viernes, 8 de abril de 2022

"Mientras más lejos voy del cono sur, más insegura me pongo con el español"

El pasado 16 de febrero, Pablo Retamal N.  publicó en La Tercera, de Chile, una entrevista con la traductora estadounidense Megan McDowell, a propósito de la traducción de una novela del autor trasandino Alejandro Zambra. En la bajada se lee: “Desde esta semana en Estados Unidos se encuentra la última novela de Alejandro Zambra, Poeta chileno, traducida al inglés. Quien realizó el trabajo de llevar el libro al público anglo fue la oriunda de Kentucky, que vive en Santiago desde 2004 y también ha trabajado con Mariana Enriquez, Samanta Schweblin y Lina Meruane. ¿Cómo se logra traducir un libro tan cargado de chilenidad? Aquí McDowell responde”.

Megan McDowell y la traducción de Poeta chileno, una conversación continua

Desde ayer, en los escaparates de las librerías de Estados Unidos, los lectores se pueden encontrar con Poeta chileno, la última novela de Alejandro Zambra ya en idioma inglés vía Viking. Detrás de esa traducción está Megan McDowell, quien ha traducido todos los libros del maipucino.

Nacida en Kentucky, Estados Unidos, McDowell de algún modo ha hincado los dientes de su trabajo de traducción en autoras y autores latinoamericanos. Junto a Zambra, también ha traducido a Mariana Enriquez, Samanta Schweblin y Lina Meruane. Vive en Chile desde 2004, en Santiago.

Poeta chileno es una novela que contiene mucha chilenidad. ¿Cómo fue el proceso de traducirlo? McDowell lo explica a Culto. “En general, hay que tener en cuenta que un angloparlante va a experimentar esa chilenidad de forma distinta que un lector chileno. Eso no significa que algo se haya perdido necesariamente, sino que ha cambiado, y hay distintas maneras de experimentar un libro. Además, no creo que deberíamos subestimar a los lectores –que algo resulta nuevo o desconocido no quiere decir que vaya a ser imposible de asimilar–. Esas son como reglas generales al momento de traducir”.

“Con Poeta chileno específicamente, es más complicado, porque el libro interroga esa identidad nacional, y ese cuestionamiento se va a leer diferente dentro de Chile que fuera. Además, esa ‘invisibilidad’ que solemos pedir de una traducción, que –en mi caso– se lea como si se hubiera escrito en inglés, no es posible, porque el lenguaje mismo juega un papel importante como rasgo cultural y nacional”, añade Megan.

En este sentido, McDowell rescata a uno de los personajes del libro. “Es muy importante el personaje de Pru, quien actúa como interlocutora y está activamente persiguiendo esa pregunta ¿qué es la chilenidad?, ¿qué se siente ser un poeta chileno? A través de su experiencia y sus entrevistas, podemos escuchar a los chilenos explicando la chilenidad a una extranjera, que nos dice mucho sobre ellos como personajes además de sobre la identidad nacional”.

–Sobre el personaje de Pru, ¿te comentó Alejandro si acaso fuiste la inspiración? porque tienen una biografía muy similar.
–Yo no soy Pru, pero creo que de alguna forma sí. Alejandro vivía en Estados Unidos, entonces conocía ese mundo. Yo nunca he vivido en Nueva York, que es el mundo de Pru. Él me hacía preguntas. En la novela, hay un recuerdo que tiene Pru, cuando está caminando con sus padres en Carolina del Norte, ese es un recuerdo mío, no con mis padres, yo viví en Carolina del Norte y le describí ese lugar. Hay cosas chicas así, pero yo me identifico con la experiencia de ella, de hablar español, de conocer ese mundo literario pero no ser parte.

McDowell cree que de alguna manera, Poeta chileno marca un cierto giro en la carrera de Zambra: “Formas de volver a casa fue el libro que consagró el concepto de ‘Literatura de los hijos’, y se trataba (para generalizar demasiado) de interrogar a la generación anterior, de contar una historia histórica/política desde la perspectiva personal/familiar. de los que lo heredaron. Se trataba de cuestionar ideas heredadas de culpa e inocencia, y del silencio que reinaba en el ámbito personal y público en Chile, el silencio de la complicidad, del miedo, del ocultamiento”.

Poeta chileno me parece que marca un giro, un giro de la mirada desde esa complicada herencia hacia la siguiente generación –agrega McDowell–. El personaje de Gonzalo encarna una especie de fracaso de una generación, pero de alguna manera ese fracaso no es un fracaso sin esperanza, es un fracaso digno. Nos quedamos con la sensación de que la generación de Vicente va a poder hacer mejor las cosas, que las preguntas que están haciendo están más cerca de las preguntas correctas. Si observas las actitudes de Gonzalo y Vicente hacia la educación, verás que ambos trataron de frustrar las expectativas y abrirse camino como poetas, pero el concepto de Gonzalo sobre las opciones que se abrían para él era limitado, su idea de rebeldía todavía era bastante conservador. La negativa de Vicente a ir a la universidad puede parecer imprudente y temeraria, pero es valiente de una manera que Gonzalo no podía imaginar”.

