Ayer, 3 de octubre, el escritor, editor y traductor Damián Tabarovsky (foto: Agustín Spinetto) vino al Club de Traductores Literarios de Buenos Aires para hablar sobre "Traducción y devoción: una política". De manera clara –y a su usual velocidad supersónica– explicó el porqué del título de su charla que, efectivamente, partió de su gusto personal por ciertos autores a quienes tradujo a la responsabilidad que le cabe como editor para imponer títulos, en un intento de marcar una agenda de lectura basada en la tensión entre la escritura y la comunidad en la que ésta tiene lugar. Luego, como siempre, vinieron las preguntas. Como siempre, todo puede consultarse en aquí.
Damián Tabarovsky nació en Buenos Aires en 1967. Es escritor. Varios de sus libros han sido traducidos al francés, alemán, ruso, griego, y portugués. Es director editorial de Mardulce Editora. Desde hace años escribe una columna semanal en la contratapa del suplemento cultural del diario Perfil. Ha traducido a Jean Echenoz, Jules Supervielle, Louis-René des Forêts, Raymond Roussel, entre otros.
martes, 4 de octubre de 2011
Damián Tabarovsky habló de traducciones y de políticas editoriales, sin olvidarse de la lengua
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Gracias Damián y Jorge por la charla; muy interesante y, sobre todo, de impecable actualidad.
ResponderEliminarEntre las muchas preguntas y reflexiones que me ha disparado, quiero detenerme en la del español neutro. La primera reacción que tenemos ante este fenómeno es, naturalmente, de rechazo, de condena; ponemos el signo menos delante de él y, desde ahí, todas las reflexiones transitan el camino de la negatividad: el español neutro es carencia, defecto, pérdida, aberración. Y lo que yo me pregunto es si, más allá de esto, hay alguna positividad o potencialidad que pueda ser rescatada. Me explico con una pregunta: la existencia de una lengua neutra, artificial, que no se habla concretamente en ningún lado, ¿afecta o favorece a la obra artística? ¿No contribuirá, acaso, a lograr el efecto de extrañamiento al que apunta toda obra de arte? Tengo un amigo crítico de cine y dibujante y guionista de cómic, y con él siempre hablamos de esto sin llegar a ninguna conclusión: ¿por qué creemos más en una historia fantástica que ocurre en ciudades que no conocemos que en una que transcurre en Buenos Aires? ¿Por qué concibo a la perfección que Jack se pasee por las calles de la Londres del siglo XIX, que no conozco y solo puedo –y tengo el placer de- imaginarme, y no me cerraría ver una adaptación de la misma historia ambientada en la Buenos Aires que camino y transito cada día? Puedo imaginar a un superhéroe de Hollywood subido a un rascacielos neoyorquino, pero algo me haría ruido viéndolo colgado del obelisco o de la cúpula del Congreso. Creo que algo similar se juega con el lenguaje de la ficción. Puedo imaginar a un personaje diciendo: “¡Muere, maldito bastardo!”, pero algo deja de funcionar si dice: “¡Reventá, atorrante!”, a no ser que el autor fuera argentino. Eso que comentás, Jorge, de los chicos que se quejan porque sus héroes hablan como el verdulero de la esquina, remite a lo mismo. En este sentido (y solo en este, claro está que no apoyo toda la cuestión de mercado, negocios y poder que hay detrás) es que me pregunto si lo del español neutro no es algo que pueda ser visto también como ganancia, como valor, o al menos, no como algo inmediatamente condenable.
Saludos.