jueves, 21 de julio de 2022

Una traductora turca del Quijote, entre Buenos Aires y Montevideo

“Políglota, viajera y lectora empedernida, nacida en Estambul en 1987, Banu Karakaş aprendió el castellano de modo autodidacta cuando vino a vivir a Buenos Aires en 2015, y desde entonces ha comenzado a traducir a autores como Cristina Rivera Garza, Héctor Abad Faciolince o Mario Benedetti. En 2019 le propusieron el cásico de Cervantes y decidió aceptarlo.” Esto dice la bajada de la entrevista que Valeria Tentoni realizó con la traductora turca del Quijote, que se publicó en el blog de Eterna Cadencia, el pasado 15 de julio.

“No hay otro libro así en la literatura universal”

En un caserío rural uruguayo, con una edición argentina que le regaló un amigo, una notebook y sin conexión a Internet, Banu Karakaş encaró su versión al turco del Quijote. Una vez por semana, según cuenta, se iba al pueblo para conectarse a la web y despejar las dudas que había recolectado: pero después, silencio, el más puro silencio, un silencio que se debe haber parecido mucho al que Miguel de Cervantes aprovechaba hace 500 años para escribir su obra maestra.

Nacida en Estambul en 1987, Karakaş estudió filosofía, idiomas y cine en la Universidad Bogazici, luego se mudó a París con un programa de intercambio académico y desde 2006 trabaja como traductora. Comenzó traduciendo libros del inglés –de autores como Gerald Seymour, Dan Crompton o David Hume– pero desde que en 2015 aterrizó en Buenos Aires para conocer Sudamérica –viviendo en ciudades como Río de Janeiro o Montevideo– y comenzó a dominar el castellano, lengua que aprendió de manera autodidacta, también la traduce. Así, ha entregado versiones de autores como Cristina Rivera Garza, Héctor Abad Faciolince, Benito Pérez Galdós o Mario Benedetti. En 2019 le llegó la propuesta de traducir el Quijote, convirtiéndose en la segunda traductora de este clásico a la lengua turca.

Actualmente, Karakaş reside en Uruguay, pero aprovechamos una visita a Buenos Aires para entrevistarla.

–¿Qué circulación regional tienen los libros en Turquía, cómo es el movimiento de esa lengua?
–Se leen en Turquía. Pero en otros países en la zona, por ejemplo, en Azerbaiyán, hablan un idioma bastante parecido, por ejemplo, pero es otro, y es necesario traducirlos. En Turquía hay una población de 80 millones de personas. Hay muchas editoriales, creo que son entre 1500 y 2000 (no todas activas), sin embargo, este fenómeno ha ido creciendo, es algo nuevo para Turquía, diría que aceleró mucho en los 90. Además, Turquía es una república muy joven, que trajo una revolución lingüística. Cambiaron el idioma en 1923. Antes se hablaba una mezcla de varios idiomas. turco, farsi, o persa, árabe, y eso es conocido como turco otomano. Si sos estudiante de historia o literatura turca, por ejemplo, tenés que estudiar ese idioma para entender los textos. Y se escribe con el abecedario árabe. Con esta revolución lingüística cambiaron el abecedario, al latino, para acercarse un poco al mundo occidental. Desde este abecedario es más fácil aprender otras lenguas como el inglés o el francés. En el camino se perdió mucho de la tradición y la memoria. Los textos antiguos siguen existiendo, pero cada vez hay menos gente que los entienda. Si bien los estudiantes de historia, literatura o teología aprenden ese idioma, ahora todos hablan turco. Por eso el mundo de las editoriales también es muy joven. Nuestra tradición literaria con esta lengua es muy joven.

–¿Y qué hay atrás? ¿La literatura antigua está recuperada en esta lengua nueva?
–Claro, muchos clásicos están traducidos, pero obviamente hay una selección de ciertas obras. Yo leí los clásicos en este turco nuevo. Pero la gente que recibe educación religiosa lo maneja bastante bien. Es como aprender latín para ustedes cuando quieren trabajar con los textos antiguos. La revolución el año que viene cumplirá 100 años, mis padres ya leían en esta nueva lengua. Mi abuelo empezó a aprenderla con la nueva república. Mi abuela nació en Tesalónica, Grecia, y mi abuelo en Bulgaria. Somos todos una mezcla.

