jueves, 31 de diciembre de 2015
¡Feliz año nuevo!
El blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires les agradece a sus lectores por la sostenida compañía a lo largo de los últimos siete años.
A quienes se van de vacaciones, qué la pasen muy bien. A quienes se quedan trabajando, qué les sea leve. A todos, lo mejor para el año que mañana empieza.
miércoles, 30 de diciembre de 2015
Un resumen provisorio
El Club de Traductores Literarios de Buenos Aires acaba de terminar
sus primeros siete años de labor. Son muchos quienes pasaron por nuestras reuniones
y a todos ellos les queremos agradecer habernos acompañado.
Otro tanto, a Ricardo Ramón Jarne,
director del CCEBA entre 2009 y 2013, y Juan Duarte, actual Consejero Cultural
de la Embajada de España en la Argentina. Ambos nos brindaron su hospitalidad y
nos dejaron trabajar en excelentes condiciones, por lo que hacemos propicia la
oportunidad para agradecerles, en nombre de ellos, a la gran mayoría del
personal del CCEBA, empezando por la extraordinaria Mercedes Álvarez y nuestro
buen amigo Javier Cánepa.
Finalmente, queremos también
agradecer a las personas e instituciones que han trabajado conjuntamente con
nosotros. Entre ellas,
Transcurridos nuestros primeros 7 años, he aquí
la lista cronólogica de quienes participaron en nuestras actividades: Hernán
Lombardi (ex Ministro de Cultura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires),
Isabelle Berneron (responsable del libro en el Instituto Francés de Buenos
Aires), Horacio González (ex Director de la Biblioteca Nacional de la
Argentina), Victoria Rodríguez Lacrouts (ex responsable de la sección Letras de
la Fundación TyPA), Sioned Puw Rowlands (Directora del Wales Literature Exchange), Justin Harman (Embajador de Irlanda en la Argentina), Diarmuid O Giollain Gillan
(Director del Programa de Estudios Irlandeses de la Universidad de Notre Dame,
Indiana).
Gabriela Adamo
Mirta Rosenberg
Jonio González
Antonio Tursi
Guillermo Piro
Jaime Arrambide
Diego Fischerman
Alberto Silva
Pablo Anadón
Patricia Willson
Eliezer Nowodworski (Israel)
Andrés Ehrenhaus
Ian Barnett (Inglaterra)
Lucas Magarit
Jorge Aulicino
Miguel Ángel Petrecca
Leonor Acuña
Marcelo Cohen
Jorge Salvetti
Elvio Gandolfo
Sergio Waisman
Miguel Balaguer
Leonora Djament
Julieta Obedman
Rubén Reches
Ricardo Piglia
Alberto Kornblihtt
Vivian Scheinsohn
Rafael Spregelburd
Eiéan Ní Chuilleanáin (Irlanda)
Macdara Woods (Irlanda)
María José Rodríguez Murguiondo
Maximiliano Papandrea
Silvia Simonetti
Carlos Gamerro
Miguel Wald
Carlos Sampayo
Lila Caimari
Miguel Ángel Montezanti
Fabián Iriarte
Alan Pauls
Beatriz Sarlo
Pablo Ingberg
Florencia Garramuño
Damián Tabarovsky
Juana Bignozzi
Selma Anciera (México)
Magdalena Cámpora
Jorge Dana
Marietta Gargatagli
Luis Chitarroni
Oliverio Coelho
Bernardo Bouquet
Vivian Lofiego
Anna-Kazumi Stahl
Cecilia Rossi (Inglaterra)
Griselda Mársico
Martina Ferández Polcuch
Uwe Schoor (Alemania)
Daniel Samoilovich
Leonardo Funes
Silvia Dabul
Claudia Fernández
Ariel Magnus
Mariana Dimópulos
Pablo Gianera
José Luis Moure
Manuel Borrás (España)
Teresa Arijón
Bárbara Beloc
Jordi Doce (España)
Estela Consigli
Julia Benseñor
Mónica Maffia
Olivia de Miguel Crespo (España)
Darío Jaramillo Agudelo (Colombia)
Roberto Raschella
Lucas Petersen
Jan de Jager
Hugo Salas
Cecilia Pavón
Gersende Camenem (Francia)
Omar Lobos
Alejandro González
Luciana Cordo Russo
Gabriela Comte
Caty Galdeano
Guillermo Bravo
Jorge Consiglio
Erika Martínez (España)
Miguel Vitagliano
Felicitas Echeveste Arteaga
Alejandro Kim
Estela Consigli
Laura Wittner
Alejandro Crotto
Ignacio DiTullio
Asimismo, el Club de Traductores Literarios de
Buenos Aires ha realizado seis encuentros en el marco de la Semana del Editor,
que organiza la Fundación TyPA, con la presencia de editores y traductores
extranjeros. También en orden cronológico, estos fueron:
2010: Carolina Chang (Brasil), Uriel Kon (Israel), Carlos Torner
(España), Boyd Tomkin (Inglaterra).
2011: Silvia Sesé (España), Jill Schoolman (EE.UU.) y Paulo Wernek
(Brasil).
2012: Hanna Axen (Suecia) Pierre-Olivier Sanchez (Francia) y María
Nicola (Italia)
2013: Lori Saint-Martin (Canadá), Diana Hernández (España), Robert
Amutio (Francia).
2014: Alexandrine Duhin (Francia), Bill Swainson (Inglaterra) y
Kate Marshal (Estados Unidos).
2015: Ilide Carmigniani (Italia) y Krisrtin Lohmann (Alemania)
Por último, a lo largo
de estos siete años, el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires ha
organizado los siguientes encuentros internacionales:
2010: SIMPOSIO SOBRE EL CASTELLANO NEUTRO (Actividad realizada
conjuntamente con el CCEBA)
Con la presencia de
Miguel Sáenz (España), Guillermo Piro (Argentina) Marietta Gargatagli
(Argentina), Patricia Willson (Argentina), Mirta Rosenberg (Argentina), Gerardo
Gambolini (Argentina), Juan Gabriel López Guix (España) y Albert Freixa
(España).
2011: SIMPOSIO SOBRE LA ENSEÑANZA DE LA TRADUCCIÓN, EL ESTADO DE
LAS TRADUCCIONES DEL ALEMÁN AL CASTELLANO Y LOS DERECHOS DE AUTOR DE LOS
TRADUCTORES (Actividad realizada conjuntamente con el CCEBA)
Con la presencia de Ian
Barnett (Inglaterra), Julia Benseñor (Argentina), Juan Gabriel López Guix
(España), Andrés Ehrenhaus (Argentina), Fabio Morábito (México), Pedro Serrano
(México), Ana Alcaina (España), Mónica Herrero (Argentina), Mario Sepúlveda (Chile), Gabriela Adamo (Argentina), Carla Imbrogno (Argentina), Griselda Mársico (Argentina) y Belen Santana
(España).
2012: CELEBRACIÓN DE GEORGES
PEREC (Actividad realizada conjuntamente con el Ministerio de Cultura de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el CCEBA)
Con David Bellos
(Inglaterra), Yolanda Morató (España), Mercedes Cebrián (España), Magdalena
Cámpora (Argentina), Marilú Marini (Argentina).
2013: SEMINARIO DE LITERATURA GALESA EN INGLÉS Y GALÉS (Actividad
realizada conjuntamente con el Wales Literature Exchange y el Ministerio de
Cultura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires)
Con Mererid Hopwood (Gales),
Richard Gwyn (Gales), Tiffany Atkinson (Gales) y Karen Owen (Gales),
acompañados por Inés Garland (Argentina) y Silvia Camerotto (Argentina).
