martes, 19 de febrero de 2019

Una de intermediarios que se llaman a sí mismos interlocutores, aunque nada tengan que ver con la literatura y sólo les interese la plata

Máquina de polinizar

Daniel Gigena publicó la siguiente nota en La Nación, del 19 de enero pasado. En ella se habla de las eventuales ventajas que implica para los escritores tener un agente literario. Por suerte no son obligatorios, todavía. Por otra parte, en esta nota se habla de "literatura argentina", como si literatura fuera solamente la novela y eventualmente el cuento, como si fueron los únicos dos géneros que importan. Sería interesante saber cuántos de estos agentes "literarios" se ocupan de vender textos de poesía, dramaturgias y ensayos, especies que nadie menciona en el texto que sigue. ¿Será porque no reportan dinero?

Superagentes literarios:
los polinizadores de la literatura argentina

Negocian los contratos de los escritores, los asesoran legalmente, facilitan el “pase” de un autor de una editorial a otra e incluso consolidan el prestigio literario de sus representados con participaciones en concursos, festivales y giras internacionales. En especial, las agencias literarias se ocupan de vender derechos de obras de autores argentinos en el extranjero para expandir las fronteras de la ficción y la no ficción más allá del ámbito nacional. A su modo, y a cambio de un porcentaje en las ganancias, son gestores culturales. Si la literatura fuera un jardín, los agentes serían entonces vectores de polinización, al acercar a otras geografías las obras de narradores, poetas y ensayistas nacidos en el país.

Con sede en el primer mundo
Varias de las agencias que representan a gran número de escritores argentinos están en el hemisferio norte, sobre todo en Madrid y Barcelona, pero también en Nueva York y en Frankfurt. “Mi agente se llama Nicole Witt, era la mano derecha de Ray–Güde Mertin, que murió hace unos años –cuenta Ana María Shua a La Nación–. La agencia está en Frankfurt y se especializa en literatura latinoamericana”. Para la autora de Hija, un agente hace falta por muchas razones. “En la mayor parte de las editoriales del mundo un autor no puede presentarse directamente, necesita un intermediario. A veces ese papel lo hacen los traductores, pero solo en las editoriales chicas. No hay ningún mal ni desdoro en buscarse agente. Los agentes solo te buscan a vos si tenés éxito de ventas o un prestigio importante. Tampoco hay que esperar todo de ellos. Uno de mis refranes preferidos es 'Ayúdate, y tu agente te ayudará'“, concluye la escritora argentina.

“Hace veinte años que trabajo con Guillermo Schavelzon, en la agencia Schavelzon–Graham , que adopta un método distinto con cada autor. Entrego el libro y me olvido, dejo que ellos hagan las elecciones, y por supuesto me consulten a la hora de decidir. No soy particularmente ambicioso”, revela Leopoldo Brizuela, premio Alfaguara de Novela 2012 por Una misma noche. “Quiero un agente para que me sustituya en las cosas que no puedo hacer, por timidez e incapacidad para los negocios. Un buen agente defiende la obra ante los editores, sobre todo a la hora de firmar el contrato”, agrega. La lista de autores representados por la agencia Schavelzon–Graham, que tiene sede en Barcelona, sorprende: de Ricardo Piglia a Elsa Bornemann, pasando por Claudia Piñeiro, Sergio Chejfec y Alberto Manguel, por mencionar solo a autores argentinos.

Según Schavelzon, los autores eligen la agencia, y la agencia elige a sus autores. “Los principales referentes, para ambas partes, son otros autores de la agencia. Se requiere afinidad personal, responsabilidad y buenos resultados. Con el tiempo, la relación entre el autor y su agente se va haciendo más cercana en los terrenos creativos, administrativos y financieros”, detalla. “El escritor, cuyo trabajo es extremadamente aislado y aislante, necesita un interlocutor, alguien que lo pueda escuchar, y resuelva los aspectos de la gestión de su trabajo. El agente debe saber elegir la editorial más adecuada para cada autor, tanto en su país como en el resto del mundo, y obtener lo mejor para su representado”. Según este editor argentino devenido agente internacional, la editorial que más anticipo paga no es necesariamente la mejor opción. “Tiene que haber muchas otras afinidades entre el autor y el catálogo de la editorial, y sobre todo, tiene que haber un editor entusiasmado”.

