“No necesito la soledad y la calma de las islas Fidji”
A contrapelo de los papanatas que llegan al mundo de la edición vía la administración de empresas o el marketing y terminan aplicando la misma lógica a Joyce o a Borges que a Movistar o Pepsi, el valenciano Manuel Borrás viene del mundo de la universidad y de los libros. Licenciado en Filología Alemana e Inglesa, junto a Manolo Ramírez y Silvia Pratdesaba, hace exactamente treinta y cinco años fundó la editorial Pre-Textos que, con un catálogo vivo que supera largamente los 1.000 títulos distribuidos entre veintitrés colecciones, se ha constituido en la más importante editorial independiente de España. Así lo ha entendido la Feria del Libro de Guadalajara (FIL), la cual, en 2008, le ha concedido a Borrás el Reconocimiento al Mérito Editorial, premio otorgado por pares, que se entrega desde 1993 y que han recibido, entre otros, Armando Orfila Reynal, Joaquín Díez-Canedo, Antoine Gallimard y Christian Bourgois. De paso por Buenos Aires, ciudad que suele visitar varias veces al año, Ñ tuvo la oportunidad de charlar con él.
–¿Cómo empezaste a ser editor?
–Yo, incluso en mi época pre-universitaria, en Madrid, era muy lector, acaso por inducción familiar: en casa había una biblioteca, mi madre era lectora y estimulaba mucho la lectura en nosotros. Eso me llevó a admirar el mundo de los libros y de los autores, fundamentalmente porque, muy temprano, descubrí que, aunque vivía muy apasionadamente la literatura, no había nacido para la creación. Así que pude elegir pronto. Y esos inicios ocurrieron en la época en que, después de intentar estudiar Psiquiatría Infantil en Madrid –único lugar que tenía esa especialidad en España–, volví a Valencia y, con Manolo Ramírez –compañero ya desde la secundaria y, a esta altura, mi hermano–, entramos en la Filosofía y Letras, con 17 años, para estudiar filosofía. Allí nos vinculamos con Eduardo Ras, un muchacho algo mayor –debía tener unos 21 años–, poeta, cuyo proyecto era montar una pequeña editorial para publicar a sus amigos y para publicarse. La idea me gustó y nos pusimos a trabajar. Pero, apenas finalizando yo ese primer año de facultad, Eduardo –que era alguien con muchos conflictos– se suicidó. Mientras todo esto ocurría, yo me sentía muy a disgusto con la universidad y se lo dije a mi padre. Él, un hombre muy sensato, me aconsejó que, aunque más no fuera en condición de libre, continuara mis estudios, pergeñando, al mismo tiempo, algún tipo de estrategia de supervivencia. Le confesé a mi padre que no sabía qué hacer y él, que había sido testigo del entusiasmo que Manolo y yo habíamos sentido por el proyecto de Eduardo, nos recomendó continuar con la idea de la editorial. Tuve dudas, pero papá dijo que ése era el mejor homenaje que podíamos rendirle a la memoria de nuestro amigo. Y ahí se me encendió una luz: yo ahí tenía una responsabilidad que cumplir. Por otra parte, mi padre me ofreció ayuda económica, con la condición que fuera cumpliendo mi parte del trato, que era terminar la universidad. No obstante, abandoné la filosofía pura por las letras germánicas y me licencié en Filología Alemana e Inglesa. Hubo muchas vicisitudes vinculadas a la necesidad que entonces había de contar con un permiso gubernamental para ser editor. Pero lo cierto es que las fuimos sorteando a todas. Hoy puedo decir que debemos haber empezado siendo los editores más joven en los anales de la edición en España. Desde el principio, somos tres socios: Silvia Pratdesaba, Manolo y yo, y estamos juntos desde 1976. Para mí, ése es un dato importantísimo…
–¿Qué fue lo primero que editaron?
