La escritora Anna-Kazumi Stahl nació en los Estados Unidos, de padre aelmán y madre japonesa. Más tarde se radicó en Buenos Aires, donde vive y escribe en castellano. Lo que sigue es su crónica de la literatura japonesa traducida en la Argentina, publicada en el número especial de Ñ del 22 de septiembre último.
Literatura japonesa en la Argentina
Por muchos años, en la Argentina –como en muchas otras provincias de la lengua castellana– la literatura japonesa se leyó a partir de versiones traducidas del inglés y del francés, y no del japonés. De hecho, si uno mira en detalle la literatura japonesa que se publicaba y publica en castellano, encuentra, por ejemplo, que País de nieve (de Kawabata), publicada hace unos años, no es traducción de Yukiguni, sino de Snow Country, y que La estructura del iki (de Shuzo Kuki), de 2012, se publicó tomando como base La Structure de l'iki (vale decir, la version francesa) en vez del original Iki no kozo. En consecuencia, la práctica de la mediación por una tercer lengua, sigue viva.
En el 1957 (cuando la revista Sur dedicó un número a la nueva literatura japonesa), una figura como Kazuya Sakai era una llamativa excepción. Nacido en Argentina, educado en Japón, estuvo de nuevo en Buenos Aires desde 1951 al 1963, instalándose luego en México por casi 4 décadas. En ese período, tradujo mucha literatura japonesa, clásica y moderna, y siempre desde el original. Sakai –quien también fue pintor– hoy tiene obras expuestas en Japón, Argentina, México, Brasil y EEUU. Paradójicamente, sus traducciones son más difíciles de rastrear, aunque muchas han sido digitalizadas en El Colegio de México.
Pocos son los ejemplos como el de Sakai. En la década de 1950 era más fácil encontrar a un diplomático japonés que tradujera obras literarias que a un traductor literario. En este sentido, tenemos una deuda cultural con dos ex Embajadores destinados a las Américas: Eikichi Hayashiya tradujo a Basho con Octavio Paz, y Masateru Ito tradujo a Kamo no Chomei).
Pero el énfasis actual es diferente: hay más bilingüismo japonés-español, más hispanistas y latinoamericanistas allá, y más seguidores de lo japonés aquí. Hasta las becas para traducción literaria de la Fundación Japón apuntan a lenguas menos representadas anteriormente, incluyendo el español. Por eso, Yoshiko Sugiyama con Héctor Jimenez Ferrer pudieron traducir a Yoko Ogawa desde el original, tratándose de una prodigiosa voz nueva, premiada en Japón y elogiada por el Premio Nóbel Kenzaburo Oe.
Entre los que trabajan de forma independiente, hay que destacar a Amalia Sato, traductora y gestora cultural (dirige la revista Tokonoma). Argentina de ascendencia japonesa, Sato valora trabajar desde el idioma original, a veces debatiendo detalles con hablantes nativos japoneses o comparando con traducciones a otras lenguas. Así hizo sus versiones de Historias de la palma de la mano de Kawabata y En construcción (cuentos) de Mori Ogai.
El argentino Alberto Silva estuvo 20 años en Japón como profesor en la Universidad de Estudios Extranjeros en Kyoto. Combina estudios y vivencias en Japón con ser poeta en su lengua materna; así logra traducciones con precisión y sensibilidad. Trabaja del japonés, a veces debate detalles con un equipo de hablantes nativos en Japón. Hoy es de los que mejor traducen la poesía japonesa, captando las sutilezas autóctonas.
Un caso japonés es Ryukichi Terao (Universidad de Ferris, Yokohama) que puede elegir traducir obras de Kobo Abe – novelista y dramaturgo de mitad del sXX que no debió ser “olvidado” como lo ha sido. Sus argumentos existencialistas y fantásticos, su aguda crítica social resuenan mucho con las circunstancias actuales, desde lo político a lo ecológico. Es verdad que la mayoría se publica en España, pero también salió una traducción original en Argentina: Los cuentos siniestros de Abe.
Hay otro circuito que quizás debiera aprovecharse más: desde la colectividad nikkei (los descendientes de japoneses en otras partes del mundo) han surgido nuevos traductores también: es el caso de Mónica Kogiso que, siendo argentina y traductora profesional del japonés al castellano, tradujo Una novela real de la narradora contemporánea Minae Mizumura. Como el punto de un iceberg, uno al indagar encuentra muchos trabajos, hechos con modestia y casi desde el anonimato, para ir traduciendo fuentes culturales como parte de la identidad propia: para mencionar sólo un par de ejemplos, eg periodistas del diario La Plata Hochi , investigadores como C Sakihara, A Kuda y otros que produjeron La historia del inmigrante japonés en Argentina, o Cecilia Onaha que dirige el Centro de Estudios Japoneses de la UNLP.
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