2015: 70 AÑOS DE LA PRIMERA
TRADUCCIÓN DEL ULISES, DE JAMES JOYCE, EN LA ARGENTINA Y PRESENTACIÓN DE LA
NUEVA EDICIÓN ARGENTINA DE ESE LIBRO
(Actividad realizada conjuntamente con la Embajada de Irlanda en la
Argentina, el CCEBA y la Biblioteca Nacional)
Cada una de estas actividades, así como cada una de las reuniones mensuales del CTLBA puede ser consultada online en la entrada de youtube incluida en la columna de la derecha.
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Resumen de los primeros siete años
martes, 29 de diciembre de 2015
¿" Le pegáis un par de vueltas a la cocorota"?
Paseando por Internet, el
Administrador dio con el siguiente texto de la correctora Mónica Basterrechea. Incluido
en su blog, al que se accede aquí: http://mobas.es/blog/2014/01/26/desahogos-de-correctora-desesperada/ Como podrá verse, se trata
de un texto publicado el 26 de enero de 2014. No importa, sigue vigente.
Desahogos de correctora desesperada
No sé si este es el momento de escribir esta entrada,
porque llevo un par de días de muy mal humor a cuenta de una novela que estoy
corrigiendo y puede que mi estado de ánimo me haga ser un poco injusta. Pero,
como muchos de mis problemas vienen por problemas con la traducción de la
novela y sé que el blog lo siguen muchos traductores, voy a quejarme un poco
(que es lo mío). Y aviso desde ya de que voy a generalizar. Ojo con darse por
aludido, que no quiero líos después. Sé que no todos los traductores son iguales
ni tienen la misma preparación, como no todos los editores son iguales. Pero yo
hoy necesito desahogarme.
Os pongo en antecedentes. Estoy con una novela que, tengo
que admitir, no me gusta nada. Me parece un rollazo. Es una novela de consumo
fácil, cuyo autor dudo mucho que aspire al Nobel de Literatura. Es lo que es,
no hay grandes pretensiones, pero la novela tiene que salir bien, debe ser
digna (lo es, de hecho). A pesar de que es un libro de lectura sencilla, la
traducción entraña cierta complejidad que, realmente (y aquí me quito el
sombrero), el traductor ha solucionado de forma muy solvente (y me estoy
refiriendo a terminología muy concreta de un ámbito especialmente complicado
para los ajenos a la materia; no puedo dar más pistas). El problema viene
cuando, aunque el léxico es correctísimo, la expresión es un horror. Muchas
veces incorrecta, otras veces poco natural… Los problemas son abundantes y,
claro, me toca arreglarlos (corrección de estilo, ojo; para más inri, texto ya
maquetado: un infierno en toda regla). Y, al final, veo que estos problemas se
repiten constantemente en casi todos los libros traducidos que me llegan, no
son solo cosa de este pobre traductor que, aunque me lleve ciscando en él todo
el fin de semana (pobre, le habrán pitado los oídos), creo que ha hecho un
trabajo decente. Pero decente no es suficiente. Así que, os voy a contar qué
cosas me encuentro (bueno, las primeras que me vengan a la cabeza). Y si, por
casualidad, resulta que os dais por aludidos en algún punto, pues le pegáis un
par de vueltas a la cocorota, a ver si esto, al menos, sirve para aprender algo
y mejorar…
• En
general, los traductores no tienen ni idea de ortotipografía. Es cierto que cada vez hay más
traductores preocupados por esto, pero, creedme, a la mayoría le da igual. Y,
claro, las reglas no son iguales en inglés, francés, alemán o castellano. Me
encuentro diálogos, comillas y puntuaciones a la inglesa en todas las novelas.
Un mínimo es necesario, fundamental diría yo. Normalmente, las editoriales
tienen normas editoriales con este tipo de cuestiones explicadas (pues las
normas pueden variar un poco de una empresa a otra); es tan fácil como seguir
lo que os hayan dado. Si no hay normas, haceos con libros de ortotipografía
(los de Martínez de Sousa son los mejores) y con buenos manuales de estilo
(además del de Sousa, yo, barriendo para casa, os recomiendo el
Chicago-Deusto).
• En
castellano apenas se usa la pasiva. Lo
natural es usar la voz activa, frases impersonales o la voz pasiva refleja (no
pasiva sin más). Os aseguro que quitar tres o cuatro verbos en pasiva por
párrafo es una tortura. Creo que esto se merece entrada aparte, porque se abusa
de esto por influencia del inglés que da gusto.
• Tampoco
se usa bien el gerundio. Aparte
de los gerundios de posterioridad, se usa con profusión (expresión que me
he encontrado esta mañana en la novela y por la que me han entrado ganas de
asesinar, porque no venía a cuento encima) el
gerundio del BOE (gerundio
que actúa como adjetivo). Es muy normal en inglés, pero en castellano es
incorrecto. Pues, venga, gerundios mal empleados por doquier. Tengo prometida
desde hace meses una entrada sobre estas formas no personales. Acabaré de
escribirla algún día (me da una pereza tremenda). Pero, por favor, si vais a
utilizar un gerundio, paraos un segundo a ver si es correcto o no antes. Y, ante la mínima duda, no lo
uséis, que casi seguro que está mal…
• Cuidado
con los diálogos. Vale
que muchas veces esto es culpa del autor, pero no siempre. No os imagináis los
diálogos que he leído últimamente: más forzados imposible. Y todo por un afán de
«elevar» el registro que no acabo de comprender. Y recalco aquí lo de la puntuación
en los diálogos: hay
reglas.
• Como en la variedad está el gusto, estaría bien que los nexus
temporales no siempre se introdujeran con mientras. Y diferenciar mientras y mientras que tampoco vendría nada
mal… (El junto a y junto con ya son para nota).
• Otra diferencia que parece que no se entiende del todo
bien es la de explicativo-especificativo, sobre todo con los relativos. Y es
importante, porque cambia
la puntuación (el
relativo especificativo no lleva coma y el explicativo, sí).
• Más sobre los relativos: abuso de cual, desaparición (como por arte de magia)
del cuyo, empleo del quienincorrecto… Y, lo peor:
un relativo dentro de un relativo dentro de un relativo… hasta el infinito,
como si fueran matrioskas rusas. Al final te pierdes en la frase
y no hay quien entienda nada.
• Parece que solo existen los verbos comodín. Con decir,
hacer y poner, tenemos una novela montada. Pues no.
Y, en general, hay muchísimas repeticiones de términos. Hay un remedio
infalible, son tres palabras:diccionario de sinónimos.
Podría seguir, la lista podría ser infinita, pero hoy no
tengo tiempo para más (tengo que seguir pegándome con la novela un ratito más).
