Con la idea de presentar un
panorama de la traducción en Chile, a lo largo de esta semana el Club de Traductores Literarios de Buenos
Aires va a subir un breve cuestionario respondido por varios traductores
trasandinos. El primero de ellos es Pedro
Ignacio Vicuña (1956), poeta, traductor, actor y director teatral. A la fecha, ha traducido al
castellano la obra de Odysseas Elytis, Georgios Seferis y de varios otros
poetas griegos y chipriotas. Como poeta y escritor, ha publicado Fataj, Estatuto del Amor, Peix ton
Teikhon, Notas de Viaje, Fragmenta Memoriae, Famagusta y Bitácora del Otro
Mar.
“No
es tema, ni para
las editoriales ni para el Estado”
–¿Desde
cuándo y por qué traducís?
–Comencé a traducir a mis 18
años, cuando conocí la poesía de OdysseasElytis. Mi primera traducción fue su
poema “Aniversario”, que de tanto repetirlo en griego (lo aprendía de memoria
para rendir exámenes de ingreso a la Escuela de Arte dramático del Teatro
Nacional de Atenas), de pronto comenzó, solo, a salir en castellano, en una
extraña mezcla en la que se “colaban”, entre los versos griegos otros que
espontáneamente sonaban en castellano. Entonces me di cuenta de que otros, como mis
padres, por ejemplo, podrían gozar de una poesía que me cautivó y me abrió
otros mundos; como ellos no hablaban griego, me propuse traducir esa poesía que
me había sorprendidocon su serenidad y profunda osadía lírica. La razón para
traducir, me he dicho a mí mismo muchas veces, sin que eso corresponda,
necesariamente, a la verdad porque quizás la razón verdadera sea un misterio
insondable, fue la de intentar probar cómo sonaba esa poesía en mi lengua
materna. Me pareció que el intento fue exitoso y entonces seguí traduciendo.
Hoy en día, he seguido haciéndolo porque me parece que desde el punto de vista
de la creación literaria, la historia social tiene momentos que podrían ser muy
similares o paralelos –al menos entre
Grecia y Chile que es lo que yo conozco– que se han afrontado desde la palabra
y su interpretación del mundo desde lugares opuestos y quizás, en la poesía
griega, pienso, haya alguna clave que nos permita mirar nuestra historia de
manera distinta y más esclarecedora.
–¿Cómo
elegís a los autores que vas a traducir?
–A veces tengo la impresión de
que se eligen solos, ellos a sí mismos, en la medida que me resuenan en alguna
parte del universo sensitivo. A veces la razón es, simplemente, cuando entiendo
que proponen una mirada que me abre un nuevo entendimiento, que me produce
algún descubrimiento que quisiera compartir con otros, con gente que quiero y
que me importa.
–¿Qué
relación hay entre lo que traducís y tu propia tarea como poeta?
–Es una relación ambivalente,
porque para poder verter una lengua a otra debe producirse, en mi caso al
menos, una reelaboración que pasa por la apropiación del poema del otro,
recreando imaginariamente –en realidad imaginando– el estado de espíritu, de
alma, el peso sensitivo que ha producido el determinado poema o verso. En ese
sentido, siempre el poeta traducido mete una cuña en mi visión y percepción
sensitiva del mundo, muchas veces proponiendo, en el inconsciente, formas o
soluciones poéticas que quizás no hubiese encontrado con anterioridad. A veces
la influencia se hace notoria y, entonces, instala una suerte de barrera
autocrítica que frena la propia palabra y se instala un período de sequía que
puede acompañarme por tiempos largos o en una suerte de gusano que se pregunta
de manera persistente si lo que sale de la mano o de la boca es propio mío o es
el otro que se apropia de mi cuerpo y mi voz para seguir hablando, ahora, en el
nuevo idioma que ha encontrado.
–¿Cuál es
el panorama actual de la traducción literaria en Chile?
–En verdad no sabría qué
responder, cualquier cosa que se diga va a ser siempre una visión sesgada
porque no hay un interés sistemático por la traducción que provenga, por
ejemplo de las editoriales más formalmente establecidas. En mi caso personal,
me toca lidiar con un hecho de suyo dificultoso: la literatura griega, en
general, aparte de Cavafy (o Kavafis) no es ni muy difundida ni se perfila en
el horizonte como algo que presente, a
priori, algún interés, como si ocurre con el caso de las lenguas de la
Europa occidental. Sin embargo, las editoriales más nuevas que han surgido
desde la periferia del establishment
editorial, muchas de ellas poniendo énfasis en la poesía, han comenzado a abrir
una puerta importante para las traducciones. Por ejemplo Descontexto, con las
traducciones de Juan Carlos Villavicencio y de Armando Roa, por citar a
algunos; lo que hace Das Kapital, que incorpora a su catálogo traducciones de
poesía, Ernesto Pfeiffer, etc. Creo que la cosa está empezando a cambiar gracias
a las iniciativas de la edición independiente y, como siempre, se espera que el
interés por las traducciones crezca todavía más. Creo que es muy importante que
se desarrolle un gran movimiento de la traducción en Chile porque me parece una
muy mala idea depender de las traducciones españolas que no siempre son muy
felices.
–¿En qué
medida la industria editorial chilena se hace cargo de los traductores
chilenos?
–No lo tengo muy claro, de hecho
me llama la atención el que nuestro Consejo Nacional del Libro y la Lectura no
promueva la traducción de obras extranjeras a nuestra lengua y se vea más bien
interesado en la traducción de nuestras obras a otras lenguas, lo cual por
cierto no está para nada mal, pero es insuficiente. Tengo la sensación de que
esto se da porque no se entiende que la traducción literaria es un acto de
creación, de recreación literaria que enriquece el panorama de la creación nacional
y que se la entiende como algo de orden utilitario, un mero acto de
decodificación cuyo nicho industrial ya ha sido ocupado por editoriales de
otros países hispanohablantes. Me parece que, en realidad, la traducción como
actividad no es tema, ni para las editoriales ni para el estado de Chile.
No hay comentarios:
Publicar un comentario