viernes, 26 de febrero de 2021

Fernando Sorrentino se corta el pelo y dice


Con una demora que debe atribuirse a los buenos oficios de EDENOR, se reproduce a continuación un artículo publicado en el diario La Prensa, de Buenos Aires, el pasado 3 de febrero, donde el escritor Fernando Sorrentino reflexiona sobre los curiosos intentos de mejorar la realidad a partir del uso más bien chapucero de términos tomados del inglés o, lisa y llanamente, de fórmulas rebuscadas. En pocas palabras, distintos tipos de eufemismos.

El poder exaltador de la palabra

Que yo sepa, desde mi más tierna infancia el local donde el oficial me cortaba el pelo se llamaba peluquería. Pero últimamente he visto una especie de eclosión de barberías, término que de inmediato despertó mi fastidio, sólo superado cuando algunos de estos establecimientos, yendo más lejos en el infinito sendero de la afectación, colocan un cartel que dice Barber’s Shop. Esta expresión y otras similares, como Merry Christmas, Father’s Day, Open, Sale, Off, Come to School, Spring, Winter, etcétera, son suficientes para que yo evite realizar ningún gasto en tales comercios.

Pero, con anterioridad a este imaginario glamour de la lengua inglesa, hubo otros intentos de mejorar, no la realidad, sino la expresión de la realidad.

En otras épocas me hacía cortar el pelo en peluquerías. El señor Covid 19 me indicó la sensatez de adquirir una máquina eléctrica del oficio y, como no requiero ninguna elegancia especial, mi mujer me despoja de mis pelambres como si cortara el césped, de manera ecuménica, rasante, democrática, igualitaria y total, enviándome, sin pagar un centavo, a la categoría de rapado absoluto.

Una de las últimas veces que tuve que apelar a los servicios de una de las tantas peluquerías de mi barrio recibí una sorpresa: según lo anunciaba un cartel, quien se encargaría de la tarea ya no sería Fulano de tal, peluquero sino Fulano de Tal, estilista.

Así como a Sansón la falta del cabello que le sustrajo Dalila le quitaba fuerzas, parece que en mi persona la labor del Dalilo en cuestión intensificó el funcionamiento de mi caletre pues, apenas estuve de vuelta en la calle, relacioné la metamorfosis del peluquero en estilista con el hecho de que, en las profesiones más o menos medicinales, Grecia ha desplazado a Roma: en la Argentina ya no existen “oculistas” sino oftalmólogos, los “dentistas” se han transformado en odontólogos y los pedestres “pedicuros” han devenido podólogos.

Bien recuerdo que, en mi niñez, una hermana de mi abuela materna hablaba de botica y no de farmacia, como decía el resto de los mortales de Buenos Aires, extravagancia que provocaba fuerte hilaridad en sus sobrinos-nietos. Ambos términos son de etimología griega, y –según creo– nunca hubo palabra de origen latino para designar el comercio en cuestión.

Mejorar las cosas reales y tangibles mediante el uso de palabras “prestigiosas” es, naturalmente, una mera ilusión: tan bueno o tan malo será un podólogo como un pedicuro (salvo en el caso espeluznante, pero no infrecuente, de que alguien pronuncie pedícuro, circunstancia que, sin dudar, me hará refugiar en la forma helénica).

Un triste o alegre oficio

Según afirman los expertos en el tema, hay cierto oficio femenino –ya tildado de triste, ya de alegre– que ha sido datado como el “más antiguo del mundo”, si bien nadie ha establecido la fecha fundacional de tal labor. Esta añeja prosapia explicará, sin duda, la abundante y matizada sinonimia acumulada en tantos siglos y en tantos países hispanohablantes: buscona, cantonera, cortesana, furcia, golfa, lora, meretriz, pelandusca, hetera, hetaira, prostituta, pupila, ramera, yiro, zorra…

Sin embargo, el vocablo menos científico, menos regional y menos restringido y ambiguo es el que, por ejemplo, puso en 1603 Francisco de Quevedo (Buscón, capítulo 2) en boca de Pablos: “Todo lo sufría, hasta que un día un muchacho se atrevió a decirme a voces hijo de una puta hechicera”.

Tampoco (1615) lo eludió Miguel de Cervantes (Quijote, segunda parte, capítulo 13), cuando Sancho habla de su hija: “–Ni ella es puta, ni lo fue su madre, ni lo será ninguna de las dos, Dios queriendo, mientras yo viviere”.

Siendo las damas de dicha cofradía putesca renuentes a grosería o vulgaridad, han rechazado aquel término, no por quevedesco y cervantino, menos ruin. Por tal motivo, al constituir una suerte de sindicato o asociación gremial que las cobija, su natural recato las ha inducido a autotitularse Profesionales del Sexo.

Al igual que oftalmólogo u odontólogo, la expresión es prestigiosa, pues nos inculca la idea de que lungo studio e grande amore (imagino que con clases teóricas y prácticas) han sido necesarios para alcanzar tan augusta profesionalidad.

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