miércoles, 29 de abril de 2020

Reflexiones de un traductor literario colombiano

Santiago Ochoa
Carlos Torres, en la Revista Cromos –del diario colombiano El Espectador–, del 2 de noviembre de 2019 –o sea, hace dos vidas– publicó la siguiente entrevista con el muy experimentado traductor colombiano Santiago Ochoa. La reproducimos a continuación.

¿Se puede vivir en Colombia
de la traducción de novelas?

Umberto Eco decía que un texto traducido es una suerte de prótesis. ¿Está de acuerdo con esa afirmación? ¿Se puede captar la belleza de las palabras o solo acercarse a ellas?
Prefiero otra frase de Eco, la cual es precisamente el título de su hermosísimo libro sobre la traducción: Traducir es “Decir casi lo mismo”. Tu pregunta alude a un tema muy complejo, imposible de zanjar en unas pocas frases. García Márquez o Cortázar decían que sus libros eran mejores en las traducciones al inglés realizadas por Gregory Rabassa, que en las versiones originales en español. En el otro lado de la balanza, está la frase en italiano, que pierde mucho en cualquier traducción: «Traduttore, traditore». Sin embargo, por más universal que sea Shakespeare, toda la magnitud y dimensión de su genio es solo visible y comprensible en inglés. Lo mismo sucede, en otros idiomas, con autores como Goethe, Rabelais, Ariosto, y un largo etcétera, incluyendo a Dostoievski. Eso, para no hablar de Guimarães Rosa. Para citar ejemplos locales, García Márquez se deja traducir fácilmente, pero otra cosa muy distinta sucede con Fernando Vallejo.
¿Y cómo traducir por ejemplo a Nicanor Parra? Rulfo, tan apreciado en nuestra lengua, no lo es tanto en ninguna otra. Con respecto a tu segunda pregunta, son los lectores antes que el traductor quienes deben sentirse satisfechos o no con el texto trasvasado. Es decir, los lectores son el termómetro del traductor.

Traigo la pregunta que titula esta nota: ¿se puede vivir de la traducción?
Si una persona quiere vivir de la traducción en Colombia, tiene que comportarse como una puta vieja, fea y en apuros, y acostarse con cuanto cliente reciba sea deforme o apuesto, culto o vulgar, joven o viejo, rudo o delicado, y satisfacer sus caprichos a cambio de lo que él pueda o quiera pagarle.

¿Cómo afectó a los traductores la desaparición de la Editorial Norma?
Aquí en Indolombia (departamento de Indolencia), puede ocurrir cualquier desastre o tragedia y la gente escasamente se inmuta. No hablo ya de desplazamientos, genocidio, violencia y violaciones, o acaso de homicidio. Me refiero a lamentables y funestos sucesos que han acaecido en el ámbito de la cultura. Para citar un ejemplo, Editorial Norma cesó actividades de un día para otro, como si se tratara de un carnicero cansado de su carnicería, a pesar de que el balance económico de Carvajal era altamente positivo. Tenía más de 300 escritores en su portafolio, y de la noche a la mañana, decenas de diagramadores, correctores, ilustradores, traductores y editores, entre otros, nos quedamos sin trabajo. El vacío que esto dejó en el mercado fue rapiñado de manera veloz y con saña por editoriales españolas y, en menor parte, por mexicanas. Nadie dijo nada y en los medios impresos se publicaron un par de columnas o artículos escuetos al respecto.

¿En qué momento el traductor está satisfecho con el párrafo traducido?
Esto depende de asuntos tan mundanos y puntuales como los tiempos editoriales, la lengua de salida y de llegada, la calidad y sensibilidad del traductor y también la del autor (es difícil ver una buena traducción de un mal libro).

¿Cuál es la diferencia entre el tono y la belleza en un texto? ¿Son lo mismo?
Creo que estos dos aspectos están indisolublemente ligados, tanto en la literatura como en la poesía, en la música y la pintura. Es algo común al arte. Sin embargo, y en términos más estrictamente técnicos o teóricos, el tono también está determinado por una cuestión esencial que rige los principios de la traducción: de qué lengua se traduce, y a cuál. No es lo mismo traducir del gallego al español, o para el caso, del francés al italiano, que hacerlo del serbocroata al malayo, o del tamil al noruego. Y, a fin de cuentas, “tono” es una palabra altamente polisémica, que alude a ámbitos e instancias que van desde lo musical hasta el sentido. En otras palabras, esto equivaldría a internarse en aguas profundas y casi insondables.
De todos modos, por lo menos del inglés y del portugués al español, lenguas con las que trabajo, traducir las primeras páginas de una novela es algo semejante a caminar a tientas o a trastabillar como un borracho, pero conforme van pasando las páginas y si el texto colabora y estás iluminado, desarrollas una especie de clarividencia y puedes predecir el futuro inmediato, es decir, que llegas a saber casi por dónde va el autor. Es como la música. Te gusta una sinfonía, una canción, una composición fúnebre, y de tanto escucharla, ya tienes una buena idea sobre esa próxima nota que no ha sonado aún. Idealmente, la relación traductor-autor debe ser simbiótica. Ya lo decía Gesualdo Buffalino: “El traductor es evidentemente el único auténtico lector de un texto. Por cierto, más que cualquier crítico, quizá más que el propio autor. Porque de un texto el crítico es solamente el cortejante ocasional, el autor el padre y el marido, mientras que el traductor es el amante”.

