Dinámita para el teatro
En una serie de conferencias ya célebre pronunciada en 1988, el escritor César Aira pone en el mapa de la literatura argentina a una figura ciertamente heterodoxa: el dramaturgo, humorista y narrador Copi, un curioso argentino radicado en París que escribía excentricidades en francés.
No fue coincidencia. De alguna manera, este puente había sido prenunciado por Fogwill, que unos años antes había incluido, dentro de lo que consideraba narrativa argentina actual, a “Copi Damonte (aunque escriba en francés)” y acto seguido a “Aira (que aunque piense en francés sigue escribiendo en español)”.
Más de una década habría de pasar, sin embargo, hasta que comenzara en el país un serio trabajo de edición de su obra, durante los cuales aquella producción circuló mayormente dentro de los claustros académicos y ocasionalmente sobre los escenarios.
Afortunadamente, a la publicación, en 2000, de la obra Eva Perón habrían de seguir un volumen con Cachafaz y La sombra de Wenceslado (2002), todos estos títulos bajo el sello Adriana Hidalgo, y luego, en El cuenco de plata, la edición de las novelas La ciudad de las ratas (2009) y La guerra de las mariconas (2010) y después Teatro 1 (2011), que incluyó cuatro títulos de su producción dramática. Este año, varias son las novedades editoriales que vuelven a llamar la atención sobre su figura. A la publicación de Teatro 2, también de El cuenco de plata, que incluye las obras Loretta Strong, ¡La pirámide!, La heladera y Las escaleras del Sacré-Coeur, se suman Tango-Charter, de Mansalva y Santiago Arcos, escrita en italiano y en supuesta coautoría con Ricardo Reim, y hacia fin de año el libro de historietas Los pollos no tienen sillas, también de El cuenco.
Paradojas de la lengua
Ciertamente, la producción de Copi abre una suerte de paradoja en el contexto de la literatura nacional, especialmente en lo que concierne al carácter “nacional” mismo. Leyéndolo, su argentinidad resulta evidente. Es cierto que esta evidencia es efecto no sólo del texto sino también de las traducciones, así como esa misma “argentinidad” quedaba opacada por las que durante los años 90 publicara Anagrama (se sabe: el gran mérito de la traducción ibérica es hacer sonar hasta a los marcianos como pobladores de lo más hondo del terruño hispánico). Aun así, la escritura de Copi muestra signos ineludibles de un diálogo mucho más fluido con la tradición argentina (del grotesco a Macedonio Fernández) que con la tradición francesa, a punto tal que su teatro, por momentos, parece guardar lazos de familiaridad mayores con el de Batato Barea que, por ejemplo, con el del francés Bernard-Marie Koltès.
No obstante, Copi escribió mayormente (y casi todo) en francés. He allí su paradoja: la de una literatura argentina escrita en una lengua que es otra. No es el primero. Se suma a una tradición muy visible, por ejemplo, en William Henry Hudson, mejor conocido (y con justicia) como Guillermo Enrique Hudson, escritor nacido en Argentina que publicó, a fines del siglo XIX y principio del XX, en Inglaterra y en inglés, una obra que los especialistas consideran parte del canon argentino, con títulos como La tierra purpúrea, Allá lejos y hace tiempo, Días de ocio en Patagonia o la colección de relatos El ombú.
Bien mirada, la situación de estos escritores argentinos que escriben en otra lengua no hace más que poner de manifiesto un fantasma, un problema, que sobrevuela las literaturas nacionales de aquellos países que, en algún momento u otro de su historia, fueron colonia: la lengua en que esa comunidad imaginada escribe “su” literatura no es “propia”, sino antes bien de otro (y de un otro con el que mantiene, siempre, relaciones tensas). A fin de cuentas, el caso de Copi no difiere tanto, por ejemplo, del de Victoria Ocampo, que reconoció escribir siempre primero en francés y luego auto traducirse, relación con el idioma que tal vez Borges tuviera en mente cuando en uno de sus cuentos más irónicos advierte, respecto de un personaje: “podía ser ocurrente en francés, el idioma habitual de sus lecturas; el español, para ella, no pasaba de ser un mero utensilio casero, como el guaraní para las señoras de la provincia de Corrientes”.
Ningún escritor argentino, podría decirse, escribe en su propia lengua (cosa que, puestos a analizar, sería válida para todo escritor de cualquier punto del planeta, en tanto escribir supone siempre trabajar a partir de una lengua que no es individual, no es de uno, sino de muchos, de todos y por ende también de otros).
