viernes, 23 de junio de 2017

Con lugares comunes, incorrecciones políticas y errores, Juan Cruz presenta a Aurora Bernárdez

“Un libro recopila textos de la mujer de Cortázar, junto a una larga entrevista con el músico y cineasta Philippe Fénelon. A la sombra del escritor, nunca publicó su obra”: así dice el copete de la nota que publicó en el pasquín El País, de Madrid, el pasado 15 de junio. el español Juan Cruz, un tipo dedicado a comentar chismes de la farándula literaria, que siempre se ocupa de relatarnos sus estados de ánimo (como si nos fueran a interesar) cuando se encuentra con tal o cual, informándonos de paso que trata por su nombre de pila o apodo al objeto de su artículo, para que sepamos que los conoce en la intimidad. Puede que para la lógica de consumo editorial haga falta gente así: petimetres que se dan aires y que viajan con salero de una feria literaria a otra como si tuvieran alguna importancia. Pero lo que no corresponde es que cometan errores u omisiones, como le han hecho saber al coso éste los lectores que comentaron su nota on line. Préstese especial atención a la eterna confusión entre los gentilicios “porteño” y “bonaerense”, algo en que no debería incurrir alguien que viene todos los años a Buenos Aires, y, sobre todo, al inteligente comentario de Paco Morillo. Algún día, Aurora Bernárdez también escapará de la estupidez.

Aurora Bernárdez escapa del silencio

Aurora Bernárdez (Buenos Aires, 1920-París, 2014) era como de papel, frágil, y era de una potencia increíble, dotada de una memoria implacable. Ese fue su espíritu de traductora: ni una palabra ni un dato fuera de lugar. Ella decía que estaba hecha “de papel”, pero era también de hierro. Descendiente de emigrantes gallegos, en 1952 conoció a Julio Cortázar, un joven larguirucho de aspecto adolescente con el que hablaba de libros y de gente en el London bonaerense. Se casaron un año más tarde y se separaron en 1968, pero regresó a su lado y hasta su último suspiro vivió junto a él.

Aurora Bernárdez acompañó a Julio Cortázar en excursiones profesionales –eran traductores de la ONU– por todo el mundo y fue su musa. No fue La Maga de Rayuela; La Maga, en realidad, parece que fue mucha gente. Pero sí fue, por ejemplo, la mujer que le dijo en la India que hay escaleras que solo sirven para bajar, y esa ocurrencia dio de sí el relato Instrucciones para subir una escalera, incluido en Historias de cronopios y de famas. En 1968, ella volvió a Buenos Aires, pero regresó pronto a París, su centro del mundo. Volvió junto al escritor cuando este cayó enfermo y se quedó solo –había muerto el último amor del autor de Rayuela, la escritora y fotógrafa Carol Dunlop–. Lo acompañó en ese dolor final. Era 1984. Luego se convirtió en su albacea.

Aurora nunca habló en público, ni de Cortázar ni de nada que sintiera que era secreto. Acudía a homenajes al escritor bonaerense –como el que se celebró para relanzar su obra en la Fundación March de Madrid en 1993– y permanecía silenciosa, como una efigie. En privado, era un torrente de memoria y datos. Hizo una excepción a aquel silencio público: mantuvo una larga conversación con su amigo Philippe Fénelon, músico y cineasta, su amigo desde principios de los años ochenta.

La casa de París
Ella conocía el trabajo de Fénelon. La admiración por lo que este había hecho, en el cine y en la música, la llevaron a ponerse ante la cámara para una charla insólita que se realizó entre 2004 y 2005 y que ahora forma el núcleo de El libro de Aurora, que publica Alfaguara, editado por Fénelon y por Julia Saltzmann, la editora argentina que durante años ha sido la responsable de la edición de las obras de Cortázar.

El cineasta encontró suficiente material que ahora junta en la casa parisiense de Aurora, la misma en la que Cortázar escribió Rayuela. Ahí había, también, “una especie de diario que ella había empezado en los años cincuenta; estaba escrito en distintos cuadernos, algunos de escritura casi inexistente porque ella había utilizado unos lápices verdes que se fueron difuminando con el paso del tiempo”.

Esa casa, histórica también por haber sido vivienda de Rayuela, sufrió un gran desorden, dice Fénelon, en la década previa a la muerte de Aurora, en 2014 en París. “Y fue muy complicado recomponer las decenas de versiones que había sobre un mismo texto”.

Al final, ha recuperado para El libro de Aurora esos escritos descompuestos, las poesías –“que no están nada mal”– y los diarios, algunos de los cuales se refieren a vivencias con Cortázar o a discusiones que suscitaba la personalidad del autor.

“Escribía sus sueños, sus lecturas y sus agendas diarias”. Destruyó agendas anteriores al año 1979. ¿Por qué? “Por la misma razón por la que destruyó las cartas de Julio cuando se separaron: eran 60 cartas. Luego se arrepintió”.

