Regalos inesperados
Todo esto debía haberme impulsado, no soy masoquista, a abandonar una profesión imposible —ya llevaba años traduciendo poesía—. En honor a la verdad debo decir que no me afectó demasiado. Los médicos no dejan la profesión porque se les muera un enfermo.
¿Tal vez porque disponía de un amuleto? Eran unas palabras de Neruda. Cuando le concedieron el Nobel y vino a Estocolmo a recogerlo, el Club de los Cronopios le organizó un recital de poesía en el Museo Moderno de Estocolmo. También le conseguimos un recitador digno de su premio: Max von Sydow. El poeta preparó el recital a su manera: él prefería que se leyese primero en sueco «para que los oyentes sepan de qué trata lo que leo». Yo estaba con él presentando el recital y cuando el actor sueco estaba leyendo la traducción del poema «Los muertos en la plaza», Neruda me susurró inquieto al oído: «¡Es mejor que el original! ¿Y ahora qué hago?».
La explicación es sencilla. El poema recuerda una matanza en una plaza y lo hace con una enumeración de los nombres de los asesinados y después de cada nombre se repite «¡Pido castigo!». En sueco la expresión que habíamos elegido Artur Lundkvist y yo para traducirla era «Jag kräver straff!». A Neruda aquello le sonó mucho más fuerte, más adecuado al sentido del poema, que la debilidad fónica de la expresión original con la suave acentuación de las íes frente a la potencia del grupo ‘kr’ y ‘str’ con ese final en ‘ff’.
A Neruda le parecíamos unos grandes traductores que habíamos mejorado el original, (Lundkvist lo era), pero en ese caso fue un regalo. No fue un hallazgo de traductor sino que nos lo dio el sueco. Gratis. Pido castigo. Jag kräver straff.
Y es que a veces ocurre que el idioma de llegada es generoso con el traductor, le regala algo que no tiene el original. Y el autor queda fascinado porque en la traducción se logran efectos que él no había conseguido.
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