–¿Cómo comenzaste a leer?
–En mi casa no se leía mucho, simplemente no era una familia que leía mucho. Pero en casa de mi abuelo, que era maestro, sí había una biblioteca grande que casi nadie usaba. Nosotros pasábamos los veranos en esa casa, con mi hermana y con mis primas, y yo pasaba muchas horas con los libros. Mi abuelo nos permitía usar esa biblioteca, jamás nos impedía leerlos, había un sentido de compartirla. Yo era la menor, y me sentía más feliz dentro de los libros; era mi mundo, donde yo podía pensar libremente y explorar sin que nadie se meta. Y aprendí a leer bastante joven, antes de empezar a la escuela ya sabía leer. De hecho, cuando empezamos a la escuela, yo no tenía idea de que los otros niños no sabían leer. Un día nuestra maestra nos presentó una compañera de clase como la primera alumna que ya había aprendido a leer y para mí fue una gran sorpresa ese día porque pensaba que todos lo sabían, como yo. Así que aproveché la biblioteca de mi abuela siempre que pude. Me encantaba.

–¿Qué leías? ¿Cuáles son los libros clásicos de tu país que se leen allá?
–La cuestión con los clásicos es que hubo olas en distintas épocas de la república en las cuales se escribió por fines específicos de la ideología de la nueva república. Yo leí esos cuentistas que enseñaban en la escuela y que existían en la biblioteca de mi abuelo. Pero hay que pensar la literatura turca como en dos épocas distintas: una durante el imperio otomano y otra después de la república. Y hubo una época de muchas novelas entre medio, por la influencia mundial de las novelas en el siglo XIX. Obviamente eso tiene implicaciones políticas que no podría enumerar en esta entrevista. De la literatura turca actual, mucha gente conoce a Orhan Pamuk, Premio Nobel. Su novela Nieve es muy buena, ficción histórica. En toda su trayectoria literaria creo que ha estado tratando de escribir otra historia de la República de Turquía, las cosas que no se cuentan en la historia oficial. También es muy conocida Elif Shafak, quien ahora escribe sólo en inglés, vive entre Londres y Estambul y la traducen al turco para que la lean allá. Yo la entiendo, porque también me formé en inglés en muchas cosas y a veces me es más simple pensar en inglés. Estos autores ahora se están convirtiendo en los nuevos clásicos pero son contemporáneos también.

–¿Cuándo estudiaste inglés? ¿En el traductorado?
–No, yo estudié filosofía, no estudié traductorado, pero esa carrera en mi universidad es muy liberal, te dejan cursar muchas materias opcionales muy diversas. Nosotros podíamos elegir cualquier cosa, y yo me formé mucho en idiomas. Estudiar idiomas, para mí, fue una manera de explorar el mundo. En turco yo me sentía bastante limitada. Fui a un colegio alemán, porque en Turquía hay un tipo de escuela que no es privada, como parte del proyecto de la República, que está enfocada en idiomas, y esta era una de ellas. Mi colegio en particular me enseñó alemán. Esa fue mi primera segunda lengua. Mi hermana mayor fue a un colegio en el que se enseñaba inglés y aprendí un poco con ella, después en la universidad avancé más.

