martes, 6 de diciembre de 2011

¿Los terrícolas hablamos la misma lengua?

 



Publicado por Robert McCrum en la edición de The Guardian del 27 de noviembre pasado,  el siguiente artículo –que aquí se ofrece en traducción de Julia Benseñor  trata sobre la aparente nueva consideración que hay a propósito de la figura del traductor, tomando como excusa los 400 años de la traducción de la Biblia del King James y el éxito de Stieg Larsson en inglés.

 

De la Biblia al último thriller sueco:

2011 es el año del traductor


Las celebraciones por el 400º aniversario de la Biblia del King James y la presencia permanente de la versión en inglés del libro del sueco Stieg Larsson en las listas de los más vendidos  han contribuido a revalorizar el arte de la buena traducción.

El capítulo 11 del Génesis nos dice que "tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras”. Después del diluvio, los sobrevivientes del Arca de Noé decidieron celebrar su afortunada salvación de acuerdo con los usos y costumbres de la época: con una arquitectura triunfal. “Edifiquemos una ciudad, y también una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo”, es como la Biblia expresa esta aspiración. “Perpetuemos nuestro nombre por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra” dijeron los hijos de Noé.

Poco probable... Según el Antiguo Testamento, el deseo de la humanidad por hallar un propósito común no complace en absoluto al Todopoderoso. Así, la idea de que los hombres y mujeres fuesen como dioses era un fracaso anunciado y este proyecto trunco se llamó Babel. Como se relata en la versión del rey Jacobo, “el Señor confundió la lengua de los hombres” y, para colmo, esparció a los pueblos con diferentes lenguas por todo el globo.

A principios del siglo XXI, el mundo sigue siendo un patchwork con más de 5.000 lenguas que compiten entre sí. Pero quienes aún sueñan con la restauración de una lengua universal, el panorama jamás fue tan auspicioso: el año 2011 ha sido extraordinario para el arte de la traducción. ¿Será que todavía podría reconstruirse la Torre de Babel?

Hoy, muchos estudiosos coinciden con la revolucionaria percepción de Noam Chomsky de que, a pesar de los vocabularios mutuamente ininteligibles, “los terrícolas hablamos la misma lengua”, observación que Chomsky reivindicó como evidente para cualquier marciano que viniera a visitarnos. Por muchas razones, estamos cada vez más cerca de volverla inteligible.

Gracias al poder de los medios globales de comunicación, hoy existe como nunca antes un mercado para la literatura traducida, en el que el idioma predeterminado será el inglés británico o el inglés estadounidense. Esas versiones a veces pueden ser tan parecidas al original como el revés de una alfombra persa, pero eso no les quita atractivo.

El reciente apetito del público de Estados Unidos por la “ficción extranjera” –la trilogía Millennium de Stieg Larsson o 1Q84 de Haruki Murakami–  ha impuesto la moda de leer las obras de las superestrellas de la literatura internacional como Umberto Eco, Roberto Bolaño y Péter Nádas. Tal vez desde la década de 1980, cuando las novelas de Milan Kundera, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa se convirtieron en bestsellers internacionales, no se había registrado jamás un impulso tan importante por llevar la ficción traducida al mercado literario.

En la prosa, si no en la poesía, se da poca importancia a la “vanidad en la traducción” identificada por Shelley, quien escribió que "sería tan factible arrojar una violeta a un crisol para descubrir el principio formal de su color y aroma como intentar transfundir de un idioma a otro las creaciones de un poeta".

Las nuevas ediciones de La guerra y la paz de Tolstoi, Madame Bovary de Flaubert y En busca del tiempo perdido de Proust han puesto a los extenuados traductores  –una especie tímida por definición–  bajo el candelero. David Bellos, cuya nueva obra Is That A Fish In Your Ear? Translation and the Meaning of Everythin, fue publicada recientemente, observa que en Japón, por ejemplo, “los traductores son como estrellas del rock" que tienen hasta su propio libro de chismes como los famosos: The Lives of the Translators 101.

El interés por la nueva ficción demostrado por el público global se ha visto incentivado por la compleja interacción de la revolución de las tecnologías de la información y las pícaras promociones literarias, como los premios Orange y Booker que se dedican a publicitar sus productos en las redes sociales.

Nada de todo esto sería acaso imaginable o viable comercialmente si no se contara con unas estadísticas extraordinarias. De acuerdo con el Consejo Británico y el respaldo de muchas otras fuentes confiables, aproximadamente la mitad de la población mundial –3.500 millones de personas– sabe “un poco de inglés”. Y por primera vez en la historia de la humanidad hoy es posible transmitir algo en un idioma y recibirlo virtualmente en cualquier lugar del planeta.

Este fenómeno lingüístico sin precedentes se sustenta en el formidable poder de los medios de comunicación globales. Lindsey Hilsum, editora internacional de Channel 4 News, cuenta que, al preguntar por el significado de un grafiti árabe pintado en un muro de Trípoli, le dieron una traducción que resultó ser una especie de absurdo guiño intercultural para Anne Robinson*: "Gaddafi, eres el eslabón más débil. Adiós”.

En vista de estos horizontes ampliados, no es de sorprender que Google esté a la vanguardia de lo que se está convirtiendo en una revolución en cuanto al alcance y la técnica de la traducción. La solución de Google a la quintaesencia de los problemas humanos es el lanzamiento de una computadora que se parezca al santo grial de la inteligencia artificial y sea capaz de traducir “el lenguaje natural”.

