lunes, 7 de agosto de 2023

"La gran mayoría de los escritores no alcanzan, de manera material, a sostener el valor de lo que producen con lo que obtienen al vender su fuerza de trabajo a las editoriales"

"El desarrollo de la Feria de Editores, pequeño gran acontecimiento del mercado del libro en Argentina, invita a reflexionar sobre la situación general de los autores y su base de sustentación económica." Eso dice la bajada de la nota firmada por Diego Rojas en InfoBAE Cultura, el pasado 5 de agosto, donde, en cierta forma, se continúa con el argumento planteado en la entrada del viernes 4 pasado.


Dilemas del escritor como trabajador

La Feria de Editores (FED) se encuentra en pleno desarrollo mientras estas líneas son publicadas. El evento anual ya se convirtió en un clásico. Las editoriales “independientes” convocan multitudes ávidas de encontrar libros de todos los géneros, con los que alimentar a sus bibliotecas y espíritus. La definición de “independiente” se realiza mediante una principal oposición: no son las grandes empresas multinacionales de la industria del libro. De allí en adelante, pequeñas, medianas, relativamente grandes, nacionales, extranjeras (sobre todo españolas y mexicanas) se dan cita para promocionar el producto del esfuerzo y la vocación de publicar. Un oficio que en Argentina ha tenido grandes maestros e hitos del libro en español, y que hoy se manifiesta en un legado profuso y entusiasta. Tanto como hay lectores ansiosos por adentrarse en el entusiasmo propio de aquellos que ejercen el oficio de escribir.

La FED, que se desarrolla en el Complejo Art Media, se diferencia de la tradicional Feria del Libro, por ejemplo, por la cercanía entre el libro y los lectores. Cada stand es atendido por los mismos editores o por libreros (o ready made libreros) y con la presencia de muchos de los escritores, argentinos al menos (que también recorren la feria en tanto lectores ellos mismos). Además hay charlas, mesas debate y actividades para los más chicos.

En fin, es una buena costumbre en épocas en que el objeto libro es un bien suntuario para la mayoría de la población, crisis económica mediante; con una industria golpeada por los años de pandemia, que no recibe beneficios como sojeros, mineras, siderúrgicas y entidades financieras (todo excedente económico general va a parar a manos del FMI, dicho sea de paso). Por otro lado, justo al iniciarse la FED, la Unión de Escritoras y Escritores, una de las entidades que se proponen como gremio de quienes ejercen el oficio de escribir (las otras son la decorativa SADE y la SEA), publicó en sus redes el siguiente texto:

“Llega agosto y con él, la comunicación de las editoriales informándote las regalías correspondientes a los libros vendidos en el semestre. En el mail suele leerse: ‘Los pagos locales se realizarán entre el 28 de agosto y el 8 de septiembre, pudiéndose demorar otras 48 hs’. Es decir, un pago semestral que sucede recién a los ocho meses, con suerte”.

Sumémosle a esta ecuación que quienes somos escritores recibimos apenas el 10% de cada libro vendido. Ahora sumémosle un contexto inflacionario anual del 142, 4 %.

Volvamos al mail inicial: “si una editorial te explica hoy que lo que vendiste en los primeros seis meses lo vas a cobrar en agosto o septiembre, en un país tomado por la inflación, alguien sale perjudicado y alguien se beneficia, ¿no?”.

El eslabón más débil de la cadena de la industria editorial es el escritor. Y surge como siempre la discusión acerca del escritor como trabajador. Un tema difícil.

El escritor produce. He allí una obra, un trabajo. Examinemos la teoría económica para decidir si corresponde la categoría “trabajador”. Para Karl Marx (ojo, no se lo cita caprichosamente, sino porque es el pensador que con mayor eficiencia teórica y perspectiva histórica definió las relaciones que se materializan en torno al trabajo humano y a la sociedad de clases que se cristaliza mediante la apropiación –por parte de unos pocos– de la riqueza que la fuerza de trabajo produce), el trabajo es una actividad específica de un individuo mediante la cual puede expresar su humanidad. Esta materialización del “ser humano” mediante el trabajo, cobra vida en un producto que es externo al individuo. Es creado por él y al mismo tiempo el propio hombre creador sufre modificaciones en su constitución. Hasta ahí, tout va bien.

