No todos los que publican libros son editores. Muchos son solamente personas que se ocupan de que un libro llegue al papel (para lo cual discuten con la papelera), de que se imprima (para lo que discuten con el imprentero), de que se distribuya (razón por la que pactan con el distribuidor) y de que esté en las librerías (vale decir, por eso se ocupan de charlar con los libreros). Los editores, además de todo eso, se ocupan también de hablar con los autores y con los traductores, sabiendo que son ésas las personas más importantes en toda la cadena del libro. Eligen qué libros publicar, acompañan a quienes los escriben y traducen, saben tratar con individuos a menudo inestables y los confortan y ayudan para que el trabajo llegue a buen puerto. O sea, son otra cosa y no sólo verduleros con ínfulas. Acaso un buen ejemplo sea el colombiano Santiago Tobón, radicado desde hace años en Madrid y al frente de la filial española de la editorial mexicana Sexto Piso. Digamos que es alguien que sabe ubicarse a ambos lados del mostrador, que no se limita a ser un snob que se cree más importante que el autor, ni un pizzero de malos modos que piensa que hacer libros es un negocio como cualquier otro. Tobón, por si fuera poco, es además un verdadero caballero. Pasó brevemente por Buenos Aires para la Feria del Libro, de la que estuvo ausente por dos años, y conversó con Santiago Días Benavidez, charla que fue publicada en el día de ayer en InfoBAE Cultura.
“Queríamos
evitar lo pasajero”
Desde
sus inicios, en Ciudad de México, Sexto Piso se ha caracterizado la
recuperación de obras de la literatura universal que no han sido reconocidas de
la manera correcta. Construir un puente entre estos libros y los lectores es lo
que le ha permitido a la editorial ampliarse con el correr de los años, además,
su buen ojo para los libros de autores contemporáneos no ha fallado y en su
catálogo tienen a más de una de las voces que hoy en día dominan el mundo
literario, no solo en los países de habla hispana.
Desde textos filosóficos y literarios, hasta ensayos sobre temas sociales y artísticos, pasando por contenidos gráficos y libros ilustrados, el catálogo de Sexto Piso se ha constituido, desde 2002, como uno de los referentes en la industria editorial contemporánea, por lo menos en cuanto a los países de habla hispana se refiere. Cuentan con seis colecciones: Clásicos, Narrativa, Ensayo, Ilustrados, Niños y Realidades.
Con presencia en casi toda Centroamérica, Colombia, Chile, Argentina, Venezuela y España, han publicado alrededor de cuatrocientos títulos de autores y autoras de la talla de Margaret Atwood, Anne Boyer, una de las recientes ganadoras del Premio Pulitzer, Margo Glantz, David Grossman, Etgar Keret y Alberto Manguel, entre mucho otros. La editorial tiene sede en México y España, y está dirigida por cuatro personas: Eduardo y Diego Rabasa, Felipe Rosete, y el colombiano Santiago Tobón.
Recientemente, Tobón estuvo de gira por Latinoamérica y
participó de las ferias del libro de Bogotá y Argentina, hablando sobre su
experiencia como editor y lo que ha significado este recorrido de más de 15
años a bordo de Sexto Piso. Para él, que terminó metido en este oficio por sus
inquietudes de lector, la edición es algo que se aprende sobre la marcha. “A
editar se aprende editando”, señala. Al respecto, el colombiano conversó con
Infobae y reflexionó sobre lo que significa ser un editor de libros en un
tiempo como el que vivimos.
–Hay una pregunta que interesa a todo aquel que quiere formar parte del
mundo editorial: ¿Cómo se definen las líneas de una editorial? ¿Por qué se
trabajan unos temas y no otros?
–En el caso de Sexto Piso, el planteamiento fue muy ingenuo.
Existen dos caminos, en mi opinión, por los que se puede llegar a ser un
editor. Uno es lanzándose sin saber absolutamente nada al respecto, y el otro
es hacer cuando ya se ha obtenido algo de experiencia en el campo. Nosotros
tomamos el primer camino e hicimos muchas cosas del modo contrario a como
deberían haberse hecho. Nos acogimos al método de ensayo–error, con todo lo
bueno y lo malo que eso conlleva. Ahora, revisándolo en perspectiva, es posible
que mucho de lo que hemos logrado no se haya dado de la forma en que se dio si
no hubiesemos empezado de esa manera. El proyecto se habría configurado de
manera diferente. Todos los que estamos detrás de la editorial somos lectores.
Yo, particularmente, soy un lector bastante heterogéneo. Me gusta pasar de un
género literario a otro, ir de la novela al ensayo, o saltar de la poesía al
libro ilustrado. Esas lecturas mías, junto a las de mis colegas en la
editorial, fueron configurando las líneas que hoy tenemos, eso sumado a lo que
necesariamente se tenía que publicar, pero evitando rechazar nuestra esencia. Eso,
hoy en día, es más complicado de hacer, pienso yo. Cuanto más acotado, más
reducido sea el tema del que uno se ocupa, más fácil será ganar visibilidad.
