martes, 5 de abril de 2022

"Soy quien creo que soy" (1)

Lori Saint-Martin es novelista y cuentista, traductora literaria y profesora de literatura y de estudios feministas en la Universidad de Québec en Montréal. Su libro de microrrelatos Matemáticas íntimas fue publicado en Buenos Aires por la editorial Milena París, en 2017. La siguiente entrada, editada por Gustavo Nielsen, es la primera parte de una conferencia que dictó en la Alianza Francesa de Buenos Aires en mayo 2019 en el tercer Congreso internacional de la Asociación Argentina de Literatura Francesa y Francófona a propósito del bilingüismo. La seguna parte, mañana.

Cómo me hice francófona: arqueología lingüística

Recorrido en cinco actos, cuatro idiomas y dos secretos.

(Primera parte)

“Había una vez una chica que pertenecía a una familia obrera. Una chica que cambió de lengua, de apellido y de identidad. Una chica que nació hablando inglés en un ambiente totalmente monolingüe, y a la que la lengua francesa le salvó la vida.

Nació en una ciudad de Canadá que antes se llamaba Berlín y desdehace un siglopasó a llamarse Kitchener, por un lord británico que fue un supuesto héroe de guerra, pero en realidad era un imperialistaasqueroso. La gente decía de la chica que ella eradiferente: un insulto terrible cuando lo mejor, todos lo saben, es ser como todo el mundo. A los veintiún años dejó la parte de su paísdonde se hablaba inglés y se fue a la parte donde se hablaba francés—Canadá es un país extraño.

Suelo resumir el conflicto de este modo:

Mi apellido no es el de mi padre.

Mi vida no es la de mi madre.

No voy a hablar mucho sobre eso, pero fue determinante: cambié de apellido para inventarme otra vida, para no ser un ama de casa inteligente pero frustrada como mamá. Cuando rechacé su lengua, casi la mato de la impresión. Imagínense lo que pasó con mi padre al rechazar su apellido, al irme lejos. Ahícasi me muero yo. Al final nos reconciliamos y el asunto acabó bien.

Mi particularidad es que tengo dos lenguas maternas, una que aprendí como todo el mundo desde la primera respiración, y otra que hice mía entre mis diez y mis veinte años. Esa lengua segunda es mi lengua amada, mi lengua de escritura. He publicado en francés todos mis libros;unos quince ensayos y cuatro de ficción. El francés es mi idioma elegido, el que me permitió ser otra. Alguien mejor.

Mi historia tiene etapas, un recorrido en cinco actos. Hay cuatro idiomas, ya verán, tres que hablo y uno que no. También hay un secreto familiar que voy a sacar a la luz al fin de la conferencia y que está vinculado con el cuarto idioma. Es la otra parte del título: arqueología lingüística. El segundo secreto del subtítulo se los voy a contar luego: cómo alguien logra cambiar de lengua materna.

“¿Quién te creés que sos?”, me preguntaba mi madre cuando yo era adolescente, porque de chica dócil me había vuelto una joven imposible. “¿Quién te creés que sos?” Buena pregunta, por cierto: ¿Quién me creo que soy? Soy eso en todo caso, soy esos idiomas que viven en mí, los idiomas gracias a los que existeuna persona que está acá para decirles: soy yo. Pero, ¿quién está ahí cuando uno dice soy yo? ¿Es el mismo yoque si uno dice c’estmoi; el mismo que si uno dice it’s me das binich? No del todo, creo. Y también, cuando reflexionamos en esa expresión tan negativa “¿Quién te creés que sos?”, advertimos que tiene un sentido oculto mucho más positivo: significa que podemos ser la persona quecreemosser, aunque nadie más que una lo crea. Que podemos salir de lo previsto y cambiar de identidad. “Soy quien creo que soy”. Yo pensé, de joven: creo que soy una persona que va a aprender francése irse de su casa para no volver nunca. Y así fue.

ACTO PRIMERO: NACER EN EL EXILIO

Hay muchas razones para aprender otro idioma. Yo lo hice para salir de un exilio.

