viernes, 25 de febrero de 2022

"Una de las figuras más radicales de la literatura argentina contemporánea"

El pasado 15 de febrero, Daniel Gigena publicó en La Nación, de Buenos Aires, una nota a propósito de la pelea de la novelista Ariana Harwicz, quien acaba de publicar un nuevo libro en Gran Bretaña. En ella, entre otras cosas, se habla de la continua pelea que libra la autora con los traductores que buscan convertir su prosa en un producto políticamente correcto.


“Propongo cubrirnos con comillas para no ofender a nadie”

La escritora argentina residente en Francia Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977) protagonizó un nuevo episodio en su lucha contra la corrección política en la literatura. “La traductora de La débil mental me pide poner comillas cuando el personaje se dice, a sí misma, retrasada mental –escribió en su cuenta de Twitter–. Dice que en su idioma es ofensivo, en el mío también, le digo. Por eso propongo cubrirnos con comillas. Eso equivaldría a usar prótesis morales o comillas policíacas”. En respuesta a un tuit del escritor Enzo Maqueira, agregó: “¿No sabías que los traductores reescriben hoy la literatura? No todoooos, los que adhieren a esa ideología”. Y, ante una pregunta irónica del escritor Bob Chow (”y en la tapa? El título no debiera llevar comillas?”), concluyó: “Comillas, nota al pie y mea culpa del autor”.

Tiempo atrás, la autora de Matate amor había contado que varios editores estadounidenses primero habían mostrado interés en lanzar sus novelas y que luego cambiaron de opinión porque sus ficciones no condicen con el “clima de época”. Como en la Argentina también se cuecen habas, a fines de 2021 Harwicz criticó las bases del concurso de cuentos organizado por el Banco Provincia y lamentó que los jurados no se hubieran pronunciado al respecto. En el artículo 7 se advertía que serían desestimadas las obras con contenido agresivo, discriminatorio o publicitario, que atentaran a la moral, fueran ofensivas a personas o instituciones, o que contuvieran textos o palabras obscenas, sexistas o racistas.

Harwicz aclaró que su mensaje en Twitter no estaba dirigido a las traductoras de Charco Press. “Mi trilogía va bien en Charco porque es un sello marginal en el buen sentido, en el sentido de mirar las literaturas corridas del centro”, dice a La Nación. Esto se debe a que el debate en Twitter (en el que se la tilda –meme mediante– de “políticamente conservadora”) coincidió con el lanzamiento de su novela Precoz en inglés: Tender fue traducido por Carolina Orloff y Annie McDermott, y publicado por esa editorial, que difunde literatura latinoamericana contemporánea en la lengua de Shakespeare.

Trilogía involuntaria

Desde ahora, los lectores del Reino Unido, Estados Unidos y Australia, entre otros, podrán conocer la “trilogía involuntaria” de Harwicz, que se completa con La débil mental (Feebleminded) y Matate, amor (Die, My Love) –por el título de esta nouvelle, Harwicz fue bloqueada en Twitter a inicios de 2021–. Además, la prestigiosa revista inglesa Granta publicó hoy un fragmento de Tender. “Comparada con Nathalie Sarraute y Virginia Woolf, Ariana Harwicz es una de las figuras más radicales de la literatura argentina contemporánease lee en la revista–. Su prosa se caracteriza por la violencia, el erotismo, la ironía y la crítica directa a los clichés que rodean las nociones de familia y las relaciones convencionales”. La productora estadounidense Expanded Media compró los derechos de los tres libros para llevarlos al cine y el sello español Anagrama lanzará este año los tres títulos en un solo volumen como la Trilogía de la pasión. Una elogiada versión teatral de Precoz se puede ver en Dumont 4040.

