lunes, 11 de noviembre de 2013

"Operación Masacre" en inglés

Una nota de Sebastián Hernaiz publicada en la revista Ñ del sábado 26 de octubre pasado, a propósito de la traducción al inglés de Operación Masacre, de Rodolfo Walsh.

Walsh y sus precursores

Durante mucho tiempo, la crítica literaria argentina y latinoamericana se regodeó en un dato: la literatura norteamericana será todo lo buena que sea y Truman Capote será un delicioso gurú del “nuevo periodismo” con su literatura de “no-ficción”, pero su libro A sangre fría , el primero donde el escritor norteamericano pone en práctica el uso de estrategias literarias acotadas al trabajo minucioso sobre datos tomados de la realidad, es recién de 1965. En la Argentina, en tanto, el género de no ficción, el sutil trabajo con estrategias literarias tomadas del policial clásico, del policial negro, de la ficción borgeana y de otras tantas fuentes, fue inaugurado por Rodolfo Walsh en Operación masacre, casi una década antes. Walsh creyó encontrar, en el fusilado que vive del que surge su investigación, un notición, una gran historia, el hombre que mordió al perro: su camino al éxito periodístico. La crítica literaria, en la avanzada de Walsh, encontró un fetiche.

Por más ediciones que se hicieron de la obra de Walsh en la Argentina y Latinoamérica, por más que su tarea de traductor de obras escritas en inglés siempre esté latiendo por detrás de su prosa, por más fundador que fue del género de no ficción, hasta estos años su obra no había encontrado traducciones que lo hicieran circular con facilidad en el resto del mundo.

Después de la feria de Frankfurt donde Argentina fue invitada especial, Operación masacre encontró proyectos de traducción al alemán y al francés, y recién este año la traductora y crítica literaria Daniella Gitlin logró publicar junto al sello independiente Seven Stories Press su cuidada traducción al inglés que se distribuye en estos días en Inglaterra y Estados Unidos. La edición fue realizada con el apoyo del Ministerio de Relaciones Exteriores de la Argentina y se puede leer en su nueva edición inscripto un nuevo contexto que justifica y renueva sus sentidos.

Desde 1957, Operación masacre se reeditó varias veces. Y como en cada una de esas ediciones, esta traducción al inglés incluye modificaciones que la inscriben de un modo intenso en su presente. La edición sigue las difundidas desde los años noventa: retoma la última edición en vida de Walsh, agregándole la famosa “Carta abierta de un escritor” que enviara a la Junta Militar el mismo día en que iba a caer en una emboscada y los apéndices documentales que se fueron borrando y cambiando con el tiempo. La edición de Gitlin, además, incluye, para el lector anglosajón que recién se inicia en la obra de Walsh, un glosario, mapas, notas y una introducción impresionista del escritor Michael Greenberg. El libro se cierra con una versión de la conferencia que Ricardo Piglia hace unos años hizo circular en libro como “Tres propuestas para el próximo milenio (y cinco dificultades)” y con una detallada nota de la traductora, que analiza el estilo de Walsh, la importancia y eficacia de su obra y distintos matices de la traducción. En la tapa se lee una declaración de Eduardo Galeano que funciona como síntoma de ciertos elementos que caracterizan la incorporación de Walsh en su nuevo contexto de circulación: no sólo el libro es una cuidada traducción que entabla un potente diálogo entre dos tradiciones literarias, sino que inscribe en el contexto anglosajón la figura de un escritor latinoamericano como símbolo de la unión entre literatura, periodismo y una escritura comprometida con el activismo político.



viernes, 8 de noviembre de 2013

"El ardid de realidad intensificada"

Una columna de Antonio Fernández Santisteban aparecida en el Periódico de Poesía (nº 63, octubre de 2013), que dirige Pedro Serrano publica la UNAM. Si la argumentación del autor fuera dada por buena, he aquí una serie de cuestiones sobre las que los traductores deberían pensar.