–Viniendo de una familia monárquica, yo me hice la idea de recuperar la memoria republicana del exilio. Creía, como lo sigo creyendo ahora, que España debía hacer las paces consigo misma de una puñetera vez. Pensaba que los que habíamos estado del lado en que estábamos debíamos tender los puentes para ayudar a recuperar a la España valiosísima cuya pérdida nos había sumido en un oscurantismo grave. Toda esa gente –Jorge Guillén, Julio Caro Baroja, María Zambrano, Juan Larrea– nos trató muy bien. Sin embargo, no nos daban nada argumentando que lo harían sólo cuando tuviéramos un catálogo conformado. “Pero si ustedes no me dan un libro –les decía– yo nunca voy a tener un catálogo.” Salvo Juan Larrea, nadie nos dio nada. Hubo entonces que reconsiderar nuestro proyecto inicial y fue ahí donde recurrimos a traducciones. Tanto los alemanes como los ingleses –por nuestra formación, las primeras opciones– fueron reticentes. Pero al golpear la puerta de los franceses, éstas se abrieron de par en par. Es una vieja tradición francesa: los editores hacen causa común con sus autores. No así los anglosajones que tuvieron que recurrir a la figura del “agente” para lograr la circulación que los editores les retaceaban. A los editores, creo yo, nos corresponde cumplir con los pactos contraídos con nuestros autores, quienes no pueden estar negociando con otros editores. Pero si no los editores fallamos, ahí están los agentes, con lo que se agrega una nueva instancia de mediación…
–¿Cómo determinaron la línea editorial y cómo las colecciones?
–Queríamos que la editorial fuera interdisciplinaria. Pero lo que no queríamos era distinguir físicamente las colecciones, porque soy de la opinión que siempre existen vasos comunicantes. Comenzamos pues con una colección única, en la que no distinguíamos formalmente el contenido de los libros. La realidad nos indicó rápidamente que era muy difícil vender así porque los libreros no entendían. Así, cuatro después de haber comenzado, empezamos a crear colecciones. En 1980, la colección de poesía. Luego vinieron una colección de narrativa, otra de pensamiento, y cada una de ellas se ha ido bifurcando. Hoy, en nuestro catálogo, hay 23 colecciones y, aproximadamente, unos 1.000 títulos vivos. De hecho, muchos de los pensadores que publicamos en los años ochenta hoy son reivindicados por los jóvenes “indignados” que manifiestan en España.
–Algunos, de hecho, como Derrida o Deleuze, fueron introducidos en España por ustedes…
–Es que yo creo que el editor tiene que apostar y correr riesgos. Y con autores como los que nombras –a los que yo sumaría a muchos de nuestros poetas– nos adelantamos casi treinta años a las necesidades de los entonces futuros lectores…
–¿Cuáles entonces son las tareas que debe cumplir un editor?
–Principalmente, leer, algo que no siempre ocurre. Pero correr riesgos es, entre otras tareas, otra de las obligaciones de un editor. A ver si me explico: el editor debe tener el valor y la osadía intelectual de poner su yo en crisis, llamando la atención sobre alguien que previamente no existía. Nosotros, en Pre-Textos, leemos absolutamente todo. Ha habido momentos, incluso, en que hemos tenido que pedir desde la página web que ya no nos enviaran nuevos originales como para poder darle curso al material que había llegado, al que nosotros habíamos buscado y al que nos ofrecían en alguna de las 14 lenguas que se leen en la editorial.
–Para llevar adelante un proyecto como el que planteás es necesario contar con una gran espalda financiera.
–Sí y nosotros la hemos logrado recurriendo a nuestro patrimonio personal. Yo soy ahora mucho más pobre que hace veinticinco años. Pero soy mucho más rico porque tengo más libertad y en este lapso he hecho lo que me ha dado la gana. Durante los primeros 15 años hemos aportado capital y trabajo sin rédito alguno, pero hemos sido inmensamente felices. Hace unos años una multinacional quiso comprarnos. Rechazamos la oferta, que era muy buena, y el dueño de esa empresa vino especialmente a Madrid para conocerme. Cenamos y me preguntó por qué me negaba a vender. Le dije que yo no vendía porque no se trataba de un negocio, sino de mi vida y la de mis socios Manolo y Silvia que, insisto, son mis hermanos. Como dije antes, no soy escritor, no necesito la soledad y la calma de las islas Fidji para intentar una novela. Pre-Textos es mi vida y mi pasión. No sé hacer otra cosa.
–Todo indicaría que el “negocio del libro” no es auténticamente un negocio y que las responsabilidades con que se cargan los editores de pequeñas y medianas editoriales son totalmente desproporcionadas respecto de las eventuales ganancias.
