Elvio Gandolfo comentó la aparición de la nueva traducción del Ulises en su columna semanal de la
revista Noticias.
Un clásico que está vivo
Pertenece a la media docena de libros fundamentales del
siglo XX. Extenso, maciso, el Ulises
es además un desafío para traducirlo. En castellano, la primera traducción fue
de Borges, que con olfato y brevedad marketinera se encargó de un pedacito del
monólogo final ya entonces famoso (de Molly Bloom) que lo cierra. Después
estuvo el libro completo trasladado por José Salas Subirat, que durante décadas
fue el que influyó directamente en incontables escritores de hablas españolas
que allí lo absorbieron. Aún hoy esa versión se sigue publicando con
regularidad. Desde España lo trasladaron José María Valverde (Lumen) y
Francisco García Tortosa (Cátedra).
Leí el libro completo hace demasiados años, con la energía
y la ambición de la adolescencia: como me había partido la cabeza, traté
enseguida de escribir algo que incluso lo superara. Mucho después, releerlo me
parecía casi una deuda, para ver cómo funcionaba en otra edad. Lo intenté más
de una vez, pero fracasaba. Me parecía que la versión de Valverde normalizaba la
monstruosidad múltiple del original (o de la traducción que yo había leído).
Al hacer esta crítica, llevó leídas 150 páginas. Tengo que
reacomodar mis agendas para seguirlo y terminarlo. Me pasó lo mismo. No puedo
creer (como me costó creerlo entonces) que alguien haya intentado comunicar
todos los incontables niveles de lenguas, olores, información, religiones,
funciones corporales y ruidos de la vida ciudadana y sus aledaños (baldíos,
torres abandonadas) a pleno. Supongo que esta vez terminaré también agotado y
satisfecho. Pero no correré a tratar de reescribirlo. Ya lo hizo demasiada
gente.
En este caso ha sido una buena decisión no sobrecargar el
libro con prólogos extensos. Otra, la anotación puntillosa. A veces resulta
excesiva, aunque inevitable: por ejemplo, citar cada línea de una canción determinada
mientras pasa por la cabeza de un personaje.
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