Daniel Balmaceda |
El 2
de febrero pasado Bárbara Álvarez Pla
publicó en el diario Clarín, de la Argentina, el siguiente comentario sobre Historias de letras, palabras y frases, un
nuevo libro de Daniel Balmaceda, que
se ocupa justamente de lo que su título propone. (Para más detalles, ver la entrada correspondiente al 3 de agosto de 2011.)
El éxito de un libro sobre el origen
de las expresiones cotidianas
“En todos los campos del saber, la divulgación
funciona como un aperitivo para los curiosos”, afirma el escritor y periodista
Daniel Balmaceda cuando Clarín le
pregunta cuál cree que es el motivo del éxito de libros como el último en su
haber: Historias de letras, palabras
y frases. “Creo que el lector disfruta de las buenas narraciones y para mí,
la prioridad es contar historias que valgan la pena por los soprendente y lo
entretenido”, aclara.
En
este nuevo libro, una suerte de continuación del que publicara hace cinco años
bajo el título Historia de las
palabras (Sudamericana), Balmaceda vuelve a recordarnos que cuando
usamos una palabra o una frase hecha, también estamos aludiendo a un episodio
de la Historia :
“al igual que las personas, los edificios y las instituciones las palabras
también tienen su historia”, afirma el escritor, y cuenta que tras el éxito del
aquel primer libro sobre las palabras y sus historias, pensó que no tenía nada
más que decir sobre el tema. Entonces comenzó a recibir mensajes de sus
lectores que reclamaban una segunda parte. Y aquí está.
Si
algo deja claro esta obra es que, al menos en lo que respecta a las palabras o
frases que usamos para comunicarnos nada sucede por azar. Tanto es así que ni
siquiera la palabra azar nació así, por azar. ¿De dónde procede? El origen,
como el de muchas expresiones de la lengua española, es árabe –no hay que
olvidar que la
Península Ibérica estuvo bajo el dominio de esa cultura
durante cinco siglos–. Pero volvamos al azar y a la explicación de su
procedencia: los árabes solían convocar a la suerte jugando a los dados y en
ellos imprimían una la flor blanca que llamaban az-zahr (flor de azhar). Con el tiempo, la palabra azar adquirió el
significado que hoy tiene y que tiene que ver con la casualidad.
Esta
es sólo una de las interesantes explicaciones sobre nuestra lengua que
Balmacerda reúne en su libro. ¿A qué no sabían que la palabra candidato
proviene de la toga “cándida”, que vestían los postulantes a cargos públicos en
la antigua Roma. Este tipo de toga era símbolo de transparencia y sinceridad.
Más, ¿alguna vez afirmaron estar baqueteados? La palabra procede del castigo
que el General San Martín otorgaba a los desertores: se les pegaba con una vara
de hierro llamada baqueta.
Al
recientemente fallecido actor mexicano Roberto Gómez Bolaño lo llamaban
“chespirito”, ¿por qué? sencillo: porque escribía sus propios libretos, como
Shakespeare y además, era bajito, era un Shakespeare de poca estatura.
No
sólo las palabras esconden un singular origen, también muchas de las
expresiones y frases hechas que utilizamos de forma cotidiana esconden un
secreto sobre su procedencia. Seguro que en más de una ocasión, cuando algo
parece imposible, hemos clamado “no hay tu tía”. La procedencia de la expresión
también está relacionada con los influjos de oriente, donde se utilizaba un
ungüento cicatrizador llamado Al-tutiya
que, cuando se terminaba, hacía necesaria la amputación del miembro enfermo. De
“no hay al-tutiya” surgió nuestro “no
hay tu tía” y su actual significado.
Todos
sabemos lo que son las hinchadas, la mayoría, incluso, seguro somos
hinchas de algún equipo de fútbol. Pero, ¿por qué se los llama hinchas? Fue a
principios de 1900 en Uruguay, que se contrataba a un aficionado para varias
tareas, entre ellas, la de inflar la pelota: era el hinchador del equipo. De
ahí el actual significado de las palabras “hincha” o “hinchada” que, en los
años 30 ya figuraban en los diccionarios uruguayos y argentinos.
Pensemos
ahora en las tormentas y las catástrofes que causaban causar a los
ciudadanos durante la edad media. El término no es otra cosa que una derivación
de la palabra tormento.
En
otras ocasiones es el sonido el que marca el significado, y por eso los
grilletes de los reos se llaman así: por el sonido que hacen cuando el preso
camina, que recuerda en gran medida al canto de ese pequeño insecto llamado
grillo. O la palabra rumbo, por ejemplo, cuyo origen está en los rombos
deformados con que se indicaban los puntos cardinales en la rosa de los vientos
que guiaba a los primeros navegantes.
En
el libro, se explican estas y otras expresiones: ¿Por qué decimos “la mar en
coche” o “me sacas de mis casillas”? ¿Por qué la i se llama latina si es
griega? ¿De dónde surge la frase “poner en el tapete”? Todo eso y más nos
cuenta este libro.
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