Poeta y novelista, Guillermo Piro es hombre de opiniones contundentes y, claro, en varias ocasiones, las suyas despertaron polémicas en este blog. Es probable que con ésta también suceda otro tanto. Fue publicada el pasado domingo 25 de noviembre en el diario Perfil, de cuyo suplemento de cultura es editor general, además de columnista.
Basta de traducciones
La pregunta es: ¿la traducción del Ulises de Joyce de José Salas Subirat o la de José María Valverde? En enero de 2011, setenta años después de la muerte del escritor irlandés, sus obras quedaron libres de derecho de autor, por lo que supongo que en la Madre Patria deben de haber aparecido más versiones, pero atengámonos al derby joyceano, a la gran competencia que vienen librando un traductor argentino y uno español. Con buenas razones, hay ciertos lectores que recomiendan una y ciertos otros que recomiendan otra. Yo no recomiendo ninguna de las dos.
Ninguna de ellas ni de las miles que van a pulular en poco tiempo más en el mercado editorial hispánico. Tampoco recomiendo hacer como Freud, que aprendió español solamente para leer El Quijote. Aprendan inglés, vale la pena, pero no para leer el Ulises, no se lo merece. Y no se lo merece no porque no haya hecho méritos, sino porque aun sabiendo inglés es poco probable que lleguen a exprimir toda la radiante insolencia que el libro contiene. No todo es para todos. Aunque en cierto sentido la literatura, en su afán por destruirse a sí misma, a lo largo de la historia procreó clones en distintas partes del mundo. La historia del Ulises es de una estupidez escalofriante, no vale la pena correr detrás de eso. Y dado que la lectura en sí, en cualquiera de las dos versiones aludidas al principio, son el monumento al fracaso (toda traducción, en mayor o menor medida, lo es, pero en el caso del Ulises es un fracaso magnificado, amplificado, digamos un fracaso como esos que salen de parlantes ridículamente poderosos que pueden despeinar al que se ponga delante. No a las traducciones, entonces, no a estudiar inglés.
¿Entonces qué queda? Leer a los clones autóctonos. Los italianos tienen a Carlo Emilio Gadda; los alemanes a Arno Schmidt, los brasileños a João Guimaraes Rosa. En la Argentina no tenemos a nadie que pueda elevarse a la altura de Joyce, pero está el cubano Guillermo Cabrera Infante, que a falta de un escritor que valga la pena muchos consideramos el mejor escritor argentino del siglo XX, en tanto y en cuanto su anticastrismo (“Cuba sufre de castroenteritis”, solía decir a quien quisiera escucharlo) lo sigue manteniendo con recaudos alejado de Cuba (aunque parece que ahora puede leerse en la isla sin correr el riesgo de que te metan preso, eso dicen). La experiencia de leer La Habana para un Infante difunto es, por ejemplo, lo más parecido que conozco a la experiencia que puede tener un lector anglófono leyendo el Ulises de Joyce. (A propósito, Cabrera Infante, que pasó gran parte de su vida en Londres, donde murió, tradujo Dublineses, un libro de cuentos de Joyce –bastante malo, por cierto–, al que la pluma de Cabrera Infante mejoró con creces.) En La Habana para un Infante difunto encontrarán aquello propio de una escritura obstinada en ser leída en voz alta, oída a través de parlantes ridículamente poderosos, como se escucha la buena música, preocupada por calmar a los intranquilos e intranquilizar a los calmos.
Está bien, me dirán, pero no fue Cabrera Infante quien por primera vez introdujo el monólogo interior en la literatura. ¿Y ustedes se piensan que fue Joyce? Allí está Italo Svevo y La conciencia de Zeno, pésimamente traducida al español por Carlos Manzano. Así que si quieren empezar por ahí, vayan y aprendan italiano. No es tan difícil, y vale la pena existiendo autores como Svevo.