Sobre el idioma de dos monstruos

Proust, la cumbre del francés, redujo el idioma hablado por sus compatriotas a un dialecto. Shakespeare, otro océano verbal, sobrepasa al Webster y a la Biblia del rey Jacobo, aunque con un inglés que es una invención deliberada. Mercutio, Feste, Rosalind, Lear suenan bien —o sea, a lo que son—  pero raro, debido no solamente a la pátina retórica de su amplificación dramática y al verso suntuoso del bardo inglés, tan repleto de mundo que incluye hasta nuestras dudas sobre sus carambolas ingeniosas, terminología nueva, sentidos secundarios, sino también a que las gentes que imaginó se oyen hablar, como murciélagos ciegos a la existencia que necesitasen para seguir avanzando el rebote contra su vivir del eco de sus palabras, las cuales vuelven alrededor suyo tal un halo para envolver sus acciones. Este carácter cavernoso de sus voces los aísla un poco de los demás incluso cuando dialogan, los retrasa o adelanta meditativamente en relación con el hilo argumental o los lleva a dirigirse a nosotros más como confidentes de sus profundidades que como actores a una audiencia. Por lo demás, sus frases, cuyas ondas al volver a la acción interfieren con las que siguen pronunciando, los ramifican y nos ofrecen así un suplemento de conciencia muy superior al que requerimos para andar entre nuestras ocupaciones, pero que se paga en los personajes shakespeareanos al costo de una cierta rigidez hierática, como la que aparece en los frescos funerarios egipcios donde vemos a faraones y notables rodeados de la vida que vivieron bajo una lluvia de jeroglíficos. Parte de lo que dicen se les escapa y queda, residual, indicando que una existencia no basta para ser contada. Así pues, pese a que en el teatro de Shakespeare el dicho pronostica o glosa el hecho, ese residuo permanece al término de sus obras como una miríada de posibles interpretaciones que las comprimen hacia sus centros neurálgicos y restan eficacia dramática a algunos de sus desenlaces. Puesto que hablamos de interpretaciones, vaya aquí una posible. Al parecer Hamlet mató a Claudio, el usurpador, antes del último acto, por lo cual la escena sangrienta habría de leerse no en cuanto conclusión de la obra, sino a manera de un exordio destinado al porvenir que se grabó en el monumento funerario del príncipe: encomio y advertencia de una conducta ejemplar.

Resulta claro que Shakespeare no sería el padre de la literatura moderna si no hubiera creado un orbe de psicologías, cada cual diferente, cada cual reveladora de lo que somos; lo único que intento mostrar es que las observamos a través del prisma de un lenguaje ligeramente desfasado que las difracta en todos sus colores, quitándoles así la blanca claridad de la unidad luminosa. 

La población de la Recherche, en cambio, coincide cómodamente con lo que habla. El Director eslavoide del Gran Hotel se expresa con los disparates de un políglota advenedizo, Norpois sirviéndose del plomo y sin la menor sospecha del meollo que pintan a cualquier diplomático, el joven Bloch creyéndose un prematuro escéptico, Françoise con los giros y las incorrecciones gramaticales de una criada, el padre de Marcel como el hombre de bien algo ingenuo que es, su abuela preocupada por su salud, la del personaje narrador, como la abuela arquetípica que todos quisimos tener: firme ante los caprichos, premiando el más leve progreso. ¿Y la feminidad tan parisiense de Odette, los exabruptos juveniles de Albertine?; ahí están las dos vistiendo seda o saten, dispuestas, del mismo modo que sus entonaciones, a incendiar los celos masoquistas de sus galanes.

