Mimi Carranza se presentó un día ante el Club de Traductores como "una amiga periodista y editora, un poco vagabunda". Aparentemente, vive en los EE.UU. y, desde allá, nos envía la siguiente columna que nos apuramos a publicar.
Tuit
La primera vez que vi la palabra tuit creí que a alguien se le había caído un brochecito sobre el papel. Pasé el dedo y como la palabra seguía ahí comprendí que la lengua castellana había recibido otro regalo inmerecido de la real academia: un alambre. Un hilo metálico que suena como aquellas pastillas laxantes llamadas Tuil y que a la vista resulta punzante. Recibir un tuit debe doler.
El alambre, como ocurre con las desgracias, no vino solo. Lo acompañan tuitear, tuiter y tuitero, imaginaciones techosas que no creo que nadie utilice nunca en serio. ¿Por qué una persona sensible tiene que escribir cosas tan feas si ya existe la palabra twitter. Ah, pero es inglés. ¿Y qué? ¿Tuiter no es la misma palabra inglesa pero disfrazada de española? ¿No es acaso como una “rubia teñida” (como decía despreciativamente mi abuela), una rubia disfrazada de rubia a la que las mechas californianas no le disimulan el morocho original? Hace ya tiempo que la real academia está llenando su diccionario de rubias teñidas y de alambres. Tuit no le hace sombra a güisqui ni a rocanrol, toples, tique, bluyín, balonvolea, jipi (hippie), jóquey (hockey), yóquey (Leguisamo), pádel y pimpón.
Parece existir en estos anglicismos enmascarados la intención de disimular su origen, vieja idea franquista que obligó a generaciones de españoles a pronunciar, tal como suenan, close up (closeup), bricolage (bricolaje) y woolite (bolite). Se decían así en la radio y en la televisión y lo repetía la gente, porque el franquismo fue como si Hitler y Mussolini hubieran seguido gobernando disfrazados de viejito petiso. Atuendo útil para firman condenas de muerte meses antes de morir en 1975 y para obligar a la gente a ser lo que no eran. Pronunciar a la española es, como su nombre indica, algo español, idiosincrasia impuesta que ni siquiera a aquel amargo y prolongado gobernante se le ocurrió exportar en forma de diccionario o de recomendaciones.
Vivimos en un mundo muy raro donde cualquier cosa puede ser posible, pero que un país extranjero imponga su visión lingüística a otras naciones, democráticas y libres, es extremadamente raro incluso en este mundo tan raro. Sobre todo porque la pretensión introduce costumbres y engaños inverosímiles: pronunciar el inglés a lo César Bruto; eliminar los extranjerismos anglosajones para introducir extranjerismos españoles. Por ejemplo: no deberíamos decir sandwichería sino bocadillería; no deberíamos decir ring sino cuadrilátero; no deberíamos decir rugby (rágby) sino rugbi, no deberíamos decir rugbier sino rugbista; tampoco habría que decir surf sino tabla ni por supuesto se debe pronunciar serf sino surf ni decir surfer (sérfer) sino surfista.
Y para resumir la idea de forma definitiva no se debería decir gong sino gongo así Gardel podría cantar como corresponde el conocido verso “te salvaste por el gongo” del conocido tango Knock out de amor que debería llamarse Púgil que recibe un golpe reglamentario del adversario y no se levanta antes de diez segundos lo que determina su derrota en el amor.
Hablar castellano no nos compromete a hablar el mismo castellano ni a entender las costumbres verbales de la misma manera. En realidad, no estamos obligados a hacerlo. No somos súbditos de la real academia y nada tienen que ver con nosotros —ni con cualquier país de América— las disposiciones de un organismo español que secuestró el destino de uno de sus idiomas (hay otros tres), cuya ideología nacionalista combina con los anacronismos y donde tienen generoso protagonismo la nobleza (casi setenta miembros entre marqueses, condes y duques), le roi stop Babar que puso Franco y los directivos de ciertas empresas como Endesa, Iberdrola, Banco de Santander, Telefónica, Repsol, Bankia, bbva, echétera.
Ser convertidos en clientes de nuestra lengua es un destino curioso. Bastante absurdo, en realidad. Se espera que compremos nuestras propias palabras pero atravesadas por la fealdad, la ignorancia y, sobre todo, el engreimiento que exhiben quienes se consideran propietarios del asunto.