En Facebook vi un aviso que resume los beneficios de aprender una segunda lengua: money, intelligence, travel, love! O sea: plata, inteligencia, viajes, amor. Hacete más inteligente, dice el aviso.Pagá menos caro al viajar evitando lo turístico. Y, lo mejor: (escuchen bien, les va a gustar): ¡Los bilingües somos sexys! Me quedé muy contenta al leer eso, supongo que ustedes también lo estarán. Y si se es trilingüe, o políglota… Casi da miedo pensar en lo sexy que uno podría ser.

Por mi parte conozco a personas monolingües muy sexys y a personas bilingües tan atractivas como un felpudo, pero a cada uno su gusto. Les lenguas sirven, dicen; es útil ser bilingüe, dicen,y es cierto. No me reconozco en la búsqueda utilitaria. Ni siquiera en lo únicamente placentero. Lo mío siempre fue existencial. Si uno habla más de un idioma, es más de una persona. Y yo quería serlo, necesitaba ser otra.

Nunca me sentí a gusto en la casa de mis padres.¿Por qué? No lo sé. Lo que sí sé es que desde mis 9 o 10 años sentí que estaba viviendo en el exilio, aunque todavía no conocía esa palabra. Hacía seis o siete generaciones que toda mi familia vivía en esta misma ciudad del sur de Ontario, Kitchener o Berlín, así que no éramos inmigrantes, ni mucho menos exiliados.Ya sé que no es la palabra adecuada, ya sé que soy una privilegiada: vivo en un país pacífico y rico yno he tenido nunca que temblar en una frontera defendida por soldados armados. Igual nací en un lugar que, extrañamente, jamás reconocí como propio.Ahora me considero una inmigrante del interior. Viajé apenas 900 kilómetros, pero Quebec es otro mundo. Otra cultura, otra historia, otras referencias y, por supuesto, otra lengua.

Muchos exiliados hablan de su país natal como de un paraíso perdido. Yo, de chica, sabía que si había paraíso, estaba ciertamente delante de mí; no atrás. Atrás, de hecho, no había nada. Tierra quemada. Yo fui quien le prendió fuego.

Mis amigas venían de otra parte, acababan de llegar a mi ciudad natal. Tenían recuerdos, habían visto otra cosa. Por eso me agarré de ellas, para que me contaran.Yo sólo tenía fe y deseo, la necesidad de otra parte.

A grandes males, grandes remedios. Mi nuevo mundo vino por sorpresa, en el quinto año de la primaria. Un día entró a la sala de clase una señora risueña, de ojos brillantes, y nos mostró un cartel. Un cartel en el que se veía un gran dibujo de colores primarios. Una familia de gordos bajitos que sonreían con unos dientes anormalmente blancos. Y la maestra se puso a hablar. Dijo: Voilà la famille Leduc. Voilà monsieur et madame Leduc. Voilà Jacques, Suzette, Henri et Marie-Claire. Et voilàPitou. Pitouest le chiend’Henri.

O sea : Fiat lux, dijo la maestra, o así me pareció. Y fue la luz. Los otros alumnos se aburrían. En mí se abría un nuevo mundo. Había otros sonidos, otros sentidos. Había una posibilidad delibrarme del peso que cargaba desde siempre.

Mi milagro fue el francés. Tuve suerte. Estaba flaca y débil, nula en todos los deportes, nula en ciencias, cantaba mal y dibujaba peor. Los idiomas eran mi única salida, pero sólo hacía falta una. Me aferréal francés con todas mis fuerzas.

Lamento mucho el no saber dibujar. En mi mente, sigo viendo a la familia Leduc. Pero no se los puedo enseñar. Busqué mucho tiempo la imagen esa, el cartel que habría sido mi magdalena, pero me dijeron que ya no existe.Igual les muestro una que saqué de un manual de la misma época. Lo que vi yo en el momento era mucho más bello. A menos que, simplemente, el amor que le tuve luego al francés me lo haya hecho ver así.

En todos los casos, fueran feos o lindos los Leduc, fueron mi salida. El mundo verdadero era une estrella lejana y me habían dado un cohete. El mundo verdadero se encontraba detrás de una puerta cerrada y la maestra me había extendido una mano en la que estaba la llave. Nadie más, en mi clase, quería la llave. Nadie más había visto la puerta.

Hay llaves que no son de metal. Teniendo en cuenta su tamaño, una llave es una cosa muy poderosa. Una nena también.

