miércoles, 30 de octubre de 2013

¿Existe o no la diferencia?

Una columna del traductor chileno Adán Kovacsics (foto) publicada el 18 de octubre pasado en El Trujamán. Allí se vincula la traducción al acto de escritura, una de esas posibles polémicas a la que nos tiene acostumbrados la profesión.


Escribir-traducir

En una extraordinaria y deleitosa conferencia que John Rutherford pronunció hace más o menos año y medio en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona en el marco del encuentro «El Ojo de Polisemo», el traductor del El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha al inglés se refirió a las dificultades con que se había topado en su carrera cuando se trataba de valorar la labor del traductor, tanto en general como en particular. Contó como botón de muestra que, en un proyectado prólogo para su versión inglesa del Quijote, señalaba que él había «escrito la traducción» siguiendo estos y aquellos criterios. Envió su texto preliminar a la editorial, y su editora le respondió comunicándole que una traducción «no se escribía». A lo cual Rutherford le preguntó qué verbo había de utilizar si una traducción no se escribía (ni se cantaba, ni se susurraba, ni se inventaba, ni se volcaba). Si mal no recuerdo, la editora propuso entonces algo así como «producir», que fue la palabra que finalmente apareció en el prólogo. No sé si reflejo exactamente el hilo del relato del traductor de Cervantes, pero así se me ha quedado grabado en la memoria.

Sea como fuere, Rutherford no se encuentra solo al relacionar el «traducir» con el «escribir». Son varios los traductores y también los teóricos para los cuales no existe, o apenas existe, diferencia entre la escritura y la traducción. De tal manera, esta queda entrelazada, como debe ser, en el vasto tejido de la literatura, de la que forma parte intrínseca como un género literario más.

Sin embargo, no conviene empecinarse en esta equiparación, que podría acabar desdibujando ciertas especificidades de la traducción, su particular relación con las lenguas y con el lenguaje en general, el hecho de que requiera el conocimiento de como mínimo dos idiomas, adentrarse en ellos y palpar por esta vía el núcleo de las palabras.

Precisamente en el foco, en el abismal punto medio entre las dos lenguas se toca el logos, el orden del universo que se manifiesta en el lenguaje. La palabra «casi» existe en los idiomas porque existe un «casi» en el mundo, lo mismo que «ayer» y «crepúsculo» y «tensión» y «vértigo». Y la forma de ese «casi» que está en el mundo es lingüística, la forma de los hechos es lenguaje. Y esto es precisamente lo que hace posible la traducción, la cual de lo contrario ni siquiera podría existir, se convertiría en una vacua traslación de signos sin fondo, de señales que no señalan (lo cual, por cierto, en muchas ocasiones ocurre).

Se podría argumentar, eso sí, que cuanto acabo de sugerir rige en general para la escritura y que también en esta se manifiesta el orden del mundo que expresan las palabras. Pues sí... Y, ojo, puede que al final acabe siendo el escritor un traductor. De todas formas, es en la traducción, precisamente porque esta se mueve entre lenguas, donde el logos se atisba de manera más clara, incomparable e inquietante.

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