Y que por una vez me parezca que podría suscribir todo lo que expone Piro en su artículo... partiendo de que creo que todo texto se resiste en mayor o manor medida a la traducción y que el resultado final depende del grado de tal resistencia y de la pericia del traductor, me parece que el artículo destaca textos cuya resistencia es máxima(cosa que tampoco es muy novedosa en sí, pero que siempre conviene recordar). La cuestión es si nos merece la pena leer la traducción o no. Y ahí creo que es tan legítimo preferir la versión original y negarnos a la traducción, hasta donde nuestros conocimientos nos permitan, como aceptar que lo que leemos en nuestro idioma es "otra cosa", pero también quizá merecedora de una lectura. Traducción como intento de adaptación, como versión, no necesariamente más pobre, pero sí leída como otra obra, independiente del "original" (que ya lo sería relativamente, siguiendo esa lógica).
ResponderEliminarDonde discrepo es en el carácter definitivo de la afirmación del autor: quizá en el caso de Joyce (tengo entendido que la última traducción de "Grande Sertao: veredas", argentina, por cierto, es muy buena) todavía esté por llegar el traductor que pueda hacerle frente al texto. Quizá sólo sea cuestión de esperar.
Muchas gracias por traerlo aquí.
María
es interesante la reflexión pírica. yo mismo a menudo me hago la misma declaración de incertidumbres: para qué seguir traduciendo lo que ya es de por sí inaprehensible en la lengua original? para qué seguir mintiendo descaradamente? etc. pero él va más allá: tampoco vale la pena leer esas obras que pretendemos traducir en su idioma original. no las aprehenderemos tampoco. leamos sólo lo aprehensible en el nuestro, que no es mucho. o no leamos. o no sepamos ni siquiera nuestra propia lengua: no tengamos lengua propia, despojémonos de ella los que, erradamente, la adquirimos de pequeños y evitemos, ahora que podemos, que la adquieran nuevas generaciones de engañados. el idioma no permite aprehender la literatura y mucho menos aún propicia que aprehendamos ni tan siquiera unas mínimas migajas de la realidad. un no lenguaje nos alejaría de todas esas pretensiones vacuas y nos evitaría la frustración de aprender para aprehender y no lograrlo. toda escuela debería llevar en su frontispicio la siguiente advertencia, tallada en letras de mármol: quien aprende no aprehende. lo bueno de esto es que nadie aprehendería su significado real, ni los que, como nosotros, aprendimos equivocadamente la lengua ni los afortunados que, desde ahora, no la aprenderían ni aprehenderían. cuánta aprehensión!
ResponderEliminarMuy interesante lo que plantea Nariz. Y claro, al hilo de ese argumento, se plantea la siguiente cuestión, que más que una cuestión es un "jardín", como decimos por aquí: ¿entender/aprehender una obra literaria, y ello en función de lo meramente lingüístico?
ResponderEliminarCreo que plantear la reflexión de Piro y que Nariz lleva a su extremo presupone algo de lo que yo no estoy segura: de que la literatura tenga un sustrato cien por cien objetivo, que se pueda aprehender de ese modo.
No sé si yo, de lengua materna castellana, pueda aprehender/comprender (whatever) la obra de Cabrera Infante que se menciona. No sé hasta qué punto "comprender/aprehender" la obra literaria pueda plantearse como posible en términos absolutos, como algo objetivo.
Esta falencia (???) o imposibilidad radica, sin embargo, para mí no en lo lingüístico, sino en el hecho de que la obra literaria es, en un cierto porcentaje (importante), dependiente de la subjetividad del lector, más allá de factores meramente lingüísticos (el yo y mis circunstancias tan cacareado). El escritor y lo que quiso decir (ya no los dicen la teoría literaria moderna) no son relevantes ni absolutos, sino relativos, una subjetividad más entre las muchas de cada uno de los lectores de la obra.
Porque la obra literaria (creo yo) es más que mero lenguaje. Luego, no creo que el problema de aprehensión se halle en el mejor o peor dominio de la lengua, sino en la imposibilidad de objetivar la interpretación de la obra literaria.
En definitiva, que ni el dominio de la lengua me garantiza su comprensión... pero, ¿qué queremos decir con "comprensión"? ¿podemos hablar de esto en términos absolutos? ¿comprensión de qué en virtud de qué o quién?
¿Existe eso que Nariz menciona al final, ese "significado real"?
En resumidas cuentas: yo apuesto por leer en el idioma que sea, en la lengua que sea, en la traducción que sea... pero leer, leer...
María