Por supuesto, tenéis los comentarios a vuestra disposición, como siempre…
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Editores y correctores,
Mónica Basterrechea
lunes, 28 de diciembre de 2015
Otra traducción española que, con suerte, no se va a vender en Latinoamérica
Lo que
sigue es un artículo publicado por Carmen López en eldiario.es del 21 de
diciembre pasado. Su lectura invita a algunas reflexiones. La primera: está
claro que no hay traducciones definitivas y que siempre todas pueden mejorarse
o, en el mejor de los casos, actualizarse. Pero no siempre es necesario andar metiendo mano porque a veces el resultado es óptimo. Sin embargo, la tentación suele ser mucha y la inteligencia, poca. No es lo mismo leer La señora Bovary (así se tradujo a
principios del siglo XX) que Madame
Bovary (así se tradujo siempre hasta que una traductora ibérica decidió volver al
pasado y, de paso, ponerle salero a la cosa, como si los lectores de Flaubert buscaran salero). Tal vez haya ahora que decir que
no es lo mismo leer Otra vuelta de tuerca
(título mejorado por José Bianco
respecto del original inglés, según opinion de Jorge Luis Borges, que algo
sabía de la cuestión) que La vuelta del
torno (como traducen con bombos y platillos, Alejandra Devoto, Jackie DeMartino
y Carlos Manzano, para la editorial
española Libros del Asteroide). En síntesis, ya nada asombra. Hablando de
tornos, bien podrían haberle puesta La
visita al dentista o Se arreglan
rulemanes. La segunda reflexión hace a la historia de la traducción en España: es interesante saber que el engendro ya había sido utilizado antes por Celedonio Martínez Abascal en su traducción de 1985 para la editorial Fontamara. Claro, ahí él había puesto La vuelta de torno, y está clarísimo que en esa contracción de la nueva versión cambia todo... Con tal de ser originales –o al menos de creer serlo–, todo vale, incluso enmendarle la plana a un gran traductor que, curiosamente, no era español,encontrarle la quinta pata al gato y el pelo al huevo, para no hablar de esa petulancia y esa necedad tan castizas de algunos colegas ibéricos y de muchos editores de ese origen. No importa, sigan participando..
Una nueva lectura de Henry James
En
enero de 1897 la revista estadounidense Collier's
Weekly publicó la primera
entrega de una historia de fantasmas firmada por Henry James, un escritor ya
reconocido en aquel momento. El último capítulo salió a la venta en el número
de abril y a finales de ese mismo año se reunieron en un solo volumen titulado The Turn Of The Screw, que
acabó convirtiéndose en el libro más famoso firmado por el autor y en un
clásico de la literatura de terror.
La
trama es de sobra conocida, incluso aunque no se haya leído el libro. La
novelita de James se ha adaptado al cine y a la televisión en numerosas
ocasiones, entre otros por el director español Eloy de la Iglesia en 1985.
Asimismo, también se puede reconocer su influencia en filmes como Los Otros de Alejandro Amenábar o en uno de los
capítulos de la serie televisiva Historias
para no dormir de Chicho
Ibáñez Serrador, titulado El
muñeco. Incluso en un campamento de verano con niños y niñas compartiendo
leyendas de miedo con una linterna iluminándoles la cara podrían aparecer sus
elementos principales empezando por ellos mismos.
La nouvelle de James empieza con un grupo de
amigos que, durante una noche de Navidad, se sientan ante el fuego del hogar
para relatar historias de fantasmas. La que ocupa las páginas del libro está
protagonizada por una joven institutriz que se muda a una antigua mansión para
cuidar de dos niños huérfanos. Poco a poco la niñera empieza a sentir
presencias que trastornan la personalidad de sus pupilos y que le generan una
ansiedad que crece según va avanzando la narración. El libro da lugar a
numerosas interpretaciones, comunes en este tipo de literatura, como son los
deseos sexuales reprimidos o los trastornos mentales.
En
1945 José Bianco tradujo la obra al español con el título Otra vuelta de tuerca, aunque
este ha ido cambiando con el transcurrir de los años y el criterio de los
traductores o traductoras. En 2004 Juan Antonio Molina Foix lo tradujo como Vuelta
de tuerca (editorial
Cátedra) y el pasado mes de noviembre Libros del Asteroide lanzó una nueva
versión titulada La vuelta
del torno, traducida por Alejandra Devoto, Jackie DeMartino y Carlos
Manzano, que ha tardado diez años en llevarse a cabo.
Según
la editorial (el coordinador de la traducción, Carlos Manzano, declinó la
invitación a realizar declaraciones para este artículo): "El título de
esta edición busca transmitir con precisión la violencia que contiene el título
original, el lento movimiento del mecanismo que puede acabar descoyuntando al
torturado que es lo que, en definitiva, le sucede a lo largo del libro a su
protagonista".
Luis Solano, editor de Libros del Asteroide, se enteró de que Manzano se había embarcado en este proyecto cuando se inició y fue siguiendo su proceso hasta que hace tres años pudo leer las tres primeras páginas traducidas: "Me quedé prendado y cerramos el acuerdo para publicarlo enseguida, aunque hemos tenido que esperar varios años para que los traductores diesen por buena la versión definitiva".
Un trabajo meticuloso
Luis Solano, editor de Libros del Asteroide, se enteró de que Manzano se había embarcado en este proyecto cuando se inició y fue siguiendo su proceso hasta que hace tres años pudo leer las tres primeras páginas traducidas: "Me quedé prendado y cerramos el acuerdo para publicarlo enseguida, aunque hemos tenido que esperar varios años para que los traductores diesen por buena la versión definitiva".
Un trabajo meticuloso
Este
tipo de cambios en las traducciones de los títulos de los libros –por no hablar
de las películas, que son un caso aparte– suelen suscitar comentarios cuando no
polémicas, al menos en el sector de la traducción. Un caso puede ser, por
ejemplo, el del famoso relato de Franz Kafka La
metamorfosis también
traducido como La
transformación, que arrastra consigo extensos argumentos que justifican una u otra adaptación al castellano.
José
Luis López Muñoz tradujo The
Turn Of The Screw en el año
2000 para Alianza Editorial (el mismo año que ganó el Premio Nacional a la Obra de un Traductor).
Utilizó el título más conocido por los lectores en castellano, Otra vuelta de tuerca, ya que
en su momento no se le ocurrió que fuese necesario cambiarlo. "El efecto
del título sobre el lector siempre tiene algo de misterioso. Y, además, cuando
un título se ha usado mucho tiempo, nos acostumbramos a él y cuesta cambiar. Es
evidente que Otra vuelta de
tuerca no es una traducción
literal de The Turn of the
Screw, de manera que el cambio es siempre posible, no sé ya si necesario o
aconsejable", explica.
Por
supuesto, y sobre todo teniendo en cuenta su dilatada carrera, también ha
apostado por la modificación en algún momento. "Lo he hecho al menos en
dos ocasiones. The Reivers,
una de las novelas de Faulkner que he traducido a lo largo de los años para
Alfaguara, se llamaba anteriormente Los
rateros, pero en 1997 mi traducción se publicó con el título de La escapada. Hubo quien me
criticó, aunque Los rateros era
un título imposible que sólo servía para desorientar al lector. Más
recientemente, en 2013, Alianza ha publicado mi traducción de Sense and Sensibility, de
Jane Austen, con el título de Sensatez
y sentimiento en lugar de Sentido
y sensibilidad, que es el título español con el que de ordinario se conoce
tanto la novela como su versión cinematográfica de 1995, con guión de Emma
Thompson y dirigida por Ang Lee".
Aún
no ha pasado el tiempo suficiente para que Libros del Asteroide pueda estimar
el impacto que La vuelta del
torno ha tenido en el
público, pero Solano está convencido de su apuesta. "La intención con el
nuevo título era llamar la atención de los lectores, señalar que esta versión
es muy distinta a todas las anteriores, que cuando lo lees parece realmente
otro libro; no se trata tanto de decir si el título estaba bien o no, sino de
que el lector entienda que lo que proponemos es una versión radicalmente
distinta (y mejor) a lo que se había leído hasta ahora", afirma.
No
se puede saber, pero parece que Henry James se imaginaba que la adaptación de
su historia a otras lenguas iba a conllevar numerosas disquisiciones.
