El 4 de mayo de 2011
Elena Kaláshnikova publicó en Rusia
hoy una entrevista realizada varios años antes con Evguenia Lysenko (1919-2004), traductora de español, polaco y
francés. Allí se lee que, entre sus traducciones más notables se encuentran las
novelas de los escritores del Siglo de Oro español: El diablo cojuelo de Luis Vélez de Guevara, Oráculo manual y arte de prudencia y El Criticón de Baltasar Gracián, y también, 62.
Modelo para armar y El libro de
Manuel de Julio Cortázar, Diario de la Guerra del Cerdo, de
Adolfo Bioy Casares, los cuentos y ensayos de Jorge Luis Borges, La
Colmena de Camilo José Cela, Sobre héroes y tumbas y Abbadón
el exterminador de Ernesto Sábato.
El explosivo trabajo de extraer las traducciones
de Sábato, Borges y Cortázar
Evguenia
Mijáilovna estudió en el colegio musical de Kíev, luego en el conservatorio,
luego se casó y se mudó a Moscú. Durante la guerra, con su bebé y sus padres
evacuó a los Urales. Luego de la guerra su esposo trabajó como profesor en la universidad.
Con la música no resultó nada de provecho: tres años sin tocar, una criatura
pequeña, una habitación, como resultado: ataque de nervios. De todos modos
ingresó en la universidad, en la sección occidental de la facultad de filología
en el grupo de alemán (antes de la guerra en las escuelas el alemán era el
principal idioma de estudio). Luego se pasó al grupo francés, donde también
estudió el español. En 1948 la aceptaron en el postgrado pero al poco tiempo
comenzó la campaña de persecución contra los “cosmopolitas” y al marido de
Evguenia Vasílievna, excelente lector de conferencias, muy popular en la
sección, lo pasaron a la facultad de periodismo. Consideraron que ejercía una
“influencia perniciosa”.
Comenzó
a escribir su tesis sobre “Declinación condicional en el idioma español”, pero
no pudo defenderla. En 1951 arrestaron al marido y lo mandaron al campo de
concentración. Con gran dificultad la futura referente del traductorado en la Unión Soviética
logró ubicarse como traductora técnica en el Instituto del Carbón, en los
suburbios de Moscú, en el laboratorio de trabajos de perforación y explosión.
Los jefes estaban satisfechos: Evguenia traducía las revistas extranjeras y en dos
años se convirtió en especialista en trabajos de perforación y explosión.
–¿Cómo comenzó a traducir la literatura en
español?
–Fue
la excepcional hispanista Inna Terterián quien me propuso traducir a
Borges. Una vez nos encontramos con ella en el Museo de Arte Pictórico, me miró
penetrantemente y me espetó: “Nos preparamos para publicar una recopilación de
Borges. Me parece que es usted la indicada para ello. ¿Se anima?”. Con
posterioridad fue B. Dubin quien me fue proponiendo continuar con la traducción
de las obras de Borges. Hasta entonces había traducido a Fuentes, Benedetti,
Onetti y otros latinoamericanos. De los españoles a Delibes, Cela…
–¿En su juventud tuvo usted obras
extranjeras preferidas?
–En
mi juventud no pensaba en traducciones. Me enfermaba con frecuencia, no iba a
la escuela y por eso leía mucho, más que nada literatura rusa. Hace tiempo
encontré una traducción de antes de la revolución del Quo Vadis? del polaco Senkevich. Luego lo hallé en la Biblioteca de
Literatura Extranjera y lo dejé: era imposible de leer porque había envejecido.
En su momento, en Panorama de libros
se publicó una nota que yo incluso recorté: alguien se indignó porque en Belarús
hasta el día de hoy editan Quo Vadis?,
aunque su tirada total en la
Unión Soviética llegó a los 4,5 millones de ejemplares y sólo
en “series de descarte” la tirada fue de quinientos mil ejemplares. Ahora, los
libros de Sábato se editan con una tirada de apenas 3.000 ó 5.000 ejemplares…
–¿Cuándo trabajó mejor: antes o después de
la perestroika?
–Antes
eran varias las editoriales sólidas, que siempre proponían algo. Ahora están de
moda Borges, Cortázar o Bioy, pero todo es algo menos seguro. Cierta vez me
llamó el editor de Cristal de San Petersburgo, de la cual yo antes no sabía
nada, y me propuso publicar mis traducciones de Borges, Cortázar y Bioy en
libros separados. Hace poco me mandaron diez ejemplares de cada librito, una
edición muy agradable.
–¿Nunca tradujo poesía?
–Como
obra propia no, a excepción de pequeños versos e incluso algunos sonetos que se
encuentran en el texto. En las obras de Cortázar, por ejemplo, no es difícil
traducir sus versos sin rima ni ritmo.
–¿Pasa con facilidad de un libro a
otro?
–Sí.
Ha jugado un papel, seguramente, la música, ya que el ejecutante debe ingresar
con facilidad en el estilo de un nuevo compositor. Yo me adapto con
flexibilidad al escritor que me sea interesante. En 1989 editaron mi traducción
de La sexta isla la novela del
uruguayo-cubano Daniel Chavarría. No conocemos las demás obras de este autor.
Es un policial interesante, estructurado en varios estilos: la voz del autor,
la acción en el siglo XVI, el texto de los hombres de negocio contemporáneos.
Aquí, como se estila en los policiales, por fragmentos de una anotación
encuentran un tesoro en un buque hundido. Una tarea semejante: el paso de un
estilo a otro, es para mí muy interesante.
–¿En la época soviética el editor descartaba
de sus trabajos frases o incluso fragmentos enteros por razones ideológicas?
–En
la editorial Ráduga (Arco Iris) de la novela de Cortázar 62. Modelo para armar desecharon el episodio que describe un amor
de lesbianas. Pero esto ocurrió en 1985, hace mucho.
–¿Qué reacción a su traducción se quedó más
grabada en su memoria?
–La
bondadosa y excelente redactora Borisévich me llamó al día siguiente de recibir
mi traducción y me dijo: “Cuando tomo su obra es como si me sumergiera en un
cálido baño”.
–¿Cómo toma ahora su trabajo? ¿Está satisfecha con él?
–Algunos
me gustan más, como 62. Modelo para armar.
Es bastante optimista, hay muchos momentos lúdicos. En cambio el Libro de Manuel es menor aunque también
es muy interesante y requiere del traductor trucos acrobáticos. Fue pensado
como un espejo del actual estado de la sociedad y en el original fueron pegados
recortes de diarios en distintos idiomas. Amo La
Colmena , las cartas de Flaubert, algunas cosas de Borges,
menos de Bioy. Pienso que mejor se me dieron las obras del Siglo de Oro español.
–¿No quisiera traducir todas las obras que
se pueda de un autor? ¿Trabajar con autores y no con libros de diferentes
escritores?
–No.
Pero algunos redactores dividieron mis últimas traducciones en pequeños
libritos. Aunque de Borges debo haber traducido en total catorce folios, lo que
más tiene son obras breves.
–Sí, y sus últimas obras son apenas de
algunos versos, resumen de novela o una novela como un encabezado propio.
–Borges
dijo que no amaba y no comprendía las novelas, a excepción de Don Quijote. Hace poco me llamaron de
Azbuk y me pidieron permiso para volver a editar la recopilación de Borges.
“¿No se han saturado acaso de él?”, pregunto. “No”, me responde el redactor. El
libro se llamará El Aleph, según el
título de mi traducción.
–Aquí, como en la traducción de las novelas
del “Siglo de Oro”, tuvo usted que utilizar un enfoque estilístico.
–Sí.
Preparé el trabajo de tesis sobre declinación condicional en un corte
histórico, por eso conozco bien las novelas picarescas, de caballería, antiguas.
Es una declinación muy artera, en español se la puede expresar por varias
formas de verbo, en tanto que en ruso sólo por el giro “Si”. Pienso que de las
novelas picarescas la que mejor me resultó fue El diablo cojuelo.
–¿En los textos traducidos encontró con
frecuencia realidades desconocidas?
–En la Santa
Evita de Tomás Eloy Martínez y en Abaddón el exterminador de Ernesto Sábato me ayudó mucho una
redactora nacida en la
Argentina. Sábato es casi desconocido entre nosotros y es un
escritor del nivel de Borges y Cortázar. Un editor de San Petersburgo no hace
mucho me dijo: “Escriba una solicitud pero no le prometo nada. Sábato no está
promocionado entre nosotros”. En lo fundamental él escribió ensayos, tiene sólo
tres obras de ficción: un pequeño relato y dos novelas. Yo traduje las dos
novelas: Sobre héroes y tumbas
y Abaddón el exterminador. En
los casos difíciles, en la sala de información de la biblioteca de literatura
extranjera utilizo enciclopedias en cuatro idiomas. Así encontré en un libro
sobre judaísmo el apellido de un poeta a quien consideraba inglés.
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