El traductor es un lector que abre una puerta hacia una dimensión desconocida, buscando descifrar el texto. Usted aterrizó al español Vida (y otras obras más). ¿Cómo fue su experiencia con Patricia Engel y otros autores y autoras?
Llevo casi veinte años en este oficio, y he traducido decenas de libros. Sin embargo, mi historia ha sido completamente impersonal. Solo en un par de ocasiones he podido interactuar con el autor o autora. Patricia y Random House les hicieron una prueba de traducción a varias personas, y resulté ser el elegido para traducir Vida, el cual ganó el Premio Nacional de Narrativa EAFIT, que fue reseñado por varios medios del país, pero nunca se mencionó siquiera que había sido un libro traducido del inglés al español: así es el nivel de ignorancia y displicencia. Posteriormente me llamaron de esa editorial para ver si quería hacer otra prueba de traducción para un segundo libro de Patricia Las venas del océano, a pesar de que ella me había agradecido por mi labor al traducir su libro anterior. En otras palabras, no só lo no hay trabajo para los traductores colombianos, sino que ni siquiera se les respeta mínimamente. A propósito, he tenido que lidiar con más de un editor o editora realmente groseros, maleducados y rudos.

¿Cómo fue su experiencia con Patricia Engel y otros autores y autoras?
Patricia habla muy buen español, y el proceso fue muy enriquecedor. Yo le enviaba fragmentos traducidos y ella hacía los cambios que estimaba convenientes. A mi vez, también le compartía mis comentarios sobre dichos cambios. La retroalimentación fue muy completa. Volviendo a tu pregunta, hay que recordar que, por estos parajes, los traductores son más anónimos y desconocidos incluso que un escritor fantasma, salvo un puñado que tienen un gran sentido de la autoimportancia, son miembros asiduos de la socialité cultural/intelectual, y saben hacerse amigos de editores y editoras, quienes son los que delegan la traducción de libros. En Colombia, encontrar un traductor que viva de esta profesión es más raro y escaso que dar con un político honesto. La mejor experiencia que he tenido fue justamente con Patricia Engel. Como bien sabemos, fue publicada por Random House (esta casa editorial, aunque es una de las dos más grandes del mundo, tradujo a esta autora como algo excepcional, simplemente porque sus padres eran colombianos. Pero todas las traducciones que conseguimos de este sello nos llegan de España o México. Random no busca traductores colombianos ni por random, que en español significa “azar”.

¿Puede explicar cómo digiere el viaje interior que proponen los textos?
Aprovechando el azar genético con el cual me dotó la naturaleza: procesándolo con mi estómago de rumiante; lo consumo inicialmente y luego realizo la rumia. Esto consiste en regurgitación de material semidigerido; luego lo remastico y lo desmenuzo, y finalmente le agrego saliva. Sin embargo, en situaciones extremas, tengo que digerirlo con una mezcla de estómago de hiena y de buitre. En otros casos procuro imitar a los colibríes y agregarle un poco de néctar.

¿Podría traducir a cualquier autor de lengua inglesa o a determinados?
Creo que esto supone una idealización, adentrarnos en terrenos utópicos. A Colombia sólo llega el ripio; es decir, los desechos editoriales excretados mayoritariamente por España, y por México en un porcentaje mínimo. En este país no se traduce nada que valga la pena, salvo una que otra obra publicada cada muerte de obispo por alguna editorial independiente, y en cuyo caso, el traductor adelanta una labor que es básicamente ad honorem.
En Colombia no existe ninguna editorial que traduzca libros de manera sistemática, a excepción de Panamericana. Y para averiguar los correos de los editores hay que ser un verdadero detective salvaje. Recuerdo un libro que traduje para una de estas editoriales: me pagaron un millón de pesos, y gasté más de la mitad de esa cifra en conseguir la bibliografía para emprender la traducción. Es decir, que al traductor se le paga menos que a quien lava sanitarios (también conocidos como retretes, inodoros, aseos, excusados, lavabos, mingitorios; no vaya a ser que me tilden de localista o provinciano).
A veces hago ejercicios para trabajar la paciencia y la templanza. Por iniciativa propia, comienzo traducir un libro, trabajo en él durante meses, cincelando, puliendo y lijando, y cuando veo que no queda nada más por hacer, elimino el archivo y luego vacío la papelera de reciclaje para que no quede rastro alguno.

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