Menor compañía que la de Balzac, pero mostrada por boca propia, por una inteligencia de sus palabras que nos da a la vez sus raíces y los motivos de su comportamiento. Cuando uno oye a Lucien Rubempré en la poderosa Comédie humaine, oye horrorizado la grosera entonación de Balzac. Parejamente, Eugénie Grandet y Vautrin y el primo Pons hablan por su glotis de pescadero pomposo. De ahí que resulte vano diferenciar en aquella capilla sixtina por el tono o el timbre; hay que hacerlo desde fuera o por dentro del personaje. En la Recherche ambas planos se funden en una página próxima a la emisión oral donde el estilo rodea y clausura lo narrado como si lo extrajera de la nada y éste surgiese con una frescura inédita, desdibujando, debido a nuestra vaguedad ante un modelo más jugoso, nuestras situaciones físicas y mentales. No sólo vida, sino dotada de mayor amplitud, ya que, a semejanza de Shakespeare, aunque preservando la unicidad de sus creaturas, Proust logra que lo latente cobre la abundancia de lo manifiesto. Así, a mediodía el barón Charlus va perseguido en una calle de Balbec por los fantasmas de sus perversiones, espectros que espiamos en su mirada leyendo distraidamente un cartel y que, con la fuerza de los convocados por Baudelaire, tienen para nosotros la convicción de su canotier de paja negra o la rosa espumosa que lleva en el ojal de la solapa. Al conocer a estos personajes, uno los recibe agrandados por sus reverberaciones, uno se frota los ojos para sacudirse el ardid de realidad intensificada con que nos asombra su hipernaturalidad. Las palabras de Proust distinguen con plenitud a quienes las pronuncian. Su idioma revela como no lo ha hecho otro.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Más sobre lo mismo, pero mucho antes


A propósito de la columna de Guillermo Piro en el diario Perfil, se ofrece hoy esta otra, publicada por Marietta Gargatagli en El Trujamán el 22 de mayo de 2002.

Traducción: femenino y singular

Suele decirse, en tono conspirativo, que las traducciones de Jorge Luis Borges fueron hechas por su madre: Leonor Acevedo. De ser cierta esta afirmación, la historia literaria debería recuperar la obra de esta mujer, nacida en 1876, y a la que su tiempo privó de estudios aunque no de cultura. Se ocupó de William Saroyan, de Nathaniel Hawthorne, de Herbert Read; también, según su hijo, de las versiones de Herman Melville, Virginia Woolf y William Faulkner que se le atribuyen. Dirimir la autoría de estos trabajos no es fácil; lo más probable es que Leonor Acevedo redactara una çeda, un borrador a la manera medieval, que luego sería corregido por ambos. Justificarían este procedimiento las dificultades visuales del escritor y el desinterés que tenía por la extensión de estos menesteres. A él le bastaba un fragmento (y la lista de autores que tradujo de este modo es impresionante) para probar, aceptar o rechazar un estilo. Como experimento o reflexión, la traducción ocupó un alto lugar; como práctica profesional, quizá solo fue tolerable si podía compartirla con alguien. La lista de sus colaboradores en esta materia es bastante larga: Ulises Petit de Murat, Bioy Casares, Silvina Ocampo, Roberto Alifano, María Kodama. También su madre.

La presencia de Leonor Acevedo de Borges en esta nómina no debe llamar la atención. Existe un precedente notable: la ayuda que ofreció Jeanne Weil a su hijo: Marcel Proust. Según George D. Painter, su biógrafo, para la traducción de The Bible of Amiens de Ruskin utilizó su valiosa ayuda. «La paciente Mme Proust efectuó una traducción literal, palabra por palabra, en varios cuadernos escolares con tapas rojas, verdes y amarillas. Las limitaciones comprobadas de los conocimientos de inglés que tenía Proust parecen de formidable importancia, pero no le impidieron conocer la obra de Ruskin. Incluso en el caso de suponer que el mérito de la fidelidad recayera en la madre de Proust, y que los errores de bulto debieran atribuirse a él, no cabe duda de que la elegancia de la traducción, la profunda comprensión del más recóndito significado de la obra de Ruskin y la participación en el modo de sentir del maestro, corresponden exclusivamente a Proust».

No tener voz propia y desaparecer tras el anonimato parece ser un destino femenino: estas madres, al escribir para la gloria de sus hijos, repitieron una historia de siglos. Sin embargo, ¿en qué se diferencia este silencioso devenir, de la mudez inefable, el impostado disimulo, la prudente discreción de todos los traductores?

miércoles, 6 de noviembre de 2013

¿Leonor Acevedo hizo el trabajo?