Al final, volvieron juntos en circunstancias dramáticas para Cortázar. “En realidad, nunca hubo una separación oficial; ella regresó a Buenos Aires y se reinstaló con una relación previa, que siguió sin funcionar. Y volvió. Como trabajaba en la Unesco, como Julio, se seguían viendo”, señala Fénelon.

Tras una conversación en la que ella está con Octavio Paz y otras personas relacionadas con la cultura, se habla de la personalidad de Cortázar, Aurora anota: “Las virtudes personales de Julio, bien conocidas por quienes lo estimaban e ignoradas por los demás, no son lo importante: lo que cuenta es la obra. En lo otro hay más posibilidades de duda. E incluso, ¿quién puede meterse a decir, con certeza, cómo era un hombre? En el caso de Julio, sus actos fueron a veces contradictorios: muchos de ellos te sorprenderían. No es el caso de convertirlo en paradigma. Le hubiera repelido. De lo que hay que hablar es de la obra. Para lo demás: silencio”.

Ella no quería hablar de todo lo que había pasado en su relación. Imagino que fue muy triste para los dos, seguro. Se liaron con problemas de los que ella no quería hablar.

El libro de Aurora es lo más lejos que ha estado esa mujer tan privada y tan hacia adentro de mostrarse también como una mujer para afuera.

Algunos comentarios a la nota de Juan Cruz

Adalberto Carbos Agozino:
La confiteria o bar "La London" donde escribía Cortazar se ubica en la esquina de las calles Av de Mayo y Perú. En el centro de la ciudad de Buenos Aires, a 500 metros de la Casa Rosada, sede del Gobieno Nacional. Por lo tanto, no es bonaerense sino "porteña". Los bonaerenses son los nacidos o residentes de la Provincia de Buenos Aires. Los nacidos o residentes de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires reciben el nombre de "porteños". Gracias.

Edgar Allan:
¿No quedamos en que ya no había "mujeres de"...? Se puede hablar de Aurora Bernárdez como traductora, y los que nos interese ya sabemos que era esposa de Cortázar, y muy buena esposa por cierto, pero a ver si se aclaran ustedes con ustedes mismos.

Guillermo de Ockhan:
Todos los que leíamos a Calvino en español conocíamos y valorábamos el trabajo de Bernardez.

Paco Morillo:
Otra vez el rollo políticamente correcto de "gran mujer tapada por gran hombre". Ni J.C. tapó a nadie, ni A. B. era una desconocida. Fue una traductora muy buena y prestigiosa, y sus traducciones son su obra. Si no publicó literatura propia fue porque no le dio la gana. Es más, aunque no fuera conocida por sus traducciones, si hubiese querido publicar cosas suyas, lo habría tenido muy fácil, precisamente por estar casada con J. C.

Rasi Nari:
Los españoles siempre tendremos que agradecerle a Aurora sus maravillosas traducciones en una época oscura de nuestro país en la que el acceso a los idiomas extranjeros por parte de la mayoría de la población era problemático y a determinados autores solo los podíamos leer en aquellas ediciones argentinas de Losada que luego fue adaptando y publicando Alianza. Mi mayor respeto y admiración para esta verdadera dama de la literatura.

Nicolás Bianchi:
"El País" sigue, sistemáticamente y sin acusar recibo, confundiendo 'bonaerense' (gentilicio de la PROVINCIA de Buenos Aires) con 'porteño' (lo propio de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires)....dos entidades territorial, política y jurídicamente distintas. Además de que Cortázar nació en Bélgica, un detalle menor en este caso...




1 comentario:

  1. Nunca me canso de contar esta anécdota, que viví en primera (o cuarta) fila en 2011, en la Feria del Libro de Guadalajara dedicada a Alemania.

    En la ceremonia inaugural de la Feria del Libro de Guadalajara del año 2011, con Alemania como país invitado de honor, participaban dos premios Nobel de literatura: Mario Vargas Llosa y Herta Müller. El moderador de aquella charla era Juan Cruz. La primera pregunta de Juanito a ambos gigantes literarios fue ésta, de una brillantez evidente: "¿Qué os molesta más de la fama?". Vargas Llosa se apresuró a responder: "Las preguntas estúpidas de los periodistas". Respuesta que provocó un rumor de panal en toda la enorme sala abarrotada. Luego el Nobel peruano carraspeó, se lo pensó otra vez y, en un intento por mitigar su brusquedad, dijo: "Bueno, no quizás en tu caso, Juanito, que eres un amigo". Entonces le tocó el turno a la tímida Herta Müller. Aquella mujer empezó a hablar y hablar y a hablar como una cotorra, cosa que no hace casi nunca. Y hablaba y hablaba.... Y al final dijo: "A diferencia de Mario, que despacha rápido a los periodistas y sus preguntas estúpidas, yo suelo actuar del modo opuesto. Cuando un periodista me hace una pregunta estúpida, yo hablo y hablo y hablo, para evitar que pueda hacerme una segunda..."

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