Todas las incursiones anteriores por este campo minado intentaban despojar a la lengua de sus elementos constitutivos para luego reconstruirla, a veces con resultados cómicos (kindergarten aparecía traducida como children garden, por ejemplo). Según explica Bellos, era “la búsqueda infructuosa de la lengua puramente hipotética que todas las personas hablamos en el fondo de nuestras almas ".

Google Translate no funciona de esa manera, sino que lleva a la práctica a Wittgenstein: "No preguntes por el significado sino por el uso". Luego, esta herramienta revisará una inmensa cantidad de archivos de material traducido y recurrirá a las probabilidades para mostrarnos el significado más probable, en función del contexto. Para ello, Google Translate se nutre de una base de datos de varios trillones de palabras tomadas de un corpus de documentos de Naciones Unidas, novelas de Harry Potter, artículos periodísticos y memorandos entre compañías.

Recientemente, Google Translate agregó cinco idiomas –Telugu, Tamil, Kannada, Bengali y Gujarati– a su traductor online para iPhone y ahora puede ofrecer traducciones de 63 lenguas. Bellos nos explica muy sucintamente cómo funciona: "Recibimos una traducción pero lo que hace Google no es traducir. Es como la diferencia entre la ingeniería y el conocimiento. Una solución dada por la ingeniería es lograr que algo funcione, pero la manera de lograrlo no necesariamente tiene que ver con las cosas subyacentes. Los aviones no vuelan como los pájaros".

El sueño de una lengua universal depende, al fin y al cabo, de una traducción perfecta. Además de las lecciones que nos brinda Babel, la propia historia de la Biblia nos pone en guardia al respecto, sobre todo este año que se celebra el 400º aniversario de esa gran catedral de la lengua que ha sido la Biblia del rey Jacobo. Este aniversario ha demostrado ser un motivo de celebración y a la vez de reflexión sobre si acaso alguna vez  podrá haber una versión definitiva o ideal de semejante obra. ¿No es que cada nueva versión refleja el contexto sociocultural en el que se inscribe el traductor?

Ahora bien, la incidencia de un público global equipado con “un poco de inglés” (pero no mucho) es profunda. Tal como expresó Rowan Williams, el arzobispo de Canterbury, durante su sermón del servicio de Acción de Gracias sobre la Biblia del rey Jacobo, "siempre existe la tentación de que la traducción moderna revise las estrategias para que el texto resulte más accesible ".

Y agregó: “pero también hay un lugar para la complejidad”. Los famosos misterios de la Biblia del rey Jacobo tienen el poder, según sus palabras, “de sorprendernos por su seriedad”. Hizo referencia a las modestas ambiciones de los traductores de 1611, que declararon que la labor del traductor consistía en permitir que entrara la luz y “en quitar la tapa del pozo para que podamos acercarnos al agua".

El diálogo entre claridad y opacidad, entre accesibilidad y misterio, volverá a representarse hoy en un escenario religioso con la publicación de la nueva traducción al inglés del misal romano fruto de un largo proceso de gestación de la Iglesia católica. Cuando el Concilio Vaticano II reivindicó el uso de las lenguas vernáculas en la misa, las primeros traductores del misal emplearon el principio de la “equivalencia dinámica”; es decir, traducir el espíritu y el significado del texto antes que la traducción palabra por palabra”. En nombre de la simplicidad, algunos rezos quedaron reducidos a oraciones breves y declarativas. La nueva traducción celebra, en cambio, la “equivalencia formal”, o sea una versión más literal del texto. En las iglesias católicas romanas de habla inglesa, el nuevo misal provocará, sin duda, indignación entre la feligresía familiarizada con la traducción de la década de 1960.

En cuanto al Reino Unido, el destino de muchas traducciones de la Biblia al inglés ilustra el problema de traducir textos sin consideración alguna del tiempo cuando, en verdad, la lengua está siempre en movimiento. Los defensores de la versión del rey Jacobo, una traducción realizada en tiempos de Donne y Shakespeare, se horrorizan cuando “lo envolvió en pañales” es reemplazado por “envuelto en tiras de tela” o "un platillo que retiñe" se convierte en "un platillo que hace ruido”. A veces, la traducción modernizada puede resultar ridícula. La nueva Biblia inglesa, por ejemplo, reemplaza a "los lobos con piel de oveja "por algo más apropiado para los Monty Python: "hombres disfrazados de ovejas”.

Así, a pesar de la gran demanda de traducciones y de los revolucionarios avances técnicos en el modo de entendernos unos a otros, difícilmente éstas sean las últimas movidas en los eternos juegos lingüísticos de Wittgenstein. De hecho, en las lenguas de todo el mundo, Google Translate todavía tendrá que resolver las versiones locales del enigma de Frankfurt, que no es un abstruso enigma lingüístico del alemán sino una respuesta a una pregunta muy sencilla: ¿Cuál es la traducción de hot dog: como comida rápida o cachorrito

*N. de la T.: Conductora de un programa llamado The Weakest Link (El eslabón más débil).


2 comentarios:

  1. Interesante artículo. Solamente una cuestión. No he consultado el original, pero creo que fueron 47 los traductores de esta versión de la Biblia. Donde dice “ Hizo referencia a las modestas ambiciones de los 1611 traductores que declararon que la labor del traductor consistía en permitir que entrara la luz”, ¿no se referirá al año de su publicación, 1611?
    Un saludo

    Pedro Pérez

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  2. Gracias, Pedro, y disculpas por la gaffe. Julia

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