El traductor español Mario
Grande (quien con Mercedes Fernández Cuesta formó
un tándem de traductores activo desde 1998)
publicó la siguiente columna en El Trujamán del jueves 28 de noviembre pasado.
Lenguajes ficticios y traducción: caminos insospechados
Los lenguajes ficticios ocupan un
lugar peculiar en libros, cómics, películas y videojuegos. No solo por su
función narrativa, sino también por cuestiones asociadas a la traducción. Su
presencia suele vincularse a entornos utópicos/distópicos, mundos mágicos, el
espacio exterior. En ellos se hablan, se escriben, se leen y se escuchan, entre
otros, la neolengua de Orwell (1984), el sindarin de Tolkien (El
Señor de los Anillos) y el klingon de Marc Okrand (Star Trek), el
nasdat de Burgess (La naranja mecánica) y el sildaviano de Hergé (El
cetro de Ottokar), el na’vi de Paul Frommer (Avatar), las siete
lenguas mágicas en la saga de Harry
Potter de J. K. Rowling, los
cerca de ciento cuarenta idiomas de los episodios de La guerra de las galaxias,
obra de multitud de creadores, o el valiriano de Juego de tronos, inspirado en
las novelas de George R. R. Martin. De algunos lenguajes ficticios solo se
tiene vaga noticia o se conocen unas pocas palabras, en tanto que otros se nos
presentan con un notable desarrollo histórico, social y gramatical: léxico,
alfabeto, morfología y sintaxis, incluso cierta literatura. Los lenguajes
ficticios pueden inspirarse en lenguas conocidas —identificándose con ellas,
como la neolengua y el inglés de mediados del siglo xx— de las que extraen cualidades
que refuerzan su función narrativa. Rasgo común a todos ellos es su potencia
comunicadora anterior a la traducción. Por ejemplo, de la neolengua sabemos que
es una lengua en continua reelaboración y reescritura (se está redactando la
undécima edición del Diccionario) mediante la destrucción de palabras,
procedimiento considerado por el Gran Hermano más útil que la traducción
(tildada de falsificación) para lograr el objetivo de anular la facultad humana
del lenguaje como expresión del pensamiento hacia el año 2050 (dos vueltas de
tuerca al lenguaje de Houyhnhnms y Yahoos en la sátira de Swift). El lector
difícilmente puede sustraerse al horror de una lengua sin pasado ni futuro. En
otros casos, el recurso a lenguas célticas como el galés basta para revestir al
relato de la Tierra Media
de un expresivo manto de mítica antigüedad. El nadsat, que se sirve del ruso,
funciona eficazmente como argot en plena guerra fría (como el fugaz runglish de
Arthur Clarke en2001: una odisea del espacio). Lo mismo que el
sildaviano, inspirado en el dialecto holandés de Bruselas), da cuenta de la «Anschluss»
de Sildavia por Borduria. Otros lenguajes ficticios van derechos a provocar la
emoción mediante la sonoridad, el tono, la frecuencia: el na’vi asociado con la
inocencia, igual que el lenguaje de los ewoks (de tonalidad tibetana) o el
hutés (de fonética quechua). Como si los lenguajes ficticios llegaran más
profundamente. Y más allá de las fronteras del lenguaje humano, sirven de medio
de comunicación entre humanos, no humanos y máquinas androides. Su máxima
expresión sería C-3PO, el simpático robot dorado de La guerra de las galaxias capaz de traducir seis millones de
idiomas (lo que le convertiría en patrono, honra y prez de los traductores
electrónicos, siempre que no le extraigan la memoria artificial, claro).
La pregunta es:
¿quién traduce los lenguajes ficticios? Paradójicamente, esta labor no la
efectúa el traductor, pues no ha tenido oportunidad de formarse en esos
lenguajes. La traducción, cuando procede, (o, quizá mejor, una suerte de
metatraducción dentro del texto en cuestión) recae en manos del autor, creador
del lenguaje ficticio y único conocedor del mismo, a diferencia del mito de
Babel. Al traductor le cabría intervenir en el caso de que fueran precisas
adaptaciones. Alguien como Coetzee sugeriría que este tipo de lenguajes son una
manifestación autoritaria por cuanto no son interactivos, sociales. Abogaría
por el silencio. Alguien como Rushdie lo celebraría por lo que tiene de híbrido
o ecléctico. Internet ha modificado los términos del debate, permitiendo la
continuación del proceso de creación y traducción de estos idiomas ficticios
colectivamente, transformando lo que quizá naciera con voluntad hermética de
creación de la imagen del Otro Absoluto en acto de comunicación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario