El
talentoso Rafael Spregelburd lo dice
muy claro en su columna del diario Perfil
del viernes 24 de junio pasado. El Ministerio de Cultura de la Argentina no
está pagando las deudas pendientes y rápidamente va perdiendo credibilidad.
Licuado de cultura
La
cultura tiene una forma muy especial de agonizar. Sus estertores tienen algo
vergonzoso, porque en la situación en la que estamos la cultura es tenida como
un lujo, un excedente. Siempre habrá algo más urgente, o así nos lo pintan.
Pero una revisión de mis contratos pendientes de pago me lleva a solicitar atención sobre el asunto. ¿Seguimos teniendo un Ministerio de Cultura o ésta ya ha quedado directamente en las manos no remuneradas de sus hacedores? Es simplemente para saber cómo proceder.
Los jurados de los Premios Nacionales no cobramos. Nos habían prometido veinte días y ya pasaron siete meses. Borraron también a nuestros interlocutores. Los trabajos en el CCK no se pagan. Marilú Marini arengó en medio de su fugaz función de Copi para que recuerden pagar a los artistas de esa sala. Está parado el Programa Sur para la traducción de autores nacionales y su publicación en otras lenguas, tal vez el programa más sistemático y rendidor de exportación de cultura. Las editoriales extranjeras esperan los subsidios prometidos con la tinta aún fresca en estos libros. ¿Quién dará la cara por ello en la Feria de Frankfurt? Los pasajes de Cancillería para que los artistas argentinos asistan a encuentros internacionales se han reducido de 1.250 a sólo 250 al año, y además este año están directamente cancelados. El Instituto Nacional de Antropología ya no recibió más dinero. Está parado. Acabo de estrenar una obra en el Tacec de La Plata y no se sabe con qué demora cobraremos.
La excusa es torva: están revisando presuntas irregularidades. Pero la revisión
ya lleva siete meses y elijo no creerles. Sospecho que están licuando en la
inflación el dinero que deben a los trabajadores de la cultura, que son trabajadores
como los demás, pese a su mala fama en los gobiernos neoliberales. Nadie nos
pagará este dinero facturado (ya tributado a la AFIP) al valor real del peso en
su momento. La irregularidad es un negocio formidable. Y la cultura, no tanto.
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