El siguiente artículo, con firma de Blanca Espada, fue publicado el 21 de noviembre pasado en okdiario, de España. Según la bajada, “Un error en la traducción a la hora de explicar cómo era Marte, acabó generando que en Estados Unidos comenzara a hablarse de los marcianos”.
El error de traducción que creó la existencia de los «marcianos»
Los traductores lo saben bien: su trabajo, casi siempre en la sombra cuando se hace mal puede crear muchos problemas. Si bien es cierto que una excelente traducción suele pasar desapercibida porque fluye bien, un texto mal traducido hará que la lectura sea difícil y desagradable en el mejor de los casos, en el peor de los casos incluso cambiará la historia. Es el caso de la existencia de los “marcianos” de los que por lo visto se tiene creencia precisamente por un error de traducción.
Uno de los ejemplos más emblemáticos de cómo los malentendidos pueden conducir a puntos de inflexión de época fue descrito por Giovanni Bignami, un astrofísico y divulgador que murió en 2017, en su libro Los marcianos somos nosotros.
Todo comenzó cuando Giovanni Virginio Schiaparelli (1835-1910), astrónomo y director del Observatorio de Brera durante casi cuarenta años, observó Marte por primera vez con su telescopio y comenzó a dibujar su superficie. “En ese momento el ojo se colocaba en el ocular del telescopio, no en una cámara o una cámara de video, como hoy”, escribió Bignami, quien subrayó cómo lo que se veía (o se pensaba ver) luego se dibujaba a mano en una hoja. A los ojos de Schiaparelli, las diferencias cromáticas observadas en la superficie del Planeta Rojo eran atribuibles a la presencia de continentes y mares, estos últimos unidos por canales.
El éxito del trabajo del astrónomo italiano fue enorme, y sus palabras y dibujos llegaron al extranjero: aquí fascinaron a un rico diplomático estadounidense, Percival Lowell, que abandonó su carrera diplomática para invertir en astronomía (el Observatorio Lowell, en las montañas de Arizona, todavía está activo hoy). Antes de observar el Planeta Rojo con sus propios ojos, Lowell había leído sobre algunos “canales” fantasmas de los que hablaba Schiaparelli, pero había sido engañado por la traducción (incorrecta) al inglés, ya que el término “canales” no se tradujo como channel (o brazo de mar natural) sino como canal, término que implica un origen artificial completamente ausente en la versión italiana.
El desastre estaba hecho: después de la muerte de Schiaparelli, que ocurrió en 1910, Lowell comenzó a difundir teorías bastante imaginativas sobre la abundante vida que animaba al Planeta Rojo y de cómo los llamados desde entonces “marcianos” por ser habitantes de Marte, eran capaces de construir los canales observados previamente. Incluso debido a su posición social, en 1911 Lowell logró que un titular de página completa en el New York Times anunciara “Los marcianos construyen dos inmensos canales en dos años”. Las fantasiosas teorías nacidas de “un desatino lingüístico” fueron afortunadamente refutadas poco después por la fotografía astronómica, gracias a la cual se entendió que la superficie de Marte no era en absoluto como la había descrito Lowell y mucho menos que se tuviera constancia de la presencia de marcianos.
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