algunos casos, se entendieron situaciones especiales, como el de un editor aseguraba que la única imprenta que hacía el tipo de trabajo que él necesitaba había cerrado. A otros les pidieron un plan para cambiar el balance entre lo que importan y lo que hacen acá. “Tenemos 80 por ciento de importados y un 20 de producción local”, explicaba un editor. Habla de cientos de miles de libros. “Ya estamos pensando en editar acá”.
Otra editorial, con 40.000 libros parados, dice que va a esperar. Pero varias están haciendo números para imprimir localmente. Eso, entienden –y por ahí irán las negociaciones con el Gobierno– subirá el costo de los libros. Los más preocupantes son los de texto, que se usan en las escuelas, por su volumen y porque no son intercambiables: no se estudia primer grado con libros de segundo.
Producción: Nora Viater, Guido Carelli y Gabriela Cabezón.
Notas anexas:
España: el sector del libro expresó su preocupación
La realidad de los hechos es que no se están despachando todos los envíos y, lo que es peor, no sabemos a ciencia cierta ni las causas de estas retenciones de mercancías”: la preocupación de la Federación Española de Cámaras del Libro y la Federación de Gremios de Editores de España tomó estado público ayer, en un mail del secretario general de la Cámara del Libro de Madrid, Carlos Ortega, a sus asociados.
Destacan varios puntos. Que las importaciones argentinas de libros españoles se han mantenido en los números habituales de los últimos años: 32 millones de dólares hasta agosto. Que el país ha aumentado sus importaciones de libros de China, Chile y Uruguay. Que las exportaciones argentinas no han subido en la misma proporción, lo que ha acarreado “duras protestas de las industrias gráficas argentinas”. Esto último, está en consonancia con los dichos que señalan que la Secretaría de Comercio Interior, dirigida por Guillermo Moreno, estaría presionando a los editores para obligarlos a imprimir en el país.
Uno de los párrafos más llamativos es el que marca la diversidad de posiciones, que llegan a ser opuestas, de las secretarías de Estado que están relacionadas con la industria del libro en nuestro país . Según los españoles, la Secretaría de Comercio, en la órbita del ministerio de Industria que dirige Débora Giorgi, “entiende las protestas de otros países”. La secretaría de Cultura, a cargo de Jorge Coscia, sería más que comprensiva: “no sólo entiende sino que apoya sin fisuras la postura de las empresas españolas”. Una posición opuesta tendría la secretaría de Moreno, que, dicen los españoles, “al parecer es la que está detrás de esta medida (la retención de libros en la aduana)”.
Polémica entre los editores
y la industria gráfica nacional
En un rincón del ring, las editoriales. En el otro, la industria gráfica nacional. Y ya sonó la campana.
Las editoriales, dicen que “el problema es que no hay capacidad gráfica en el país.” Es tan limitada, dicen, que como este mes hubo una gran licitación del Ministerio de Educación, las imprentas atrasaron las entregas.
También aseguran que uno de los motivos que encarece la impresión en el país es que todos los insumos del libro pagan IVA. Antes, podían descontar el IVA del papel del impuesto a las ganancias. Pero ya no.
Del otro lado del ring, los gráficos. El presidente en ejercicio de la Federación Argentina de la Industria Gráfica y Afines (FAIGA), Juan Carlos Sacco, desmiente las denuncias de los editores. Asegura que “En la Aduana hay de todo parado. Es porque se están cumpliendo más estrictamente los controles”, dice. Y se desmarca del oficialismo: “Faiga no tiene nada que ver con el Gobierno. Esto es un tema coyuntural de la Aduana , nosotros no tenemos nada que ver”. Por su parte, Jorge de Vito, gerente de Faiga, asegura que la industria gráfica nacional tiene capacidad para cubrir toda la demanda editorial. Los libros puestos a la venta en el país en 2010 fueron 76 millones. De esos, “hay 60 millones de libros importados, que no pagan IVA”. En ese punto coincide con los editores: de Vito también señala que “el problema es el IVA. Podemos producir 76 millones de libros y más, está probado. No lo hacemos porque el IVA sobre todos los insumos del libro nos vuelve más caros.” En ese punto se encuentran los dos sectores: creen que desgrabar de IVA los insumos del libro haría competitiva a la gráfica. Por lo demás, la pelea promete seguir.
Seguir la evolución de este asunto va a ser muy interesante. Gracias, Jorge.
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