martes, 16 de febrero de 2010

Ese Asimov era un tío patilludo

La costarricence Jacqueline Murillo, de manera coincidente con los puntos de vista planteados en la entrada de ayer, de Andrés Neuman, se pregunta por el destino de la publicación única para todos los hispanohablantes. Lo hace en Nisaba, un blog dedicado a la lengua, el diseño, la edición y las tecnologías de la palabra.


¿Es posible editar para todos los hispanohablantes?

Una de las ventajas de la lengua, en tanto código internacional de comunicación e intercambio, es su capacidad para darnos acceso a cualquier texto, publicado en cualquier país. No obstante, aun cuando quisiéramos una sola lengua universal, idéntica y comprensible por todos sus hablantes, los giros y particularidades de una región la pueden volver críptica para los hablantes de otra.

Tomemos, como ejemplo, el español. Nací en Costa Rica, un país al que llegan, de alguna manera, influencias de muy diversas procedencias. Así, he leído libros editados en casi cualquier país de habla hispana: México, El Salvador, Colombia, Argentina, España... nunca me he sentido incapaz de leerlos, aunque ciertamente me daba algo de risa encontrarme un "Oye, tío" en alguna traducción española de una obra de Isaac Asimov. Aclaro: en Costa Rica, "tío" es y siempre será el hermano de mi madre, nadie más; el otro sería "mae", pero no es nada elegante para incluirlo en una traducción literaria, mucho menos de Asimov.

Así, la edición que traspasa fronteras se ve obligada a hacerse preguntas y tomar decisiones. El editor de obras técnicas tiene la responsabilidad de procurar textos que cumplan con ciertos requisitos básicos: comunicabilidad, ¿se tiene éxito en la comunicación texto-lector?; lecturabilidad, ¿se puede leer fluidamente, sin tropiezos en el camino?; naturalidad, ¿se siente cómodo el lector con el texto?; claridad, ¿el texto se entiende tal cual, sin equívocos? Aclaro que estos son requisitos propios de la edición técnica porque ahí donde un manual de uso o un texto didáctico requieren de una comunicación eficaz, transparente, clara, sencilla, directa y unívoca, la comunicación literaria puede aspirar a producir ambigüedad, pluralidad, multidireccionalidad, deliberada oscuridad y, sobre todo, múltiples posibilidades interpretativas.

Así, en teoría, todo parece muy sencillo y abstracto. El problema es cuando un texto invadido por vocablos y giros de la vida cotidiana quiere traspasar las fronteras de una latitud a otra. Tomo, como ejemplo, una obra enfocada en la incorporación de recursos tecnológicos en los procesos de enseñanza-aprendizaje. ¿Qué clase de dificultades léxicas podríamos encontrar ahí?, se puede preguntar el editor. Estas son solo algunas: España, ordenador / América, computadora (no computador, como tienden a pensar algunos); España, pizarrón / América, pizarra; España, plumón / América, marcador (Costa Rica, pilot); España, ordenador de sobremesa / América, computadora de escritorio... (profundizo en eso... a mí me dicen "ordenador de sobremesa" y me imagino "¿una computadora para usarla después de tomar café, en la mesa...?").

De repente, una obra perfectamente escrita en español, o eso creemos, se vuelve Babel... y eso sin mencionar términos no tecnológicos, como enojo/enfado, que son exactamente lo mismo salvo que en América preferimos enojo y en España, aunque se entiendan las dos y el DRAE recomiende la primera, los españoles hablan siempre, en su vida cotidiana, de enfado (aclaro que no sé si esa es una afirmación universal, para toda la Península o solo para algunas regiones); o las diferencias que tenemos en el uso de ser y estar.

Así, la revisión de una obra escrita en una latitud para ser publicada en otra puede incluir un trabajo complejo de adaptación/traducción. La decisión de cuánto elijamos traducir dependerá, ciertamente, de los editores y el grado de compromiso que tengan con sus lectores. Un vocablo perfectamente normal en una región puede producir extrañeza, rechazo o hasta risa cuando aparece en un texto pensado para ser leído en otro lugar. Se puede convertir en una piedra de tropiezo, un estorbo en la lectura, un factor distractor que desconcentra y desconcierta al lector. Es ese factor clave el que subyace en las decisiones del editor, y no una simple gana de adaptar por adaptar, o de corregir por corregir.

3 comentarios:

  1. Pongamos que el "tío" es la interpretación que un traductor madrileño hace de, supongamos, "man". Si traduce: "calla, hombre", eso le suena antiguo (a los argentinos también, con la añadidura de que sigue siendo "gallego"). Este tipo de problemas es insoluble, pero no autoriza a pensar que no existe un español global, como ejemplifica Neuman en la línea final de su nota. La dificultad es que no puedo imaginar a ningún sujeto o personaje en ningún lugar de la tierra diciendo "dejá que acaricie tu vagina". Las lenguas son locales, familiares, cotidianas; entonces, sería legítimo traducir a la lengua familiar de llegada, pero el caso es que tampoco me imagino a un personaje de Asimov diciendo "callate, loco". Ni me gusta Catulo cuando habla de vos. ¿Deberíamos seguir las pautas de la traducción técnica, que aquí se exponen, en la traducción literaria? ¿La solución es pasar todo a un lenguaje universal, teórico, extranjero, borrando todo atisbo de lengua coloquial, local? Tal vez. Está claro que el problema se nos presenta por la misma tensión que mantiene todo lo global respecto de lo local, todas las culturas frente a la cultura global. La gente, en todo el mundo, anda en jeans. Aquí hace rato que no se usan los "vaqueros". Una acotación a este post: la lengua literaria no es ambigua, sino polivalente: si no entendemos la diferencia, no podemos traducir, creo yo, ni un prospecto de medicina.

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  2. siguiendo el hilo de la acotación, y entendiendo que en esa tensión de la que habla jorge están tanto el problema como su solución (porque nadie habla del todo como nadie que no sea él mismo), creo oportuno decir que la traducción, toda traducción, nace con dos estigmas que la caracterizan y la hacen distinta de la obra original: a) nace fijada en el tiempo (y es, por tanto, "vieja" de entrada, y pasible de ser revisada, renovada, en nuevas traducciones); y b) nace fijada en el espacio (que puede ser, como de costumbre es, un espacio comercial, esa cosa entre abstracta y concreta que la industria editorial llama "mercado", y es, por tanto, pasible de ser revisada, resituada, en otras traducciones destinadas a otros mercados).
    quiero decir con esto que son tan válidos (o tan incorrectos) el cazador oculto como el guardián entre el centeno y todo cuanto se haga en el presente y el futuro para completar lo que de por sí es necesariamente incompleto, la traducción literaria.

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  3. En Chile y Colombia sí se dice computador (el DRAE no pone marca geográfica en este caso).

    En Chile se dice pizarrón y plumón.

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