Traductora de Colette, Jabès, Michaux, Rimbaud, Ponge, Verne y muchos otros autores franceses, Julia Escobar publicó la siguiente columna en El Trujamán del 19 de agosto de 1999. Pese al tiempo transcurrido, entendemos que todavía es pertinente y por eso la reproducimos.
Mantener o corregir el error
En todas las sociedades hay una sacralización del artista que tiende a colocarlo por encima de los demás mortales. Kafka, en su relato “Josefina la cantora”, toca muy en lo vivo esa especie de bula que tienen los artistas en el concierto social; pero hay una modalidad que, en el caso de los escritores, solo funciona cuando se es extranjero y por lo tanto traducido. Me refiero al hecho, generalmente asumido por todos los lectores de traducciones, de que el autor nunca se equivoca y que, de haber un error en su texto, el responsable tiene que ser el traductor.
Para empezar están los errores gramaticales y de estilo. Es evidente que no todos los escritores son estupendos redactores ni magníficos prosistas. Muchos —la mayoría— han sido traducidos no tanto por sus méritos literarios sino por razones de tipo coyuntural (moda, presiones políticas, compromisos editoriales, etc.); pero el traductor, si es buen redactor en su idioma, corregirá con entera naturalidad dichos errores.
No ocurre lo mismo cuando el autor, en su narración, comete errores de tipo aritmético, o hace una cita equivocada, o desfases cronológicos o cualquier otro tipo de despiste contrastable en las enciclopedias por el lector bien documentado.
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