Santiago Ochoa |
¿Se puede vivir en Colombia
de la traducción de novelas?
–Umberto Eco decía que
un texto traducido es una suerte de prótesis. ¿Está de acuerdo con esa
afirmación? ¿Se puede captar la belleza de las palabras o solo acercarse a
ellas?
–Prefiero
otra frase de Eco, la cual es precisamente el título de su hermosísimo libro
sobre la traducción: Traducir es “Decir casi lo mismo”. Tu pregunta alude a un
tema muy complejo, imposible de zanjar en unas pocas frases. García Márquez o
Cortázar decían que sus libros eran mejores en las traducciones al inglés
realizadas por Gregory Rabassa, que en las versiones originales en español. En
el otro lado de la balanza, está la frase en italiano, que pierde mucho en
cualquier traducción: «Traduttore, traditore». Sin embargo, por más universal
que sea Shakespeare, toda la magnitud y dimensión de su genio es solo visible y
comprensible en inglés. Lo mismo sucede, en otros idiomas, con autores como
Goethe, Rabelais, Ariosto, y un largo etcétera, incluyendo a Dostoievski. Eso,
para no hablar de Guimarães Rosa. Para citar ejemplos locales, García Márquez
se deja traducir fácilmente, pero otra cosa muy distinta sucede con Fernando
Vallejo.
¿Y cómo traducir por
ejemplo a Nicanor Parra? Rulfo, tan apreciado en nuestra lengua, no lo es tanto
en ninguna otra. Con respecto a tu segunda pregunta, son los lectores –antes que el traductor– quienes
deben sentirse satisfechos o no con el texto trasvasado. Es decir, los lectores
son el termómetro del traductor.
–Traigo la pregunta
que titula esta nota: ¿se puede vivir de la traducción?
–Si una
persona quiere vivir de la traducción en Colombia, tiene que comportarse como
una puta vieja, fea y en apuros, y acostarse con cuanto cliente reciba –sea deforme o apuesto, culto o vulgar, joven o viejo, rudo
o delicado–, y satisfacer sus caprichos a
cambio de lo que él pueda o quiera pagarle.
–¿Cómo afectó a los traductores la desaparición de la Editorial Norma?
–Aquí en Indolombia (departamento de
Indolencia), puede ocurrir cualquier desastre o tragedia y la gente escasamente
se inmuta. No hablo ya de desplazamientos, genocidio, violencia y violaciones,
o acaso de homicidio. Me refiero a lamentables y funestos sucesos que han
acaecido en el ámbito de la cultura. Para citar un ejemplo, Editorial Norma
cesó actividades de un día para otro, como si se tratara de un carnicero
cansado de su carnicería, a pesar de que el balance económico de Carvajal era
altamente positivo. Tenía más de 300 escritores en su portafolio, y de la noche
a la mañana, decenas de diagramadores, correctores, ilustradores, traductores y
editores, entre otros, nos quedamos sin trabajo. El vacío que esto dejó en el
mercado fue rapiñado de manera veloz y con saña por editoriales españolas y, en
menor parte, por mexicanas. Nadie dijo nada y en los medios impresos se
publicaron un par de columnas o artículos escuetos al respecto.
–¿En qué momento el
traductor está satisfecho con el párrafo traducido?
–Esto depende de asuntos tan mundanos y
puntuales como los tiempos editoriales, la lengua de salida y de llegada, la
calidad y sensibilidad del traductor y también la del autor (es difícil ver una
buena traducción de un mal libro).
–¿Cuál es la
diferencia entre el tono y la belleza en un texto? ¿Son lo mismo?
–Creo que estos dos aspectos están
indisolublemente ligados, tanto en la literatura como en la poesía, en la
música y la pintura. Es algo común al arte. Sin embargo, y en términos más
estrictamente técnicos o teóricos, el tono también está determinado por una
cuestión esencial que rige los principios de la traducción: de qué lengua se
traduce, y a cuál. No es lo mismo traducir del gallego al español, o para el
caso, del francés al italiano, que hacerlo del serbocroata al malayo, o del
tamil al noruego. Y, a fin de cuentas, “tono” es una palabra altamente
polisémica, que alude a ámbitos e instancias que van desde lo musical hasta el
sentido. En otras palabras, esto equivaldría a internarse en aguas profundas y
casi insondables.
De todos
modos, por lo menos del inglés y del portugués al español, lenguas con las que
trabajo, traducir las primeras páginas de una novela es algo semejante a
caminar a tientas o a trastabillar como un borracho, pero conforme van pasando
las páginas –y
si el texto colabora y estás iluminado–, desarrollas una especie de clarividencia y puedes predecir el
futuro inmediato, es decir, que llegas a saber casi por dónde va el autor. Es
como la música. Te gusta una sinfonía, una canción, una composición fúnebre, y
de tanto escucharla, ya tienes una buena idea sobre esa próxima nota que no ha
sonado aún. Idealmente, la relación traductor-autor debe ser simbiótica. Ya lo
decía Gesualdo Buffalino: “El traductor es evidentemente el único auténtico
lector de un texto. Por cierto, más que cualquier crítico, quizá más que el
propio autor. Porque de un texto el crítico es solamente el cortejante
ocasional, el autor el padre y el marido, mientras que el traductor es el
amante”.
