“Lenguaje político. Un diccionario recopila voces
surgidas en democracia que interpretan experiencias y fenómenos de la historia
reciente”, dice la bajada de la nota publicada por el periodista Fabián Bosoer en la revista Ñ del sábado 9 de agosto pasado.
Neopalabras para poder entender la Argentina
Cuánto
de revelación y de recurrencia hay en el lenguaje político de los argentinos?
¿Nombramos fenómenos nuevos con categorías viejas o ensayamos nuevas palabras,
neologismos o eufemismos, para revestir de novedad secuencias históricas que se
reiteran, como variaciones o actos reflejos sobre las mismas temáticas y
cuestiones, estímulos y respuestas?
¿Se ha enriquecido o empobrecido el discurso político en las
últimas décadas? ¿Hay un lenguaje propio de la democracia, con sus modismos,
semióticas y semánticas? ¿Qué nos dicen estas palabras acerca de los actos del
habla que caracterizan al ámbito en el que se enuncia y despliega la
construcción simbólica y material de la política, redes sociales y medios
masivos mediante? ¿Son estos “decires” el resultado de una construcción social
dialógica, que surge del debate y el diálogo entre diferentes voces?, ¿O
representan una constelación de emisiones auto-referenciales que se reafirman
en sus maneras de describir realidades?
Recordamos la tesis de Foucault en Las palabras y las cosas (1966) como premisa: cada momento de la
historia posee ciertas condiciones subyacentes de verdad que constituyen una
suerte de base material de toda subjetividad fundante; las condiciones del
discurso cambian a lo largo del tiempo, de un período a otro. El lenguaje vale
como signo de las cosas. Como expresión y agente de inscripción generacional y
cultural de identidad social y de comunidades nacionales es, además, el ámbito
donde es posible situar las disputas ideológicas, la creación de sentidos y la
construcción de realidades. Los términos y las palabras conceptualizan
segmentos de esa realidad y nos sirven para denominar objetos, individuos y
procesos, permitiéndonos así aproximarnos al mundo.
El lenguaje político tiene, a su vez, sus propias reglas,
lógicas, campos de gravitación y de acción; depende de quiénes lo utilizan,
hacia quiénes se dirige y cuáles son sus condiciones de surgimiento y
circulación. Dirigentes, funcionarios, periodistas, intelectuales, son
portadores de emisiones y enunciados que nos permiten describir la dimensión
discursiva de la democracia, sus universos de sentido, brújulas y hojas de ruta
que orientan nuestras acciones y que las reproducen.
Sabemos lo que significó luchar por nuestro derecho básico a
nombrar las realidades que vivimos y se nos escamoteaban –la palabra
“desaparecidos” resume ese extremo de in-visibilización forzada: “que digan
dónde están”, fue el reclamo. Tipificar conductas y procederes que no estaban
contemplados en códigos y leyes, desplegar relatos que permitieran entender lo
incomprensible fue tarea compleja de la transición. Luego tuvimos otros
aprendizajes y distorsiones, como la de pretender que ciertas realidades
existen sólo porque son nombradas –decir es hacer, prometer es realizar–, la
práctica de instituir realidades retóricamente a la que es tan afecto el
discurso político, con sus relatos justificatorios o apologéticos.
Nuestra historia política reciente estuvo signada por
profundas crisis y transformaciones sociales, políticas y económicas, así como
por permanencias y reincidencias, en cuyo desencadenamiento y desarrollo fueron
centrales actores que incorporaron “repertorios de acción” y formas de decir
que sedimentaron como sentido común de una época. En el Diccionario del léxico
corriente de la política argentina (Editorial
Universidad Nacional de General Sarmiento), Andreína Adelstein, lingüista, y
Gabriel Vommaro, sociólogo, dieron cuenta de ello coordinando a un grupo de
especialistas a quienes encargaron una selección de esas palabras tal como las
utilizaron los actores políticos y como se fueron “naturalizando” entre los
ciudadanos profanos de la política. Los 106 términos recogidos en este volúmen
incluyen desde voces de larga tradición, como “mercados”, “neoliberalismo” o
“populismo”, hasta términos técnicos popularizados, como “riesgo país”,
“convertibilidad” o “default”, “puntero” o “piquete”, o vocablos que se
cargaron de intensidad e intencionalidad, como “inseguridad”, “destituyente”,
“saqueo” o el tan en boga “fondos buitre”. Palabras que constituyen señales de
identidad para aquellos que las nombran, articulando así un discurso político
cuyas piezas parecen haberse desmembrado con el desdibujamiento de las grandes
tradiciones ideológicas.