Lo notable en Copi, sin embargo, es el modo en que esta ajenidad cobra caracteres y dimensiones trágicas. Su obra pone literalmente en escena una vieja idea, la de la argentinidad como castigo, como algo que se padece, como un atroz encanto, y este desdoblamiento de lo propio como algo ajeno y mortificante alcanza también todos los demás confines de la identidad: las relaciones familiares y sobre todo la sexualidad. En “Polvareda”, texto que uno de los actores recitaba en el entreacto de ¡La pirámide! y que en Teatro 2 se reproduce en versión facsimilar, a alguien le preguntan de dónde viene. Su respuesta, lacónica, prefigura al autor, en su relación con lo propio y en su deseo: “no sé de dónde. Apenas sé cómo me llamo”. Tal vez a ello se deba la ubicua presencia en toda su obra de las ratas, ese animalito que allí donde aparece, es agarrado a escobazos.
Un texto polémico
En un giro irónico de las circunstancias, este desdoblamiento entre propio y ajeno alcanza al escritor después de muerto. Sin mediar de momento instancias legales, Federico Botana, hermano menor de Copi, se ha interesado en señalar que Tango-Charter (publicada, como se dijera, por Mansalva y Santiago Arcos, en traducción de Walter Romero del italiano, una lengua que tampoco es la otra lengua “propia” de Copi) “es una versión italiana de una pieza escrita solamente por Copi intitulada La Coupe du Monde. La pieza original fue estrenada en París en 1978, y motivó un artículo bastante virulento del diario Crónica, que llevaba por título ‘Copi denigra nuevamente a su patria’. Luego fue puesta en escena por Riccardo Reim en Italia en 1979 o 1980”. Por su parte, los editores nacionales de Tango-Charter advierten que la obra publicada en Argentina sigue la edición que se hizo en Italia en 1980 (cuya existencia Botana reconoce), en vida del propio Copi y sin que mediara oposición ni controversia alguna con el autor. En ella, el copyright se atribuye por igual a los dos, y dentro del libro hay fotografías y dibujos de ambos.
La disputa resulta interesante más allá del problema de la atribución, en tanto aun si Tango-Charter fuera sólo una traducción “lineal” de La Coupe du monde, el desprendimiento de Copi, permitiendo que se la publique a nombre de los dos, constituye una declaración de principios acerca del problema de lo propio y lo ajeno en relación con la lengua. Para ello, desde luego, habrá que esperar la publicación de La Coupe du monde, y poder cotejar ambos textos.
De momento, tienen los lectores la posibilidad de disfrutar de uno de los lenguajes más duros, ácidos y corrosivos de la literatura nacional: otro.
No fue coincidencia. De alguna manera, este puente había sido prenunciado por Fogwill, que unos años antes había incluido, dentro de lo que consideraba narrativa argentina actual, a “Copi Damonte (aunque escriba en francés)” y acto seguido a “Aira (que aunque piense en francés sigue escribiendo en español)”.
Más de una década habría de pasar, sin embargo, hasta que comenzara en el país un serio trabajo de edición de su obra, durante los cuales aquella producción circuló mayormente dentro de los claustros académicos y ocasionalmente sobre los escenarios.
Afortunadamente, a la publicación, en 2000, de la obra Eva Perón habrían de seguir un volumen con Cachafaz y La sombra de Wenceslado (2002), todos estos títulos bajo el sello Adriana Hidalgo, y luego, en El cuenco de plata, la edición de las novelas La ciudad de las ratas (2009) y La guerra de las mariconas (2010) y después Teatro 1 (2011), que incluyó cuatro títulos de su producción dramática. Este año, varias son las novedades editoriales que vuelven a llamar la atención sobre su figura. A la publicación de Teatro 2, también de El cuenco de plata, que incluye las obras Loretta Strong, ¡La pirámide!, La heladera y Las escaleras del Sacré-Coeur, se suman Tango-Charter, de Mansalva y Santiago Arcos, escrita en italiano y en supuesta coautoría con Ricardo Reim, y hacia fin de año el libro de historietas Los pollos no tienen sillas, también de El cuenco.
Paradojas de la lengua
Ciertamente, la producción de Copi abre una suerte de paradoja en el contexto de la literatura nacional, especialmente en lo que concierne al carácter “nacional” mismo. Leyéndolo, su argentinidad resulta evidente. Es cierto que esta evidencia es efecto no sólo del texto sino también de las traducciones, así como esa misma “argentinidad” quedaba opacada por las que durante los años 90 publicara Anagrama (se sabe: el gran mérito de la traducción ibérica es hacer sonar hasta a los marcianos como pobladores de lo más hondo del terruño hispánico). Aun así, la escritura de Copi muestra signos ineludibles de un diálogo mucho más fluido con la tradición argentina (del grotesco a Macedonio Fernández) que con la tradición francesa, a punto tal que su teatro, por momentos, parece guardar lazos de familiaridad mayores con el de Batato Barea que, por ejemplo, con el del francés Bernard-Marie Koltès.
