Un texto de Adán Kovacsics sobre Carl Dallago, traductor de Lao Tse, publicado hoy en El Trujamán.
Una traducción en la Primera Guerra mundial
Es
sabido que al estallar la
Primera Guerra Mundial una mayoría de poetas, escritores y,
en general, intelectuales austríacos mostró un incontinente entusiasmo por la
causa bélica y lo proclamó en cientos y cientos de poemas, artículos, crónicas,
manifiestos y escritos de índole varia. No todos, sin embargo, apoyaron ese
fervor guerrero. Conocida es la postura radicalmente contraria del satírico
vienés Karl Kraus, que expresó en su revista Die Fackel.
Menos conocida es la que se manifestó en otra revista: Der Brenner. En la primavera de 1915
publicaba un número especial que resultó ser una forma sutil de posicionamiento
antibélico, a pesar de no contener ningún texto que pudiera definirse de forma
directa como tal. Ahí estaban, por ejemplo, los últimos poemas de Georg Trakl
—entre ellos Grodek—, o un texto de Sören
Kierkegaard titulado, no de manera casual, «Sobre la muerte». Ahora bien, los
dos escritos centrales, por extensos, de aquel número provenían de dos colaboradores
habituales de la revista, Theodor Haecker y Carl Dallago. El del primero se
titulaba «La guerra y los líderes intelectuales» y polemizaba contra el
lenguaje periodístico, la verborrea belicista, la supresión del nexo esencial
entre palabra, pensamiento y silencio y la consecuencia de ello: el crimen de
la guerra.
El segundo texto es la traducción de Dallago del Tao Te King (o Dào Dé Jing).
Carl Dallago (1869-1949), nacido en Bolzano, fue un crítico de la sociedad
burguesa y a partir de los años veinte se opuso decididamente al fascismo y al
nacionalsocialismo. Anticlerical, pacifista, amante de la naturaleza, su
paisaje eran los Alpes, donde vivió siempre, tanto en el lado cisalpino como en
el transalpino.
Su versión alemana del Tao Te King es una manifestación más del
insondable mundo de la traducción (e interpretación) de la obra de Lao Tse (o
Laozi). ¿Cuántas traducciones se habrán hecho en el siglo xx? ¿Más de doscientas? Sólo en
inglés, su número supera los cuarenta. Al mismo tiempo, la versión de Dallago
es también una muestra de uno de los motores que impulsan al traductor: la
pulsión de absorber una obra, de apropiarse de ella a través de la traducción.
A través de esta, Dallago hizo suyo el Tao Te King. En
aquella época, tal pulsión se imponía a otras consideraciones y escrúpulos: por
ejemplo, los que vendrían dados por no tener ni la menor idea del idioma chino.
Para crear su versión, Dallago se basó en las traducciones de Richard Wilhelm,
de Alexander Ular y de Franz Hartmann que, no obstante, le parecían
insuficientes.
Lo animaba en su empeño, como a otros, la intuición de que el
ser humano de una época inicial poseía un saber que nunca más se alcanzaría,
presente en el pensamiento de Lao Tse, de Heráclito, de Pitágoras, de los
Upanishads, de los profetas bíblicos. Era cuando el hombre tanteaba la puerta
del ser. Ese hombre había desaparecido, y Dallago quería acercarse a él a través
del Tao Te King. De ahí que escribiera
en la introducción a su versión frases como las siguientes: «Al principio es la
perfección» o «El verdadero progreso es regreso».
«Dos rasgos fundamentales de mi personalidad —escribía allí—
me hacían particularmente sensible a él [a Lao Tse]: mi convicción de la
futilidad de la multitud como tal, así como mi fe en algo grande que une y que
está en el ser humano. La una está relacionada con la otra». Y: «La cohesión
externa impide que cobre vida aquello que une». Había allí una clara alusión a
cuanto estaba ocurriendo en el ámbito político y militar en aquel momento.
Mientras se movilizaba a masas humanas para que se enfrentaran entre sí,
Dallago se refería al Tao Te King como «el reflejo de una lejana vida
modélica», la cual «proclama quinientos años antes de Jesucristo aquello que
une a los hombres». Y Dallago explica también, en su introducción, hasta qué
punto la realidad de la guerra impregnó su trabajo de traductor y la elección
de sus palabras. Muestra su versión de la sección número 71 del Tao Te King, que dice así: «Cuando
los hombres ya no se toman en serio la muerte, la vida les muestra su terrible
seriedad» y la compara con las traducciones anteriores, en las que la muerte,
esa realidad cotidiana de la guerra, no está presente. Él sí utiliza la palabra
«muerte» y se refiere expresamente a cómo ha sido banalizada por el periodismo
en aquellos años de conflicto bélico.
Como señala Dallago: «La verdadera paz… necesita capacidades
mucho más elevadas que la guerra».
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