miércoles, 6 de diciembre de 2017

Laura Wittner se dio el gusto y nosotros, también

Laura Wittner (1967) es, además de traductora, poeta. Y en estos días la editorial Gog & Magog acaba de publicar Lugares donde una no está (Poemas 1996-2016), suerte de poesía reunida, que se cierra con una serie de traducciones (de Patrizia Cavalli, Nicole Sealy, Frank O'Hara, Lydia Davis, Billy Collins, Giusi Quarenghi, Giorgio Vasta, Dylan Thomas y Raymond Carver) y con tres breves ensayos, el último de los cuales se reproduce a continuación. 

El volumen se presentará, conjuntamente con Viaje sentimental, de Sandro Barella, también publicado por la misma editorial, en la Casa de la Lectura, Lavalleja 924 (Villa Crespo), el próximo jueves 14 de diciembre, a las 19 hs.

Una locomotora llamada melopeia

(Publicado originalmente en La música de la poesía, de Ediciones Del Dock, en 2012).

¿Por qué me tira tanto la temática ferroviaria? ¿De dónde me viene esa constante inclinación a usar imágenes relacionadas con el tren? Porque me tira, me tira... ¿O será que en realidad tira de mí, igual que la locomotora da tracción a los vagones que la siguen? Tal vez es eso: un motor que impulsa mi escritura y mis lecturas. Delante va el motor y detrás los vagones, dejándose llevar. Pero dejándose llevar con cierta musiquita: ta-tán, ta-tán, quetrén, quetrén... Sí; es posible que me identifique con los trenes porque, como yo, tienen locomotora: la que los mueve y les propone un ritmo. Y a mí se ve que tienen que moverme, y moverme con ritmo.
           
La poesía que me gusta tiene tracción a música. Está hecha de versos que se pueden canturrear. Guardo en la memoria (entre tantas otras cositas sueltas) una colección de partes de poemas que sé que me gustaron o me gustan pero que no recuerdo palabra por palabra. Lo que recuerdo es su música, y ciertas características sonoras que vuelven a desplegarse en su totalidad cada vez que los releo. Y son muchas las veces que el impulso de releerlos lo provoca la aparición espontánea de su musiquita, como desde un almacén mental de larga data que se autoactiva en random en los momentos más inesperados –en la calle, caminando, bajo influencia de unos mazazos contra la pared o invocados por el traqueteo del carrito de bebé sobre diferentes modelos de baldosas–  y me ofrece pintorescos popurrís. (De larga data, aclaro, porque los elementos incorporados en la infancia y la adolescencia no sólo no se borran, sino que suelen ser los primeros en aparecer).
           
Para armar un ejemplo:*

Wanted, wanted: Dolores Haze.
Hair: brown. Lips: scarlet.
Age: five thousand three hundred days.
Profession: none, or "starlet".

Brillan las moreras y los carolinos,
se hinchan los sarmientos de las viñas prietas,
y hay en los caminos
y en las ríspidas sierras violetas
una triste alegría pagana
que es oro en la tarde y oro en la mañana.

Y en el pueblo no tendré nada que hacer,
sino echarme luciérnagas a los bolsillos
o caminar a orillas de rieles oxidados
o sentarme en el roído mostrador de un almacén
para hablar con antiguos compañeros de escuela.

Rage, rage, against the dying of the light.

allá va
allá va
un satélite en el cielo...

Rage, rage, against the dying of the light.

Y ya que lo cité: igual que Dylan Thomas, me enamoré primero del sonido de las palabras. También a mí me sedujeron, al principio, las formas sonoras de las rimas infantiles más que las peripecias de sus personajes. Y poco a poco pude ver que esas formas sonoras entraban en contacto produciendo toda clase de música. No sólo la agradablemente melodiosa, la de métrica regular y rima exacta, la equipada con acentos internos que vuelven a un poema “poema cantable” (como el cantabilísimoWanted, wanted de Nabokov). También la musical rispidez con que ciertas palabras se miden entre sí, se entrechocan o se suben una encima de otra:

What are the roots that clutch, what branches grow...

O esas líneas sueltas que se nos instalan como si fueran estribillos, resurgen una y otra vez convocadas por ¿qué? Nunca se sabe: una idea que se mueve por el mismo camino sonoro, la intención de decir alguna cosa con iguales altibajos... la intención, incluso, de moverse con iguales altibajos:

El pasto, el sábado, surcado por las huellas...

A esta hora dignísima de la noche...

La tuairrequietudine mi fa pensare
agliuccelli di passocheurtanoaifari
nelleseretempestose...**

¡“Nelleseretempestose”! Acá Montale, sin duda por medio de la alquimia, logra una música tan  breve y tan exacta que repetir esta sucesión de tres palabras es casi como comer un caramelo. Y no es sólo el sonido (hay frases donde sí); me parece que interviene, además, otra cuestión, que es la musicalidad surgida del feliz alineamiento de una idea con la manera en que es expuesta (cuando forma + contenido = música). Comparar una sensación de inquietud con pájaros que se chocan contra los faros en las noches de tormenta es ya, en mi opinión, una forma de composición musical. Decirlo con las palabras de Montale es lograr que esa composición ofrezca no sólo placer intelectual y auditivo, sino también una cierta voluptuosidad gustativa.

Y hablando de ponerse frases en la boca, pienso que existen incluso palabras que funcionan como microcanciones. Cada uno tiene, según su gusto, una serie de palabras que disfruta pronunciar, como quien canta o tararea. Sílabas incluso o, para oídos sutiles, sonidos sueltos. Cuando se escribe siempre están ahí a mano, como recurso para impregnar el entorno con su posibilidad musical, para impulsar la frase (quetrén-quetrén) o para dar la nota.

Esta muy breve reflexión me llevó del poema a la estrofa, de la estrofa al verso suelto, y de ahí a la frase aislada, a la palabra tentadora, al fonema solitario y sin embargo cantor. Sólo me queda incluir el silencio, que arma y desarma melodías a un lado y otro de la barrera de mutismo. Silencio músico que gira entre las ruedas del
                        quetrén...   
                                             quetrén...
                                            enlenteciéndolas, cuando vamos llegando a la estación,

cuando volvemos a arrancar.                    



*Se puede imaginar, entre fragmento y fragmento, el chillido de la púa sobre el vinilo cuando el disc-jockey lo mueve hacia atrás y hacia delante.

** (Los versos que cité pertenecen –en orden– a Vladimir Nabokov, Alfredo R. Bufano, Jorge Teillier, Dylan Thomas, Leónidas Lamborghini, T. S. Eliot, Jorge Aulicino, Rodolfo Edwards y Eugenio Montale).

No hay comentarios:

Publicar un comentario