Ésta es la columna que Guillermo Piro publicó el domingo 27 de octubre en el diario Perfil, de Buenos Aires. Aquí conjetura que Jorge Luis Borges no es el traductor de los libros que se dice tradujo, sino que esos volúmenes son fruto del trabajo de Leonor Acevedo de Borges revisados luego por su hijo. 

Borges traductor. ¿Borges traductor?

Imaginarme a Borges traduciendo se me ocurrió  siempre tan improbable como imaginarme a un cocodrilo vegetariano o a una vaca carnívora. Uno suele aceptar sin dilaciones y dar por cierto casi todo lo que ve impreso, de modo que no me resulta llamativo que se considere a Borges el traductor del Orlando de Virginia Woolf y de Las palmeras salvajes de Faulkner pero, si me lo permiten, voy a dar por hecho que algo así es material y espiritualmente imposible. Y me resulta material y espiritualmente imposible imaginarme a Borges traduciendo porque me resulta material y espiritualmente imposible imaginarme a Borges trabajando. No empecemos a debatir ahora acerca del alcance semántico de la palabra “trabajo”. Convengamos que trabajar es recibir dinero a cambio de cierto esfuerzo y, por lo que sé, Borges nunca hizo nada para lo que debiera esforzarse en grado sumo. ¿Escribir es trabajar? No empecemos con eso. Para un débil mental probablemente lo sea, pero Borges estaba muy lejos de ser un débil mental. De modo que tampoco sirve como argumento.

Por otra parte, conozco pocas actividades más tristes, frustrantes, mal pagas y trabajosas que traducir. Imaginen la escena: un libro ajeno abierto en un atril, un hombre sentado frente a una máquina de escribir durante horas, escribiendo algo dictado por otro que no es él, recurriendo a diccionarios que tiene amontonados sobre la mesa, meditando obsesivamente, escribiendo, meditando, consultando, meditando. ¿Lo ven? Yo no.

En cambio sí me imagino a doña Leonor Acevedo de Borges haciendo esa labor. En primer lugar, porque sabía tanto, o más, inglés y español que su hijo, y en segundo lugar porque era la madre de Borges, y las madres están siempre dispuestas y disponibles para hacer cosas que nadie más es capaz de hacer. Todo es pura conjetura, pero piensen que quienes creen que esos libros fueron traducidos por Borges tampoco tienen modo de probar lo que dicen. Me imagino las cosas de otro modo: doña Leonor tomándose todo ese trabajo pesado y, al final, después de haberlo corregido, Georgie escuchando la lectura en voz alta de su madre y haciendo alguna que otra acotación, sugiriendo algún cambio, proponiendo alguna inflexión. ¿No parece así una situación más realista?

Se me dirá que, en mi versión de los hechos, Borges también traduce. Es cierto, y hasta es probable que traducir sea indefectiblemente eso. Se me podrá decir que doña Leonor “trasladaba” y Borges “traducía”, y lo acepto. Lo que quiero es desterrar la imagen de alguien empeñado en generar algo que no fuera su propia obra, a lo que dedicó todos sus esfuerzos y todas sus maniobras.

Se trata de una mera conjetura, decía. Y por lo que sé, nadie más la comparte con la convicción con que yo la alimento. Tal vez, dentro de muchos años, alguien que emprenda la tarea de averiguar algo al respecto termine dándome la razón, y el nombre de doña Leonor Acevedo de Borges pase del inmerecido lugar donde la sepultó su hijo a la tapa de los libros que tradujo con tanto amor por el oficio. Y por su hijo, claro.

martes, 5 de noviembre de 2013

Rebelión contra el precio de los libros en Uruguay

La noticia, generada en el Uruguay y publicada en el diario El Observador, de ese país, el 26 de octubre pasado, llama la atención y no deja de ser inquietante. Sin embargo, considerando el precio de los libros y su obligatoriedad en las escuelas y universidades, invita a la reflexión y, por qué no, al tipo de debate que jamás podrían dar los accionistas de Planeta o de Random House Mondadori.

