Nuno Júdice |
El 28 de diciembre del año pasado, la poeta mexicana Blanca Luz Pulido publicó en el
periódico La Jornada , de su país, el siguiente comentario
sobre “Traducir poesía”, uno de los textos del libro de ensayos Las máscaras del poema, del poeta, narrador y
ensayista portugués Nuno Júdice (1949).
La traducción poética y Nuno Júdice
En el mundo de
la traducción poética, las variaciones, aproximaciones, ensayos y errores,
calificaciones y descalificaciones abundan. Hay multitud de teorías y de
ensayos; unos, detallados y profundos; otros más, empíricos y anecdóticos. La
traducción poética se ha visto como necesaria, como innecesaria, como traidora,
como iluminadora. T. S. Eliot,
Valéry, George Steiner, Umberto Eco, Georges Mounin, Walter Benjamin, Jakobson,
y entre nosotros, Alfonso Reyes, Octavio Paz, Federico Patán, Tomás Segovia,
Marco Antonio Campos y muchos otros más se han ocupado, tanto desde la
perspectiva teórica como desde la arena de la práctica, de la compleja labor de
la traducción de poesía.
Afirma
Héctor a. Murena, en Visiones de Babel : “Traducir: transducere, llevar más allá. Llevar algo más
allá de sí. Convertir una cosa en otra. Pero convertirla a fin de que sea más
plenamente lo que era, es. Se traduce un libro de un idioma a otro, y para
quien ignoraba el idioma original el libro, siendo el mismo, sólo ahora pasa a
existir de verdad.”
En
la traducción de poesía, en especial, el traductor prácticamente es el
encargado de crear en su lengua un nuevo poema, equivalente (mutatis mutandis) al traducido. El traductor,
así, pasa a ser una especie de alquimista, que realiza la transfiguración de un
poema en otro.
Una fuente importante de ideas sobre este
“traspaso” lingüístico ha surgido precisamente de la pluma de los poetas
traductores, pues nadie como ellos conoce los detalles, los pliegues, las
aristas de esa labor, que tiene un pie en el deseo de trasladar el sentido del
poema lo más fielmente posible, y otro en la necesidad de restituir también
algo de los otros aspectos que atraviesan o completan el sentido, como la
sonoridad y la textura rítmica de los versos.
Nuno
Júdice, traductor él mismo de varios idiomas al portugués, ha vertido en la
parte final de su libro de ensayos Las
máscaras del poema, en el apartado “Poesía y traducción”, varios
textos sobre este asunto. Me detendré en el primero de ellos, llamado “Traducir
poesía”.
Los dos niveles de la construcción del
poema
El primer problema que
enfrenta el traductor, afirma Júdice, es la dificultad de separar el nivel del
sentido del nivel del sonido en el poema original, dado que ambos están
inextricablemente unidos en éste. Señala:
“La especificidad del
poema reside en su lenguaje, es decir, en el nivel trans-semántico, en donde el
dominio que el poeta tiene sobre el sonido y las imágenes del poema hacen de éste
un objeto único e irrepetible, por estar estrechamente ligado al universo que
le da forma, es decir, la lengua original en la que el poeta escribe.”
Desde el punto de vista
teórico, ésta es la gran dificultad que enfrenta el traductor de poesía. De
hecho, la traducción de poesía separa irremisiblemente las dos entidades que
son indisociables para la creación del poema: el nivel fónico y el nivel
sémico, dado que no es posible transportar a la lengua de llegada la música,
las aliteraciones, los juegos sonoros que son fundamentales en la creación del
poema. Lo único que se transporta es el sentido, o, cuando más, se logra dar un
efecto aproximado de la música del poema, ya que una traducción no puede
aspirar a transmitir ese nivel con fidelidad.
“¿Entonces, ese
obstáculo que se presenta al traductor desde un principio, impedirá su intento?
Definitivamente no, no es eso lo que se plantea. El traductor deberá tomar
siempre como base el sentido del poema, pero tratando, a la vez, de que el
nivel musical y rítmico no se pierdan del todo, haciendo trasposiciones,
buscando equivalencias, etcétera. En una entrevista realizada a Júdice en
España, Ángel Manuel Gómez le pregunta por qué los poetas portugueses actuales
no son más conocidos en el ámbito español (y bien podríamos decir, también en
México y en Latinoamérica). Y la respuesta fue: “La dificultad, en primer lugar
[es] de la traducción. Traducir poesía no es lo mismo que traducir ficción.