Irónicamente, cuando en el libro una de las oyentes del grupo reunido alrededor
del fuego le pregunta al narrador por el título del relato, él contesta:
"No tiene título". Más de un siglo después, aún se sigue buscando el
adecuado en castellano.
viernes, 25 de diciembre de 2015
jueves, 24 de diciembre de 2015
Se ha publicado una notable biografía chilena de Gerard Manley Hopkins
Nacido en Gran Bretaña en 1966, Neil Davidson se radicó en Chile en 2000.
Allí publicó sus crónicas en diversos diarios locales, reuniéndolas más tarde
en The Chilean Way: Crónicas 2000-2011,
un volumen publicado por Los Libros que Leo en 2011. Sin embargo, se lo
presenta en este blog por El ceño
radiante (Ediciones Diego Portales, 2015), una muy interesante biografía
del poeta inglés Gerard Manley Hopkins
(1844-1889).
Para quienes no estén familiarizados con él, vale
la pena señalar que, además de haber estudiado en Oxford, luego de convertirse
al catolicismo, fue ordenado sacerdote jesuita. Su amigo Robert Bridges fue
quien, póstumamente, se ocupó de publicar su poesía, parcialmente conocida en
vida del poeta. Ésta, por sus muchas novedades técnicas y por su virtuosismo,
resultaría especialmente influyente en Dylan Thomas, para nombrar a uno de sus
discípulos más célebres.
Compuesta a partir de la traducción de los diarios
y cartas del biografiado, acompañadas –tal es el texto de la gacetilla de
prensa correspondiente– de “interpretaciones de sus poemas y evocaciones del
contexto victoriano” su biografía es una de las más curiosas novedades
publicadas en Latinoamérica a lo largo de este año que termina. Interesa
destacar que el libro se cierra con una breve antología del poeta, acaso uno de
los más difíciles de traducir por sus muchas variaciones rítmicas y por sus
endiabladamente difíciles versos aliterados.
miércoles, 23 de diciembre de 2015
"Interpretaciones cuyo mimetismo depende de la pátina con que las cubrimos, de los signos que no leemos, de las cosas que pretendemos saber y en realidad ignoramos"
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Adriano Celentano y su característica fineza |
Como se leerá a continuación, la mente de Guillermo Piro nunca descansa. Así lo
demuestra la columna que publicó en el diario Perfil del 20 de diciembre pasado. En ella habla del súbito
descubrimiento de algo que siempre estuvo ahí sin que lo hayamos advertido.
También sucede cuando uno traduce.
Una oda a Onán
Hace siete años que tengo un jean DPSR
–las siglas provienen de Denim People’s Republic–. Es una marca de jeans
coreana, los –a mi juicio, lo que es siempre un poco improbable– mejores jeans
del mundo. Tengo ese jean desde hace siete años. No hace siete días o siete
meses: siete años; y recién ayer descubrí la existencia de un pequeño bolsillo
que me había pasado desapercibido. Cuando en 1800 Levy Strauss inventó el jean
no existian aún los relojes pulsera, todos eran de bolsillo. Ese pequeño
bolsillo fue pensado para llevar el reloj de bolsillo, colgando de la
respectiva cadena o leontina. El jean del que hablo a simple vista carece de
ese pequeño bolsillo, pero lo tiene, desplazado, en posición vertical. Cuento
esto porque ayer también descubrí otra cosa que me pasó desapercibida no siete
años, sino casi cuarenta.
En 1968
Adriano Celentano grabó una canción escrita por Luciano Beretta y Miki Del
Prete. La canción se titula Una carezza in un pugno, y acabo de darme cuenta de
que se trata de una oda a la masturbación. Quien habla en la canción lo hace a
una muchacha que ya no está con él. Esté donde ella esté, sigue siendo suya,
asegura, y cuando llega la medianoche él aferra la almohada entre los brazos y
busca su cara, “que aparecerá espléndida en la sombra”. Para él equivale a
tocar una estrella con la mano. Pero hay un problema. Si en ese momento ella
está pensando en otro hombre, su mano, donde ella hasta hace un instante
brillaba, se convierte en un puño cerrado. La solución que encuentra quien
habla es la siguiente: si ella verdaderamente lo quiere aún, él le sugiere que
entre las 12 y las 12.30 de la noche piense en él, para que de ese modo del
puño cerrado nazca una caricia.
Las
analogías son tan obvias que voy a prescindir de las interpretaciones. Aquello
de lo que la canción habla es evidente, pero ése no es el asunto. Me pregunto
ahora cuántas cosas que doy por sabidas y aprendidas y comprendidas no siguen
ocultando secretos, bolsillos ocultos, interpretaciones cuyo mimetismo depende
de la pátina con que las cubrimos, de los signos que no leemos, de las cosas que
pretendemos saber y en realidad ignoramos. ¿No será eso ahora que lo pienso? Es
por eso que releemos libros y le asignamos al crecimiento –en un sentido amplio
e impreciso– cualquier nueva interpretación que nos había pasado desapercibida.
El libro –el jean, la canción de Celentano– está ahí y siempre es igual a sí
mismo. No sé de qué depende, pero el tema consiste en mirar, en un sentido
amplio, lo que tenemos delante, sin esperar encontrar nada más que aquello que
lo que tenemos delante nos muestra.
O a lo
mejor está bien que todo ocurra así, y lo que queda es aceptar que el arte
consiste en la iluminación en cuotas, en mostrar y diferir a intervalos, en
demostrar que quien se obsesiona y mantiene la obsesión al final termina viendo
con claridad
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Guillermo Piro,
Reflexiones sobre la traducción
martes, 22 de diciembre de 2015
Los libros en París, después de los atentados
Lo que se reproduce a continuación, es un artículo firmado por Violaine Morin, aparecido en el
diario Le Monde, de Francia,
del día 18 de diciembre del corriente año. Forma parte de un dossier dedicado al papel
que juegan los libros en la actualidad y a la forma en que mitigan nuestros
problemas. Según la bajada, "La lectura ayuda a curar nuestras tristezas,
a reparar los traumatismos. Muchos están convencidos de esto, al tal punto que,
en Gran Bretaña, se apuesta a la 'biblioterapia'".
El libro, ese remedio soberano
Desde los atentados del 13 de noviembre,
los franceses salen menos. Los comercios lo sufren, incluidas las librerías.
Según el instituto de estudios GfK, el mercado del libro conoció de inmediato
una baja sensible. En el mes de noviembre, la cantidad de libros vendidos y las
ganancias del sector bajaron así el 6%.
Sin embargo, los libreros plantean para el
período un cuadro más matizado; la frecuentación, efectivamente, ha disminuido,
pero las ventas crecieron para los libros sobre el Islam, el Medio Oriente y la
radicalización. En las librerías de París, pero también en Coiffard, de Nantes,
en Mollat, de Burdeos, o incluso en Square, de Grenoble, se venden muchos
ejemplares de la última obra de Jean-Pierre Filiu, Les Arabes, leur destin et le notre (La Découverte, 2015). "Como
después del 7 de enero, dicen los libreros interrogados, los lectores piden
principalmente Le Piege
Daech, de Pierre-Jean Luizard (La Découverte, 2015), así como los trabajos
de Gilles Kepel, el politólogo especialista en el Islam, o los de la
antropóloga Dounia Bouzar".
En Divan, una librería del distrito 15 de
Paris, Philippe Touron cuenta el día posterior a los atentados: "La gente
estaba aturdida. Las personas querían hablar, en un espacio donde sabían que
iban a encontrar la posibilidad de reflexión". Un entusiasmo ligado, según
Touron, al "valor-refugio" que constituye el libro, pero también al
espacio de la librería, un lugar al que "se entra, se recorre, en el que
se discute, rodeado de objetos que, para nosotros, crean sentido".
¿Por qué volverse hacia los libros? ¿Tal
vez porque la lectura nos ayuda con nuestras tristezas, nuestros traumatismos,
individuales y colectivos? Michele Petit, antropóloga especializada en la
lectura, recuerda, en su obra L'Art
de lire, ou comment résister a l'adversité (Belin, 2007) que las librerías
neoyorkinas tuvieron un pico de frecuentación después del 11 de septiembre de
2001. Invitada a comentar "el regreso a los libros" comprobado en
Francia después de los atentados de enero, Michele Petit precisa: "La
lectura no puede salvar" a los muy traumatizados, pero puede contribuir a
su reconstrucción. "La idea de que hay que leer para 'reconstruirse' es
demasiado esquemática. Por otra parte, reconstruirse quiere decir volver al
estado precedente, al anterior a la herida, mientras que la lectura es una
construcción en sí misma, una actividad transformadora".
Si hay transformación, es porque el libro
hace trabajar una dimensión esencial de lo humano. "Somos animales
poéticos, sedientos de símbolos", agrega Petit. La lectura, en tanto
actividad creadora de sentido, ayudaría entonces a sobreponerse a episodios dolorosos,
momentos de ruptura, de pérdida de referencias. La palabra
"referencia", por otra parte, vuelve a la boca de los libreros
interrogados después del 13 de noviembre.
La lectura permite intentar comprender lo
incomprensible, pero también a salir de la tristeza por el
"encuentro" con otro espíritu. Marcel Proust aconsejaba esa actividad
al "espíritu perezoso", sujeto a la neurastenia: "Lo necesario,
entonces, es una intervención que, viniendo de otro, se produce en nosotros
mismos; es el impulso de otro espíritu, pero recibido en el seno de la
soledad".
En Gran Bretaña, las virtudes de la
lectura se toman muy en serio, al punto que allí se habla de
"biblioterapia". Así, en el caso de problemas psíquicos leves se
aconsejan los libros. Gracuas a ka asosciación caritativa The Reading Agency,
eb las bibliotecas del país, se ha puesto a disposición del público una lista
de obras de psicología popular, a las que se llama self-help books (libros de autoayuda). Además de
esos libros de psicología popular, la biblioterapia, apoyándose en obras de
ficción, conoce un cierto éxito en el mundo anglosajón. En este sentido, acaba
de aparecer en Francia Remedes
littéraires. Se soigner par les livres, de Susan Elderkin y Ella Berthoud,
un voluminoso manual, publicado en el Reino Unido en 2013 y ya traducido a una
veintena de lenguas, con forma de vademecum farnacéutico, donde George Eliot y
Gustave Flaubert habrían reemplazado al tomillo, al aceite de hígado de bacalao
y al agua caliente con limón.
Exhibiendo resueltamente su levedad, este
libro es, sin embargo, el fruto del trabajo de dos autoras, que proponen
consultas desde 2008. El paciente debe llenar por adelantado un cuestionario
que será profundizado durante la consulta. Ésta dura alrededor de 45 minutos y
cuesta 80 libras (vale decir, 110 euros), una cifra algo salada paa esta
medicina del alma, cuyos efectos resultan difíciles de evaluar. Al lector se le
receta un remedio inmediato y se le dan otros cinco consejos.
En nuestro caso (una consulta gratuita),
la experiencia deja la sensación de haber pasado un momento agradable charlando
sobre temas literarios, sin que forzosamente se justifique la denominación de
"terapia". Las autortes amiten de buen grado: "Entre el 60 y el
70% de nuestros clientes no tienen un problema en particular. Apenas el 30% ha
vivido algo difícil, como un divorcio o una depresión".
Precisamente, la idea de "cura"
por medio de los libros, a
fortiori por los libros de
ficción, es lo que suscita una cierta desonfianza en Francia. Para Michele
Petit, la palabra "biblioterapia" es reductora: "El uso de
libros como terapia es un fenómeno más bien anglosajón. Para comprender los
beneficios de la lectura, beneficios reales, hay que adoptar una representación
más amplia de esa actividad, sin limitarla a la búsqueda de una cura, y menos
aún a una receta". Es lo que ella se ha propuesto hacer en sus
investigaciones. L'Art
de lire relata varios años de
observación de "grupos de lectura" en Latinoamérica. Para que el
beneficio de la lectura sea real, hay que desembarazarla del marco escolar, en
el cual puede evocar recuerdos de exclusión o de humillación. Michele Petit
describe, por ejemplo, una experiencia en un hogar de reinserción de
niños-soldados en Colombia, a principios del año 2000. El grupo había sido
voluntariamente alejado del marco escolar: sin notas, sin deberes u obligación
alguna de participar. La coordinadora contaba mitos y leyendas delante de un
mapa del país. De repente, uno de los participantes, "a quien jamás se le
había escuchado decir nada", se abrió y relató las historias oídas durante
su infancia, y señaló en el mapa las regiones que había recorrido durante la
guerra, describiendo lo que él había vivido.
En lo que concierte a la necesidad
unviersal de creación de sentido, los relatos ficcionales, los cuentos, las
leyendas, las novelas son también un soporte natural para los psicoterapeutas.
Antoine Mousty es psicólogo clínico en el servicio de psiquiatría de
adolescentes del hospital de Argenteuil (Val-d-Oise). Más que utilizar el
término "biblioterapia", prefiere designar al libro como una
"meditación terapéutica" posible, entre otras actividades. Una
mediación esencial cuando la lengua común fracasa: "En el curso de una
psicoterapia clásica, el paciente formula el problema que lo hace sufrir. En un
psicóticom, ese modelo es inadecuado, porque su relación con la realidad est
diferente. La lectura puede entonces dar forma a algo que no está psiquicamente
elaborado. El libro se encuentra con el mundo interno del paciente".
Pero para que tal encuentro se dé, la
lectura debe ser concebida a partir de un tejido relacional con el psicólogo.
"Si uno hiciera que los cuentos fueran leídos por una computadora, ¡no
funcionaría!", explica Antoine Mousty."Lo que importa es la relación,
la manera en que el terapeuta aporta sentido por el tono de su voz, como lo
haría una madre aportándole sentido por ese mismo recurso a su hijo".
Además, nadie reacciona de la misma manera a las mismas historias. El vínculo
con el terapeuta resulta entonces esencial, porque es él quien acecha los
signos, quien los interpreta, quien ayuda al enfermo a darle forma a lo que
siente.
Ésa es la otra razón por la cual el
término "biblioterapia" suscita reservas: es imposible predecir el
efecto de un libro sobre alguien, por lo que no se puede sistematizar la
prescripción de obras. Karina Brutin, autora de L'Alchimie thérapeutique de la
lecture (L'Harmattan, 2000),
trabajo por mucho tiempo como profesora de francés para jóvenes que sufrían
perturbaciones psíquicas en la clínica Georges-Heuyer, de París. Ella confirma:
"No se puede anticiapar sus reacciones. Los libros que para una pueden ser
anodinos, pueden desencadenar cosas muy fuertes en otras personas". La
profesora se acuerda de una jovencita que evocaba Vingt-quatre hueres de la vie d'une
femme, de Stefan Zweig (1927), diciendo: "Es extraordinario, habla de
mí sin que yo necesite decir nada", El libro cuenta, pero no fue percibido
como un instrumento terapéutico por la paciente. "La literatura le abría
la posibilidad de comunicar todo guardándose los secretos para sí",
comenta la docente. "Ahí se ve que el empleo de la lectura puede ser un
empleo para la libertad".
