viernes, 23 de diciembre de 2011

¿Cuánto texto se puede traducir por día?

El 14 de mayo de 2010, la experimentada traductora española Eva Almazán publicó en El Trujamán la siguiente columna, donde se habla en términos eminentemente prácticos de la profesión.

Sobredosis

El ritmo al que traducimos —la cantidad de palabras que producimos en una unidad de tiempo determinada— es uno de los aspectos de la profesión en los que se registran más variaciones. Son muchos los factores que influyen en la cifra final: la experiencia y la competencia del traductor, la combinación de idiomas, la naturaleza del texto, la familiaridad del profesional con el tema, su dominio de la herramienta informática utilizada, la disponibilidad de materiales de referencia, el estado físico y psíquico del traductor en ese momento, el formato en el que se presenta el texto original, el entorno de trabajo, las instrucciones especiales del encargo, la disponibilidad de tiempo, la calidad buscada, la perspectiva (o su ausencia) de una revisión a cargo de otro profesional... Con este panorama, no es extraño que sea imposible generalizar y que, sorprendentemente para los profanos, un ritmo de traducción de 500 palabras al día sea tan realista como otro de 5.000.

Cuando se enfrenta a un encargo, el traductor es capaz (o al menos debería serlo) de basarse en la experiencia y en la intuición para hacerse una idea aproximada de cuánto texto puede traducir en una jornada. Esto es especialmente importante a la hora de hacer presupuestos, que suelen incluir una previsión de fecha de entrega, y de organizar el tiempo de trabajo para evitar tanto las horas muertas (perdemos dinero) como las horas extra (perdemos calidad de vida). En la vida real, sin embargo, las cosas no son tan fáciles como nos gustaría. Hay traductores que tienden a sobrevalorar por sistema su capacidad de producción, hay imponderables que dan al traste con las previsiones más prudentes y hay textos que, una vez que se despojan de la piel de cordero, resultan ser bestias corrupias. Así, cuando nuestra previsión resulta ser optimista y el plazo se presenta tan inamovible como es habitual, surge una vieja amiga del traductor: la sobredosis. El atracón traductoril.

La sobredosis suele aunar un aumento vertiginoso de la velocidad a la que se traduce con una prolongación a veces inconcebible de la jornada laboral. Se teclea más rápido, se lee el original con menos detención, se consultan menos obras de referencia, se soslayan de mala manera los retos que plantea el texto, se pasan más horas delante del teclado, se engulle un bocadillo sin levantarse de la mesa de trabajo. La ventaja de la sobredosis es obvia: el cumplimiento del plazo, que a veces puede significar la conservación de un cliente indispensable. Los inconvenientes también son obvios: sufre el traductor (dolor de muñecas, vista cansada, estrés por las prisas), sufre su entorno (la familia se queja, los amigos se sienten abandonados) y, por lo general, sufre la calidad del producto (3.000 palabras buenas frente a 6.000 regulares).

No siempre es así. Hay traductores que trabajan mejor y más cómodos cuando se sienten apremiados y otros que son verdaderos estajanovistas de la traducción y producen cantidades ingentes de texto de buena calidad. Además, la sobredosis es una vieja compañera de (casi) todo el mundo: que levante la mano quien no haya preparado los quince temas del trimestre la noche antes del examen.

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