No obstante, Copi escribió mayormente (y casi todo) en francés. He allí su paradoja: la de una literatura argentina escrita en una lengua que es otra. No es el primero. Se suma a una tradición muy visible, por ejemplo, en William Henry Hudson, mejor conocido (y con justicia) como Guillermo Enrique Hudson, escritor nacido en Argentina que publicó, a fines del siglo XIX y principio del XX, en Inglaterra y en inglés, una obra que los especialistas consideran parte del canon argentino, con títulos como La tierra purpúrea, Allá lejos y hace tiempo, Días de ocio en Patagonia o la colección de relatos El ombú.
Bien mirada, la situación de estos escritores argentinos que escriben en otra lengua no hace más que poner de manifiesto un fantasma, un problema, que sobrevuela las literaturas nacionales de aquellos países que, en algún momento u otro de su historia, fueron colonia: la lengua en que esa comunidad imaginada escribe “su” literatura no es “propia”, sino antes bien de otro (y de un otro con el que mantiene, siempre, relaciones tensas). A fin de cuentas, el caso de Copi no difiere tanto, por ejemplo, del de Victoria Ocampo, que reconoció escribir siempre primero en francés y luego auto traducirse, relación con el idioma que tal vez Borges tuviera en mente cuando en uno de sus cuentos más irónicos advierte, respecto de un personaje: “podía ser ocurrente en francés, el idioma habitual de sus lecturas; el español, para ella, no pasaba de ser un mero utensilio casero, como el guaraní para las señoras de la provincia de Corrientes”.
Ningún escritor argentino, podría decirse, escribe en su propia lengua (cosa que, puestos a analizar, sería válida para todo escritor de cualquier punto del planeta, en tanto escribir supone siempre trabajar a partir de una lengua que no es individual, no es de uno, sino de muchos, de todos y por ende también de otros).
Lo notable en Copi, sin embargo, es el modo en que esta ajenidad cobra caracteres y dimensiones trágicas. Su obra pone literalmente en escena una vieja idea, la de la argentinidad como castigo, como algo que se padece, como un atroz encanto, y este desdoblamiento de lo propio como algo ajeno y mortificante alcanza también todos los demás confines de la identidad: las relaciones familiares y sobre todo la sexualidad. En “Polvareda”, texto que uno de los actores recitaba en el entreacto de ¡La pirámide! y que en Teatro 2 se reproduce en versión facsimilar, a alguien le preguntan de dónde viene. Su respuesta, lacónica, prefigura al autor, en su relación con lo propio y en su deseo: “no sé de dónde. Apenas sé cómo me llamo”. Tal vez a ello se deba la ubicua presencia en toda su obra de las ratas, ese animalito que allí donde aparece, es agarrado a escobazos.
Un texto polémico
En un giro irónico de las circunstancias, este desdoblamiento entre propio y ajeno alcanza al escritor después de muerto. Sin mediar de momento instancias legales, Federico Botana, hermano menor de Copi, se ha interesado en señalar que Tango-Charter (publicada, como se dijera, por Mansalva y Santiago Arcos, en traducción de Walter Romero del italiano, una lengua que tampoco es la otra lengua “propia” de Copi) “es una versión italiana de una pieza escrita solamente por Copi intitulada La Coupe du Monde. La pieza original fue estrenada en París en 1978, y motivó un artículo bastante virulento del diario Crónica, que llevaba por título ‘Copi denigra nuevamente a su patria’. Luego fue puesta en escena por Riccardo Reim en Italia en 1979 o 1980”. Por su parte, los editores nacionales de Tango-Charter advierten que la obra publicada en Argentina sigue la edición que se hizo en Italia en 1980 (cuya existencia Botana reconoce), en vida del propio Copi y sin que mediara oposición ni controversia alguna con el autor. En ella, el copyright se atribuye por igual a los dos, y dentro del libro hay fotografías y dibujos de ambos.
La disputa resulta interesante más allá del problema de la atribución, en tanto aun si Tango-Charter fuera sólo una traducción “lineal” de La Coupe du monde, el desprendimiento de Copi, permitiendo que se la publique a nombre de los dos, constituye una declaración de principios acerca del problema de lo propio y lo ajeno en relación con la lengua. Para ello, desde luego, habrá que esperar la publicación de La Coupe du monde, y poder cotejar ambos textos.
De momento, tienen los lectores la posibilidad de disfrutar de uno de los lenguajes más duros, ácidos y corrosivos de la literatura nacional: otro.
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