En estos días, está circulando una encuesta de la AATI que, supuestamente, tiene como objetivo conocer la situación de los traductores literarios argentinos. Por primera vez, la AATI abre el juego y la envía a una multiplicidad de traductores ajenos a la institución. Eso, claro, no nos autoriza a pensar que su apertura se relaciona con las críticas que se le hicieron en este mismo blog y que la AATI jamás respondió. Sin embargo, la nueva encuesta está vicidada por su naturaleza anónima y por la posibilidad de adulterar sus resultados con mucha facilidad. De esto trata la siguiente columna de Andrés Ehrenhaus.
Mahoma, la montaña y las encuestas anónimas
Días pasados me llegó al buzon de mail una invitación de AATI a cumplimentar una así llamada Encuesta anónima: Traducción Editorial en la Argentina 2021 que llevaba el subtítulo de “Panorama laboral actual de traductores y traductoras en el mercado editorial argentino” acompañado de la siguiente leyenda: “El objetivo de esta nueva encuesta anónima es elaborar un mapa nacional lo más amplio y exacto posible de la existencia de traductores y traductoras editoriales en actividad en el mercado local [las negritas no son mías] así como de la situación en la que trabajan para seguir defendiendo sus derechos y promover el reconocimiento de la profesión.Agradecemos de antemano responder a las siguientes preguntas, lo que no llevará más de diez minutos.”
Como algunas semanas antes se había discutido en
estas mismas páginas virtuales acerca de la necesidad de que las asociaciones
que como AATI se arrogan la representatividad de ese ámbito particular de la
traducción se replantearan la política de acercamiento a los profesionales que
lo componen y la elaboración de tarifarios, no pude por menos de relacionar un
hecho con el otro y entender que esta “encuesta” era, de algún modo, aunque
solo fuera de côté, una velada respuesta a ese reclamo. Puesto que hasta el
momento en que las críticas se formularon el sustento estadístico con que AATI
contaba para elaborar sus sugerencias tarifarias era exiguo por no decir
pobrísimo y que parte importante de las críticas se referían precisamente a ese
aspecto, no me pareció extravagante suponer que AATI estaba tratando de
solventar esa carencia mediante una consulta “más masiva”.
O sea que las críticas, al menos una parte de ellas,
no habían caído en saco roto. ¿O sí?
Repasemos muy brevemente esas críticas.
Una se refería al imaginario aatiense: acostumbrada
a la estructura colegial y arancelaria de las facetas no autorales de la
traducción, la asociación se aventuró a proponer para el sector autoral o
editorial una horquilla de tarifas sugeridas a partir de los datos derivados de
su pobrísima muestra de profesionales de esa modalidad, con la consecuencia de
que las editoriales aprovechan el mínimo sugerido como máximo, provocando una
baja aún mayor de las tarifas ofrecidas.
Otra se refería a la apropiación de valor simbólico:
atraída por el lustre y la repercusión intelectual aparentes de la traducción
literaria, de los que la traducción “especializada” o científico técnica en
carecería (cuestión que estaría por verse), AATI se planteó una política
creciente de apropiación por arriba, sin llegada real a las bases (o como se
las quiera llamar) de la modalidad y dedicada a apostar por la superestructura
y el relumbre en lugar de dar cabida y respuesta a esas bases ausentes.
