Lo que se reproduce a continuación, es un artículo firmado por Violaine Morin, aparecido en el
diario Le Monde, de Francia,
del día 18 de diciembre del corriente año. Forma parte de un dossier dedicado al papel
que juegan los libros en la actualidad y a la forma en que mitigan nuestros
problemas. Según la bajada, "La lectura ayuda a curar nuestras tristezas,
a reparar los traumatismos. Muchos están convencidos de esto, al tal punto que,
en Gran Bretaña, se apuesta a la 'biblioterapia'".
El libro, ese remedio soberano
Desde los atentados del 13 de noviembre,
los franceses salen menos. Los comercios lo sufren, incluidas las librerías.
Según el instituto de estudios GfK, el mercado del libro conoció de inmediato
una baja sensible. En el mes de noviembre, la cantidad de libros vendidos y las
ganancias del sector bajaron así el 6%.
Sin embargo, los libreros plantean para el
período un cuadro más matizado; la frecuentación, efectivamente, ha disminuido,
pero las ventas crecieron para los libros sobre el Islam, el Medio Oriente y la
radicalización. En las librerías de París, pero también en Coiffard, de Nantes,
en Mollat, de Burdeos, o incluso en Square, de Grenoble, se venden muchos
ejemplares de la última obra de Jean-Pierre Filiu, Les Arabes, leur destin et le notre (La Découverte, 2015). "Como
después del 7 de enero, dicen los libreros interrogados, los lectores piden
principalmente Le Piege
Daech, de Pierre-Jean Luizard (La Découverte, 2015), así como los trabajos
de Gilles Kepel, el politólogo especialista en el Islam, o los de la
antropóloga Dounia Bouzar".
En Divan, una librería del distrito 15 de
Paris, Philippe Touron cuenta el día posterior a los atentados: "La gente
estaba aturdida. Las personas querían hablar, en un espacio donde sabían que
iban a encontrar la posibilidad de reflexión". Un entusiasmo ligado, según
Touron, al "valor-refugio" que constituye el libro, pero también al
espacio de la librería, un lugar al que "se entra, se recorre, en el que
se discute, rodeado de objetos que, para nosotros, crean sentido".
¿Por qué volverse hacia los libros? ¿Tal
vez porque la lectura nos ayuda con nuestras tristezas, nuestros traumatismos,
individuales y colectivos? Michele Petit, antropóloga especializada en la
lectura, recuerda, en su obra L'Art
de lire, ou comment résister a l'adversité (Belin, 2007) que las librerías
neoyorkinas tuvieron un pico de frecuentación después del 11 de septiembre de
2001. Invitada a comentar "el regreso a los libros" comprobado en
Francia después de los atentados de enero, Michele Petit precisa: "La
lectura no puede salvar" a los muy traumatizados, pero puede contribuir a
su reconstrucción. "La idea de que hay que leer para 'reconstruirse' es
demasiado esquemática. Por otra parte, reconstruirse quiere decir volver al
estado precedente, al anterior a la herida, mientras que la lectura es una
construcción en sí misma, una actividad transformadora".
Si hay transformación, es porque el libro
hace trabajar una dimensión esencial de lo humano. "Somos animales
poéticos, sedientos de símbolos", agrega Petit. La lectura, en tanto
actividad creadora de sentido, ayudaría entonces a sobreponerse a episodios dolorosos,
momentos de ruptura, de pérdida de referencias. La palabra
"referencia", por otra parte, vuelve a la boca de los libreros
interrogados después del 13 de noviembre.
La lectura permite intentar comprender lo
incomprensible, pero también a salir de la tristeza por el
"encuentro" con otro espíritu. Marcel Proust aconsejaba esa actividad
al "espíritu perezoso", sujeto a la neurastenia: "Lo necesario,
entonces, es una intervención que, viniendo de otro, se produce en nosotros
mismos; es el impulso de otro espíritu, pero recibido en el seno de la
soledad".
En Gran Bretaña, las virtudes de la
lectura se toman muy en serio, al punto que allí se habla de
"biblioterapia". Así, en el caso de problemas psíquicos leves se
aconsejan los libros. Gracuas a ka asosciación caritativa The Reading Agency,
eb las bibliotecas del país, se ha puesto a disposición del público una lista
de obras de psicología popular, a las que se llama self-help books (libros de autoayuda). Además de
esos libros de psicología popular, la biblioterapia, apoyándose en obras de
ficción, conoce un cierto éxito en el mundo anglosajón. En este sentido, acaba
de aparecer en Francia Remedes
littéraires. Se soigner par les livres, de Susan Elderkin y Ella Berthoud,
un voluminoso manual, publicado en el Reino Unido en 2013 y ya traducido a una
veintena de lenguas, con forma de vademecum farnacéutico, donde George Eliot y
Gustave Flaubert habrían reemplazado al tomillo, al aceite de hígado de bacalao
y al agua caliente con limón.
Exhibiendo resueltamente su levedad, este
libro es, sin embargo, el fruto del trabajo de dos autoras, que proponen
consultas desde 2008. El paciente debe llenar por adelantado un cuestionario
que será profundizado durante la consulta. Ésta dura alrededor de 45 minutos y
cuesta 80 libras (vale decir, 110 euros), una cifra algo salada paa esta
medicina del alma, cuyos efectos resultan difíciles de evaluar. Al lector se le
receta un remedio inmediato y se le dan otros cinco consejos.