Leer, en suma, es siempre un forma de
independencia, fuera del campo de la terapia o del marco educativo. Desde el 13
de noviembre, los que leen "para entender" eligen salirse de la
temporalidad de la investigación que se sigue frenéticamente por Internetet,
por televisión o en la prensa. Producen un "desvío vital", según la
expresión de Michele Petit, hacia un mundo interior en el que los mecanismos de
la lectura, sean terapéuticos, escolares o cívicos, dejan lugar a un espacio
fuera del tiempo, como las arcadas de los palacios de la Venecia soñada por
Proust se reconoce en Shakespeare y Dante: "Esos altos y finos encalves
del pasado no están en el presente, sino en otro tiempo donde en el presente
está prohibido entrar".
Traducción: J.F.
lunes, 21 de diciembre de 2015
"La necesidad de pensar de manera más estratégica"
![]() |
Alejandro Dujovne |
Silvina Friera publico
el pasado 17 de diciembre la siguiente informacion en el diario Pagina 12. De acuerdo con lo que se lee
en la bajada, "El
encuentro organizado por el Instituto de Desarrollo Económico y Social se
plantea como “un espacio de diálogo entre los actores que se reúnen en
distintas cámaras con especialistas del mundo del libro y con actores del
Estado”, según Alejandro Dujovne".
En busca de diagnósticos y propuestas
El futuro del libro
argentino no es una tierra prometida para unos pocos elegidos. La diversidad y calidad de las llamadas
editoriales independientes y las librerías es una conquista que no puede ni
debe perderse por políticas erráticas o desidia. Editores, libreros,
investigadores, responsables de distintas áreas del Estado, no suelen reunirse
para debatir, más allá de coincidir a veces en el torbellino de ferias
nacionales e internacionales, vértigo que deja poco margen para ejercitar el
pensamiento. La agenda del libro argentino hoy: panorama, avances y desafíos,
jornada organizada por el Núcleo de Estudios sobre el Libro y la Edición del
IDES (Instituto de Desarrollo Económico y Social) que empieza hoy, contará con
la participación de Trinidad Vergara (V&R Editoras, presidenta de la Cámara
Argentina de Publicaciones, CAP), Luis Quevedo, (Eudeba, vicepresidente de la
Cámara Argentina del Libro, CAL), Ecequiel Leder Kremer (librería Hernández,
vicepresidente de la Cámara Argentina de Papelerías, Librerías y Afines,
Capla), Leandro de Sagastizábal, flamante presidente de la Comisión Nacional de
Bibliotecas Populares (Conabip); Alejandro Dujovne, investigador del Conicet;
Heber Ostroviesky (Capital Intelectual), Carlos Díaz (Siglo XXI), Constanza
Brunet (Marea), Ezequiel Saferstein (CedInCI-Conicet) y Martín Gill (ex
diputado del Frente para la Victoria, actual intendente de Villa María,
Córdoba), autor del proyecto de ley por el que se crearía el Instituto Nacional
del Libro Argentino, entre otros.
Alejandro Dujovne, autor de Una historia del libro judío, cuenta que
esta jornada es un proceso convergente. “Tenemos cada vez más académicos
especializados en el libro argentino, lo cual nos permite empezar a tener
diagnósticos de algunos problemas contemporáneos, pero también algunos
problemas recurrentes de la historia argentina en comparación con otros
mercados como los de España y México, que siempre son los contrapuntos a partir
de los cuales se piensa el libro argentino. A partir de las reflexiones que
venimos haciendo, nos pareció importante propiciar un espacio de diálogo entre
los actores que se reúnen en distintas cámaras, que tienen intereses comunes en
algunos puntos y diferentes en otros, con especialistas del mundo del libro y
con actores del Estado. Si algo caracteriza al mercado del libro argentino es
cierta potencia cultural propia de una cantidad de personas y grupos frente a
un Estado que ha tenido una política errática para el sector. Sin embargo, en
los últimos años ha habido una cantidad de políticas bastante propicias de
distintas secretarias y ministerios. La cuestión es hacer un balance y ver qué
cosas están bien y se tienen que preservar. Pero también surge la necesidad de
pensar de manera más estratégica: qué políticas no sólo tienen que ser preservadas
sino coordinadas para darle una coherencia y estabilidad en el tiempo”, plantea
Dujovne a Página/12.
¿Cuál es el rol que debe tomar el
Estado en la regulación y promoción de la industria del libro? ¿Cuáles son los
resultados de la aplicación de políticas y programas estatales, como el
Programa Sur, los Planes de Lectura, las líneas de subsidios? ¿De qué manera
debe intervenir el Estado en las Ferias internacionales? ¿Cuáles son los nuevos
problemas de los editores y libreros en los que el Estado debería tener un rol
activo?, ¿Cuál será la intervención del Estado en la legislación de la economía
digital del libro ante la aparición de multimedios como Amazon o Google que
intervienen en la comercialización y distribución online? Intentarán responder algunos
de estos interrogantes cruciales Diego Lorenzo (Programa Sur del Ministerio de
Relaciones Exteriores y Culto), Agustina Peretti (Fundación ExportAr), Gustavo
Bombini (Plan Nacional de Lectura del Ministerio de Educación), Sebastián Helou
(Especialista en Comercio Exterior, Editorial Albatros) y Verónica Riera
(Biblos). “La intervención del Estado tiene que ser inteligente y estar atenta
a las particularidades de cómo apoyar que va desde la regulación básica que
ordena el mercado del libro, la ley de precio fijo, muy importante porque evita
la competencia desleal y favorece las librerías independientes, las editoriales
pequeñas, es decir la bibliodiversidad, hasta intervenciones concretas del
Estado, que propicie la creación de un mercado del libro fuera del área de
mayor concentración –subraya Dujovne–. Los grandes desequilibrios del mercado
argentino son dos: un proceso de tensión entre mercado y cultura, donde hay
mucha concentración en algunas editoriales; y el otro gran desequilibro es el
geográfico. Uno habla de Buenos Aires, de la ciudad de los libros o de las
librerías, pero difícilmente se pueda hablar de la Argentina en el mismo
sentido. Alrededor del 80 por ciento está concentrado en Buenos Aires. Ahí el
Estado tiene que intervenir a través de promociones y subsidios, una cantidad
de políticas que tienen que trabajar para garantizar una mejor distribución.”
“La historia argentina muestra cómo de
un plumazo se puede destruir el mercado editorial en períodos de apertura
irrestricta o de crisis económica; un mercado que se construye muy lentamente,
donde en general no hay una alta rentabilidad y en la mayor parte de los casos
se trata de pequeños editores. No es un sector de primera necesidad que
inmediatamente se recompone. En este caso más que en otros, hay que ser muy
cuidadoso con las políticas que se aplica. Una apertura general repentina puede
desarmar un universo de editoriales independientes que han logrado enriquecer y
diversificar el mundo editorial argentino”, explica Dujovne.
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Libros y librerías
viernes, 18 de diciembre de 2015
"A veces me pregunto si guardar libros no será ya algo retro, como coleccionar vinilos"
Lola Arias es escritora, dramaturga y directora de teatro. El pasado
domingo 13 de diciembre, publicó en el diario La Nación ,
de la Argentina ,
la siguiente reflexión que es la que ya se hacen muchas personas.