Consumir anglicismos es como pasarse a la oposición, traicionar un producto y perder la fidelidad de la marca. Parece existir el temor, más bien la certidumbre, de que si consumimos twitter y no la rubia teñida alguien saldrá perdiendo. No la lengua. Hace más de cien años cuando los chicos argentinos jugaban al futbol las palabras básicas estaban en inglés; no es necesario consultar del Diccionario Enciclopédico Olé para enterarse de que hoy el vocabulario más elemental de un hincha está compuesto de cientos de sutiles matices y vocablos criollísimos. No perdió nada el castellano porque se dijera o se diga wing, centroforward o referee o cualquier cosa necesaria para nombrar algo nuevo o inexistente. No pierde nada la lengua —que nosotros hablamos— porque utilicemos extranjerismos. Pierden los que pretenden vendernos la suya como si no tuviéramos ya la nuestra.
Posiblemente, entre el tuit y el manual de estilo digital llegó mi colmo. ¿Pero esa gente no tendrá hijos? ¿A qué clase de marcianos pretenden enseñarles a escribir online, a usar emoticones y abreviaturas de sms? ¿A nuestros chicos que nacieron con una computadora bajo del brazo, escriben a la velocidad del rayo, miran diecisiete pantallas al mismo tiempo, hablan por el celular, tararean la música del mp3 y todavía les queda espacio mental para discutir con nosotros sobre quién pasea el perro? ¿El manual está destinado a los adultos, a los que hace veinte años usamos las nuevas tecnologías y si tenemos alguna duda se la preguntamos a nuestros hijos a cambio (justa e injustamente) de pasear al perro?
Dudo mucho que los auspiciantes de este volumen piensen que son necesarias recomendaciones y estudios de más de cuarenta expertos sobre cortesía en la red o que alguien no pueda dormir por averiguar qué símbolos deben utilizar en twitter. La inutilidad del libro es evidente. No así su precio: 23 dólares.
Quizás extraterrestres alicaídos crean conveniente hacer el gasto. No les conviene el optimismo. Con los 23 dólares no tendrán ni para empezar. El interesante opúsculo sólo sirve para el mundo digital. Si de verdad quieren aprender su propio idioma deberán comprar también la nueva ortografía; la nueva gramática; el diccionario de americanismos si se da el caso, como es evidente, de que usted sea un cliente posta, es decir, transatlántico. Total de la inversión en lo que su mamá le enseñó gratis: unos 500 dólares.
Pero no se quede tan contento ni se ponga a cantar Viejo esmoquin. Ninguna de estas obras es para toda la vida. El diccionario de americanismos que se publicó en 2010 (aunque tardó 120 años en salir del limbo) será sustituido por una nueva versión prometida para 2014. Gracias a las investigaciones patrocinadas por Endesa (y cito textualmente de la página web —o gueb— de la real institución) “se determinarán qué rasgos gramaticales de Hispanoamérica y Filipinas deben añadirse al diccionario de americanismos”. La fecha no es casual. En el 2014 se podrá festejar la labor histórica de la propia academia y la colocación disimulada (seguramente por la noche) de las 7100 islas que componen Filipinas en el mar Caribe. Prodigios que justifican los 500 dólares y nos hacen concebir la esperanza de que the motherland rae se instale con todos los honores, aunque con bastante frío, en las islas Sandwich del Sur donde les resultará cómodo enseñar a hablar correctamente a los elefantes (oh) marinos y a las que podrán bautizar —sin inconveniente ninguno por nuestra parte— como islas Emparedado Antártico, Bocadillo del Sur o Bocata Austral.
Medford, Middlesex County, Massachusetts.
La autora simpatiza con los siguientes blogs y campañas.
—Antes, la Reina Sofía era española y griega. Ahora, es española ye
—Contra la reforma ortográfica de la RAE
—En contra de los cambios propuestos por la RAE
—La Asociación Española de Amigos del Cómic
—La RAE apuesta por el analfabetismo. Contra la aceptación de “asín” por parte de la RAE
—Movimiento contra la Nueva Gramática de la RAE
—Queremos que la RAE incluya la bibliografía de las fuentes de sus obras
—Todos contra la RAE
—Yo también estoy contra los cambios dados por la RAE en la ortografía
—Yo también estoy en contra de las nuevas acepciones en la RAE
—Se habla español de la Fox. Especialmente fan de Jorge Ignacio Covarrubias.
—Dígalo bien de la ANLE. Sobre todo los consejos de Jorge Ignacio Covarrubias.
Y en relación con los efectos devastadores del franquismo que se extienden hasta nuestros días y otras lenguas, véase la decisión catalana respecto de twitter, twitear y demases: http://www.termcat.cat/ca/Comentaris_Terminologics/Consultes_Terminologiques/80/
ResponderEliminarPaulenka, mejor no usar más el twitter, ¿no? Qué horror.
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