[…], en la poesía el traductor tiene que hallar la sensibilidad del lenguaje,
la música, para que el poema pase por español y pueda ser leído por el lector
español como si fuese un objeto poético, y así permitirle sentir lo que
transporta la propia poesía, que es, al fin y al cabo, musicalidad, ritmo.”
Traducción literal y
traducción poética
Planteado este aspecto esencial del problema,
Júdice señala dos posibilidades que, en principio, se ofrecen al traductor: ser
fiel sobre todo al sentido del poema, lo que resulta en una versión más
literal, o “confiar más en la fidelidad al poema (a su totalidad
sentido-sonido)”, que es la que suelen elegir, afirma, los poetas-traductores,
en oposición a los traductores más académicos o escolares, que se inclinan por
la primera opción. Y después de este planteamiento, se encuentra, a mi parecer,
la idea más interesante de este ensayo: la refutación del famoso adagio traduttore, traditore.
El legendario motto: “traductor, traidor”
nos ha creado, a los practicantes de este nada sencillo arte, una aureola de
sospecha, como si a las vicisitudes propias del caso fuera necesario agregar,
además, un descrédito a prioripor el cual cargamos
las culpas de todas las malas traducciones que en el mundo han sido. En
realidad, un poema que se transporta a otro idioma requiere de complejas
operaciones de alejamiento y de acercamiento, es decir: nos alejamos de la
letra del original para acercarnos mejor a su espíritu, a su sentido profundo,
ése que va más allá de las palabras concretas que lo expresan, pues reside en
la combinación entre ellas y los efectos y sugerencias que el poema, en su
totalidad, origina. Afirma Júdice:
“En poesía […] no tiene
mucho sentido el asunto de traduttore/traditore:
la traducción, para ser fiel, implica necesariamente la traición. Y no es
necesario tener un dominio absoluto de la teoría de la traducción: existe un
alto grado de intuición y de empirismo en el trabajo de traducir poesía, que se
relaciona con la conciencia lingüística del traductor. […] No estamos ante un
proceso pasivo, en que basta aplicar un esquema léxico para trasladar un texto
de una lengua a otra. Cada palabra, expresión, verso o estrofa van a
desencadenar reacciones que ocasionan respuestas diferentes, según la
subjetividad del sujeto/traductor, en el sentido de encontrar soluciones para
un mismo texto original, que serán muy distintas en diversas épocas y para otro
tipo de traductores.”
La traducción: viaje
retroactivo y al interior de las lenguas
Una
traducción nos remite siempre al texto original, al poema en que se basa. Por
más afortunada que sea, y aunque funcione con autonomía del texto fuente, tiene
que contener sus marcas significantes y de sentido, pues no olvidemos que una
traducción “es, finalmente, una transformación/recreación del texto original”.
Y ésta es una de las grandes aristas del proceso: si quedan muchas “marcas” del
poema original, el resultado no se dejará leer con fluidez ni naturalidad; mas,
por otro lado, el traductor tampoco debe “apropiarse” del poema ajeno y olvidar
que el sentido de la traducción es siempre retroactivo, como bien señala
Júdice, es decir, que no es posible leer ésta como si fuera un poema original,
pues la “lengua del traductor” será siempre un intermediario entre el lenguaje
del poema que se traduce (donde significado y significante están plenamente
unidos) y el poema traducido, que debe desdoblar, digamos, la forma y el
contenido del original y dar una mayor importancia a la dimensión semántica,
por encima del nivel de la forma.
Por
todo ello, y para no olvidar nunca esa realidad lingüística de la que parte el
poema traducido, nunca se subrayará lo suficiente la importancia de, en las
ediciones de obras poéticas traducidas, incluir la versión en el idioma de
origen.
Homologación: palabra
clave
El equilibrio, así,
para lograr una traducción que no sea ni completamente literal que se vuelva
ilegible o simplemente aburrida, ni tan interpretativa e independiente que
corte las amarras con el poema que pretende trasladar, depende de la capacidad
del traductor de atraer hacia su lengua el poema fuente con fortuna y tino,
realizando una atinada homologación:
“La traducción deberá
tener como objetivo la creación de una realidad textual homóloga de un texto
existente en otra lengua, tanto en el plano de sus características formales
como en el de los efectos que produce.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario