Silvia Camerotto contribuyó al número especial de Ñ (que se cierra justamente con este trabajo) con un artículo sobre traducción de poesía. En él da cuenta de los tres tomos de la antología y ensayo publicado por Lyzandro Z. D. Galtier en la década de 1960, pero también se ocupa de algunos de los traductores de poesía más consecuentes, del lugar que al género le cabe en el mundo editorial y de los blogs de poesía traducida, muchos de los cuales pueden buscarse en la columna de la derecha de esta misma página.
Traducción, tarea humilde, proceso riguroso
“Traducción, tarea humilde, proceso riguroso”: así dice el título de uno de los capítulos del tomo I de La traducción literaria, Antología del poema traducido, de Lyzandro Z. D. Galtier, poeta bilingüe, traductor y artista plástico, nacido en 1901 en la localidad de Pigüé, al sur de la provincia de Buenos Aires, que recibió el premio Konex de traducción en 1984, un año antes de su muerte en 1985.
Galtier publicó en francés, Itinéraire, suivi de Réalité du Souvenir (1936), Lumière de Pampa (1937) y Mot de passe: Dénouement (1942), y en castellano, Luz de Pampa (1950) y Penumbra lúcida (1968), además de numerosos ensayos de los que se destacan Carlos de Soussens y la bohemia porteña (1973) y Leopoldo Lugones, el enigmático (1993). Entre sus muchas actividades, en la segunda mitad de la década de 1950, conformó una colección integrada por pasteles, una carbonilla, un trabajo a lápiz y una monocopia con las obras que Jacobo Fijman, amigo del poeta, le regalaba cuando lo visitaba en el Borda. Antes, en 1939, fundó la Association Les Amis de Milosz, autor cuya obra sería todavía desconocida, si no fuera porque Galtier dedicó años de su vida a la traducción de aproximadamente unos 16 libros del poeta lituano. Según consta en el prólogo que escribiera Adolfo de Obieta en Oskar Vladislav de Lubicz Milosz. Antología poética –en la Colección Los Poetas, que, dirigida por Aldo Pellegrini, publicaba Fabril Editora– Galtier era un visionario. De hecho, lo fue y la Antología del Poema Traducido, lo demuestra. Publicada en 1965 por Ediciones Culturales Argentinas, con el auspicio del Ministerio de Educación y Justicia, dicha obra, de 3 tomos, consta de 586 poemas traducidos por 213 traductores, correspondientes a 210 poetas, cronológicamente ordenados. El tercer tomo registra poemas de 78 autores argentinos traducidos al inglés, italiano, francés, alemán, lituano, checo, serbio, idish, sueco, portugués y latín.
En el Tomo I Galtier discurre en torno a los problemas de la traducción literaria contemplando la función del traductor, la historia y evolución de la traducción del libro, los métodos y técnicas para traducir, la poesía traducida y la traducción como obra de arte. Incluye además un apéndice sobre temas prácticos como estatutos, cuestiones editoriales, remuneración y el régimen de traducciones en nuestro país.
El Tomo II consta de una larga nómina de autores de otras lenguas traducidos al castellano muchas veces por escritores argentinos de trascendencia tales y como los que se mencionan ut supra. Y por último, en el Tomo III hallaremos autores argentinos traducidos a otros idiomas. De las traducciones más destacadas está la que hiciera William Carlos Williams de “Los caballos infinitos”, un poema de Silvina Ocampo.
Esta operación de recorte y puesta en papel de Galtier es quizás la primera mirada de conjunto de la poesía traducida en la Argentina y podemos afirmar que no hubo otras luego de esta, al menos, no en el sentido histórico-evolutivo, sino que más bien el campo de trabajo se hizo más acotado o reconcentrado perdiéndose la visión global. El corpus sobre el que se trabaja en la Antología … configura de algún modo la práctica literaria y la cultura nacional.