Casanovas & Lynch fue fundada en 1981 por Mercedes Casanovas. “Era una agencia ya establecida y respetada en el ámbito español y en el internacional cuando llegué –dice María Lynch a La Nación–. Empecé muy joven, con veintidós años, por una combinación extraña de azar y vocación, y me asocié en 2010”. Pocos años atrás, Lynch asumió la dirección de la agencia. “Lo que más me gusta de mi trabajo es estar lo más cerca posible de la escritura, de la gestación y el desarrollo de un libro. Una de las cosas que aprecio es ver cómo una idea que sobrevuela un almuerzo va tomando forma y se convierte en una obra, poder seguirla en su trayectoria hasta que, no solo se publica, sino que a veces también se traduce a varias lenguas o se adapta al cine”.

Con casi cuarenta años de andadura, la agencia trabaja con sesenta autores, entre ellos las escritoras argentinas Pola Oloixarac, María Gainza y Betina González. “Se podría considerar una agencia boutique. Está enfocada en representar a voces españolas y latinoamericanas y siempre ha tenido la vista puesta en América. Nací en España pero soy hija de argentinos. Tengo gustos más bien literarios y eso se refleja en mi lista, pero es tan ecléctica como para integrar a autores que por un motivo u otro me han llamado la atención. Para mí es muy importante la calidad, tanto en lo literario como en lo comercial”, dice Lynch, que define la tarea del agente con una metáfora química. “Un agente literario es como un catalizador. Unas veces acelera una reacción que se daría de todas formas, aunque a menudo sin la enzima la reacción no se da”. Lynch admite que la circulación y difusión de libros de autores latinoamericanos en los países de lengua española no es tan sencilla como cabría esperar.

Una figura tan necesaria como polémica
En tiempos de crisis, los negocios no fluyen como en las épocas de abundancia. Algunos editores critican el trabajo de intermediación de los agentes. “Hay casos de agentes buenos, que te ayudan a pensar tu catálogo, que conocen las obras de sus autores y piensan una estrategia de largo plazo para sus carreras, pero en general abundan los que quieren forzar al límite el negocio de los editores”, dice a este diario un editor que prefirió mantener el anonimato. Son famosas las anécdotas de agentes cuya principal virtud es la intransigencia.

“El lugar del agente es el que el escritor le otorga –argumenta Schavelzon–. El libro no atraviesa su mejor momento en ningún país y la concentración en grandes grupos presiona al editor, exigiéndole rentabilidad más que descubrimientos literarios. El agente trata de obtener, para una misma obra, diversos ingresos, en otros países, medios y soportes”. Su agencia cobra un honorario del 15% de todo lo que obtiene para su cliente en lengua española, y un 20% de países de otros idiomas y contratos de cine y televisión (derechos subsidiarios), en el momento que el autor cobra. Los gastos, como pueden ser los viajes al exterior para promocionar un título, corren por cuenta de la agencia.

“En nuestro país, algunos autores contratan a un agente para que negocie los derechos de su obra en el extranjero y se quedan con la facultad de negociar en persona con los editores locales –dice Paola Lucantis, editora del sello Tusquets en la Argentina–. Ese modelo de trabajo mixto, que permite salir al mundo y a la vez mantener el vínculo con el editor, es un modelo más sano de relación personal y comercial”. Para Lucantis, la figura del agente literario es, como la de todo intermediario, tan polémica como necesaria. “Los agentes aparecen cuando la escala sobrepasa la posibilidad de la relación personal”, agrega. Pocas editoriales argentinas han desarrollado un área de ventas de derechos en el exterior. En el caso de las editoriales independientes, son los propios editores los que viajan a ferias o encuentros en el exterior para establecer contacto con sus colegas extranjeros.

“Tengo muy claro que la figura es de intermediario y que lo importante son los dos extremos que participan –dice Lynch, desde Barcelona–. Los agentes tienen que estar para facilitar, no lo contrario, aunque evidentemente siempre defenderé los intereses de un autor por encima de todo. El agente es un cómplice incondicional del autor, que conoce bien su obra, pero también del editor, al circular información entre ambos. Esa faceta de vocero es muy importante cuando se trata de difundir una obra en el extranjero, ponerla en contexto y facilitar su publicación en otros países”. Por otro lado, la agencia asegura que los contratos sean legalmente aceptables para los autores, y que los pagos y las liquidaciones se hagan a tiempo. “Es una tarea nada despreciable, por cierto”, acota.

