viernes, 22 de julio de 2022

Pessoa en versión de la poeta y traductora venezolana Ana Lucía de Bastos Herrera

“Poeta, ensayista y traductora, Ana Lucía de Bastos Herrera ha asumido el considerable desafío de traducir El libro del desasosiego, de Fernando Pessoa, al español. La edición, bilingüe, a cargo de [la editorial venezolana] bid&co editor, incluye un texto introductorio y un epílogo, ambos del colombiano Jerónimo Pizarro —reconocido especialista internacional en la obra de Pessoa.” Así se presenta la siguiente entrevista a propósito del libro de Pessoa –previamente traducido por Ángel Crespo para Seix Barral y por Santiago Kovadloff para Emecé, entre otras versiones–, realizada por Nelson Rivera y publicada por Papel Literario, el suplemento cultural del diario El Nacional, de Colombia.

Entrevista a Ana Lucía de Bastos Herrera

—¿Qué es Libro del desasosiego? ¿Cómo lo describe usted?
—Es un libro de cabecera, y no porque sea uno de mis libros de cabecera, sino por sus propias características: es una obra que no pide ser leída de principio a fin, que basta con abrirlo y leer uno de sus fragmentos para encontrar en cada uno de ellos la misma lucidez que encontramos en todo el libro. Cada fragmento es así un fractal de ese desasosiego, que nos refleja y nos regala, diría, sobre todo, un tono, una atmósfera, desde la cual pensarnos.Creo que además es un libro capital sobre una época de la humanidad, que sigue siendo la nuestra: así como podemos entender el mundo de los griegos gracias a sus grandes poemas épicos, creo que con el Libro del desasosiego podemos comprender (comprendernos) a esta humanidad anónima y en muchos casos, solitaria, que puebla las ciudades y las oficinas en horarios de 8 a 5. Nuestro mundo postindustrial. Es, además, el gran libro de Lisboa, que está siempre presente y, en muchos casos, sirve de contrapunto, por su belleza y luminosidad, al desasosiego que nos habla.

—Decía el poeta Ángel Crespo, traductor de Libro del desasosiego, que esa obra exigiría ser traducida una y otra vez, y que no sería posible alcanzar nunca una versión definitiva, ni al español ni a ninguna otra lengua. ¿Qué le parece esta afirmación?
—La traducción es un oficio lleno de angustia, siempre que se relee algo traducido se puede encontrar una mejor solución al texto, o al menos, una solución más acorde al estado de ánimo de quien lo lee en ese momento. Es decir, creo que todos los libros pueden ser traducidos una y otra vez. Pero, en el caso del Libro del desasosiego, se suma la particularidad de que el propio texto en portugués, en su lengua original, no está fijado, no hay una versión definitiva. Cada uno de los Libros editados en Portugal son versiones conseguidas por su editor, y tienen importantes diferencias. El Livro do Desassossego ha variado tanto en extensión, como en el orden de la disposición de los fragmentos e incluso, en la transcripción de los mismos, pues mucho del material encontrado estaba manuscrito y es de muy difícil lectura. Hay un ejemplo muy elocuente sobre estos cambios, que comenta Jerónimo Pizarro, y que está recogido en la edición venezolana. En la edición de Pizarro, la última hasta ahora, hay una frase que fue transcrita como “El gran libro como dicen los franceses”, pero que en la primera edición se leía “El gran libro que dice quién fuimos” y, en otra intermedia, “El gran libro que dice qué somos”. Imagina cómo cambia el sentido de todo el fragmento. No se sabe, porque Fernando Pessoa nunca concluyó este trabajo, cuál sería el orden definitivo, cómo transcribiría ciertos fragmentos o frases que en muchos casos hasta ahora siguen siendo ilegibles, ni cuáles fragmentos habría finalmente descartado. Es así un libro abierto, que no tiene versión definitiva. Pero yo pienso, ¿qué más definitivo para un libro que versa sobre el desasosiego que el hecho de que no haya una versión definitiva? Hasta su forma es un desasosiego.