–¿Empezaste a traducir en la universidad?
–Sí, yo no cursaba nada en turco porque estudié en una universidad donde la enseñanza es solo en inglés. Por eso hablaba muy bien el inglés, así que era un trabajo que me resultaba fácil. Hacía traducciones técnicas al principio, textos que no me interesaban tanto, yo sabía que quería ser traductora literaria, pero necesitaba experiencia primero. No sabía si lo podía hacer, no me tenía mucha confianza; sí, hablaba los idiomas, pero ¿podía traducir? Trabajaba en una editorial pequeña, muy pequeña, y también daba clases de inglés y de turco a los extranjeros. Siempre estaba con los idiomas. En algún momento me di cuenta de que quería traducir literatura y eso fue, de alguna manera, un viaje de regreso a mi idioma materno. La traducción me permitió conocer mucho mejor mi propio idioma, pero también mantengo una relación muy íntima con el inglés porque pasé una parte muy importante y formativa de mi vida en inglés. Tenía 18 años cuando empecé la facultad. Mis experiencias muy frescas y de exploración de la vida ocurrieron en inglés. Y la traducción, en ese sentido, fue un regreso a casa.

–Una vez me explicaron que a partir del tercer idioma aprendido algo se "desbloquea", por decirlo así, y comienza a ser mucho más simple aprender otros. ¿Puede ser?
–Sí, yo además hice un semestre de intercambio en París con una beca Erasmus, y estudié francés. Como había estado en Francia durante ese tiempo, aprender el español no fue tan difícil, porque tenía claras las estructuras de un idioma latino. No hablaba nada del castellano al llegar acá, pero al comenzar a tener conversaciones ya sabía qué preguntar, sólo me faltaba práctica. Al año de estar en Buenos Aires empecé a traducir del español, lo cual es una locura, en realidad. Había tomado clases un semestre en español cuando volví de París, pero nada más. Aprendí conversando, viviendo en este lugar. Pero la lectura y la traducción me ayudaron enormemente sin tener una educación formal o institucional.

–¿Qué diferencias o particularidades encontrás en el español?
–Con el tiempo cada vez encuentro más maneras de decir lo mismo. En español sí hay algo que es al revés: en el turco no tenemos géneros. No tenemos "ella" y "él". Es difícil a veces traducir para indicar el género. Yo te podría contar toda una historia sin que supieras el género del personaje. Ojo, no es un idioma libre de género, y tiene sus maneras de discriminar, pero no gramáticamente. Este idioma turco, cuando lo rescataron con la revolución lingüística, lo rescataron desde antes. En nuestra zona, no se hablaba ese tipo de turco. Se hablaba una mezcla, y se hablaba mucho árabe, que tiene género por todos lados, quizás no haya otro caso igual.

–¿Por qué viniste para acá?
–Siempre me fascinó el continente, y lo quería conocer. Para mí es una locura que en todo el continente hablen el mismo idioma, eso permite estar en cualquier lugar y poder comunicarte. No hay límites. Y eso se refleja en el mundo editorial, ustedes pueden mover los libros de un lado al otro y no hay demasiado problema, hay mucho movimiento en este continente sin necesidad de traducciones. Me parecía fascinante que hubiese tantas personas hablando el mismo idioma hasta México. Hace siete años ya que estoy por acá. La verdad es que vine a Buenos Aires primero sin pensarlo demasiado, fue un poco al azar, un poco destino, y me enamoré de esta ciudad. Pero no fue fácil. Y al principio me costó mucho vivir en un mundo tan desconocido para mí y con un proyecto solitario e independiente. Eso voy descubriendo más y más cada día mirando al pasado. Hablaba muy poquito, me manejaba con pocas palabras al principio. A mí me gusta tratar de entender la mente del otro, yo observo mucho, así se aprende. Observando cómo se expresa la gente, en contexto, es la manera más fácil y directa de aprender un idioma. Viviendo. Yo tenía que aprender o aprender. Me frustraba mucho, también, porque es una sensación constante de impotencia, pero de a poco aprendí.