Ese trabajo es producido por la fuerza de trabajo, en este caso, del escritor. Según El capital de Marx , la fuerza de trabajo es “el conjunto de las facultades físicas y mentales que existen en la corporeidad, en la personalidad viva de un ser humano y que él pone en movimiento cuando produce valores de uso de cualquier índole”. En ese marco, el salario es el valor para producir esa fuerza de trabajo. El plusvalor es la parte de excedencia que la fuerza de trabajo produce y que el capitalista se apropia en el marco de las actuales condiciones del sistema de producción.

Ahora, la definición es clara respecto a la pertinencia de nombrar como trabajador al escritor. Más difusa se pone la cuestión al analizar cómo los capitalistas, es decir, las editoriales (pequeñas, medianas, grandes, megaeditoriales) pagan por la mercancía, fuerza de trabajo del escritor. Es que, como señala el texto de la Unión de Escritoras y Escritores, el pago de regalías a los escritores se realiza cada seis meses. Por lo general, al escritor le corresponde el 10% del precio de venta al público de cada ejemplar vendido.

Si consideramos que en la Argentina de 2023 el precio de un libro es de alrededor de 5.000 pesos, al escritor le corresponden 500 pesos por cada libro vendido. Las tiradas de la mayoría de los libros editados rondan los 1.000 ejemplares. Si se vendiera toda la tirada, un éxito, corresponderían 500.000 pesos que, divididos, por los 6 meses del semestre, resultarían en 83.000 pesos por mes. Una cifra muy inferior al salario mínimo, que ya se encuentra por debajo de la línea de pobreza.

Perdón el enmarañamiento de cálculos en esta columna, pero la intención es señalar que la gran mayoría de los escritores no alcanzan, de manera material, a sostener el valor de lo que producen con lo que obtienen al vender su fuerza de trabajo a las editoriales. Se pueden contar con los dedos de las manos los escritores argentinos que viven de las regalías de sus textos. El resto no se dedica puramente a escribir, sino que realiza trabajos relacionados con la literatura (talleres, docencia, periodismo, etcétera) o directamente otro tipo de trabajos relacionados con cualquier otra rama de la producción. O son magnates y escriben por el puro placer de escribir, que parecen ser un mito. Pero que los hay, los hay.

En la Argentina el Estado, a través del Fondo Nacional de las Artes, otorga algunas becas a proyectos concretos en el área de Literatura u otorga premios a obras presentadas a concursos. Es otra forma de estímulo pero que se realiza una sola vez –es decir, el monto del premio o la beca debería ser dividido por el tiempo que insume la creación de una obra o la reproducción de la fuerza de trabajo que la creó–.

Es complicado ser escritor, en tanto trabajador.

¿Podría ser diferente? Señalemos la experiencia mexicana. Todos los años la Secretaría de Cultura, a través del Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales convoca al ingreso al Sistema Nacional de Creadores de Arte (para creadores –en distintas disciplinas pero la mayoritaria se centra en los creadores literarios– mayores de 35 años con una trayectoria artística comprobable, aunque también existe otra línea para jóvenes con o sin obra publicada) que otorga, a los ingresantes elegidos por sus pares y en concurso, un estímulo mensual, por tres años, de 32.173 pesos mexicanos (esto equivale a 1.884 dólares por mes).

Debe haber otras opciones a imitar, pero sería tiempo de pensar que el Estado reconozca a los escritores como tales y les otorgue un salario, así sea por un tiempo limitado, para poder usar su fuerza de trabajo en una nueva realización que llegará a manos de los lectores, probablemente, en una FED que cobra vida como la que se realiza actualmente en Buenos Aires.

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