Puede reconocerse, escribe Vommaro, que los significados del
mundo son objeto de conflicto entre actores con desiguales capacidades de
producirlos y difundirlos, y que el sentido común es siempre un acervo de
significados en disputa, sometido a luchas por su conservación, revisión o
redefinición. El lenguaje no es sólo un conjunto de recursos compartidos que
hacen posible la mejor o peor inteligibilidad del mundo, sino también y sobre
todo un campo de batalla por la definición de sus significados. La misma
democracia, por ejemplo, empieza a conceptualizarse de otras maneras, sostiene
Eduardo Rinesi: “ni como una utopía ni como una rutina ni como un espasmo, sino
como un proceso continuo y progresivo de profundización, ampliación y
universalización de derechos. De la democracia se va, entonces, a la
democratización: de la idea de sistema a la de proceso. Y sobre todo: del
vínculo entre democracia y libertad al vínculo entre democracia y derechos”.
Carlos Strasser, en su última obra La razón democrática y su experiencia (Prometeo) es más riguroso y escéptico
respecto de las definiciones amplias y ambiciosas; el lenguaje, nos está
diciendo, debe servir ante todo para precisar conceptos que nos permitan luego
desarrollar hermenéuticas: democracia, por ejemplo, es una de las palabras más
abusadas de nuestro tiempo, sostiene: “De lo que cabe hablar hoy es de un orden
político que, en rigor, guarda un parecido remoto con el concepto de un
gobierno del pueblo, incluso con el concepto reajustado al día, el cual remite
por un lado, nada más –y nada menos– que a un estado constitucional de derecho
en el que las autoridades son elegidas cada tanto por el voto popular, y por el
otro a un régimen de gobierno que no está compuesto sólo por esa ‘democracia’
sino también por otro tipo de régimen político, con los que ella se entrelaza y
cohabita, por ejemplo, con la tecnocracia, el corporatismo, la oligarquía o la
partidocracia. Volvemos, pues, a la importancia de nombrar y significar el
sentido de las palabras que utilizamos. Como señala Ivonne Bordelois en La palabra amenazada , “las lenguas no sólo se ‘emplean’ no son
sólo valores de comunicación, expresión personal o uso colectivo: contienen la
experiencia de los pueblos y nos la transmiten, pero sólo en la medida en que
estemos dispuestos a reconocer su capacidad de poder hablarnos. La expresión
‘usar la lengua’ reduce la lengua a un instrumento cuando en realidad es un
proceso que vastamente nos trasciende”.
Algunos ejemplos del Diccionario
Abuelas
Al igual que en el caso de Madres, en los usos coloquiales propios de los organismos de derechos humanos y de diversos grupos políticos y sociales afines a sus planteos se entremezclan en la mención a Abuelas connotaciones afectivas. En las notas periodísticas es, en cambio, más frecuente que se refiera a la agrupación por su nombre completo. (Luciano Alonso)
Al igual que en el caso de Madres, en los usos coloquiales propios de los organismos de derechos humanos y de diversos grupos políticos y sociales afines a sus planteos se entremezclan en la mención a Abuelas connotaciones afectivas. En las notas periodísticas es, en cambio, más frecuente que se refiera a la agrupación por su nombre completo. (Luciano Alonso)
Corralito
La expresión (...) alude a la imagen de una jaula cerrada mediante redes utilizada para el cuidado de niños que recién comienzan a dar sus primeros pasos. El paralelismo con este objeto es bien gráfico, ya que así como el corralito material no deja mover a los niños. (Damián Zorattini)
Destituyente
La voz alude a una acción por la cual se despoja a una autoridad de su cargo (...) Sin embargo, enla
Argentina el término adquirió nuevas connotaciones, que, de
alguna manera, se impusieron sobre las anteriores, a partir de su uso en un
documento emitido por un grupo de intelectuales el martes 13 de mayo de 2008
conocido como Carta abierta. Allí se fijaba la posición de los firmantes en el
marco del conflicto entre el gobierno nacional de Cristina Fernández de
Kirchner y las patronales agropecuarias. (Leonardo Eiff)
Escrache
Acción y el efecto de fotografiar, retratar o prontuariar a alguien (...) Enla Argentina de mediados de
los años noventa para designar un tipo particular de acción de protesta que
llevaban adelante los organismos de derechos humanos para denunciar a personas
que habían participado de la represión durante la dictadura militar. (Pablo
Bonaldi)
Piquete
Enla Argentina
contemporánea su uso se generalizó durante la década de 1990 para referirse al
corte de rutas o calles como forma de protesta (...) En ese sentido, en nuestro
país el piquete o los piquetes como forma de protesta social han quedado
preponderantemente asociados a la organización y movilización de desocupados.
(Sebastián Pereyra)
La voz alude a una acción por la cual se despoja a una autoridad de su cargo (...) Sin embargo, en
Escrache
Acción y el efecto de fotografiar, retratar o prontuariar a alguien (...) En
Piquete
En
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