ACTO SEGUNDO: VOLVER A NACER

Entonces me puse a trabajar, seguí todas las peripecias de la vida de los Leduc. Monsieur Leduc allait au garage, Henri iba al dentista, Madame Leduc y Marie-Claire salíande compras, Pitoulesrobaba el polloasado y le gritaban, “non, non, Pitou, reviens avec le poulet!”Me tragué todos los tiempos de todos los verbos, me tragué listas de vocabulario interminables, me tragué un montón de libros cada vez más difíciles. Poco a poco, la lengua entraba en mí.

Cuando uno empieza a aprender un idioma, el mundo vuelve a ser nuevo, tan recién nacido como uno, porque las palabras que uno tiene ya no corresponden.Uno está como en Macondo, al principio de todo: “El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para nombrarlas había que señalarlas con el dedo”, escribe García Márquez. Frente al idioma nuevo, claro que hay palabras, hasta los niños pequeños las tienen, pero uno, no.

El monolingüe no repara en lo que Saussure llama la arbitrariedad del signo lingüístico; para él, la cosa y la palabra son los dos lados de una hoja de papel, inseparables. Darse cuenta de que hay otra palabra para decir la misma cosa —aunque tampoco, cambiando la palabra, porque lo que se dicees exactamente la misma cosa —, es hacer, de manera radical, la prueba de lo ajeno, como dice el teórico de la traducción Antoine Berman. Esa distancia entre la palabra y la cosa, esa brecha, era justo lo que yo buscaba para vivir. Vivir lo ajeno hasta hacerlo propio.

Jamás sentí que el francés fuera una lengua extranjera. Era mi primera luz, mi primer amor. Una lengua es un gran cuerpo y yo me incorporaba. Una lengua es un mar y yo me puse a nadar en él.

Perder todos sus puntos de referencia permite encontrar otra cosa. En mi caso encontré mi creatividad. La inocencia ya perdida en la lengua primera, la lengua que damos tan por sentada que ya no nos sorprende más, vuelve a existir. En la lengua que uno va aprendiendo, cada palabra es mágica, como recién surgida de la nada, y descubrirla y usarla es un milagro. Cada palabra tiene peso, fuerza, y al mismo tiempo es totalmenteleve y libre. Por eso el francés se convirtió en mi lengua de escritura. Abrió un espacio nuevo, un espacio de juego, de combinaciones y sonidos y sentidos nuevos. Siempre había pensadoen ser escritora, pero fue en francés que me pasó. De hecho, cuando lo pienso, el deseo de escribir y el descubrimiento del francés son acontecimientos más o menos contemporáneos en mi vida. Nunca podré saber si habría escrito sin el francés, pero el francés fue la puerta que se me abrió.

Ahora, prepárense: acá viene el secreto del cómo se cambia de lengua materna. Lo digo en broma, por supuesto.No hay secretos, pero sí condiciones y maneras. Lo primero es querer con pasión. Quizás aquí, lo muy negativo, odiar lo que se es, se convierte en un motor para hacerse otro. Luego trabajar sin descanso. Ni bien poder conversar, hablar solamente con nativos, para no escuchar a gente cometiendo los mismos errores que uno. Les agradezco infinitamente a los amigos porteños que tuvieron la paciencia de soportarme con el castellano desastroso que tenía al principio.

¿Qué más, para cambiar de lengua materna? Dejar atrás su idioma, literalmente si se puede. Considerarlo muerto.

Y el otro secreto, menor pero decisivo: tener la nueva lengua siempre en la boca, aunque sea solamente con uno mismo. Al aprender francés, hace muchos años, yo lo hablaba siempre en voz baja caminado por las calles, lo dejaba fluir y cuando había algo que no sabía decir, tomaba notas mentales y al volver a mi casa, buscaba en el diccionario. Debían de creer que yo estaba loca—todavía no había teléfonos móviles— pero no me importaba. Así aprendí.Mi madre, que era monolingüe como toda mi familia, me preguntó un día en broma dónde se alojaba otra lengua completa en mi cerebro. Es como tener dos cabezas, le dije. La idea me quedó.

Pasaron muchos años así. Me casé con un francófono, tuvimos hijos y les dimos de entrada las dos lenguas maternas. Y un día hubo otra prueba en mi vida, otra necesidad de volver a nacer y, por tanto, otra lengua.

(continúa mañana)

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