María
José Furió publicó el 1 de junio pasado la siguiente columna en El Trujamán. Leerla
es una buena manera de empezar el fin de semana.
El cebo (L’Arnaque)
En
la pintura del cuadro de costumbres del mundo de la traducción del sigloxxi, los historiadores que en el futuro
indaguen en las distintas razones que llevaron a la desaparición de tan hermoso
oficio, y a la reconversión de sus entusiastas y eruditos practicantes en
operarios al servicio de grandes maquinarias de producción de documentos,
tendrán que estudiar un interesante fenómeno que en el sector se conoce como
«el cebo», en su descripción más simple como «el fraude a traductores mediante
cheques» y en su traducción castiza como «el timo de la estampita versión
digital». El título francés de la película que alguien hará, L’Arnaque, evoca el potencial de intriga y picaresca que
ayuda a la proliferación de este fraude; si la mayoría de veces queda en grado
de tentativa es por la costumbre de los traductores de leer todos los textos
sospechando, de entrada, de su redacción.
Un correo típico que huele a fraude a distancia contiene una
presentación coloquial de un desconocido, sin ninguna concesión a la cortesía
ni a la retórica empresarial. El nombre del sujeto en cuestión, que suele expresarse
en un inglés o en un francés deficiente y con faltas de ortografía, es tan
común —James Neel; Helen Smith— que el receptor del mail arrugará la nariz o el ceño y dará por
seguro que los padres del susodicho se divorciaron tras decidir a lo Salomón el
nombre de la criatura. En ciertos casos el nombre corresponde a una persona
conocida o con algún prestigio profesional y fácil de localizar por Google,
para inducir a creer en la seriedad de la oferta. Suelen obtener la dirección
del traductor freelance a través de algún directorio profesional con
acceso abierto a los datos de contacto y al currículum.
El contenido de la oferta de trabajo de traducción consiste
en un artículo o en un extenso manuscrito de estilo periodístico. Si los
estafadores son primerizos, mencionarán el documento para traducir pero
olvidarán incluirlo en el correo. Solicitarán presupuesto y el tiempo
aproximado en que el traductor calcula podrá entregar la versión traducida. Un ejemplo:
Hello,
I'm
James. I got your email from the website that you are a competent translator.
I have this article i would like to translate from (Anglais to Espagnol).
I would appreciate if you could tell me how much and how long it would take to get it translated.
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Best regards
James
Si
el traductor, por llevar poco tiempo en el oficio o por estricta necesidad de
trabajar y obtener ingresos, responde presentando un presupuesto y recibe, como
no va a ser de otra manera, el visto bueno del interesado, en las etapas
siguientes le pedirá señas personales y datos bancarios, recibirá un ingreso
(en cheque a ingresar en su cuenta) por un importe muy superior a la factura
emitida. El traductor despistado ingresará el cheque, de cuyo importe no puede
disponer hasta que haya transcurrido un plazo fijado por ley. El pagador pedirá
que le reintegre a la mayor brevedad la parte que excede el pago de la
traducción, que envió «por error»; la diferencia puede ser de un par de miles
de euros. Si el traductor continúa sin sospechar de una operación tan absurda y
abona la diferencia, no tardará en descubrir que el cheque recibido carece de
fondos y que ha regalado a James el pillastre una importante cantidad de dinero
en moneda fuerte, además de haber perdido el tiempo traduciendo un texto que
con seguridad han bajado por Internet de la web de algún organismo público u ONG.
La solución al embrollo dependerá de los reflejos con que el banco responda a
una operación que a estas alturas ya debe conocer bien.
Existen otras modalidades del fraude, como solicitar un
intérprete para varios días, un asistente personal con idiomas para un grupo de
ejecutivos, con gastos pagados, etc. Estos correos proceden a menudo de África y
son una variante sofisticada de las cartas nigerianas que anuncian imprevistas
herencias con cantidades de dinero inverosímiles.
Lo sorprendente no es que algún incauto pique sino, al
contrario, cómo el ajetreo que conlleva el trabajo de traductor freelance,
que requiere dedicar tiempo a trámites y gestiones vía Internet en idiomas que
conocemos en diferente grado, y lo habituales que han llegado a ser para
nosotros las comunicaciones intercontinentales, hace que no nos extrañe recibir
mensajes desde Costa de Marfil, Singapur o, dentro de nada, de Marte.
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