Estudiantes juntaron 5.000 firmas
para reforma que permita fotocopiar libros

Con la campaña que lanzaron este viernes, estudiantes universitarios y liceales ya juntaron unas 5.000 firmas para intentar lograr una reforma legal que permita la reproducción de los materiales de estudio.

La semana pasada la división Crimen Organizado allanó 15 locales de fotocopias en la galería Montecarlo y 14 comerciantes fueron procesados. El juez Martín Gesto trabó embargo genérico sobre los 14 procesados por la reproducción ilícita de libros. Además, embargó 79 máquinas fotocopiadoras.

El juez imputó a los comerciantes un delito continuado de reproducción, almacenamiento y venta ilícita de obras literarias y publicaciones protegidas por derecho de autor.

Los estudiantes pretenden una reforma que habilite la reproducción de los libros "siempre que sea con fines educativos y sin fines de lucro", según indica el comunicado que informa sobre la campaña.

Según dijo a El Observador el consejero de la Facultad de Derecho, Nicolás Brener, la campaña se está llevando a cabo a través de todas las facultades, con colaboración del PIT-CNT y organizaciones de vecinos. Este domingo la recolección se realizará en los distintos lugares de votación del Presupuesto Participativo y en la explanada de la Universidad.

Los estudiantes esperan juntar unas 20 mil firmas el próximo viernes, y las entregarán en la Corte Electoral o en el Parlamento.

Este sábado la campaña se realiza en los departamentos del Norte del país, especialmente en la sede universitaria Regional Norte, en Salto, y en el Centro Universitario de Paysandú.


lunes, 4 de noviembre de 2013

El SPET anuncia una sesión especial sobre el proyecto de "Ley nacional de protección de la traducción y los traductores"

El viernes 8 de noviembre, a las 18.30 hs., el SPET convoca a una sesión especial a propósito de la " Ley del traductor". La sesión, que en líneas generales consistirá en una ampliación de lo ya discutido en el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires (ver entrada del 8 de octubre pasado), tendrá lugar en el Salón de Conferencias del IES en Lenguas Vivas “Juan R. Fernández” (Carlos Pellegrini 1515)

Participarán de ésta  Estela Consigli, Lucila Cordone, Andrés Ehrenhaus y Pablo Ingberg, quienes expondrán sobre  el proyecto de "Ley nacional de protección de la traducción y los traductores".

 Estela Consigli es traductora literaria y técnico-científica y profesora de francés (Instituto Superior en Lenguas Vivas “J.R. Fernández”). Trabaja para clientes particulares, empresas, editoriales y medios gráficos. Especializada en ciencias sociales, traduce especialmente artículos y libros de filosofía, sociología y psicoanálisis. Desde el 2012, colabora como secretaria en la Comisión Directiva de la Asociación Argentina de Traductores e Intérpretes - AATI e integra, dentro de ella, la Comisión de Derechos de Autor.

Lucila Cordone es traductora literaria y técnico-científica de inglés (Instituto Superior en Lenguas Vivas “J. R. Fernández”). Realizó estudios de posgrado en Traductología en la Universidad Nacional del Comahue y participó del Programa de Residencia en Traducción Literaria del British Centre for Literary Translation (Universidad de East Anglia, Inglaterra). Se desempeña como docente en el Traductorado de Inglés del Lenguas Vivas  "J. R. Fernández" y en la Escuela Normal Superior en Lenguas Vivas "S.B. de Spangenberg”. Traduce textos literarios y de ciencias sociales. Desde 2010, es síndica de la Comisión Directiva de la Asociación Argentina de Traductores e Intérpretes (AATI). Integra la Comisión de Derechos de Autor y colabora con la organización de charlas y actividades para traductores en dicha asociación.  