En nuestro caso (una consulta gratuita),
la experiencia deja la sensación de haber pasado un momento agradable charlando
sobre temas literarios, sin que forzosamente se justifique la denominación de
"terapia". Las autortes amiten de buen grado: "Entre el 60 y el
70% de nuestros clientes no tienen un problema en particular. Apenas el 30% ha
vivido algo difícil, como un divorcio o una depresión".
Precisamente, la idea de "cura"
por medio de los libros, a
fortiori por los libros de
ficción, es lo que suscita una cierta desonfianza en Francia. Para Michele
Petit, la palabra "biblioterapia" es reductora: "El uso de
libros como terapia es un fenómeno más bien anglosajón. Para comprender los
beneficios de la lectura, beneficios reales, hay que adoptar una representación
más amplia de esa actividad, sin limitarla a la búsqueda de una cura, y menos
aún a una receta". Es lo que ella se ha propuesto hacer en sus
investigaciones. L'Art
de lire relata varios años de
observación de "grupos de lectura" en Latinoamérica. Para que el
beneficio de la lectura sea real, hay que desembarazarla del marco escolar, en
el cual puede evocar recuerdos de exclusión o de humillación. Michele Petit
describe, por ejemplo, una experiencia en un hogar de reinserción de
niños-soldados en Colombia, a principios del año 2000. El grupo había sido
voluntariamente alejado del marco escolar: sin notas, sin deberes u obligación
alguna de participar. La coordinadora contaba mitos y leyendas delante de un
mapa del país. De repente, uno de los participantes, "a quien jamás se le
había escuchado decir nada", se abrió y relató las historias oídas durante
su infancia, y señaló en el mapa las regiones que había recorrido durante la
guerra, describiendo lo que él había vivido.
En lo que concierte a la necesidad
unviersal de creación de sentido, los relatos ficcionales, los cuentos, las
leyendas, las novelas son también un soporte natural para los psicoterapeutas.
Antoine Mousty es psicólogo clínico en el servicio de psiquiatría de
adolescentes del hospital de Argenteuil (Val-d-Oise). Más que utilizar el
término "biblioterapia", prefiere designar al libro como una
"meditación terapéutica" posible, entre otras actividades. Una
mediación esencial cuando la lengua común fracasa: "En el curso de una
psicoterapia clásica, el paciente formula el problema que lo hace sufrir. En un
psicóticom, ese modelo es inadecuado, porque su relación con la realidad est
diferente. La lectura puede entonces dar forma a algo que no está psiquicamente
elaborado. El libro se encuentra con el mundo interno del paciente".
Pero para que tal encuentro se dé, la
lectura debe ser concebida a partir de un tejido relacional con el psicólogo.
"Si uno hiciera que los cuentos fueran leídos por una computadora, ¡no
funcionaría!", explica Antoine Mousty."Lo que importa es la relación,
la manera en que el terapeuta aporta sentido por el tono de su voz, como lo
haría una madre aportándole sentido por ese mismo recurso a su hijo".
Además, nadie reacciona de la misma manera a las mismas historias. El vínculo
con el terapeuta resulta entonces esencial, porque es él quien acecha los
signos, quien los interpreta, quien ayuda al enfermo a darle forma a lo que
siente.
Ésa es la otra razón por la cual el
término "biblioterapia" suscita reservas: es imposible predecir el
efecto de un libro sobre alguien, por lo que no se puede sistematizar la
prescripción de obras. Karina Brutin, autora de L'Alchimie thérapeutique de la
lecture (L'Harmattan, 2000),
trabajo por mucho tiempo como profesora de francés para jóvenes que sufrían
perturbaciones psíquicas en la clínica Georges-Heuyer, de París. Ella confirma:
"No se puede anticiapar sus reacciones. Los libros que para una pueden ser
anodinos, pueden desencadenar cosas muy fuertes en otras personas". La
profesora se acuerda de una jovencita que evocaba Vingt-quatre hueres de la vie d'une
femme, de Stefan Zweig (1927), diciendo: "Es extraordinario, habla de
mí sin que yo necesite decir nada", El libro cuenta, pero no fue percibido
como un instrumento terapéutico por la paciente. "La literatura le abría
la posibilidad de comunicar todo guardándose los secretos para sí",
comenta la docente. "Ahí se ve que el empleo de la lectura puede ser un
empleo para la libertad".
Leer, en suma, es siempre un forma de
independencia, fuera del campo de la terapia o del marco educativo. Desde el 13
de noviembre, los que leen "para entender" eligen salirse de la
temporalidad de la investigación que se sigue frenéticamente por Internetet,
por televisión o en la prensa. Producen un "desvío vital", según la
expresión de Michele Petit, hacia un mundo interior en el que los mecanismos de
la lectura, sean terapéuticos, escolares o cívicos, dejan lugar a un espacio
fuera del tiempo, como las arcadas de los palacios de la Venecia soñada por
Proust se reconoce en Shakespeare y Dante: "Esos altos y finos encalves
del pasado no están en el presente, sino en otro tiempo donde en el presente
está prohibido entrar".
Traducción: J.F.
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