Motivado por la columna publicada en este blog el viernes pasado, Daniel Varacalli se pregunta en el texto
que sigue por la autoría de las traducciones de Borges, ya no refiriéndose exclusivamente a la que se le atribuye
de “La metamorfosis”, de Franz Kafka
–de la cual ya se sabe que no fue autor–, sino por otras traducciones sobre las
que se cierne la sombra de la duda.
¿Borges
traductor?
Hace tiempo que deseaba tener una excusa para referirme a cómo el
mercado sigue usufructuando del Borges traductor, y esta nota de Carlos
Espinosa Domínguez me la da.
El año pasado, en verdosa y furiosa tapa dura, la editorial Losada
publicó una “edición aniversario” de La
metamorfosis de Kafka (1916-2016), por supuesto atribuyéndola una vez más con
bombos y platillos a Jorge Luis Borges. En vano Cristina Pestaña y Fernando
Sorrentino (presentes en este blog) esclarecieron hace décadas, tomando como
base las palabras del mismo Borges, que esa traducción había sido publicada
anónimamente en Revista de Occidente
en 1925. Pero Losada no escarmienta y redobla la apuesta: en la retiración de
la portada interior del libro, reproduce la tapa de la edición de 1938 en la
colección “La pajarita de papel” y en el epígrafe la celebra como la “primera
edición en español”. Lo más obsceno de la cuestión es que en la página 41 el
editor reproduce la portada de la Revista
de Occidente (Año III, No. XXIV, junio de 1925) indicando que se trata de
la “primera publicación en español” del relato de Kafka. Más allá de la
contradicción entre ambos epígrafes, la editorial no sólo pretende ignorar que
la edición en español precede a la argentina: ¡también soslaya que se trata del
mismo texto!
Claro, del mismo texto a medias, porque para mitigar las españoladas o
lo que hoy serían anacronismos, la mano del editor cambió, hace ya muchos años,
los pronombres enclíticos (“se encontró” por “encontróse”, “se hallaba” por
“hallábase”), entre otras manipulaciones cuya única explicación es que no quedase
en evidencia el origen español de la traducción y el lector desprevenido pudiera
atribuírsela sin más a Borges.
La tarea de la mano oculta ni siquiera fue concienzuda: perduran en el
texto expresiones raras en un argentino (por ejemplo, en el último párrafo
“cuando al llegar al término del viaje, la hija se levantó la primera”, entre
otros) y así y todo, en una nueva referencia a esta edición aniversario, Losada
“celebra los 100 años del libro y los 68
de la primera edición en español traducida por Jorge Luis Borges.” Una
reedición en rústica de este año sigue insistiendo en tapa con la misma
letanía.
No por remanida y zanjada, la cuestión de la autoría de Borges de esta
traducción deja de ser interesante. Pone sobre la mesa el desprecio por la
verdad, en una época de “posverdades”, los condicionamientos en la percepción
de la obra de arte, el triunfo del mercado y sus estrategias, la indiferencia
general frente a una manipulación palmaria. Flota en el ambiente, además, una
cierta reserva ética al advertir la pasividad del propio Borges en relación a estas
atribuciones, que comenzaron cuando él estaba vivito y coleando y que el cariño
y la admiración por su gran figura no querrían –y de hecho no quieren– aceptar.
Y el tema no termina aquí: porque fue el mismo Borges el que, al mismo
tiempo que consentía las ediciones de Losada, desmentía en entrevistas no sólo
que fuera el traductor de “La metamorfosis”, sino también de la mayoría de las
otras traducciones que se le endilgan, entre ellas la de “Las palmeras salvajes”
de Faulkner, que habría sido realizada por Leonor Acevedo y a lo sumo revisada
por él. A esta altura hay numerosos indicios de que fue su madre la autora no
sólo de las versiones de Faulkner, sino también de Woolf y Melville, entre
otros (ver, del propio Borges, su Autobiographical
Essay y sus diálogos con Ernesto Sabato y con Osvaldo Ferrari); de hecho,
doña Leonor siempre quiso ayudar a su hijo y se sabe que incrementó su destreza
en el manejo del inglés a medida que la ceguera de Georgie avanzaba.
La pregunta que se cae de maduro es: ¿Borges fue alguna vez traductor?
¿O se trata de otro de sus juegos intelectuales sobre el valor de lo apócrifo?
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