Siento que esa es la senda que casi todo proyecto editorial nuevo decide
recorrer. Nosotros contamos con la suerte de tener poco conocimiento pero mucho
entusiasmo. Esa es una ecuación que se va nivelando. De alguna manera, cuanto
más recorrido y experiencia se va teniendo, menor es el entusiasmo. La ley de
la vida así lo dispone. No es que no se disfrute lo que se hace, pero de tanto
hacerlo, se va tornando en algo mecánico. Nuestra apuesta fue, entonces, y lo
sigue siendo, publicar libros con un alto valor cultural, más allá de la
claridad del horizonte. A veces, lo que prevalece en el mundo editorial no es
tanto la certeza, sino la capacidad de arriesgar.
–¿Cuál
es el valor cultural que tiene el libro hoy ante las dinámicas de la inmediatez
que acoge la industria editorial?
–Esa fue una idea que tuvimos clara desde el comienzo. Nuestro
interés era meramente literario, y lo sigue siendo. En ese sentido, la búsqueda
de contenidos siempre ha estado vinculada a la calidad. De ahí que,
deliberadamente hayamos decidido quedarnos al margen de los temas coyunturales.
Queríamos evitar lo pasajero. Eso nos permitió centrarnos en los rescates.
Libros que, por algún motivo, habían dejado de estar disponibles para un lector
y que ya tenían una legitimidad probada, aunque no necesariamente un recorrido
comercial amplio. O libros de autores que tuviera esa legitimidad pero que no
fueron publicados por alguna razón. Con esa idea iniciamos y con el tiempo la
hemos fortalecido. Actualmente, existe una sobreoferta en todos los frentes.
Las librerías están llenas y las ferias del libro exhiben títulos de los que se
deja de hablar en uno o dos meses. Eso es una muestra de lo brutal del peso de
la novedad. Los libros tienen un tiempo muy corto. Si no se vendieron en un
mes, son devueltos a las editoriales porque, por supuesto, estos sitios
necesitan abrirle espacio a lo que viene. Es muy difícil luchar contra esa
lógica, pero en el caso de Sexto Piso, al no estar ligada a estos principios,
lo importante está no tanto en el título sino en el fondo, y así mismo la
editorial es valorada por los lectores y los libreros. Eso nos ha permitido
mantenernos al margen de las dinámicas inmediatas que propone la dictadura de
la novedad.
–¿Cómo
el colegaje entre las editoriales aporta al crecimiento de los sellos?
–Sexto Piso hace parte del Grupo Contexto, que es una reunión de cinco editoriales independientes de España y México con intenciones similares y también propuestas editoriales muy afines. En el caso nuestro, seguramente, la acogida del sello por parte de los lectores no hubiese tenido el mismo alcance de no haber estado allí adentro. Lo que se conoce como “editoriales independientes” es el único eslabon de la cadena editorial que realmente garantiza la bibliodiversidad, la presencia de libros para diferentes tipos de lectores. Todo es menos uniformado, más heterogéneo. Esto es lo que nos hermana a las editoriales que trabajamos dentro del grupo. El colegaje entre editoriales es algo que se ve en todos los países. En México, en España, en Argentina, en Colombia, hay asociaciones, agremiaciones entre distintos sellos que buscan un mismo fin: generar alcance y visibilidad. Esto permite que el trabajo de las editoriales llegue a más lectores y tenga un impacto cultural más amplio. Al fin y al cabo, más allá de los intereses de cada editorial, todo gira en torno a la conversación.
–¿Qué
posturas o estrategias debería adoptar la industria editorial ante la ausencia
o escasez de los materiales que posibilitan la fabricación de un libro?
–Por el momento Sexto Piso ha podido cumplir con los
calendarios establecidos de llegada de novedades a librerías y diferentes
escenarios de difusión de libros. La escasez del papel es una realidad en todo
el sector, a nivel global. Sin embargo, a nosotros no nos ha afectado
considerablemente. Sí nos hemos anticipado a los tropiezos, entonces, ya no
trabajamos con dos meses de anterioridad sino con tres y así garantizamos que
los procesos de edición y producción no se vean afectados. El problema radica
en que los costos de producción se han incrementado debido a que escasean los
materiales. Ante ello, hay que subir los precios de los libros en los puntos de
venta, pues es la única forma de recuperar lo invertido, pero en nuestro caso,
porque sabemos que nuestros libros son costosos, decidimos mantener los precios
y hacernos cargo de esa diferencia. Nuestra estrategia ha sido anticiparnos y
acogernos a la situación.
–En
lo personal, ¿qué se siente mirar atrás y ver lo que han conseguido como
editorial?
–No nos imaginábamos nada de esto. Ya son 18 años los que
llevamos trabajando. Cuando empezamos, no teníamos ni idea de nada, pero esa
magia del desconocimiento, ligada a la confianza de que se pueden hacer las
cosas, es lo que hoy nos tiene como estamos. Si las cosas se hubiesen dado de
otro modo, Sexto Piso no sería lo mismo.
–Después de todos estos años, ¿qué significa editar un libro?
Me gusta decir que editar es buscar lectores que sean
parecidos a lo que uno es. Esa es la definición más concreta que encuentro para
el oficio de editor, aquel que busca lectores que se le parezcan.
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