–¿Cómo comenzaste a traducir del español?
–Yo ya estaba traduciendo del inglés, pero un día vi una búsqueda de traductores del español al turco y apliqué. ¡Esa primera traducción me costó tanto! Era un libro periodístico, una investigación sobre jugadores de fútbol de izquierdas. Tenés que usar mucho la cabeza, pero traduciendo y leyendo vas aprendiendo sin darte cuenta, como los niños, incorporando vocabulario. En la propia lengua pasa lo mismo, leyendo se amplía el vocabulario. Y el segundo libro del español es quizás el que más quiero, de Alejandro Palomas: es un libro juvenil, una historia muy tierna, muy bien armada. Después lo conocí a él, en Montevideo, y me sentí muy afortunada, la verdad es que me tocó un excelente libro, y yo hubiese aceptado cualquier libro, porque estaba comenzando. Tuve mucha suerte con los libros que me han ido ofreciendo. Después empecé a postular yo, a escribir a las editoriales, pero es un proceso. Hay que estar muy preparada para el rechazo, o para que ni siquiera te respondan. De a poco. Ahora tengo como veinte libros traducidos. Cada libro es un momento de mi vida, yo los quiero como si fueran mis hijos.

–¿Cuánto tiempo te lleva cada traducción?
–Depende de libro, pero un libro promedio como mínimo dos meses, si soy metódica.

–¿Y cómo te llegó el Quijote?
–El Quijote me llegó de cielo. Fue como yo lo deseaba, porque yo quería formarme bien, viviendo acá, en Buenos Aires, una ciudad que es una locura, y trabajando para Turquía que no es nada menos loca. Cuando me postulaba a esas editoriales, que muchas no me respondían ni siquiera, una vez una me propuso el Quijote y dije ¡sí! En Turquía hay sólo una traducción anterior, y su traductora es una referente para mí; no la conozco personalmente, pero la admiro mucho. Tiene 60 años y pico, ya es de otra generación. En Turquía hay poca gente que habla español en comparación con otras lenguas, no tenemos vínculos tan fuertes y establecidos como los que tenemos con otros idiomas europeos en general, y yo quería ser una especie de puente, en esta época. Yo no me fui abandonando mi país, yo quería explorar, pero no me fui para abandonar mi país. Nunca corté el vínculo con mi país, con mi idioma, con mi gente. Me siento cómoda pensándome como un puente, una embajadora, por pensarlo así. Cuando me lo ofrecieron, sentí que el Quijote estaba en mi camino. Quería probarme a mí misma que podía hacerlo. Pensé que iba a ser mucho más difícil, por lo que conté de la revolución en mi país y la nueva lengua: imaginé que leer y traducir un libro escrito hace 400 años iba a ser imposible. Y si bien el Quijote tiene palabras que podés no entender, vivimos en el siglo XXI, todo se busca y se aprende, no fue tan difícil. Cuando traducís primero tenés que leer para entrar en ese mundo, en el mundo del autor, porque un libro es un mundo, y con una traducción es así también. Al principio me cuesta, porque estoy entrando en un terreno no conocido. No sabés cómo hacerlo, perdés mucho tiempo, cuesta entrar. Pero una vez que entrás, estás ahí. Por eso soy muy solitaria, a veces no socializo, porque estoy traduciendo, estoy en un mundo y sólo quiero hablar de eso.

–Ahora vivís en Montevideo, ¿por qué te fuiste a Uruguay?
–Cuando acepté el Quijote yo sabía que para hacerlo iba a necesitar calma, y en Buenos Aires era imposible conseguirla. Tenía miedo que trabajando acá las cosas se me fueran de las manos. Quería bajar la cantidad de cosas que me ocuparan en el día a día, por eso no me fui directamente a Montevideo sino a un pueblo de treinta casas. La Riviera. No tenía internet en casa. Trabajaba muy enfocada. ¡Hay gente que no me cree! Tenía un diccionario, el texto en la computadora, un ejemplar del Quijote que me regaló un amigo de su propia biblioteca, y alguna ropa. Mis pertenencias eran muy escasas en ese momento. Traducía todos los días unas cinco horas. Lo que hacía era anotar todas las búsquedas que necesitaba hacer, y una vez por semana me iba al pueblo para usar internet y sacarme las dudas. No terminé el Quijote ahí, pero sí logré entrar al mundo. Me quedé en Montevideo y terminé ahí. Para terminar, me cerré todas las redes sociales. ¡Ojalá pudiera hacerlo de nuevo, porque estaba muy en paz, no tenés tanto estímulo todo el tiempo!