—Usted ha traducido la edición de Jerónimo Pizarro (la misma escogida por Pre-Textos). La edición de El Acantilado es la de Richard Zenith. ¿Qué las diferencia? ¿Acaso es posible que, en los próximos años, aparezcan nuevas ediciones? ¿Cuántas versiones —cuántos órdenes— permite el Libro del desasosiego?
—La edición de Jerónimo Pizarro, además de contar con su rigurosa transcripción (estuvo trabajando con los manuscritos durante al menos diez años seguidos, haciendo un trabajo minimalista de paleógrafo e incluso, como él mismo dice, arqueólogo), se basa, en primer lugar, en un orden cronológico, a menos que el fragmento tenga alguna anotación que lo ubique claramente dentro del propio libro. Por ejemplo, el fragmento inicial de la segunda fase es de 1930, posterior a los textos a seguir, pero estaba encabezado por una nota donde se lee “trecho inicial”: la clara intención del autor es respetada. Si no hay otra indicación, en la edición de Pizarro el orden que se sigue es cronológico, aunque no todos los fragmentos están fechados y por eso su trabajo se basó incluso en la materialidad del archivo: tipo de papel, de tinta, etc. La edición de bid&co tiene la magnificencia de incluir las “Notas de data filológica y bibliohemerográfica”, al final del libro, donde podemos acompañar este trabajo del estudioso colombiano. En cambio, la edición de Richard Zenith fue organizada por temáticas, alternando incluso fragmentos de la primera fase (los escritos desde 1913 hasta alrededor de 1920) con fragmentos de la segunda (cuando Pessoa vuelve al Libro, entre 1929 hasta, por lo menos, un año antes de su muerte, acaecida en 1935). Estas dos fases son de estilos marcadamente distintos, y ya habían sido diferenciados por António Quadros en su edición de 1986. En este sentido, la edición de Zenith se parece más a la primera edición publicada en 1982 por Jacinto Prado Coelho, quien lo había organizado por “manchas temáticas”, trabajo muy similar también a la maravillosa edición de Ángel Crespo. El trabajo de Jerónimo Pizarro sería más bien deudor tanto del de António Quadros, como del de Teresa Sobral Cunha, por la diferenciación de estas dos fases y el énfasis cronológico. Por lo tanto, este gran libro, este clásico de la literatura universal, probablemente el libro más importante de la literatura portuguesa del siglo XX, al no haber sido fijado por su propio autor, seguirá siendo un libro múltiple y se presta a esa posibilidad, a que sigan saliendo otras variaciones a lo largo de los años. De todos modos, el trabajo hecho hasta ahora es difícil de superar, en las dos variantes de orden, cronológico y en dos etapas, o por temáticas. Hay una página web que permite a cada internauta, si así lo quisiera, crear sus propias versiones. En ella encontramos los originales de Pessoa, las transcripciones y cuatro ediciones insignes, y permite ver con bastante facilidad las diferencias entre ellas. La web es https://ldod.uc.pt/.

—Hay viejas ediciones del Libro del desasosiego que aparecen firmadas por Bernardo Soares. Las más recientes, por Fernando Pessoa. ¿Qué explica esa diferencia?
—La atribución autoral es otra de las decisiones que queda en manos de los editores del Libro. Una de sus grandes editoras,Teresa Sobral Cunha, incluye y atribuye la autoría de la primera fase a Vicente Guedes, pues no hay rastro en el Libro del nombre Bernardo Soares hasta después de 1929 y en cambio sí hay registro, en algunos de estos primeros textos, de Vicente Guedes. Ver, por ejemplo, el Prefacio 5 de la primera fase:

“Este libro es la autobiografía de quien nunca existió.
De Vicente Guedes no se sabe ni quién era, ni lo que hacía, ni ◊
Este libro no es de él: es él.”

Sin embargo, esta atribución no es demasiado sólida o constante. El único fragmento de la primera fase publicado en vida por Pessoa lleva la nota “Del Libro del desasosiego, en preparación” y lo firma él-mismo. Luego, en la década de los años 30, Pessoa publica varios fragmentos en distintas revistas, también firmados por él pero encabezados con estas palabras “Del Libro del desasosiego Compuesto por Bernardo Soares, ayudante contable en la ciudad de Lisboa”. Pizarro decide, al no haber ningún fragmento firmado por Guedes o por Soares, aunque sus nombres figuren en los planos de la obra o en algunos encabezados, arrogar la autoría a Fernando Pessoa, y dejar en su edición, eso sí, todas las menciones a estos dos nombres.

—Pessoa pasó más de dos décadas escribiendo el Libro del desasosiego, período decisivo en la modernización de Portugal. ¿Es perceptible el cambio de época en la lengua de la obra? ¿Entre las primeras y las últimas notas se perciben diferencias, especialmente en el lenguaje del poeta?
—Hay muchísima diferencias, y es muy fácil de detectar en las ediciones cronológicas. La versión que traduje tiene diferenciadas esas dos fases, como he comentado. En la primera fase los fragmentos fueron escritos entre 1913 y 1920 y el estilo es todavía deudor del simbolismo, decadentista, con grandes pasajes llenos de niebla, cierta pomposidad en el uso de los adjetivos que describen paisajes irreales, suntuosidades decimonónicas que suelen terminar en una suerte de absurdo, un callejón sin salida mental. Lisboa siempre se cuela, pero la “realidad” de la voz narrativa está interrumpida por estas divagaciones. Mientras,en la segunda fase, que va desde 1929 hasta por lo menos 1934, el tono, las formas, nos acercan más al poeta moderno que fue Fernando Pessoa, al autor del autor de “Tabaquería”, a ese poeta que vivió y contribuyó con las vanguardias y cuya experiencia tuvo un cambio importante en su obra. Nos adentra en esa voz del pensador y poeta que es, sobre todo, un ayudante contable.

