jueves, 3 de agosto de 2017

Un problema con el que hay que lidiar (II)

Segunda columna de Alejandro González sobre el tema del voseo, esta vez publicada en El Trujamán el 5 de junio pasado.

Sobre el voseo en traducción (2)

Preguntaba en mi último trujamán si quizás, en los pliegues de nuestro argentino inconsciente colectivo, el uso del voseo no seguirá siendo visto como algo no normativo. En 1925 Borges escandalizó con la traducción de un pequeño fragmento del Ulises en el que introdujo el voseo; en el contexto de la disputa por una «lengua nacional», aquel gesto era de una audacia sin precedentes.1 Sin embargo, el propio Borges no regresó jamás al voseo en su labor posterior como traductor. Cortázar hizo gala del voseo en su narrativa, pero no en sus traducciones. Sabemos que apenas en 1982 (¿coletazo de la Guerra de Malvinas?) la Academia Argentina de Letras «bendijo» el uso del voseo, «siempre y cuando se conserve dentro de los límites que impone el buen gusto, esto es, huir tanto de la afectación cuanto del vulgarismo».2 Así pues, la tradición no le juega a favor a esta forma.

Hoy pareciera haber una línea divisoria en el uso del voseo en literatura: los escritores argentinos pueden —y deben— vosear, de lo contrario suenan raros; una historia narrada por una joven de, pongamos, treinta y cuatro años, que transcurre en Buenos Aires, con personajes netamente porteños, no funciona con el «tú». Por su parte, una obra traducida, ambientada en Roma, Estambul o Helsinki, y poblada de personajes autóctonos, pide el «tú». (Digo «en literatura», pero no sé si no cabría decir lo mismo respecto al cine; una película con Ricardo Darín haciendo de «chanta» porteño no se sostendría si hablara de «tú», pero sería interesante ver qué ocurriría —porque entiendo que casi nunca ocurre— si en Argentina se doblara o subtitulara con voseo: ¿los espectadores sentiríamos algo extraño si oyéramos o leyéramos a Robert De Niro diciendo: «Poné el dinero sobre la mesa, agarrá la bolsa y andate»?).3

En un taller de traducción del que estoy a cargo se presentó la siguiente situación: trabajando sobre un cuento ruso de finales del siglo xix una alumna usó el «vos» y otra el «tú», sin ninguna instrucción ni recomendación previas. Los argumentos en cada caso son más que atendibles; por el voseo: «si así es como hablamos», «es lo más natural», «me sale así», «me suena raro el tú»; por el tuteo: «me suena más literario», «el vos me hace ruido, no queda bien, es muy coloquial», etc.Esto en un ejercicio de traducción, no en una negociación con una editorial, lo que abona mi hipótesis de que detrás de este fenómeno hay algo más que una mera cuestión comercial.

Bien mirados, estos argumentos, al igual que los que señala Juan Sasturain para el mundo del doblaje en el cine, parecieran atañer a la función mimética del arte. Si este debe «reflejar» o «reproducir» la realidad, entonces dos franceses tomando una copa de vino en Marsella no pueden tratarse de «vos» como lo harían dos argentinos tomando mate en La Rambla de Mar del Plata, ya que sería algo inverosímil (tan inverosímil, claro, como que lo hicieran de «tú» cual dos limeños bebiendo pisco de cara al Pacífico). Ahora bien, si se acepta que el arte crea una realidad, que es un discurso dotado de esa facultad, es decir, si no le pidiéramos que fuera fidedigno, sino que nos remontara a otros mundos posibles, también tendríamos un problema: el «vos» acercaría peligrosamente aquel mundo ficcional a nuestro mundo cotidiano (el «usted», por algún conjuro, no lo hace).

Como vemos, no se trata de argumentos, sino de efectos, emociones y convenciones.

De eso irá la siguiente entrega.

Notas:
·          (1) Para un valioso análisis, puede consultarse «Borges y la traducción de las últimas páginas del Ulysses de Joyce», de Dora Battistón, Carmen Trouvé y Aldo Reda. 
·          (2) Puede consultarse aquí el artículo «El voseo en la Argentina», publicado en el Boletín de la Academia Argentina de Letras de 1982 (pp. 290-295), y seguir la argumentación que se ofrece para su aceptación. 

·         (3) A juzgar por los pocos casos en los que se intentó, la reacción fue justamente adversa 

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