“Trabajo mucho con las traductoras y puedo ver las diferencias entre el español y el inglés y el turco o el italiano, y cómo se pide a la lengua y a los autores argentinos que hagan concesiones. La traducción se encuentra en el centro de las tensiones y balas cruzadas entre la presión de la cultura woke y el deseo de respetar la obra de los autores, y los traductores reciben mucha presión por parte de las grandes editoriales –dice Harwicz–. La marginalidad de mi obra está en la propuesta estética, en la lengua; les pedí a las traductoras de Charco que no hicieran entendible nada, que el lector de Londres, Dublín o Boston lea esa transposición entre el porteño y el inglés, mediado por el francés”. Y agrega que cuando un autor entrega un libro a un traductor, “le entrega la posibilidad de que destruya la obra, aunque el traductor obedece y trabaja con el editor, así que el autor queda en manos de los dos; en Francia han hecho desastres con traducciones de libros de argentinos, pero nadie se entera o a nadie le importa”.

En un capítulo de Escribir palabras ajenas, titulado “Las espaldas del traductor”, el escritor y traductor Pablo Ingberg se refiere a los temores de traductores y editores a la hora de respetar las “rarezas” de las obras originales. “Pero la literatura es por definición rareza, es usar la lengua de un modo distinto que en su uso comunicativo habitual, es darle otro relieve, es en cierto modo hacerle violencia –dice Ingberg a este diario–. Por otro lado, hay a veces traductores que creen que pueden ‘mejorar’ el original: eso también me parece grave. En la traducción hay que tener confianza en el lector, la misma que tuvo el autor de la obra original, la autora en este caso”.

“La traducción, como todo, depende de modas –sostiene el traductor y escritor Jorge Fondebrider–. Hubo momentos en que los traductores juzgaron que el estilo de un escritor no era bueno y lo enmendaron: es el caso de lo que hicieron Baudelaire y Cortázar con los cuentos de Edgar Allan Poe; hubo épocas en que se privilegió la reescritura sobre la traducción: el Whitman y el Faulkner de Jorge Luis Borges, o el Joseph Conrad y Henry James de Sergio Pitol, por ejemplo, que revelan más la idiosincrasia de ambos que lo que dicen los originales; hubo épocas en que se buscó traducir de manera poco ecuménica, como pasa con la mayor parte del catálogo de ficción de Anagrama; en su tiempo, el catálogo que dirigía Ricardo Piglia para Tiempo Contemporáneo, en que personajes lejanos en la geografía y el tiempo voceaban como contrapartida de los españolismos que tanto nos irritan, etcétera. Ahora, en la época de lo políticamente correcto, de las cancelaciones y de todas esas construcciones contra natura, hay traductores que buscan no ofender a ninguna minoría y, bajo cualquier pretexto, les enmiendan la plana a los escritores”.

Fondebrider, fundador del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, recuerda que el escritor Rafael Spregelburd le contó que su traductor alemán, en una obra donde los personajes hablaban de cuánto dinero ganaban, insistía en suprimir esas partes porque en Alemania no se habla públicamente de esos temas. “En buena medida, es lo que denuncia Ariana Harcwiz que, pobre, vive luchando contra estas estupideces, y tiene razón en irritarse –agrega–. Porque, disimuladamente, es una forma de censura, ya sea estética o ideológica. Recuerdo el famoso caso de La broma, la novela de Milan Kundera, a la que el traductor francés suprimió y agregó personajes, y sumó capítulos porque le parecía que Kundera no había hecho un buen trabajo. De paso, le cambió el estilo: del lineal que manejaba el autor, el traductor pasó al barroco. Es, en cierto modo, lo que hicieron muchos traductores españoles con Beckett, ahora legible en las versiones de Matías Battistón. O lo que pasó cuando Alejandro González tradujo a Dostoievski directamente del ruso, reproduciendo su estilo y no las mediaciones del francés y del inglés anteriores. Estas cosas pasan en todas las lenguas. Recientemente, la obra de Kafka volvió a ser traducida porque las traducciones consideradas canónicas habían sido orientadas por Max Brod y se alejaban de lo que Kafka había escrito en realidad”. Para los interesados en literatura, cabe señalar que Fondebrider abrió una cuenta en Instagram (@fonde_dice) donde comenta libros y autores que no están de moda y que raras veces aparecen en las páginas los suplementos culturales.

 

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