La primera agencia en suelo argentino
Las agencias literarias cumplen un papel cada vez más notable en el ecosistema editorial local. La creación, a fines de 2016, de la primera agencia literaria con sede en el país confirma esa evidencia. Pampa Agency, con base en la ciudad de Villa María, coordina su tarea con la editorial de la Universidad Nacional de Villa María, Eduvim. “Con Carlos Gazzera, vimos la necesidad de aportar un grado de profesionalización al campo literario argentino y, a la vez, de poner en valor el rol del agente como un mediador especializado en la circulación de obras, tanto a nivel internacional como multimedial, es decir, la transformación a otros formatos de la obra”, dice Luis Seia.

Al momento de la fundación de la agencia, se hizo una selección de autores del catálogo de Eduvim. Obras de Javier Chiabrando, Andrea Rabih, Clementina Quenel, Sergio Gaiteri, Adrián Savino formaron parte de Pampa desde el inicio. “Luego sumamos a aquellos autores cercanos que considerábamos valiosos, como Osvaldo Aguirre, Andrés Rivera, Antonio Tello. Tuvimos muy buena recepción en las ferias de Frankfurt y de Guadalajara, dado que se trataba de una agencia de autores argentinos y latinoamericanos con sede en la Argentina y no en las capitales literarias españolas”, agrega Seia.

Con el correr del tiempo, las ferias y las relaciones, varios autores se acercaron a Pampa Agency. “Incorporamos las propuestas que consideramos de mayor calidad y que ocupaban segmentos de mercado que no teníamos, con autores como Paula Varsavsky, Gabriela Fleiss y David Wapner, así como también a ilustradores con potencial en el mercado internacional, como Javier Solar”. Asimismo, Pampa inició un trabajo de representación y asesoría en el scouting o adquisición de contenidos a editoriales como La Parte Maldita y de producción de audiolibros con Audioserial.

Salir del territorio
Desde Madrid, la argentina Claudia Bernaldo de Quirós, de la agencia internacional CBQ, cuenta que conoce bien las tareas del ambiente editorial. “Siempre me moví en ese mundo; he trabajando haciendo prensa para distintas editoriales, he sido correctora de estilo, he hecho informes de lectura, he sido editora dentro de un sello y también freelance”, destaca. Creó la agencia hace diez años. “Monté CBQ porque había visto en mi país las dificultades que tenían los autores para salir de su territorio, no solo para ser traducidos sino también para que al menos sus textos se conocieran fuera de su entorno más próximo. Siempre tengo en mente que los derechos de autor están contemplados en el artículo 27 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos”. Entre otros autores, la agencia CBQ gestiona la obra de María Teresa Andruetto, Francisco Bitar, Iosi Havilio, Selva Almada y Gabriela Cabezón Cámara. Obras de los autores con los que trabaja ya fueron traducidas al inglés, el italiano y el francés.

Bernaldo de Quirós admite cierta preferencia por los escritores de América Latina. “Creemos que allí se produce la mejor literatura. Siempre hemos apostando por aquellos textos que anuncian la presencia de un autor con pensamiento y voz propia. Entiendo por eso alguien que tiene sus propias señas de identidad, un universo más allá de las modas y las corrientes literarias establecidas, alguien con una aguda mirada narrativa. Me atraen los textos más arriesgados y menos pasteurizados”. Para ella, la solidez de una agencia no se construye con uno o dos autores célebres sino con la suma de muchas voces.
“Pienso que la pregunta de si un autor tendría que buscarse a un agente o no depende estrechamente de qué tipo de escritor es, qué clase de literatura produce, qué expectativas tiene en relación con ella, etcétera –dice el rosarino Patricio Pron desde Madrid, ciudad donde reside desde hace varios años–. Mi propia experiencia con los agentes es buena, pero diría, resumiendo mucho, que, más que un agente, lo que un escritor necesita es un interlocutor, y este puede ser un agente, un editor que confíe en su trabajo, buenos amigos o cualquier otra figura”. Acaso también, sin saberlo, los lectores ejercemos ese rol de agentes vocacionales de la literatura que amamos.


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