Editor de www.elcastellano.org y
autor de La fascinante historia de las
palabras, el uruguayo Ricardo Soca publicó en la edición de Ñ, del 18 de
octubre pasado, el siguiente artículo sobre las academias de la lengua
americanas y su vergonzosa dependencia de España.
Academias americanas: un inquilino en Madrid
La asociación
actúa bajo un férreo control de Madrid, al servicio, pues, de los intereses
comerciales y diplomáticos del reino de España, que no necesariamente habrán de
coincidir con los de los otros veintiún países representados por las academias
“hermanas”.
La idea de crear
sucursales en América fue concebida en el siglo XIX en Madrid, con miras a
rescatar algo del imperio colonial perdido que ya no se podía reconquistar por
las armas. El académico Alfonso Zamora Vicente lo explicó con sorprendente
transparencia en su libro La
Real Academia Española (1999) al narrar hechos de la segunda
mitad del siglo XIX: [...] la Academia acuerda crear
Academias de la lengua castellana o española, como correspondientes suyas y a
su imagen organizadas. Con tal relación, la Academia Española
se propone realizar fácilmente lo que para las armas y la diplomacia ya es
imposible hacer: reanudar los vínculos violentamente rotos [...].
En los años
siguientes, por todas partes surgieron academias correspondientes, algunas de
ellas llevadas de la mano por Madrid; otras, como la argentina y la uruguaya,
por iniciativa de sus respectivos gobiernos y con carácter de “asociadas”, que
no de “correspondientes”.
En 1951, se creó la ASALE , cuyo carácter
subalterno se admitía sin ambages en los primeros estatutos: Art. 2. Las Academias correspondientes de
la Real Academia
Española reconocen que esta es, por derecho propio, la llamada a dirigir esta
labor colectiva de defensa y promoción del idioma castellano.
No se explica cuál
sería la fuente de ese “derecho propio” ni de qué molinos de viento debería ser
“defendido” el idioma castellano; se pretende que tales afirmaciones sean
aceptadas a priori, sin necesidad de discusión, tal como se aceptan las leyes
naturales o las creencias religiosas.
Entre las metas
de ASALE, figuraba en 1951 la muy subalterna de “colaborar con la Real Academia
Española, según las instrucciones de esta, en la redacción de Gramática y
Diccionario y especialmente en la recolección de los regionalismos de su
respectiva área lingüística”.
Este esfuerzo por
el control lingüístico de las antiguas colonias avanzó con lentitud hasta los
años 90, cuando se presentó una nueva realidad: la globalización de la economía
ofreció a España la posibilidad de explotar con sus empresas el suculento
mercado de más de 400 millones de hispanohablantes. La vieja ideología
nacionalista fue entonces reformulada con el discurso llamado “panhispánico”,
que nació arropado con ideologemas apropiados a las nuevas circunstancias: el español
como “lengua total”, “lengua de encuentro”, “activo estratégico” y “lengua
mestiza”, como señaló José del Valle en La
patria, ¿lengua común? (2007).
Hacia los años 90, una alicaída
ASALE fue reflotada para servir como estandarte del panhispanismo, para reabrir
el camino de las Indias a las empresas españolas y en 1997 se inauguró con
fanfarria el I Congreso Internacional de la Lengua Española ,
como expresión del nuevo papel de la Academia y sus “hermanas”.
En 2007 se
aprobaron nuevos estatutos de ASALE en los que se consolidó el poder omnímodo
de la casa tricentenaria. En ellos se establece sin tapujos que el “presidente
nato” de la Asociación
de Academias será el director de la Real Academia Española (art. 15) y su tesorero,
un miembro de la institución madrileña, nombrado por la Junta de Gobierno (art. 17).
El secretario
general de la asociación, cuyas tareas son colaborar con el presidente, llevar
las actas, cuidar los archivos y figurar como presentador de ASALE, puede ser
un miembro de cualquier academia excepto la española (art. 16). Este cargo lo
ejerce desde hace diecinueve años el lingüista cubano Humberto López Morales,
radicado en Madrid.
El desbalance de
poder en el seno de ASALE queda aun más claro en la composición de su órgano
rector, la
Comisión Permanente , que en la práctica funciona la mayor parte
del tiempo en Madrid con su presidente, su secretario y su tesorero, es decir
con tres miembros, dos de los cuales serán siempre de la RAE (art. 23), según muestra
Silvia Senz en El dardo en la Academia (2011).
Además del férreo
control establecido en los estatutos, la Academia Española
impone la presencia del rey de España en todos sus Congresos como símbolo
solemne de su poder incontestable. En un ritual que contradice la tradición
republicana de las excolonias, el monarca es quien inaugura y preside cada
Congreso, junto con el primer mandatario del país anfitrión. La intención de
esta liturgia dieciochesca es la misma que dio lugar en el siglo XIX al
hispanoamericanismo: fortalecer la noción de que “la cultura hispánica posee
una jerarquía interna en la que España ocupa una posición hegemónica”, como
demuestran José del Valle y Gabriel Stheeman en Nacionalismo, hispanismo y
cultura monoglósica (2004).
El papel
avasallante del socio español queda de manifiesto también en las obras
académicas, cuya autoría es atribuida a la RAE y a la ASALE , como si la primera no formara parte de la
segunda. El papel de primus –aunque no inter pares− de la corporación madrileña
se hace evidente asimismo en los prólogos de las obras académicas, en los que
son habituales menciones como “la Real Academia Española y las demás academias
hermanas”.
Según datos
públicos ofrecidos en Internet, la web de ASALE está albergada en el servidor
rae.es y tiene como administradora la gerente de la Academia Española ,
Montserrat Sendagorta Gomendio.
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