—El Libro del desasosiego ofrece desafíos a los lectores. Por ejemplo, a veces se producen unas rupturas en el hilo de frase, o algún cambio de sentido. ¿Cómo enfrentó usted estas coyunturas? ¿Su traducción procura hacer inteligible al lector la intención del autor o procura mantener esos momentos de desconcierto, tal como están en el original?
—Mi versión, especialmente la publicada por bid&co editor, bilingüe, en espejo, es bastante fiel al original. Es decir, mantiene los momentos de desconcierto, la ilegibilidad de frases largas y complejas, cuando en el original son largas, enrevesadas y complejas. No ofrezco simplificaciones, no pretendía en ningún caso “corregir” el Libro, hacerlo más fluido. El mismo Pessoa al que me enfrentaba es el que procuro traducir a nuestro español de América, recreando también en español los neologismos que abundan en el original. La cercanía de las lenguas me permitió hacer este trabajo sin forzarlo.Creo que ese desconcierto, esa fragmentariedad es esencial, hay que mantenerla. Hay otra versión de esta traducción, que tiene algunos cambios, publicada hace muy poco en Colombia, por la editorial Tragaluz e ilustrada por José Antonio Suárez Londoño. En este caso me permití cambiar algunas palabras, por no tener el yugo de la doble bilingüe, pero sigo manteniendo ese enrevesamiento que comentas, así como todas las “No-erratas” pessoanas.

—Luego de realizar la traducción de un libro exigente y personalísimo —produce la sensación de un hombre hablando consigo mismo—, donde son tan insistentes las visiones de vida del autor, ¿qué podría decirnos de Pessoa? ¿La aproximó al hombre, la alejó? ¿Lo había leído antes de emprender esta tarea? ¿Podría hablar de él como se habla de un amigo?
—Vuelvo a releerlo y siento el mismo cariño de siempre. Una ternura que lo comprende todo. Un agradecimiento afectuoso, porque ha sido un compañero desde los dieciséis años, y porque creo que su escritura y creatividad exploran espacios del alma difíciles de acceder, relegados muchas veces, y nos autoriza a transitarlos. La traducción sin duda me acercó aún más al hombre, nos hicimos más íntimos. Es gracioso, yo estuve trabajando en esta traducción en pleno confinamiento. Debía cumplir un horario de teletrabajo, cuidar a mis gemelos que tenían poco más de un año, y por las noches, a veces madrugadas o cuando los niños dormían siesta, entregarme a la traducción de una voz solitaria, muy ajena a lo femenino, donde apenas aparece el cuerpo; a un hombre sin afectos ni familia. Podríamos decir, todo lo contrario de lo que encarnaba yo, su traductora. Y, aun así, ese cuerpo mío que era todavía leche y cuna, que estaba acompañado a todas horas, que comparte la vida en pareja, sentía desde un espacio interior, solitario, la voz del narrador del desasosiego, que lo reflejaba. Múltiples como Pessoa, contenemos también este rincón donde no hay sosiego, este espacio que él nos descubre con su Libro.

—Quisiera pedirle que comentara tres de los fragmentos del Libro. Primero, el 267, que comienza con la tajante afirmación, “Tengo grandes estancamientos”. ¿Pessoa luchó para escribir esta obra de fragmentos? ¿Qué se sabe del proceso de escritura del Libro de desasosiego?
—Pessoa tuvo un periodo en que escribió muy poco. A lo largo de casi toda la década de los veinte, después de su aventura vanguardista, la publicación de la revista Orpheu, un par de emprendimientos editoriales fallidos y la muerte de su gran amigo Mario de Sá-Carneiro, llegan los años veinte y es muy poco lo que escribe. En los treinta, su producción se acrecienta, llegando a ser tan extensa que todavía hoy no han sido transcritos y publicados todos sus textos. Por eso diría que sí, que él conoce profundamente esos estancamientos, que hay una lucha real contra un cierto nihilismo, contra la paralización. Ahora diríamos, contra la depresión. Pero, siendo el Libro un depositario de estas sensaciones, un registro de estas oscilaciones del alma que también este ayudantede contable tiene, siente, experimenta, es indispensable apuntar estos estancamientos como parte del inventario de desasosiegos. Del proceso de escritura se sabe que tiene siempre el plan ulterior de corregir el libro, de organizarlo, de unificarlo, de conseguir que haya una sola psicología, pero no tuvo el tiempo de llevarlo a cabo.