Editoriales, blogs y traductores de poesía
Si bien el caso Galtier es casi el único, nunca se dejó de traducir poesía en nuestro país, y además, se tradujo bien. Recordemos así los títulos de la colección de Pellegrini en Fabril –traducidos por Oliverio Girondo y Enrique Molina, Jorge Zalamea, Rodolfo Alonso, Juan José Ceselli, Carlos Viola Soto y Santiago Kovadloff, entre otros– que nos alimentaron durante años dejando a mano versiones de una gran cantidad de autores, y que permitieron que pudiésemos incorporar a nuestro imaginario literario a Ungaretti, Michaux, Pound, Pessoa. Pero, además de Fabril, también está la cordobesa Ediciones Assandri –con Rimbaud y Novalis por Alfredo Terzaga, Stefan George por José Vicente Álvarez, los poetas metafísicos ingleses y William Butler Yeats por Enrique Caraciollo Trejo–, la hoy mítica Ediciones del Mediodía –con Ginsberg, Corso y Ferlinghetti, traducidos por Marcelo Covián–, o las Ediciones Librerías Fausto –con traducciones de Raúl Gustavo Aguirre, Horacio Armani, Alberto Girri, Rodolfo Modern, Víctor Goldstein, Federico Gorbea y E.L Revol–, o los muchos títulos de Editorial Fraterna –Theodore Roethke y Allen Tate, por ejemplo, traducidos por Alberto Girri–, o de Corregidor –nuevamente Girri, Modern y Revol, y Elizabeth Azcona Cranwell–, o de Libros de Tierra Firme –con traducciones de Jorge Fondebrider y Gerardo Gambolini– y los no menos queridos cuadernillos del Centro Editor de América Latina con su colección “Los Grandes Poetas” que contribuyeron al panorama poético.
Pasada la época de oro del visionario Galtier, los editores argentinos –en general– no muestran por su escasa rentabilidad –pero también por ignorancia– mayor interés en la traducción de poesía. Con todo, hoy la posta ha sido retomada por sellos pequeños, pero muy activos, como Bajo la luna o los cordobeses de Ediciones del Copista y Alción y, en menor medida, Ediciones del Dock, que contaba con una buena colección de poesía traducida dirigida por el desaparecido Javier Adúriz. También por editoriales incipientes como Ruinas Circulares y Gog y Magog. Todas ellas –a las que sin duda podrían sumarse otras– con o sin apoyo institucional, pero generalmente en condiciones precarias asumen un compromiso loable para con la poesía, basado en el interés personal de los editores, quienes entienden que la traducción de poesía no es una contribución menor porque la literatura argentina es impensable sin ella: las traducciones la han nutrido, aun cuando su importancia no se mida con la justicia que merece. Y no importa aquí sí leímos o no a los verdaderos autores de la vanguardia británica y estadounidense o a la versión que Girri y otros nos ofrecieron, traduciéndolos al modo de sus plumas. Tampoco importa en esta instancia dilucidar si la rima o el ritmo deben o no mantenerse. La cuestión fundamental es que sí leímos a esos autores y lo hicimos como condición indispensable para la construcción poética en el mundo.
Desde hace varios años, y afortunadamente, la edición en papel comenzó a complementarse con espacios de difusión y discusión nacidos en soporte web: los blogs. La cantidad de blogs que se dedican centralmente a publicar traducciones muchas veces hechas por los mismos editores de blogs, como así también las de otros traductores, es infinita. Estos espacios –llámense Otra iglesia es imposible (Jorge Aulicino), Decantasión (de Gerardo Lewin), Las Egerias (de Florencia Beranger), Faro vacío (Gerardo Gambolini), Emma Gunst, etc.– desarrollan un trabajo sistemático e interesante, donde es posible leer autores contemporáneos de todo el mundo, con la alternativa de editar cada vez que sea necesario, ventaja más que conveniente. La ley de la compensación hace que aquellos que traducen y cuyos trabajos se amontonan en sus ordenadores puedan ver la luz de uno u otro modo, sobre todo y más que nada “de otro modo”.
Es interesante pensar la traducción y las ideas de la traducción como elementos para la reflexión crítica de un período de la historia, para la visión particular de cómo se está diciendo el mundo y para el acercamiento de las culturas. Además, la visión ‘blog’ nos permite paralelos y variaciones de los mismos temas ad infinitum. Los lectores muchas veces dejan como comentarios sus propias versiones del poema que fuera publicado.
Las traducciones, cuanto más afortunadas, nos conducen directo a la belleza poética –si es que la belleza puede ser definida en alguna de sus formas– que no tiene que ver ni con la fidelidad ni con la verosimilitud, sino con la parte más esencial del hecho artístico en relación con el oficio de traductor, en la que las correspondencias lexicales o rítmicas no son quizás lo más importante, sino la naturaleza del espíritu y la comunión entre autor-traductor.
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