Un ejército de libros sin destino
En
la casa en la que nací hay una biblioteca grande; mi madre es profesora de
literatura y mi padre, un arquitecto aficionado a los libros de arte. Cuando me
fui de casa, me robé mis libros predilectos y me fui comprando otros hasta
armar mi propia colección, que fue creciendo con los años. Y desde que vivo con
un escritor, mis libros y los suyos han copado todo el espacio de la casa. No
hay paredes blancas para poner cuadros porque hay bibliotecas. No hay lugar
donde no haya libros para ver. Y aun así no hay bibliotecas suficientes, y la
sección literatura en inglés duerme en siete cajas en el altillo.
Con el tiempo, estar
rodeada de libros comenzó a ser cada vez más inquietante. No porque no me guste
tenerlos ahí, sino porque, al ser tantos, hay algunos que raramente se vuelven
a abrir. Y entonces ese ejército de libros se queda ahí, posando en los
estantes, sin tener adónde ir. Y uno empieza a preguntarse: ¿Esto es un
cementerio de libros? ¿No deberían estar sueltos por ahí, pasando de mano en
mano, llenándose de marcas y subrayados ajenos?
Yo conocí a un artista que vivía viajando de país en país,
llevando solamente lo que podía acomodar en su valija de 22 kilos. Como le
gustaba leer, se compraba libros, los leía y luego los regalaba a personas
conocidas o desconocidas. Cuando le pregunté cómo hacía si quería volver sobre
algo que ya había leído, me dijo que no necesitaba releer para recordar, y que
prefería que los libros y él siguieran su viaje en distintas direcciones.
Hacer circular los libros es un verdadero desafío para la
cultura. En Río de Janeiro hay un proyecto de bibliotecas ambulantes que
parecen casitas para pájaros en unos postes en la playa donde uno puede
llevarse un libro ajeno y dejar uno propio. En Santiago de Chile, en el Parque
Forestal y otros parques, hay unos quioscos de revistas móviles donde uno puede
dejar el documento y llevarse un libro para leer a la sombra de un árbol. Así,
los libros se mueven hasta los lectores en lugar de esperar que los visiten en
la biblioteca pública.
Hace no mucho tiempo, podía verse a muchas personas leyendo
en subtes y colectivos. Ahora, cuando levanto los ojos de mi propio teléfono,
veo otros ojos sumergidos en pantallas en miniatura, moviendo los dedos a toda
velocidad. Pienso que podría donar mi biblioteca para el transporte público y
colocar largos estantes de libros sobre los asientos. O, mejor aún, se podrían
colgar los libros del techo, como esas viejas arandelas del subte que se movían
para un lado y para el otro. Y entonces, al estirar la mano, uno podría agarrar
un libro y leer, incluso estando parado en un vagón repleto.
A veces me pregunto si guardar libros no será ya algo
retro, como coleccionar vinilos. Entonces mi hijo de dos años se levanta de la
siesta, abre un libro cualquiera y se sienta en el piso. Cada hoja que pasa es
suspenso puro. Pienso: algo debe tener ese objeto. Si no, ¿por qué aún no se
inventó nada mejor?
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Lola Arias
jueves, 17 de diciembre de 2015
¿Qué se tradujo y quién lo hizo? (IV)
![]() |
Hasday ben Saprut |
(viene de ayer)
La corteza de la letra (IV)
VI
Estas escenas de la traducción medieval tienen
todavía otros lados de sombra. Como se mencionó arriba, gran parte de los
originales árabes se perdieron3 y los que existen se han estudiado de forma
fragmentaria, por lo que resulta muy difícil averiguar algo fundamental: las
lenguas de los traductores. Podemos razonar distintas hipótesis. Por ejemplo,
que los judíos traducían directamente del árabe al latín, porque algunos
sabían latín. No lo desconocían Hasday ben Saprut, el fundador de la
escuela de estudios gramaticales de Córdoba, ni Pedro Alfonso ni Abraham ben
Ezra, y estos casos aislados debieron ser más numerosos más adelante, porque en
1280 Salomón ben Adereth envió una carta a los judíos de Provenza
reprochándoles que estudiaran la lengua latina en detrimento de la Ley (Renan: 1992, 146). Estos
datos, sin duda, son muy escasos como para fundar con ellos una teoría, pero
son útiles para preguntarse otras dos cuestiones: si los judíos españoles no
sabían latín, ¿quién lo sabía?, ¿qué latín se conocía en la Península ?
Entre el latín de los eruditos y el romance llano
existía un latín avulgarado, escrito y probablemente hablado por los
semidoctos, que amoldaba las formas latinas a la fonética romance. [...] Ese
latín arromanzado existió también en Francia antes del renacimiento carolingio
que restauró los estudios e impuso un latín más puro. En España debía de usarse
ya al final de la época visigoda; los mozárabes lo llamaban latinum circa romancium,
en oposición al latinum obscurum. Y aunque la reforma cluniasense
trató de purificar el latín en los textos solemnes, los más llanos siguieron
mezclando latín y romance hasta comienzos del siglo XIII (Lapesa, 161).
Debemos conjeturar entonces que sólo una minoría
conocía el latinum obscurum y que dentro de ese pequeño grupo debían
estar los monjes cluniasenses llegados a Toledo con Bernardo de Sédirac «que
hizo venir de Francia varones buenos et letrados, et aun muchachos que eran
guisados para aprender todo bien» (Primera Crónica General de España) (García
Yebra, 1994, 89). Estos «francos», repobladores poderosos de las tierras
conquistadas a los musulmanes, sabían latín. No resulta evidente, en cambio,
que supieran castellano. Casi cien años más tarde de las primeras traducciones
toledanas, Rafael Lapesa todavía encuentra galicismos en las versiones
alfonsíes en las que colaboraron Juan y Guillén Aremón de Aspa, «de nacimiento
u origen gascón y Bernardo el arábigo, cuyo nombre era propio de “francos”».
También sabían latín los otros nombres ilustres de las traducciones medievales
llegados de Inglaterra, Escocia, Cremona, Tívoli o Dalmacia. Lo que
probablemente ignoraran serían los dialectos románicos peninsulares:
castellano, catalán, aragonés.
Pero esta revisión de lenguas resulta todavía
incompleta. Si los judíos hispánicos no tenían suficientes conocimientos de
latín, ¿qué lingua franca utilizaban para trabajar con eruditos
extranjeros que debían desconocer los romances peninsulares? Un fragmento de
Juan Hispalense que figura en la traducción del tratado De anima de
Avicena: «me singula verba vulgariter proferente, et Dominico archidiacono
singula in latinum convertente, ex arabico translatum» (Menéndez Pidal, 1951,
364) permite inferir que el idioma común de arabistas y latinistas era una
lengua vulgar. Según Rafael Lapesa, Gonzalo Menéndez Pidal y otros filólogos,
esa lengua fue el castellano y esto explicaría los hispanismos que Roger Bacon
encontró en las traducciones toledanas. Como traducciones del árabe al latín se
hicieron también en Aragón, castellanizada en el siglo XIV, y Cataluña, debemos
pensar que el catalán o el aragonés cumplieron ese mismo papel. Ahora bien,
algunas parejas, como la formada por Juan Hispalense y Domingo Gundisalvo,
podían tener una lengua romance común, pero no debía ocurrir lo mismo con los
latinistas venidos de fuera: gascones, lombardos, toscanos o ingleses. Los
discípulos del obispo Bernardo de Sauvetat (y él mismo), así como los eruditos
anglosajones, conocían bien el francés, porque
era la lengua oficial en aquellos territorios insulares después de la invasión
normanda (1066), pero nadie ha sugerido que esta lengua o alguna
de sus formas dialectales se utilizara como vehículo de las traducciones
peninsulares.
