jueves, 17 de febrero de 2022

Una década para Fiordo y Añosluz, dos editoriales argentinas

“Ambas editoriales, que están cumpliendo diez años, conversaron con Infobae Cultura sobre sus orígenes, qué las mantiene vivas, cuál es el estado del mercado editorial y qué los seduce y alarma del futuro.” Eso dice la bajada de la nota publicada por Luciano Sálicheel pasado 7 de febrero, sobre dos notables editoriales argentinas de la última década.

El futuro también tendrá literatura: Fiordo y Añosluz, una década haciendo libros

Iniciando el tercer año de la peste, con una crisis económica que se arrastra a sí misma y un declive de la industria del libro cada vez más pronunciado, las editoriales siguen resistiendo. Cada cual a su manera, apuestan por la literatura, publican clásicos, traducen extranjeros, se aventuran con autores nóveles. Hay dos sellos que este año, 2022, cumplen una década de vida: Fiordo y Añosluz, dos proyectos que han sabido ganarse su lugar, no sólo dentro del tándem cultural que llamamos editoriales independientes, también en la industria latinoamericana del libro. ¿Qué significa seguir haciendo libros en un mundo como este y en una época como esta? ¿Por qué se mantienen vivas, sobre todo en un escenario adversario? ¿Qué vislumbran, allá, adelante, en esa línea imaginaria, el horizonte?

 

Era 2012 y se cerraba la Editorial CILC. Dos de sus integrantes, Juan Alberto Crasci y Sebastián Realini, decidieron “reformular un poco los conceptos de lo trabajado hasta el momento, darle una forma un tanto más profesional, de acuerdo con nuestras limitaciones, y seguir publicando”. Así nació Añosluz. Empezaron –publicando primeros o segundos libros de poesía y narrativa, aunque centrados más en el género de los versos –hoy, más del 60% del catálogo es poesía–, luego incorporaron colecciones de traducciones y de ensayos. Poco a poco el sello se volvió todo terreno. “Seguimos manteniendo algunas de las inquietudes iniciales de visibilizar y difundir obra de autores y autoras jóvenes o inéditos hasta el momento”, cuenta Crasci. Luego se sumó Joel Vargas y ahora el sello es un tridente.

 

“Fiordo empezó como empiezan muchos proyectos, como un deseo, una fantasía”, cuenta Salvador Cristófaro. Mismo año, 2012, junto a Julia Ariza, lanzaron el sello. “Siempre decimos que una editorial es algo del orden del deseo, porque a diferencia quizás de otro tipo de emprendimientos más claramente orientados al rédito económico, una editorial es un proyecto cultural que busca decir algo, intervenir de alguna forma en la cultura en la que nace, y eso es ante todo un deseo, no un hecho dado. Queríamos compartir lo que consideramos buenas lecturas, poner en el mundo objetos que invitaran a embarcarse en esas lecturas, que son también formas de ver el mundo, conjurarlo, entenderlo, hacerlo vivible y, por qué no, apostar a mejorarlo”, agrega.

 

El primer libro de Fiordo fue El diván victoriano de la periodista inglesa fallecida en 1988 Marghanita Laski, una novela que jamás se había traducido al español. “Lo elegimos porque es un libro perfecto: narrativamente impecable, breve, muy atrapante, de una autora mujer poco conocida en español, que nos permitía decir: esto es lo que vamos a hacer, invitar a leer algo que vale la pena y aún no se conoce lo suficiente”, cuenta Julia Ariza. Añosluz debutó con Para matar palomas de Vivian García Hermosi y Refracción de Javier Galarza. El primero fue un libro que quedó pendiente de nuestra editorial anterior, y al comenzar con Añosluz decidimos mantener algunos de los proyectos pendientes, y el segundo fue un libro pedido a Javier, porque lo conocíamos y queríamos que sea parte del catálogo”, dice Crasci.

 

Cambiar, mutar, crecer

Desde entonces, ¿cuánta agua corrió bajo el puente? ¿Cuánto cambió el mercado editorial en estos diez años que vieron pasar? “Creció en diversidad: surgen editoriales todo el tiempo, resta saber cuántas de ellas superarán los dos o tres años de vida, también en alcance de esos proyectos. Ciertas ideas y ciertos conceptos que teníamos cuando comenzamos fueron mutando. Adaptamos algunas de las políticas de la editorial a los modos de funcionamiento de nuestros proyectos asociados”, cuenta Crasci y asegura que “ser parte de la cooperativa de editoriales La Coop hizo que crezcamos mucho en términos de alcance y distribución, por lo que, de forma casi natural, tuvimos que ir seleccionando de forma más fina el material que iba a ser publicado y también hicimos crecer las tiradas, por ejemplo”.

 

“La presencia en ferias y festivales de toda América hizo que accedamos a la publicación de autores de diversos países, que nuestros libros, de forma modesta, tengan presencia en más territorios, entre otras cosas”, sostiene y continúa: “Uno de los cambios más drásticos que se dieron en el mercado fueron los de los lugares que fueron ocupando y ganando las editoriales independientes argentinas tanto en términos de producción de libros como de visibilización y comercialización. Cada vez más librerías tienen como venta casi principal el material de las editoriales del sector. Y ese es un triunfo del trabajo de las editoriales, las distribuidoras no tradicionales –que se adaptan mejor a las ideas de estas editoriales– y de las librerías que apuestan por estos libros”.