Andrés Ehrenhaus nació en Buenos Aires y vive en Barcelona desde 1976. Traductor de inglés, francés e italiano, con más de cincuenta títulos publicados; autor de tres libros de cuentos cortos y una novela; coeditor de Paradiso Ediciones (Argentina). Profesor del Posgrado de Traducción Literaria de la Universidad Pompeu Fabra, Barcelona; durante ocho años formó parte de la junta directiva de ACE Traductores y durante dos integró la junta directiva de Cedro.

Pablo Ingberg es licenciado en Letras (UBA), escritor (cinco poemarios y una novela publicados), editor (dirigió edición de Obras completas de Shakespeare y dirige Colección griegos y Latinos de Editorial Losada) y traductor (más de sesenta libros del griego antiguo, latín e inglés). Ha dictado conferencias, seminarios y talleres sobre traducción y colaborado con revistas y suplementos literarios argentinos y extranjeros.

El proyecto está disponible en versión electrónica, en la fotocopiadora del Lenguas Vivas también en formato papel.

Se señala especialmente la necesidad de asistencia para recibir la mejor información posible sobre el tema y, asimismo, para exponer las dudas y objeciones.


viernes, 1 de noviembre de 2013

La necesidad de abordar un trabajo así

La noticia es vieja, pero no deja de importar: según comenta María Palomar en su columna de El Informador, de México, del 13 de enero de este año, en Francia está a la venta el primer tomo de Histoire des traductions en langue française.

Historiar la traducción

Un primer tomo de 1,368 páginas, publicado en París en octubre del año pasado, es la primera y muy rotunda piedra de un proyecto extraordinariamente ambicioso: la historia de las traducciones en lengua francesa (Histoire des traductions en langue française, tomo I: Dix-neuvième siècle, 1815-1914, bajo la dirección de Yves Chevrel, Lieven d’hulst y Christine Lombez, editorial Verdier).

No se trata de un diccionario, ni de una compilación de referencias, sino de un recuento histórico donde en cada volumen se busca establecer los grandes hitos significativos en el desarrollo de las prácticas de la traducción al francés, desde el invento de la imprenta hasta el siglo XX. Es la historia de las traducciones y de los traductores a partir de los humanistas  y el Renacimiento. Las obras traducidas que se estudian pertenecen a todos los campos de la vida intelectual, no sólo la literatura, y son libros originalmente escritos en cualquier otra lengua. Los tres tomos que en adelante irán apareciendo se ocuparán de los siglos XVII y XVIII, XV y XVI, y XX.

Durante centurias, el mundo académico no consideró que la traducción en sí fuera un objeto digno de estudio e investigación, y apenas se empezó a interesar en el fenómeno y los efectos de la traducción en el último tercio del siglo pasado. En todo caso, sólo en el ámbito literario se contaba con algunos trabajos parciales. En el espacio anglófono han surgido asimismo algunos estudios al respecto, pero con un horizonte más estrecho, como The Oxford History of Literary Translation in English, también un proyecto de la última década, con cuatro volúmenes a la fecha, pero restringido al ámbito de las bellas letras.

Pierre Assouline, que comentó hace días en su blog el proyecto francés, lo llama atinadamente “un monumento de papel a la gloria de los invisibles” y elogia la ambición y la audacia de los autores que están trabajando para establecer “un observatorio crítico” de una parte importantísima del patrimonio cultural de su idioma.

Por primera vez se dispondrá de un repertorio de traducciones y también de traductores, esos seres invisibles, pocas veces celebrados y a menudo de veras anónimos, pero que han dado a sus compatriotas y a la cultura un servicio de valor incalculable.

Basta para darse una idea de lo ambicioso del proyecto mencionar unos cuantos de los temas que se abordan en el primer tomo sobre el siglo XIX: el papel de la traducción en el surgimiento del orientalismo erudito, las resistencias y la apertura a los repertorios dramáticos extranjeros, las metamorfosis del panteón literario vistas a través de los cánones de las traducciones, la influencia de las traducciones de Walt Whitman en el auge del versículo en la poesía francesa...

¿Para cuándo una iniciativa semejante en lengua española? ¿No habría manera de movilizar a los filólogos y otros especialistas en nuestra lengua para abordar un trabajo así?