—Segundo, el fragmento 327. Dicen las dos primeras frases: “Releo lúcido, trecho a trecho, todo cuanto he escrito. Y encuentro que todo es nulo y más habría valido que no lo hubiera hecho. ¿Cómo se explica este desaliento ante lo excepcional del Libro del desasosiego? ¿Pessoa no comprendió lo excepcional de la obra que había escrito?
—Creo que Pessoa-él-mismo tenía este miedo que expone con esas palabras, y por eso, publica tan poco en vida. Pessoa, por un lado, tiene, digamos, la certeza o fe sobre su genialidad. Pero sabe que todo lo que es realizado, consumado, concretado (y esto es un tema recurrente entre las páginas del desasosiego) es imperfecto, y sufre realmente ante esta certeza de imperfección. En ese sentido, diríamos que no comprendió lo excepcional de la obra que había escrito, o dudaba y por eso no la terminaba. Pero, como todo en Pessoa, no solo es una cosa, así que también diría que sí: comprendió lo excepcional que era la obra que estaba escribiendo, y por eso nunca la abandonó. Y, como el poeta es un fingidor, finge aquí, es decir, expresa con otras palabras, desde otra persona, ese dolor de la corruptibilidad de lo concreto, ese dolor que de veras siente.

—Tercero, el fragmento 401, que arranca así: “Nadie ha definido aún, con un lenguaje que pueda comprenderlo quien no lo haya experimentado, lo que es el tedio”. ¿Cómo entiende Pessoa el tedio? ¿Qué se puede aproximar al respecto?
—Creo, estimado Nelson, que él mismo es quien mejor puede responder a esta pregunta, que de algún modo va desarrollando a lo largo de todo el Libro. Aquí una brillante conclusión sobre este sentimiento:

“El tedio, sí, el aburrimiento del mundo, el malestar de estar viviendo, el cansancio de haber vivido; el tedio es, realmente, la sensación carnal de la vacuidad abundante de las cosas. Pero el tedio es, más que esto, el aburrimiento de otros mundos, existan o no; el malestar de tener que vivir, aunque sea siendo otro, aunque sea de otra manera, aunque sea en otro mundo; el cansancio, no solo de ayer y de hoy, sino también de mañana, y de la eternidad, si la hay, y de la nada, si es ella la eternidad.

Ni siquiera es solo la vacuidad de las cosas y de los seres lo que duele en el alma cuando ella tiene tedio: es también la vacuidad de otra cosa, que no apenas las cosas y los seres, la vacuidad de la propia alma que siente el vacío, que se siente vacío, y que en él se asquea de sí y se repudia. 

El tedio es la sensación física del caos, y de que el caos es todo. El aburrido, el que tiene malestar, el cansado, se sienten presos en una celda estrecha. El disgusto de la estrechez de la vida se siente esposado en una celda grande. Pero quien tiene tedio se siente preso en la libertad frustrada de una celda infinita”.

—¿Podría compartir la historia de su vínculo con la lengua portuguesa? ¿Cómo se preparó para traducir a Pessoa? ¿Con qué dificultades se encontró?
—Mi padre nació en Portugal, en Aveiro, en una aldea a medio camino entre Lisboa y Oporto. Emigró a Venezuela a los 8 años, acompañado por mi abuela. Ya en Caracas estaban mi abuelo y mi tío, trabajando día y noche para poder reunir a toda la familia. Crecí oyendo a mi abuelo queriendo volver a Portugal, en un portuñol lleno de saudade por su tierra, saudade que me hereda. Después de cursar la carrera de Letras en la UCV, viajé a Portugal a estudiar una maestría en literatura portuguesa en la UP, la Universidad de Porto. Mi tesis fue sobre la influencia de Fernando Pessoa en dos poetas venezolanos, Rafael Cadenas y Eugenio Montejo, y dos poetas portugueses, Ruy Belo y Mário Cesariny. Para ello, claro, tuve que profundizar primero en la obra de Pessoa, que desde los dieciséis años me acompañaba. Luego, a partir de 2014, me empiezo a dedicar a la traducción literaria del portugués al español, traduciendo a escritores contemporáneos como José Luis Peixoto, Dulce María Cardoso, así como Eça de Queirós y Mário de Sá-Carneiro. Con bid& con editor publico la traducción de los tres números de la Revista Orpheu y un primer tomo de la Poesía Inédita de Pessoa, de 1915-1920. La idea es ir publicando todos los tomos que hasta ahora publicó la Imprensa Nacional Casa da Moeda, en Portugal. Fue una gran alegría cuando Jerónimo Pizarro me confía esta traducción. Las dificultades fueron las propias de la complejidad del texto, pero las atravesé como desafíos placenteros, en los que provocaba adentrarse, navegar esas frases y, de algún modo, volverlas a escribir.

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