 

Por su parte, Cristófaro dice que “cada año trae sus tendencias, sus apuestas, que a la vez crean y responden a los cambios en el público, sus inquietudes, su sed de distintos materiales de entretenimiento. Sí percibimos que crecientemente se favorecen las lecturas breves, fragmentarias, adaptadas a las formas de leer totalmente estalladas del tiempo contemporáneo. Con un fuerte acento en el yo. Pero aun así cada tanto aparece un súper best–seller de no ficción de mil páginas. Los cambios nunca son absolutos. Pero sí hay algunos que son obvios: la expansión de la lectura digital, la transformación rotunda de la manera de comprar libros, la importancia creciente de la recomendación de quienes curan suscripciones, de influencers, de las voces nuevas de los medios, y también de quienes llevan adelante librerías, sobre todo las que se adaptaron rápido a la venta online y a esta manera ágil y descontracturada de llegar a su público”.

 

Si se modifica el escenario, ¿también lo hace la editorial? “Intuitivamente diríamos que cambió mucho, pero tal vez no tanto”, reflexiona Ariza, y agrega: “Abrimos el catálogo a nuevos temas, dejaron de interesarnos otros. La prioridad que tenía lo desconocido le dio más lugar a lo que, conocido o no, creemos que le habla al presente. Entendimos la necesidad de que los libros se vendan, y eso trajo muchos ajustes y muchas inversiones en nuevos frentes. Hasta fue cambiando el estilo de las cubiertas, en un proceso conjunto con Pablo Font, que diseña las tapas desde siempre, y que fue abriendo el planteo original, más gráfico, a otras propuestas en las que la imagen fotográfica tiene mayor protagonismo”.

“Nuestra editorial es un proyecto un tanto extraño –dice Crasci–, porque ninguno de nosotros tiene experiencia previa de trabajo en grandes editoriales, ni fuimos apadrinados por profesores o talleristas… empezamos de cero, de forma casi inocente, sin contactos, por nuestro lado, y sin un capital inicial tan importante. Lo que pudimos conseguir a lo largo de esos años fue gracias a la constancia y a cierta transparencia puertas adentro. La editorial empezó a cambiar a partir de su segundo o tercer año de existencia. El recorrido por ferias y festivales tanto nacionales como internacionales, la posibilidad de publicar y gestionar derecho de obras de autores latinoamericanos y europeos, el trabajo realizado desde La Coop tanto en la gestión de eventos y festivales como en el armado de una distribuidora propia, hizo que el proyecto se reformule constantemente”.

 

Lo que se dibuja en el horizonte

No es novedad que años tras año los salarios se licúan, la inflación devora los precios y el mercado del libre se comprime en volumen, más nunca en lectores. Pese a todo, las editoriales subsisten. “Nuestra supervivencia se debe a la constancia, la honestidad y la definición clara de nuestras virtudes y limitaciones”, sostiene Juan Alberto Crasci y sigue: “Sabemos hasta dónde podemos llegar en cada momento. Obviamente que las cercas de esos límites se van expandiendo a lo largo del tiempo. Uno de los puntos clave es la administración económica del proyecto. Ninguno de los tres integrantes vive de la editorial, cada uno tiene sus trabajos, por lo que esa administración del dinero, que aún se basa en una constante reinversión, hace que el proyecto siga existiendo, y por suerte, creciendo”.

 

“La idea de que sobrevivir sea un valor nos deprime bastante”, dice Salvador Cristófaro, editor de Fiordo, y agrega que “sin duda en el hecho de que Fiordo cumpla diez años hay una parte de suerte: de haber encontrado algunos títulos que le hablaron a mucha gente, de que le llegaran a quienes podían darlos exponencialmente a conocer, de que nos reconocieran con algunos premios, todas cosas que ayudaron a que la editorial pudiera seguir funcionando y apostando a la calidad. Pero esperamos no haber sobrevivido únicamente, sino lograr, con el trabajo de todos los días, meter esa cuña en la aceleración del tiempo, esa cuña de pausa y reparo del presente que tanto se necesita para pensar e imaginar el futuro”.

 

Ahora, que estos tres editores miren el futuro que se forma en el horizonte, Julia Ariza dice verlo “prometedor y desasosegante al mismo tiempo”. “Un panorama poco amable: mayor concentración, menor diversidad, y egos que crecen hasta la asfixia. Pero en realidad nunca nada es todo igual al mismo tiempo, y siempre hay claros, siempre hay voces realmente nuevas, gente que piensa distinto, en otro tiempo, con otra lógica. Tenemos un resto de fe en esas resistencias. Por su parte, Crasci dice que “se habló mucho de la muerte del libro físico, del reinado del ebook, del fin de cierto modo de producción –las grandes tiradas–, del comienzo de la impresión por demanda, etcétera… Creemos que el libro tiene bastante vida aún, en muchos de los términos en los que lo conocemos”.

 

“Ahora, la literatura no tiene nada que ver con los libros. Mientras más autores estén interesados en escribir libros y no literatura, vamos a presenciar una baja de nivel general”, concluye Crasci, y a Ariza se le viene a la cabeza una idea de Virginia Wolf: “El futuro es oscuro, que es lo mejor que puede ser el futuro, yo creo”. “Es una frase que retoma una autora de Fiordo, Rebecca Solnit. Y nos encanta”.

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