martes, 9 de agosto de 2011

Pocos cuestionan el funcionamiento del mercado

El periodista Guido Carelli Lynch firma una nota, en la edición del domingo 7 de agosto pasado en Clarín, a propósito de los probables cambios que tendrán lugar respecto de los derechos de autor cuando se imponga el libro digital.


Los derechos de autor pueden
dar vuelta la pelea en el mundo digital

Un libro con 200 páginas en blanco no es un libro, es un objeto. Los escritores –en colaboración con editores e ilustradores– son quienes los dotan de contenido, de sentido. Por convertir ese objeto en, por ejemplo, una novela –y en el mejor de los casos en un best-seller– se llevan, en promedio entre un 8 y un 12 por ciento del precio de tapa de cada ejemplar. “¿Cómo puede ser que el trabajo del autor, todo lo que le da alma y vida a una publicación se lleve el 8 por ciento? Para mí es injusto. ¿Cómo se lucha contra eso porque así trabaja la mayoría de las editoriales?”, se preguntó Horacio Altuna antes de largar la sentencia que sirvió de título a la nota publicada en Clarín el mes pasado: “Si pudiera, los editores tradicionales no me verían más el pelo”. El dibujante, coautor de El loco Chávez , revivió –con una expresión de deseos, como la definió luego– un viejo debate, pero que siempre tiene ingredientes nuevos. ¿Quién decide esos porcentajes? ¿Son justos? Altuna presentaba su flamante libro Cuadernos secretos a través de Orsai, la novedosa editorial alternativa de Hernán Casciari, que paga 50 por ciento de derechos de autor y prevende sus libros por encargo en la web y sin intermediarios. Casciari, autor del boom bloggero, editorial, teatral de Más respeto que soy tu madre , había pateado el tablero un año antes, al renunciar a la industria editorial tradicional. “No quiero saber más nada con Grijalbo porque nunca supe si habían vendido un ejemplar. No me lo dijeron jamás, ni telefónicamente, ni por la vía habitual de depositarme la guita en el banco”, se quejó con humor en un recordado post en Orsai.es.

Buena parte de los autores y editores tienen una opinión formada al respecto, pero cuando se enciende el grabador, son pocos los que se animan a cuestionar cómo funciona hoy el mercado. Uno de ellos provoca: hablar de estas cuestiones sin cifras, es hacer demagogia. Para no darle la razón hay que aclarar que –a grosso modo– los distribuidores se quedan con un 15 por ciento y el librero con un 30, o más, siempre hablando del precio de tapa. Así que la mayoría de los consultados coincide en que el proyecto de Orsai es una bocanada de aire fresco pero imposible de replicar a gran escala.

Daniel Divinsky, dueño de Ediciones de la Flor concede que el monto que se llevan los libreros y los distribuidores en comparación con lo que percibe el autor es asimétrico. “Pero por alguna razón ese porcentaje, con pequeñas variaciones, es el que rige en muchos países. En Europa y en los Estados Unidos se parte de un 7 o 7,5 por ciento. También es ‘asimétrico’ lo que recibe el asalariado por su trabajo en relación con lo que ganan los que se benefician del producto de ese trabajo. Creo que se llamaba ‘plusvalía’”, ironiza.

Las instituciones que nacieron para velar por los derechos de los escritores son las que más levantan la voz, sólo que los escritores no participan masivamente en ellas. “Es evidente que el escritor es el eslabón más débil en la cadena del libro y es a quien menos le interesa el libro como eje de una operación comercial”, dice Alejandro Vaccaro, presidente de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE). Graciela Aráoz, de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina (SEA) es más categórica: “El que recibe el 10 por ciento deja un 90 flotando en la nebulosa de editores, distribuidores y libreros. Es decir que el escritor le da de comer a mucha gente”, explica.

No todas las quejas de los autores que se animan a aparecer con nombre y apellido giran alrededor de los porcentajes por derechos. Para Sergio Olguín, que además de autor es editor, el verdadero problema de los escritores argentinos es la duración de los contratos que los atan con las editoriales.

“Ahora pueden llegar a ser por diez años, algo mejoramos”, se felicita. Para Olguín es necesario corregir muchas cosas, entre ellas las demoras en el pago del adelanto al momento de entregar el original a la editorial. No todos los escritores se quejan. Pablo Ramos, por citar un nombre, se atrevió a hablar on the record y señala que el porcentaje es bajo, pero que en Europa a veces es menor. “Yo podría editar mi propio libro y ganar mucho dinero porque vendería sin necesidad de estructura, pero elijo la editorial Alfaguara, porque editar en una editorial grande es un sueño que aún vivo con sorpresa”, dice con cierto romanticismo.

Los libreros tampoco la tienen fácil: Pablo Pazos, de Arcadia Libros, dice que “si bien en los últimos años abrieron muchas librerías, también están cerrando en la misma proporción”.

Pero ¿cómo juega en esta discusión el tan temido –y deseado– desembarco del e-book? Desde la multinacional Santillana –que edita a Ramos y a Mario Vargas Llosa, entre tantos autores–, llega una clave: “El mercado del libro digital se está organizando como para medirlo en términos de justicia”, dice Antonio Santa Ana, gerente de Literatura General. En el mundo digital, sin intermediarios ni libreros, las regalías por derechos pueden trepar hasta el 50 o 70 por ciento. Plataformas de autoedición online como Self-Publishing y editores de libro de autor (como Scribd, Autor-House, Xlibris, etc.) ofrecen hasta un 80 por ciento de derechos de autor .

Guillermo Shavelzon, uno de los agentes con mejor cartera de escritores en España y América latina, está convencido de que los derechos cambiarán. Señala que la venta de e-books en español es mínima, porque es muy baja la existencia de dispositivos de lectura, pero asegura que las grandes corporaciones informáticas lo que quieren es vender dispositivos.

Desde Frankfurt, Gabriela Adamo, directora ejecutiva de la Feria del Libro porteña, es fatalista y optimista a la vez. “Tal como está estructurado el negocio es imposible que los autores recauden más derechos, porque el margen de las editoriales es muy bajo”, dice, pero se entusiasma a la hora de imaginar una plataforma de distribución electrónica propia, independiente de Google, Amazon y compañía.

Ramos, con menos poesía pero con autenticidad, asume la complejidad de este entuerto: “La verdad es que como están dadas las cosas en el capitalismo, los intermediarios son una mierda. Pero también dan laburo”.

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