Sabemos, por otra parte, que el centro de España,
incluida Toledo, se castellanizó en el 1200, que esa lengua se implantó en
Córdoba, Sevilla y Jaén en el siglo XIII, y en Granada, Málaga y Almería en los
siglos XIV y XV. La lenta peregrinación de los judíos andalusíes, que huían de
las persecuciones de almogávares y almohades, hacia los territorios
conquistados por los cristianos coincide con la implantación de otra lengua
romance, que debieron aprender en ese momento, al tiempo o muy poco
antes de que comenzaran a hacerse en Toledo las primeras traducciones del
árabe. Esa nueva lengua romance en el territorio, el castellano, debió
coexistir con formas del dialecto hispánico del sur —el mozárabe o romance
andalusí— del no quedan casi más huellas que algunos refranes y los versos de
la jarchas. Cabe también la posibilidad de que los judíos provenientes de
al-Andalus hubieran conservado algunas de esas formas romances que habrían
hecho más fácil el aprendizaje del castellano. Hipótesis nada extravagante si
recordamos que mantuvieron el judeo-español desde la expulsión de 1492 hasta el
presente. Pero no hay documentación que permita afirmar que los judíos de
al-Andalus o los mozárabes del siglo XII supieran otro idioma que el árabe,
tanto clásico como vulgar.
Aquellas traducciones del árabe al latín nos
obligan a postular un complicado túnel del lenguas, algunas de ellas ignotas,
otras recién aprendidas. El francés, el castellano o el catalán podían servir
como lenguas vehiculares, pero si los traductores no tenían una lengua romance
en común debemos suponer que en vez de tres lenguas se utilizaban cuatro, por
ejemplo: árabe, castellano, francés (o un dialecto franco) y latín. Cuando los
traductores podían entenderse en un mismo romance, sólo era necesario utilizar
tres idiomas. Este esquema supone varios pasos que no contradicen lo que
sabemos de las escrituras medievales. Son bastante comunes los diferentes
borradores de un mismo texto, lo que Gonzalo Menéndez Pidal llama, hablando de
las traducciones alfonsíes, los cuadernos de trabajo, que podían
provenir de lo oral, la pronunciatio, extensa práctica medieval que
permitía que diversos copistas tomaran al dictado un texto.
Pero este modelo, aunque resulta bastante
verosímil, no explica un rasgo que se ha atribuido, en general, a estas
versiones: el literalismo. De participar diversas lenguas en el proceso, la
frase latina, como observó Jourdain (1843: 19), no resultaría un mero calco de
la árabe. Para que esto ocurriese, el traductor del árabe al latín debía ser uno
solo o, como mucho, dos. Y esto nos vuelve al principio del razonamiento. No es
imposible pensar que algunos judíos sabían latín, un poco de latín, el
suficiente como para devastar la obra y superponer sobre cada frase o palabra
árabe la forma latina. No cabe duda de que otras personas corregirían ese
borrador, la çeda, como se llamó a esa fase de la traducción hasta el
siglo XV. La traducción directa se practicó en el sur de Italia, el otro gran
centro de traducciones medievales del árabe (Renan: 1992, 147) y es verosímil
que algo semejante ocurriera en la Península. De hecho, los judíos que desempeñaban
tareas de trujamanes en la
Corona de Aragón debían conocer bien el latín, porque no
existen documentos escritos en catalán hasta finales del siglo XII ni era esta
la lengua de la corte.
Todo esto nos permite conjeturar que las versiones
del siglo XII, tan complejas de describir, no debieron hacerse con métodos
homogéneos. El trabajo e incluso la comunicación entre arabistas y latinistas
postula un arco bastante amplio de posibilidades. Limitar las lenguas
vehiculares al castellano o no darle ese papel al latín arromanzado que existía
en ese momento (y que muchos judíos podían perfectamente conocer), oscurece en
cierto modo los rasgos más peculiares de estas versiones: la
«internacionalidad» de la empresa, la pasión por el saber que superaba todos
los escollos e incluso las prohibiciones expresas de los autores de
estos textos. Y esta última observación, que permite entender en parte los
sentimientos de una sociedad, la árabe, condenada ya a la desaparición, está
documentada en fuentes del siglo XII. La hace Ibn Abdun, en Sevilla a comienzos
del siglo XII, traducido en 1948 por Lévi-Provençal y García Gómez: «No
deben venderse a judíos ni cristianos libros de ciencia, salvo los que traten
de su ley, porque luego traducen los libros científicos y se los atribuyen a
los suyos y a sus obispos, siendo así que se trata de obras musulmanas»
(Castro: 1987, 151).
Las versiones del siglo XIII, esencialmente a las
lenguas romances, no debieron ser más fáciles, pero postulan una empresa que
podríamos llamar nacional. Las traducciones y escritos originales que
Alfonso X amparó en Toledo y Sevilla dieron forma y elegancia a la prosa
castellana y no fueron ajenos a estos logros los científicos y traductores
judíos que ya sabían escribir en esa lengua. Más aún, como judíos y
después como conversos no fueron ajenos a la vida cultural castellana hasta los
siglos de oro. Los traductores que trabajaron para el Marqués de Santillana o
para el rey Juan II eran de linaje judío, como muchos escritores de los siglos XIV,
XV y XVI: Sem Tob, Juan de Mena, Juan de Lucena, Hernando del Pulgar, los
poetas del Cancionero de Baena y el propio Alfonso de Baena, Diego de Valera,
Fernando de la Torre ,
Rodrigo Cota, Teresa de Cartagena, Alonso de Cartagena, Fernando de Rojas, Juan
Álvarez Gato, Diego de San Pedro, Luis Vives, Fray Luis de León, Juan de la Cruz , Teresa de Jesús y
Antoinette Loupes, la madre de Montaigne.
Domínguez Ortiz (1988, 1991) también sugiere que
fueron conversos Benito Arias Montano, Antonio de Nebrija, Alonso Fernández de
Palencia, Alonso Fernández de Madrigal, el Tostado, Hernando de
Talavera, Francisco Sánchez de las Brozas, el Brocense, Francisco de Encinas,
Baltasar Gracián, Huarte de San Juan, Luis de Góngora, Andrés Laguna, Nicolás
Oliver y Fullana, Miguel Servet, Mateo Alemán y Bartolomé de las Casas.
No podemos afirmar que exista ningún tipo de
identidad entre los judíos y los que se convirtieron al cristianismo: sin
embargo, es evidente que tuvieron una función muy semejante en las sociedades
donde vivían. Hasta 1492 intermediaron entre culturas, el Oriente que
desaparecía y la Europa
que iba construyendo su modernidad. Después de las matanzas, las prohibiciones
y la expulsión, los judíos que siguieron habitando estos territorios se
convirtieron o se disfrazaron, pero la clase más ilustrada de los
demoníacamente llamados cristianos nuevos no tuvo ningún otro lugar que
los espacios de la cultura: la escritura, la enseñanza, la traducción.
Corresponde a quienes reflexionan sobre la
traducción señalar el lugar privilegiado que tuvieron esos otros españoles en
la historia de la transmisión de los saberes y las ideas. Ellos, nuestros
judíos, como los llamaba Alfonso el Sabio, tuvieron la delicadeza de dejarnos
lo que Fray Luis de León denominó «la corteza de la letra», el esplendor de las
palabras.
1. Manuel Alonso Alonso menciona la existencia,
entre los siglos XII y XIII, de hasta nueve Iohanes Hispanus, localizados en
muy diversos reinos cristianos, en Portugal, Francia, Italia e Inglaterra
(Alonso: 1943, 168).
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