–En tiempos de bonanza hay espacio para todos. Pero en épocas de crisis, los grandes elefantes de la edición quieren alimentarse de lo mismo que nosotros, las hormigas. Yo, a un editor joven, le diría que tiene que seguir su vocación, advirtiéndole que la va a tener bien difícil. También le diría que no pierda el entusiasmo. Hoy en día que en Europa vivimos un momento especialmente perverso, en que la sociología precede a la verdad y se nos resta entusiasmo por todos lados, les hemos dicho a los jóvenes –mejor formados que nosotros, por cierto– que el mundo era de ellos y se lo hemos retaceado, obligándolos al paro y a perder toda esperanza. Mientras tanto, ustedes, los argentinos, viven permanentemente en crisis y, sin embargo, siguen adelante, tienen cintura para sortear los obstáculos y eso es algo invalorable para mí. Y si bien no soy ajeno a lo que ocurre en la Argentina , sé que ustedes no han perdido el entusiasmo. Entiendo que el entusiasmo no es todo, pero digamos que es el motor que hay que poner en marcha para empezar algo y ese algo tiene que empezar con la mayor claridad posible. Así hemos funcionado en Pre-Textos y así nos reconocen las editoriales más jóvenes para las que nos hemos constituido en ejemplo. A nosotros nos pasó lo mismo con Tusquets, Lumen o Anagrama, que nos precedieron. Veíamos a esas editoriales publicando libros excelentes en momentos de mucha oscuridad y nos decíamos que si ellos podían, había espacio para hacer cosas. Esto es una carrera de postas.
–Hablaste de España y de la Argentina , contraponiendo sus realidades y la actitud de una y otra ante la crisis. Y ya que estamos acá, me gustaría que conversáramos de la percepción que en muchos países de Latinoamérica se tiene de tu país…
–Ya sé a dónde vas: a que somos unos neo-colonizadores culturales. Si eso querías decir, tienes razón. Y esto no vale sólo para el ámbito del libro, sino para muchos otros ámbitos vinculados con el mundo empresarial en general. Pero circunscriptos al libro, las multinacionales desembarcan en un país, publican de ese país sólo que juzgan rentable y te abruman con lo que traen, que sólo representa de manera exigua lo que existe en origen, sin llevarse nada. Y no es sólo cosa de Planeta o Alfaguara. Ve tú a conseguir un libro de Fabio Morábito en Barcelona publicado por Tusquets de México y ya me contarás. Es una aberración. Como es una aberración que si un libro en seis meses no ha vendido lo esperado se convierta en pasta de papel. Así se mata a la gallina de los huevos de oro.
–Hay varios ítems. Ustedes producen libros que nosotros deseamos y que, por su valor, no podemos comprar.
–Totalmente cierto.
–Luego, la mayoría de las editoriales españoles no traducen para la lengua, sino para el barrio y nos tiran por la cabeza libros incómodos e incluso ilegibles que ni siquiera tienen corrección de estilo en las filiales latinoamericanas.
–Es cierto. Y es una demostración de soberbia pensar que el único español válido sea el de 40 millones de ibéricos contra el de 360 millones de hispanoamericanos. Además, es ridículo. Mi generación se ha educado leyendo traducciones mexicanas y argentinas.
–También, las filiales de las editoriales españolas publican títulos que no tienen circulación en los otros países latinoamericanos y mucho menos en España, aunque las filiales latinoamericanas tienen la obligación de publicar a los españoles en un intercambio del todo desigual que sólo produce un creciente resentimiento.
–Es así. Nunca vais a leer en la Argentina un autor peruano o boliviano publicado por la misma multinacional con filiales en Perú o Bolivia.
–Por último, contrastando con estos tres puntos, cuando se trata de generar proyectos o iniciativas propias, da la impresión que las editoriales españolas prefieren comprarles un proyecto similar a los franceses o a los alemanes, como si tuvieran un manifiesto complejo de inferioridad. ¿Por qué?
–Porque existe un gran provincianismo cultural del cual ni ustedes, ni México, ni Colombia tampoco se salvan. Hay que romper con esas inercias locales y, desde Pre-Textos, siempre hemos apuntado a eso. Para todo el resto de las imputaciones, sólo puedo remitirte a nuestro catálogo, que está poblado no sólo por una enorme cantidad de autores latinoamericanos, sino también por un notable número de traductores de todas las procedencias de la lengua porque desde siempre hemos pensado que el español común es el de todos los hablantes de la lengua. Nos han criticado por ello. Recuerdo una traducción de tan luego César Aira a quien se le cuestionó poner “pollera” por “falda”, como si no se fuera a entender. La contrapartida de esas imputaciones fue el premio que nos dieron en la Feria de Guadalajara, que destacaba que, siendo una editorial española, nos habíamos propuesto romper los compartimientos estancos que nos separaban.
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