Ilustración de Holly Gresleey |
Yo traducir jocoso un día
El año pasado, un periodista australiano que estaba entrevistando al Dalai Lama con ayuda de un intérprete abrió el encuentro con un chiste: “El Dalai Lama entra a una pizzería y pregunta: ‘¿Puede hacerme una con todo?’”. [N. de la T.: Make me One with Everything alude al leitmotiv budista de ser UNO con el TODO]. La mirada desconcertada de Su Santidad, que llegó a casi dos millones de personas vía YouTube, es una buena lección sobre los riesgos de traducir humor.
Pero entre los políglotas reunidos este mes en Rochester para celebrar el congreso anual de la American Literary Translators Association —cuyo tema fue “La traducción del humor o el humor de la traducción”— soplaron vientos de prudente optimismo. Según estos profesionales tan entregados a su labor, de una lengua a la otra debería migrar cierto grado, al menos, de “liviandad”. Al fin y al cabo, los franceses parecen apreciar a Woody Allen.
“Se necesita un poco de creatividad y un poco de suerte”, resumió David Bellos, profesor de francés y literatura comparada en Princeton, quien, mientras preparaba el discurso inaugural del congreso de este año, confesó estar desconcertado ante la escasez de bromas que empezaban con “dos traductores entran a un bar...”.
“Vale la pena revisar más detenidamente la creencia popular de que es imposible traducir un chiste”, me dijo Bellos. El truco para traducir humor, sostiene Bellos en su libro Is That a Fish in Your Ear?: Translation and the Meaning of Everything, consiste en abandonar la idea de la fidelidad perfecta y, en cambio, tratar de dar con un chiste que tenga resonancias parecidas al original. Si se sigue este criterio, muchos remates de chistes, desde los mórbidos a los absurdos, no resultan mucho más difíciles de traducir que el pronóstico del tiempo.
De acuerdo con los avezados en el tema, la cosa se complica cuando aparece alguna de las dos causas que suelen tendernos una trampa: las referencias culturales y los juegos de palabras. El humor cultural a menudo nos enfrenta a un dilema: hacer que el lector se pierda con alguna alusión críptica o atiborrar el texto con notas al pie. En un mundo cada vez más angloparlante, la mejor solución a veces es dejarlo como está. Para dar un ejemplo reciente, en la edición danesa de Super Sad True Love Story, una novela satírica de Gary Shteyngart ambientada en la ciudad de Nueva York en un futuro cercano, se optó por no tocar muchos acrónimos de la lengua oral, tales como timatov (“think I’m about to openly vomit”) y roflaarp (“rolling on floor looking at addictive rodent pornography”).
“No hay nada peor que asesinar un chiste con demasiadas explicaciones”, dice Shteyngart, que viene respondiendo pacientemente todos los pedidos de aclaración de términos como “Negra Modelo” y “stomach stapling” de parte de traductores muy escrupulosos, sobre todo escandinavos.
Los juegos de palabras pueden ser especialmente traicioneros. Para traducir Quelques Mousquetaires de Hervé Le Tellier, una historia francesa surrealista sobre un hombre asediado por números que aumentan por sí solos, Daniel Levin Becker, el miembro más joven de la sociedad literaria francesa, conocido como Oulipo, tuvo que cavar muy hondo. Fue muy sencillo traducir fielmente la tergiversación de títulos famosos como The Postman Always Rings Thrice (El cartero siempre llama tres veces) y “The Four Musketeers” (Los cuatro mosqueteros); en cambio, los juegos con números como quatorze intéressant (la suma caprichosa de très intéressant + 1) lo hicieron sudar más. En el prefacio a su traducción, Levin Becker escribe que “la única manera de mantenerme a flote cuando el narrador se sumergía cada vez más en sus juegos numéricos” fue inventar un conjunto de juegos de palabras en inglés completamente original, y también fue “la única manera de conservar el espíritu de ese saber absurdo que contagia de humor toda la obra”.
Pero el chiste liso y llano no es la gran aspiración de la comedia, tal como podría afirmar cualquier comediante de stand-up. Es más difícil recrear el seductor tono humorístico de un Dickens o un Twain —o, para el caso, un Cosby o un Pryor— que traducir un chiste breve al mandarín. Para hacer desternillar de risa al público es necesario ganarse su confianza con una representación convincente que genere una atmósfera de hilaridad.
Para los traductores extranjeros de David Sedaris, el carácter esquivo de la comicidad no es tema para tomarse a risa. Flaksman, que tradujo el libro Dress Your Family in Corduroy and Denim al portugués de Brasil, descubrió que Sedaris, en sus primeros borradores, aparecía como un tipo melodramático, casi de folletín. Después de escuchar la inexpresividad nasal de las transmisiones radiales de Sedaris, Flaksman logró recrear una especie de sucedáneo brasileño cuyo “humor cruel mostrara sus colmillos sonrientes” en portugués.
¿Puede algo gracioso volverse aún más gracioso en la versión traducida? En el cuento que da título al libro de relatos Pastoralia, de George Saunders, contratan a una persona para que represente a un cavernícola en un parque temático, para lo cual sus empleadores le dan todos los días un cabrito (goat) recién carneado para que lo ase y lo coma, hasta que una mañana va a su puesto de trabajo y se encuentra “goatless”. Entre las numerosas traducciones posibles de esta palabra inventada, el traductor alemán de Saunders eligió ziegenleer, una combinación grandilocuente de “cabrito” y “vacío” sin equivalente exacto en inglés.
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