El pasado viernes 10 de junio, el escritor y
periodista uruguayo Juan de Marsilio
publicó en el suplemento cultural de El
País, de Montevideo, la siguiente nota, donde se da cuenta de lo que es el
SIELE, a quién le sirve y las reacciones que provocó en la Argentina.
Los dueños del idioma
No es noticia de primera plana,
pero en el mundo de habla española (550 millones de hablantes) se libra en los
últimos meses una batalla por el dominio del idioma. Según quién gane, será
mayor o menor la soberanía lingüística de los países de habla castellana. Es
una pena que este combate importe poco, porque los países pequeños como el
Uruguay vienen perdiendo casi sin enterarse. La cuestión pasa por el
surgimiento del SIELE (Servicio Internacional de Evaluación de la Lengua
Española), y los riesgos que implica.
PARA QUÉ
ACREDITAR.
Los sistemas para acreditar el
dominio de segundas lenguas son necesarios. Si por trabajo o estudios una
persona ha de manejarse en una lengua diferente a la materna (la más frecuente
es el inglés), es justo que el empleador o la Universidad que lo admiten
cuenten con garantías previas de su competencia idiomática. El problema, sobre
todo en las áreas donde se habla un mismo idioma tanto en la metrópoli como en
sus ex colonias, es quién y cómo se acredita.
La cuestión pasa por centralizar
o descentralizar la evaluación, y decidir el peso de la metrópoli y sus
criterios. En el caso del inglés, el poder cultural de los EE.UU. hace
contrapeso y, pese a las bromas británicas sobre el extraño idioma que se habla
al otro lado del Atlántico, si alguien acredita su inglés ante la Universidad
de Michigan, por ejemplo, vale tanto como si lo hiciera ante Cambridge. Eso sí,
coexisten dos exámenes internacionales, el TOEFL (Test Of English as a Foreign
Language), para el “american english”, y el IELTS (International English
Language Testing System) para el “british”.
En español hasta hace pocos meses
existían el CELU (Certificado de Español Lengua y Uso), fundado en Argentina
pero con sedes en Brasil, Alemania, Austria, Francia, Italia, Irán, Palestina,
Singapur, Tailandia y EE.UU. (Chicago), y el DELE, del Instituto Cervantes de
Madrid. A diferencia de la lengua inglesa, nuestra lengua reconoce como factor
centralizador a la Real Academia Española, fundada en 1713, y cuya divisa “limpia, fija y da esplendor”, da pauta de su enfoque
normativo.
En setiembre de 2015 tres
instituciones (el Instituto Cervantes, la Universidad de Salamanca y la
Universidad Autónoma de México) y una empresa (Telefónica, que brindaría, con
las ganancias el caso, el soporte informático y de comunicaciones para la
aplicación online de las pruebas)
anunciaron su nuevo sistema de acreditación, que empezaría a funcionar en 2016.
El sitio web del sistema (https://siele.org),
ofrece certificar la competencia en español como segunda lengua y también para
hablantes nativos (cosa que el CELU no prevé). También afirma que es un sistema
“universal” de evaluación del español. Al pie de la página anuncia que setenta
y cinco instituciones de veinte países están asociadas, gran parte españolas.
Algunas adhesiones, como la de la Universidad de Buenos Aires (UBA), han
suscitado escándalo: se decidió sin la presencia de la Facultad de Letras, que
se oponía. En Uruguay ninguna institución exige el SIELE, aunque si el estudiante
lo solicita, hacen el trámite para rendir la prueba.
En cuanto a costos, el
certificado del CELU se obtiene por quinientos pesos argentinos, mientras que
el del SIELE cuesta ciento cincuenta euros, bastante más caro.
EL
DISCURSO DEL REY.
“Faltaba en el universo de la enseñanza
del español como segunda lengua o lengua extranjera un certificado ágil y de
gran prestigio, que se situara en la línea de los que ofrece la lengua inglesa.