La tercera era la consecuencia política de las
anteriores: la falta de relación real con ese sector supuestamente representado
había ahondado en el divorcio histórico de la asociación con unos traductores
profesionales que hasta hace bien poco tenían estatus de segunda y que, una vez
aceptados como potenciales miembros plenos, no habían (y siguen sin haber)
encontrado motivos válidos para engrosar sus filas y sentirse bajo un amparo,
si no firme, al menos coherente y promisorio. El corolario de este reclamo era
un contra argumento a la queja asociativa de que los traductores autorales son
muy reacios a asociarse, aglutinarse, confraternizar, solidarizarse: si la
montaña no va a Mahoma, será que Mahoma tiene que ir a la montaña. Si los
traductores literarios no se acercan a AATI, quizás sea porque AATI no ha
sabido nunca acercarse a ellos, ni siquiera en las doradas épocas ya lejanas,
hélàs, de los añorados y abandonados proyectos de ley…
Y ahora esta encuesta… anónima. No sé si en toda la ciencia estadística existe un oxímoron más flagrante. Si la hubieran llamado sondeo, vaya y pase, pero pretender darle valor vinculante de encuesta a una consulta anónima, dirigida a un universo infinito totalmente vago, disperso y, a la vez, manipulable (¿quién controla a quiénes les llega la encuesta y cómo?), es abundar justamente en los aspectos a los que aludían las críticas referidas. ¿Nos dicen que no contamos conuna muestra suficiente de traductores literarios? No problemo, abrimos una encuesta dirigida a la integridad del sector, sin restricciones de ningún tipo.¿Nos dicen que no sabemos acercarnos a la montaña? No problemo, el anonimato seguro que ayuda a que esa montaña se mueva. Etc. En todos los manuales de estadística básica se hace hincapié en la necesidad de que, cuando existen dificultades concretas para delimitar o acceder al universo de la consulta, se obtenga una muestra lo más representativa posible de ese universo o, en su defecto, que sea cualitativamente coherente y verificable. Pero ¿cómo va a ser verificable una encuesta anónima (en todos los sentidos: al encuestado no se le requiere ninguna identificación ni garantía de veracidad) en la que también son anónimos los agentes entrevistantes y difusores?
Por no haber, ni siquiera hay un filtro
cuantitativo: cualquiera puede responder la encuesta todas las veces que le de
la gana, desde ninguna hasta infinitas, modificando cada vez la índole de las
respuestas y, por consiguiente, la información aportada. Yo hice la prueba y no
hay impedimento alguno (a excepción del impedimento moral, que es mucho
suponerle a un universo muestra sin otros límites ni compromisos). Por ejemplo,
nada impide que un editor desaprensivo conteste la encuesta todas las veces que
quiera, suplantando las opiniones y, sobre todo, las respuestas sobre tarifas
de los supuestos traductores y manipulando así la interpretación de los datos a
su favor. No hace falta que sea muy alevosa su intervención, basta con que sea
sutil. Lo mejor que podría pasarle a esta “encuesta anónima” es que un troll la
violente, porque así saltarían a la luz y resultarían inocultables sus
carencias metodológicas; en cambio, si la intervención “maligna” fuera sutil,
verosímil, poco rastreable (con la intuición, porque pocos otros sistemas de
control pueden aplicársele), el daño sería mucho mayor, ya que alcanzarían la
fase hermenéutica una serie de datos irregulares, “sucios”, generadores de
verdades estadísticas falsas que, a la vez, llevarían a la toma de decisiones
políticas totalmente contraproducentes. Flaco favor le haría esto a la
profesión, que ya tiene que hacerse cargo de sus propias miserias.
Entonces ¿puede hacerse una encuesta fiable (o sea, una encuesta propiamente dicha) sobre tarifas de la traducción editorial en Argentina o no? Por supuesto que se puede. Pueden hacerse varias. Sólo es cuestión de tener claros los procedimientos y los condicionamientos deontológicos, y saber, claro está, interpretar rigurosa y coherentemente los resultados. Para empezar, necesitaremos un censo, por reducido que sea. Un censo de personas, de traductores, con cara y ojos, nombres y apellidos, localización, teléfono. Gente a la que se pueda contactar no únicamente por azar. No es imposible elaborar un censo de este tenor; mucho menos hoy en día, teniendo en cuenta la gran variedad de bases de datos que existen. Hará falta acceder a ellos, filtrarlos, comprobarlos, reordenarlos. Y no al revés, como se postula en el texto que acompaña a la “encuesta”: un mapa de la profesión librado al azar y la manipulación quizás pueda ser “más amplio” pero jamás “más exacto”. Y si lo que prima es la amplitud por encima de la precisión, en malas manos estamos. No es esa la manera de aproximarse y tratar de entender a la montaña. La montaña de la traducción está viva.
Y no es anónima.
Seguir adelante con esta chapuza metodológica es un
error político grave. Y más grave aún es que la avalen instituciones, ámbitos,
personas ligadas a la traducción editorial. No se le puede poner un techo
rutilante a lo que no tiene ni cimientos ni paredes que lo sustenten. Ese techo
brillará unos momentos para acabar cayendo sobre los mismos a los que pretendía
cobijar. Y los alejará aún más si cabe del ámbito asociativo, ahondando en un
divorcio histórico que, si de verdad se quisiera revertir, debería pasar más
por una profunda revisión de los errores que por un ofendidizo narcisismo
institucional.
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