–Y además de traducirlo, ¿cómo fue leer el Quijote? ¿A qué lecturas que ya tenías se aproximaba?
–No se puede comparar, no sé si se puede comparar a otro libro. No hay otro libro así en la literatura universal. Es épica, pero muy irónica, también es novela, rompe toda la tradición literaria hasta ahí. Es inigualable. ¡Es tan bueno! Leyéndolo, ahora, cuatro siglos después, me río mucho, lo disfruto mucho.

–Además, es un libro que habla sobre libros, es un lector que enloquece y se aventura. ¡Es EL lector!
–Tal cual, es EL lector. Además, se supone que la historia está traducida. Hay un traductor. ¡Es una locura! Para mí fue especial porque habla de las capas y capas de entendimiento en un relato. Todo esto está ahí, ya, en esta obra. Como traductora me fascinó porque yo puedo traducir un libro de un modo, pero otra persona lo traduciría de otro. Hay mucha subjetividad en una traducción, y hasta que trabajé con esta obra, capaz no me había dado cuenta tanto. Cervantes está creando capas y capas de discusión sobre la subjetividad en una obra. Está jugando con eso. Por ahí yo también empecé a pensar lo subjetivo es también mi trabajo como traductora. Es algo de lo que no se habla mucho. Es todo un tema, si ponemos el nombre en la tapa o no – yo creo que sí, porque es mi obra, es mi propiedad intelectual, mi manera de decirlo. El Quijote para mí fue especial en ese sentido también.

–Acabás de llegar de un congreso de traducción en Estambul. ¿Cómo te cambió esta traducción? ¿Hay un antes y un después en ese mundo en el que te rechazaban o no te respondían?
–Yo no lo sabía, pero en este encuentro me di cuenta de que sí. Muchos me conocían, lo cual me sorprendió un poco, porque como no estoy en esos entornos físicamente, no esperaba tanta recepción. No estaba al tanto de que había generado tanto interés. Y yo vivo en Montevideo, en una ciudad con muy poca gente, en un país en el fin del mundo, llevo una vida bastante simple, muy solitaria, no me esperaba mucha recepción. Y existe un interés y un nivel de conocimiento del que no me había enterado. El libro se publicó hace menos de un año allá, y de esa traducción se habló mucho allá.

–¿Qué te interesaría llevar a Turquía en este puente que te proponés?
–Muchas cosas. En Latinoamérica hay maneras de contar que no existen en la tradición turca. La literatura es más oscura, desesperada, deprimida, pesimista. No es que la literatura latinoamericana dé esperanza, pero sí hay maneras de imaginar más libres. Y eso me gustaría que interactúe un poco con la literatura de allá. Por ejemplo, amo a Roberto Bolaño; es muy de acá, lo leés y sabés que es un hombre de América Latina, y me fascina su estilo. Me encantaría ver los autores de Turquía leer a Bolaño y que vean cómo se pueden crear personajes mujeres libres sin idealizarlas. Bolaño me tiene loca. Lo leo y me quedo fascinada por una semana. Leo todo lo que puedo literatura contemporánea. De Argentina me gustan mucho Mariana Enriquez y Samanta Schweblin, por ejemplo. Algunos autores me llaman la atención, y me interesa también lo que leen ellos. Otros nombres que me gustan: Camila Sosa Villada, Carolina Bello de Uruguay. Guadalupe Nettel tiene una manera maravillosamente sencilla de narrar. Admiro mucho a Alejandro Zambra. Creo que leí toda su obra y ahora mismo estoy preparando todo un dossier sobre su literatura para una revista en Turquía. Además, participo de clubes de lectura, en Uruguay tenemos uno. También tengo un grupo de lectura con amigos de Turquía y con ellos leo literatura turca, que es lo que me falta acá, que no tengo con quién hablar de eso. Sigo eventos, lanzamientos... Es una comunidad a la que estoy atenta.



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