–El traductor es un
lector que abre una puerta hacia una dimensión desconocida, buscando descifrar
el texto. Usted aterrizó al español Vida
(y otras obras más). ¿Cómo fue su
experiencia con Patricia Engel y otros autores y autoras?
–Llevo casi veinte años en este oficio, y
he traducido decenas de libros. Sin embargo, mi historia ha sido completamente
impersonal. Solo en un par de ocasiones he podido interactuar con el autor o
autora. Patricia y Random House les hicieron una prueba de traducción a varias
personas, y resulté ser el elegido para traducir Vida, el cual ganó
el Premio Nacional de Narrativa EAFIT, que fue reseñado por varios medios del
país, pero nunca se mencionó siquiera que había sido un libro traducido del
inglés al español: así es el nivel de ignorancia y displicencia. Posteriormente
me llamaron de esa editorial para ver si quería hacer otra prueba de traducción
para un segundo libro de Patricia –Las venas del océano–, a pesar de que ella me había agradecido
por mi labor al traducir su libro anterior. En otras palabras, no só lo no hay
trabajo para los traductores colombianos, sino que ni siquiera se les respeta
mínimamente. A propósito, he tenido que lidiar con más de un editor o editora
realmente groseros, maleducados y rudos.
–¿Cómo fue su experiencia con Patricia Engel y otros autores y autoras?
–Patricia habla muy buen español, y el
proceso fue muy enriquecedor. Yo le enviaba fragmentos traducidos y ella hacía
los cambios que estimaba convenientes. A mi vez, también le compartía mis
comentarios sobre dichos cambios. La retroalimentación fue muy completa.
Volviendo a tu pregunta, hay que recordar que, por estos parajes, los
traductores son más anónimos y desconocidos incluso que un escritor fantasma,
salvo un puñado que tienen un gran sentido de la autoimportancia, son miembros
asiduos de la socialité
cultural/intelectual, y saben hacerse amigos de editores y editoras, quienes
son los que delegan la traducción de libros. En Colombia, encontrar un
traductor que viva de esta profesión es más raro y escaso que dar con un político
honesto. La mejor experiencia que he tenido fue justamente con Patricia Engel.
Como bien sabemos, fue publicada por Random House (esta casa editorial, aunque
es una de las dos más grandes del mundo, tradujo a esta autora como algo
excepcional, simplemente porque sus padres eran colombianos. Pero todas las
traducciones que conseguimos de este sello nos llegan de España o México.
Random no busca traductores colombianos ni por random, que en español significa “azar”.
–¿Puede explicar cómo digiere el
viaje interior que proponen los textos?
–Aprovechando
el azar genético con el cual me dotó la naturaleza: procesándolo con mi
estómago de rumiante; lo consumo inicialmente y luego realizo la rumia. Esto
consiste en regurgitación de material semidigerido; luego lo remastico y lo
desmenuzo, y finalmente le agrego saliva. Sin embargo, en situaciones extremas,
tengo que digerirlo con una mezcla de estómago de hiena y de buitre. En otros
casos procuro imitar a los colibríes y agregarle un poco de néctar.
–¿Podría traducir a cualquier autor de lengua inglesa o a determinados?
–Creo que esto supone una idealización,
adentrarnos en terrenos utópicos. A Colombia sólo llega el ripio; es decir, los
desechos editoriales excretados mayoritariamente por España, y por México en un
porcentaje mínimo. En este país no se traduce nada que valga la pena, salvo una
que otra obra publicada cada muerte de obispo por alguna editorial
independiente, y en cuyo caso, el traductor adelanta una labor que es
básicamente ad honorem.
En Colombia no existe ninguna
editorial que traduzca libros de manera sistemática, a excepción de
Panamericana. Y para averiguar los correos de los editores hay que ser un
verdadero detective salvaje. Recuerdo un libro que traduje para una de estas
editoriales: me pagaron un millón de pesos, y gasté más de la mitad de esa
cifra en conseguir la bibliografía para emprender la traducción. Es decir, que
al traductor se le paga menos que a quien lava sanitarios (también conocidos
como retretes, inodoros, aseos, excusados, lavabos, mingitorios; no vaya a ser
que me tilden de localista o provinciano).
A veces hago ejercicios para
trabajar la paciencia y la templanza. Por iniciativa propia, comienzo traducir
un libro, trabajo en él durante meses, cincelando, puliendo y lijando, y cuando
veo que no queda nada más por hacer, elimino el archivo y luego vacío la
papelera de reciclaje para que no quede rastro alguno.
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