viernes, 14 de noviembre de 2025

Jordi Doce acaba de publicar la traducción al castellano del más importante poema del poeta inglés Ted Hugues

La noticia salió publicada en La Nueva España el pasado 13 de noviembre y lleva firma de Luis Muñiz. Se refiere a una publicación largamente esperada que se aclara en la bajada: "Jordi Doce traduce por primera vez completo el ciclo poético que permanece como la más singular de las obras mayores de Ted Hughes".

Bajo el ala negra de Cuervo

La poesía de Ted Hughes (1930-1998) no se beneficia inmediatamente de su traducción al castellano; la ausencia en nuestra lengua de modelos siquiera afines puede dificultar incluso la comprensión de lo que estamos leyendo como poesía; y en libros del estilo de Cuervo (1970, 1972) o Gaudete (1977) esta extrañeza se exacerba. Hughes comparte tal limitación con otro poeta de su misma quinta, Geoffrey Hill, amante como él de las consonantes duras y la rítmica aliterativa, porque ambos proceden de zonas de Inglaterra (Yorkshire, Worcestershire) donde la herencia del viejo anglosajón aún contamina habla y sintaxis. Pero la atenuación que se consigue por el mero hecho de traducir esos ásperos sonidos a una lengua predominantemente vocálica no basta para acercar a nuestro hábitat poético ni la obra de Hughes ni la de Hill, dado que ninguno de los dos sigue la tradición del poema meditativo o conversacional, que es la que más hondo ha calado en la poesía española de todas las que ha ido produciendo el verso inglés desde Wordsworth y Coleridge.

Jordi Doce (Gijón, 1967), a quien puede adjudicársele un fuerte vínculo afectivo y literario con esa corriente –cuya influencia rastreó en Unamuno, Juan Ramón, Machado y Cernuda–, ha prestado tiempo y atención al Cuervo de Hughes desde mediados de la década de 1990, pese a ser quizá lo más alejado de la poesía meditativa que produjo nunca el adusto poeta de Yorkshire. (O, como suele ocurrir, quizá precisamente por ello.) Así, tradujo en primer lugar la edición ampliada de 1972 para Hiperión (1999), que consta de 67 poemas; ahora, veintiséis años después, nos ofrece Cuervo. El ciclo completo con un doble propósito: revisar de raíz su propia traducción, precediéndola de un nuevo y atinado prólogo, y, ya puestos, añadirle una treintena de poemas pertenecientes a la saga que su autor diseminó por revistas, ediciones limitadas y libros infantiles entre 1965 y 1981, lo que da idea de cuánto alargó el córvido la sombra de su "terrible alita negra" –como Hughes la llama en su correspondencia– sobre la vida de su afligido creador, que resume así, con ese sintagma, la mezcla de filosofía desesperada y humor negro que tiñe todo el conjunto. Crueldad mítica y metafísica servida a menudo en formato de tira cómica. (Léase, por ejemplo, "Un terrible error religioso", "La primera lección de Cuervo" o "Una travesura infantil".)

Ciclo de poemas más que poemario con el índice fijado desde su primera publicación, Cuervo y la escritura singularísima que lo alumbra son –no hay duda– fruto de las dos tragedias personales que sacudieron la vida de Ted Hughes en la década de 1960. (Sin extendernos: suicidio de su primera esposa, la poeta norteamericana Sylvia Plath, en 1963, seguido por el suicidio, en 1969, de la mujer por la que había abandonado a Plath, Assia Wevill, que, de paso, mató a Shura, la hija de ambos, de solo 4 años; en los dos casos, además, con el mismo método: intoxicación por gas; y no sin un reclamo añadido, puesto que Plath descendía de alemanes y austriacos no judíos y Wevill era hija de un judío de origen letón y una luterana germana.) ¿Puede este doble cataclismo personal tentarnos a leer el libro como un brillante desahogo? Seguramente no, porque no estamos hablando de poesía confesional como la que Plath escribió; Hughes no pretende airear en público los hechos de su vida amorosa y familiar reciente, y no lo hará hasta que publique, meses antes de morir, Birthday Letters donde da al fin su versión de lo ocurrido tras aguantar en silencio durante tres décadas el vapuleo de la crítica feminista.

En Cuervo no hay consuelo ni liberación, hay transposición, desvío de los dolores humanos hacia un tercero –el pajarraco– que no es la persona poemática habitual, el autor desdoblado en hablante, sino un auténtico personaje que a menudo reviste las trazas del trickster (el guasón o embaucador que se burla de la ley o decididamente la violenta, como el Coyote en las culturas nativas norteamericanas de la costa del Pacífico). Pero hay más: el cuervo de estos poemas hereda la sabiduría antropológica de Hughes, su pasión por la caza (incluida su visión de la escritura poética como caza) y su deuda con los mitos, más fundadores de nuestras vidas que el progreso; y siendo tan protervo como didáctico, embroma a sus víctimas mientras les da lecciones aceleradas de sinvergonzonería, en una suerte de cartoon que hubiera guionizado Nietzsche. Eso, cuando no es él el que acaba trasquilado, como en "Cuervo y mamá" o "La caída de Cuervo".

Para completar la eficacia del mecanismo distanciador –como en una novela, diríamos–, es Hughes, o su hablante libresco, el que, casi siempre en tercera persona, nos relata las andanzas del cínico cuervo; incluso cuando, desde el título, el poeta aspira a crear la ilusión de que es su personaje, y no él, quien se está dirigiendo a nosotros ("Cuervo narra la batalla", "La historia de San Jorge según Cuervo"). En realidad, toda la serie encaja mejor en el modelo estructural de una mitología, con su bestiario, sus fábulas, la relación de sus criaturas, víctimas y verdugos, con la divinidad, y un código de relaciones entre sexos basado en la preeminencia de lo ancestral, y aun lo atávico, sobre lo cultural-social. Es de destacar aquí, aparte de "Canción de amor", publicado tan pronto como 1967, "Canción de acompañamiento de Cuervo", por lo que podría tener de reflejo de la relación de Hughes y Assia Wevill, y del código de conducta que al parecer el poeta le impuso a su amante. Según los periodistas Yehuda Koren y Eilat Negev (A Lover of Unreason: The Life and Tragic Death of Assia Wevill, 2006), Assia debía jugar con los dos hijos de Hughes y Plath al menos una vez al día, preparar algo nuevo en la cocina todas las semanas, no podía dormir la siesta ni andar en bata por casa… Y escribe Hughes con tono de queja y decepción (p. 163): "Viene desaliñada no puede llevar una casa / solo puede mantenerse limpia / no puede contar no puede durar". Y líneas más abajo remata: "Viene amorosa es todo por lo que ha venido".

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