jueves, 31 de octubre de 2013

De controles y controladores

Editor de www.elcastellano.org y autor de La fascinante historia de las palabras, el uruguayo Ricardo Soca publicó en la edición de Ñ, del 18 de octubre pasado, el siguiente artículo sobre las academias de la lengua americanas y su vergonzosa dependencia de España.

Academias americanas: un inquilino en Madrid

La Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE) no es sino un departamento de la Real Academia Española, por cuya iniciativa y a cuya imagen y semejanza fue creada. Por la distribución notoriamente asimétrica del poder entre el socio mayor y el resto de sus miembros, determinada estatutariamente, ASALE es una entidad ficticia, que funciona al compás de los designios de su artífice y rectora.

La asociación actúa bajo un férreo control de Madrid, al servicio, pues, de los intereses comerciales y diplomáticos del reino de España, que no necesariamente habrán de coincidir con los de los otros veintiún países representados por las academias “hermanas”.

La idea de crear sucursales en América fue concebida en el siglo XIX en Madrid, con miras a rescatar algo del imperio colonial perdido que ya no se podía reconquistar por las armas. El académico Alfonso Zamora Vicente lo explicó con sorprendente transparencia en su libro La Real Academia Española (1999) al narrar hechos de la segunda mitad del siglo XIX: [...] la Academia acuerda crear Academias de la lengua castellana o española, como correspondientes suyas y a su imagen organizadas. Con tal relación, la Academia Española se propone realizar fácilmente lo que para las armas y la diplomacia ya es imposible hacer: reanudar los vínculos violentamente rotos [...].

En los años siguientes, por todas partes surgieron academias correspondientes, algunas de ellas llevadas de la mano por Madrid; otras, como la argentina y la uruguaya, por iniciativa de sus respectivos gobiernos y con carácter de “asociadas”, que no de “correspondientes”.

En 1951, se creó la ASALE, cuyo carácter subalterno se admitía sin ambages en los primeros estatutos: Art. 2. Las Academias correspondientes de la Real Academia Española reconocen que esta es, por derecho propio, la llamada a dirigir esta labor colectiva de defensa y promoción del idioma castellano.

No se explica cuál sería la fuente de ese “derecho propio” ni de qué molinos de viento debería ser “defendido” el idioma castellano; se pretende que tales afirmaciones sean aceptadas a priori, sin necesidad de discusión, tal como se aceptan las leyes naturales o las creencias religiosas.

Entre las metas de ASALE, figuraba en 1951 la muy subalterna de “colaborar con la Real Academia Española, según las instrucciones de esta, en la redacción de Gramática y Diccionario y especialmente en la recolección de los regionalismos de su respectiva área lingüística”.

Este esfuerzo por el control lingüístico de las antiguas colonias avanzó con lentitud hasta los años 90, cuando se presentó una nueva realidad: la globalización de la economía ofreció a España la posibilidad de explotar con sus empresas el suculento mercado de más de 400 millones de hispanohablantes. La vieja ideología nacionalista fue entonces reformulada con el discurso llamado “panhispánico”, que nació arropado con ideologemas apropiados a las nuevas circunstancias: el español como “lengua total”, “lengua de encuentro”, “activo estratégico” y “lengua mestiza”, como señaló José del Valle en La patria, ¿lengua común? (2007).

Hacia los años 90, una alicaída ASALE fue reflotada para servir como estandarte del panhispanismo, para reabrir el camino de las Indias a las empresas españolas y en 1997 se inauguró con fanfarria el I Congreso Internacional de la Lengua Española, como expresión del nuevo papel de la Academia y sus “hermanas”.

En 2007 se aprobaron nuevos estatutos de ASALE en los que se consolidó el poder omnímodo de la casa tricentenaria. En ellos se establece sin tapujos que el “presidente nato” de la Asociación de Academias será el director de la Real Academia Española (art. 15) y su tesorero, un miembro de la institución madrileña, nombrado por la Junta de Gobierno (art. 17).

El secretario general de la asociación, cuyas tareas son colaborar con el presidente, llevar las actas, cuidar los archivos y figurar como presentador de ASALE, puede ser un miembro de cualquier academia excepto la española (art. 16). Este cargo lo ejerce desde hace diecinueve años el lingüista cubano Humberto López Morales, radicado en Madrid.

El desbalance de poder en el seno de ASALE queda aun más claro en la composición de su órgano rector, la Comisión Permanente, que en la práctica funciona la mayor parte del tiempo en Madrid con su presidente, su secretario y su tesorero, es decir con tres miembros, dos de los cuales serán siempre de la RAE (art. 23), según muestra Silvia Senz en El dardo en la Academia (2011).

Además del férreo control establecido en los estatutos, la Academia Española impone la presencia del rey de España en todos sus Congresos como símbolo solemne de su poder incontestable. En un ritual que contradice la tradición republicana de las excolonias, el monarca es quien inaugura y preside cada Congreso, junto con el primer mandatario del país anfitrión. La intención de esta liturgia dieciochesca es la misma que dio lugar en el siglo XIX al hispanoamericanismo: fortalecer la noción de que “la cultura hispánica posee una jerarquía interna en la que España ocupa una posición hegemónica”, como demuestran José del Valle y Gabriel Stheeman en Nacionalismo, hispanismo y cultura monoglósica (2004).

El papel avasallante del socio español queda de manifiesto también en las obras académicas, cuya autoría es atribuida a la RAE y a la ASALE, como si la primera no formara parte de la segunda. El papel de primus –aunque no inter pares− de la corporación madrileña se hace evidente asimismo en los prólogos de las obras académicas, en los que son habituales menciones como “la Real Academia Española y las demás academias hermanas”.

Según datos públicos ofrecidos en Internet, la web de ASALE está albergada en el servidor rae.es y tiene como administradora la gerente de la Academia Española, Montserrat Sendagorta Gomendio.

La Asociación de Academias es una entidad de mentirillas; por la distribución de poder en su seno –fuertemente concentrado en académicos de la casa madrileña– por su historia, por su funcionamiento y por sus estatutos, ASALE tiene una existencia meramente ficcional: funciona como un departamento de la RAE, de cuyo vientre fue parida, y actúa de acuerdo con los intereses de esta que, en última instancia, son los del Estado español.


No hay comentarios:

Publicar un comentario