Los equipos académicos de las tres Instituciones han trabajado, codo con codo,
en un nuevo tipo de examen de carácter panhispánico en la línea abierta por las
22 Academias de la Lengua Española. Ellas han sabido plasmar en su Nueva
Gramática la unidad que integra las distintas variantes en que el español se
realiza”, afirmó
Felipe VI en el lanzamiento del SIELE.
De seguro el Rey, que no es
lingüista, no ha mentido a sabiendas. Pero como se ha escrito más arriba, esas
certificaciones no faltaban, ni carecían de agilidad o prestigio. Ni buscaban
ser excluyentes. Es poco respetuoso de la soberanía educativa de los países
hispanohablantes ofrecer acreditación para la propia lengua materna. Es cierto
que los diferentes sistemas educativos de la lengua –y de otras– muestran malos
resultados en lectura, escritura y comprensión lectora. Pero no es menos cierto
que, al aplicar un hispanohablante a un empleo, una beca o un curso en su
propio idioma, hay suficientes filtros como para detectar que el aspirante no
da la talla en su manejo del idioma.
Mientras que el certificado de
CELU no caduca, el del SIELE debe renovarse cada dos años, con los
consiguientes costos y, por ende, con los consiguientes ingresos para las
instituciones que lo promueven y la empresa de telecomunicaciones que lo hace
viable. No parece haber razón valedera para un plazo de renovación tan
frecuente. En el caso de hablantes nativos, no se justifica siquiera renovación
alguna. No hay causa posible de pérdida seria de competencia en la propia
lengua que no se detecte en las restantes pruebas al aplicar a un concurso, beca,
etc. Y si bien estaría justificado recertificar a quienes hablan español como
segunda lengua, para prever la pérdida de competencia por desuso, una
renovación cada dos años, con el consecuente desembolso, no se justifica.
EN BUEN
CASTELLANO.
Es necesario que quienes hablan
español como segunda lengua acrediten su nivel. Y también mejorar los métodos
de enseñanza de la lengua materna. Lo que no es bueno es que haya instituciones
y criterios hegemónicos, sin importar si son los de España, los de México o los
de Argentina (si se pretendiera imponer el CELU también sería negativo). Porque
buen castellano, útil para la traducción literaria o académica, bueno para
redactar papers universitarios y tratados de comercio,
conveniente para desarrollar obras ensayísticas de calidad… es eso plural y
abigarrado que se habla, lee y escribe en los variados puntos de España e
Hispanoamérica. Fue el de Azorín y Machado… y el de Onetti. Trata de “tú” pero
también de “vos”. Dice “yo le miro a Usted”, pero en el Río de la Plata cambia
“le” por “lo”, y todos entienden. A tan diversa unidad le convendría una
evaluación plural.
No es bueno para nuestras
culturas hermanas certificar con criterio único. Tampoco lo es que las grandes
editoriales españolas compren los derechos exclusivos de traducción para toda
Hispanoamérica. Y esto porque castellano “neutro” o “estándar” no es lo mismo
que madrileño o porteño básico.
Por ejemplo, cuando el traductor
de Gogol o Tolstoi, por ahorrarle trabajo al lector ibérico, escribe “ratafía”,
bebida común en España, en lugar del licor ruso mencionado en el original, no
sólo traiciona a ese original sino que, además de menospreciar a los lectores
hispanoamericanos, les falta el respeto a los ibéricos, que podrían leer el
dato en una nota al pie.
Es muy bueno que el lector
uruguayo aprenda qué quiere decir eso de“¡cómo mola!”. Tan
bueno como que en la Madre Patria se enterasen que el idioma, como se lo vive
en este continente, también puede estar“de más”, como dicen
los muchachos de Montevideo al toparse con algo excelente, que no necesita que
nadie lo limpie, porque no está sucio, ni que le dé esplendor, porque brilla
con luz propia. Y mañana dirán de otro modo, porque a la lengua, maravilloso
animal viviente, nunca habrá quien la fije ni embalsame.
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