La traductora también señala que la educación es otro concepto clave en la obra de Zambra. “También puedes ver un cambio allí: mira Facsímil vs. Poeta chileno. Ambos resaltan una preocupación por el estado quebrado de la educación en Chile, y ambos son extremadamente divertidos. Pero la perspectiva en Facsímil es mucho más brutal y pesimista –más guiada por una perspectiva de Gonzalo– mientras que Poeta Chileno se atreve a ser cautelosamente optimista al mirar hacia la generación de Vicente”.

–Ya has traducido antes a Alejandro, ¿Cómo suelen trabajar?
Sí, este es el sexto libro que he traducido de él, ya llevamos casi 15 años trabajando juntos. Empezó siendo alguien a quien escribía mails muy tímidos para hacerle preguntas sobre sus textos, las menos posible para no molestarle. Ahora es uno de mis mejores amigos, alguien a quien quiero y admiro mucho. El proceso de traducción se ha vuelto cada vez más colaborativo. Ahora (me enorgullece decir) Alejandro me manda borradores y versiones previas de sus textos, y pide mi opinión. Y mientras voy traduciendo hago lo mismo, con Poeta chileno, por ejemplo, cuando corregía mi borrador le mandaba cada capítulo con mis dudas, y él leía y respondía. Todo el proceso es como una conversación continua. Hago todas las preguntas que se me ocurren, muchas veces solo por curiosidad.

–¿Has notado una evolución en tu proceso como traductora?
–En general, mi proceso para realizar una traducción ha cambiado con el tiempo, sí. Involucra más roles –no solo traductora, sino también escritora cuando es necesario– como con Facsímil o con los poemas en Poeta chileno, cosas que no se pueden traducir “literalmente”. También editora –paso mucho, mucho tiempo leyendo y releyendo la traducción y puliendo el inglés–. La transferencia de un idioma al otro es solo la primera fase.

–Vives en Chile desde hace años, ¿sientes que el castellano de acá de alguna forma se “coló” en la traducción?
–Yo no tengo problema con dejar ciertas palabras en español, muchas veces palabras “chilenas” como pololo o cuico, y las explico dentro del texto, lo que se llama un stealth gloss en inglés. También hay una cuestión de ritmo, el español que tengo en mi cabeza es el chileno, porque aprendí aquí y vivo aquí. En un principio, me sentía más cómoda traduciendo un libro chileno. Ahora con el tiempo me acomodé con el argentino también. Pero mientras más lejos voy del cono sur, más insegura me pongo con el español.

McDowell apunta que en el proceso, hubo palabras con las que tuvo que lidiar. “Con Poeta chileno era necesario hablar sobre el idioma, como con la palabra padrastro. Yo ya tenía esa impresión de que era una ‘mala palabra’ porque en Chile, me fijé que cada vez que hablaba de mi madrastra o mi padrastro, la gente me decía: ‘Megan, no hay que decir eso, tienes que decir ‘la mujer de mi papá’'. Y yo me preguntaba por qué, si hay una palabra que nombra esa relación. Para decir eso en inglés la palabra es stepfather y no tiene esa mala connotación, entonces había que explicar que en español la palabra padrastro significa directamente ‘mal padre’”.

–¿Es Poeta chileno tu libro favorito de Zambra?
–Sí. Pero también cada libro de él que he traducido ha sido mi favorito en el momento.

–¿Consideras que en estos tiempos es más rápido que a un autor(a) de Latinoamérica se le traduzca al inglés?
–Sí. Hay más editoriales independientes, muchas enfocadas en la literatura mundial y en la traducción contemporánea. En el pasado, hace dos generaciones, quizás, un escritor tenía que ser consagrado para llegar a ser traducido. Hoy en día no es así, las personas que traducen ya no son tan académicos y la traducción no pasa mayormente dentro de las universidades. Eso tiene que ver con el éxito de escritores como Knausgård, Ferrante, Bolaño, y más recientemente, del español, los Zambra, Schweblin, Enriquez, etc (mis ejemplos son libros que traduje yo pero hay más, por supuesto, como Valeria Luiselli, Fernanda Melchor, muchos más). Eso cambió las expectativas de las editoriales, incluso de las grandes. Hoy, editoriales como Simon & Schuster o New Direction están buscando los próximos Ferrante. Quieren descubrir escritores antes que se vuelvan más conocidos.

–¿Y crees que se ha valorizado más el rol de las y los traductores?
–Ha existido un cambio también en los lectores. Antes existía esta idea de que los lectores no querían leer traducciones, por eso siempre se escondía el nombre del traductor y no se quería que se supiera que el libro venía de otro país. Era un círculo vicioso, pero ahora se está abriendo. Los lectores están buscando la traducción, en eso han influido los premios, como el Booker, que desde el 2015 se comparte con el traductor.

–¿En qué te encuentras trabajando ahora?
–Estoy terminando las correcciones de Nuestra parte de la noche de Mariana Enriquez. Después termino de traducir el nuevo libro de Carlos Fonseca, Austral. Después me vuelco a Diez, de Juan Emar, que fue comprado por New Directions.

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